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1965, un año especial.

Las palabras de Ángeles González Fuentes tienen gancho y cebo. Sus vocablos-anzuelos pescan y repescan con abundancia en las aguas borrosas de nuestros recuerdos. No es un viaje liso y convencional, más bien mil incursiones en lo que ya creíamos definitivamente arrinconado. Gracias Geli, la magia de tu ingeniosa y sugerente escritura ha rescatado nuestro año 1965.

Mil novecientos sesenta y cinco fue, como todos, un año especial, un año en el que muchos descubrimos que el mundo se dilataba, como nuestras facciones, a medida que la infancia se contraía hasta desaparecer para acabar trasformándose en algo mucho más incómodo que moraba en un cuerpo desconocido.

E instalados en esa incomodidad de la que la curiosidad era parte, nos preguntábamos el significado de aquella propaganda que como una letanía invadía la radio  y empapelaba el país: “veinticinco años de paz”, un tiempo que casi triplicaba nuestra vida, y que, para que la paz durara siempre, los mayores deberían votar “Sí al referéndum”… sabíamos que Gigliola Cinquetti había ganado el festival de San Remo cantando con una voz empalagosa aquello de: “No tengo edad para amarte” mensaje subliminal para las chicas: decentes, obedientes y sumisas; The Beatles triunfaban en todo el mundo, incluso en las plazas de toros, con sus descarados flequillos, arrastrando a la enajenación a chicas y chicos que se desmelenaban delirantes . The Animals, a pesar del nombre, sabían comportarse correctamente en “La casa del sol naciente”.    

Pero también habíamos oído hablar, sotto voce, de otras canciones, las prohibidas por su falta de decoro, de libros que no se podían leer, bajo pena de pecado mortal ¡Dios nos libre de Françoise Sagan dando los buenos días a la tristeza, a pesar de que su novela tenía mi misma edad, diez años, “Bonjour tristesse” seguía siendo transgresora, envuelta  en ese francés susurrante y pecaminoso; también supimos que las películas  se arreglaban a corte de tijera…

Mientras España se debatía entre el SI y el NO al referéndum _ nunca se hizo, lógicamente, campaña a favor del NO_  el mundo  que se expandía con nuestras indagaciones, nos llevaba a cometer pecados tan impuros como nuestros pensamientos inconfesablemente infantiles. Y, mientras todo esto sucedía aquí, en el planisferio de la del mundo por descubrir: Tanganica y Zanzíbar se unían para parir Tanzania; en la revista bonaerense Primera Plana, Quino daba a luz a Mafalda; en Sudáfrica condenaban a Nenson Mandela a cadena perpetua mientras que en los Estados Unidos, Malcom X creaba la organización de “La unidad afroamericana”, Ernesto Guevara de la Serna, un médico al que llamaban “Che”, pronunciaba su inolvidable discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Ku-Klux-Klan asesinaba a tres activistas pro-derechos de los negros, los estudiantes alborotaban las calles y las universidades revelándose contra la guerra de Vietnam…Nosotros supimos de ello mucho después; y … ¡sí!, 1965 fue un año tan especial como cualquier otro año.

Pero aquel julio en el que llegaban a la Tierra las primeras fotos de la superficie de Marte, yo andaba por Ribadesella a la pesca de cangrejos y de miedos inventados, en casas de indianos, ruinosas entonces y ahora hoteles en primera línea de playa;  después, unos  días de setiembre por Cabrales con mi Güelita, aprendiendo a pastorear las cabras de una vecina. A un amigo de mi padre, con buena voluntad,  le había parecido que aquello sería un exceso de tiempo libre si se tenía en cuenta el durísimo curso que se avecinaba _ inauguraríamos un instituto y un bachillerato_   y sugirió que unas lecturas que guardaran relación con las vivencias del verano, harían que mi cabeza se mantuviera alerta hasta el momento de iniciar el curso: La isla del Tesoro y Adiós Cordera. Como se trataba de libros que no estaban prohibidos, me parecieron poco interesantes  y los leí con pereza y un cierto desdén _ ¡craso error!_ más aún cuando me adentré en el íncipit de la obra se Stevenson.

Y a  finales de septiembre me encontré, una noche, frente a una mesita de estudio y una silla  incómoda, para evitar que “me fuera”, como se decía entonces, “por los cerros de Úbeda”, pero… lo mismo que algunos se pueden ahogar en un vaso de agua, yo, siempre tuve recursos para perderme hasta en una silla.

Como madrugar nunca ha supuesto un problema para mí, muy al contrario, sigo buscando en el cielo de la noche que declina, algo que me asombre, y en la tierra pasos a destiempo, rumor de hojarasca, ladridos, maullidos, graznidos    … … … …    así que, aquel primer día de instituto me levanté temprano, como siempre  _cada cual tiene derecho a sus pequeños vicios_   mi madre estaba ya preparando un desayuno especial que me proporcionaría la fuerza suficiente para la dura labor y…estaba nerviosa.

Y allí iba yo, con mis libros tan nuevos como su olor, sujetos por unas correas de cuero, un artilugio muy “retro” pero que resultaba estar de moda en ese momento, con un detestable mandilón de cuadros colgado en el brazo, una espinilla en la nariz ¡oh!, y una buena dosis de curiosidad, y es que, si como dijo Lautréamont en su poema maldito _ ¡madre mía, si algunos levantaran la cabeza! _ Los cantos de Maldoror, “la curiosidad nació con el universo”, la mía dio el estirón en esa época, y desde ese momento y hasta hoy, ser curiosa es mi única  virtud.

Fui recogiendo a mis amigas y compañeras  por orden de cercanía geográfica: Helena, Mari, Imma, Leni, Rosa… Si no estaban preparadas, pasaba a la casa siguiente, me gustaba observar sus hábitos matinales, sus preferencias en el desayuno, el comportamiento de sus padres respecto al de los míos, si se vestían para el desayuno o las encontraba en pijama mojando galletas María en el cacao.

Todo era nuevo, incluso nosotras.

Recuerdo el edificio, feo para mi gusto actual pero moderno e impresionante a mis diez años; dentro, un gran encerado, unos pupitres verdes, de un verde desvaído, igual que las persianas, de las que llamaban venecianas, que evitaban la distracción cuando los chavales hacían gimnasia  _lo de E.F. fue muy posterior_  en el patio; debo aclarar que las clases no eran mixtas. Nosotras, veíamos a nuestros amigos subir el camino por el que accedían a  su puerta de entrada, y controlábamos sus movimientos, sus miradas furtivas, sus sonrisas cómplices pero creo que ni nos saludábamos en esos momentos vigilados por los profesores que cuidaban los patios. Esos niños amigos más que compañeros, eran destinos encerrados en la misma vasija de Pandora que sus amigas, nosotras, pero separados por dos pisos y dos patios ¡afortunadamente! ¡cualquier cosa antes que dejarse ver con el famoso mandilón! Y a la espera de que se desataran las Furias, mientras tanto hacíamos “pandilla” justo al salir de clase, en el parque, en las excursiones al monte… ¡Podría citar a tantos! los agradables, los guapos, los graciosos, los tímidos, los enigmáticos…pero no quiero.

Recuerdo a la maestra de preparatorio, muy joven, guapa, severa, la señorita Gloria, que aquel día, tuve la impresión, estrenaba un abrigo de entretiempo muy elegante, color marfil.

Al finalizar ese curso, tuvimos que enfrentarnos al  temido Examen de Ingreso y esas eran ya palabras mayores, el tribunal encargado del examen estaba compuesto por profesores del Instituto Bernaldo de Quirós de Mieres,  del que el nuestro era una filial, y eso… daba mucho miedo, señores con traje y corbata, señoras de cara muy seria…¡tuve suerte! Más que nada porque el primer profesor que me examinó era agradable y  simpático:

-Bueno, bueno; así que usted es la señorita González Fuentes _¡Se-ño-ri-ta! _ pues … … … Fuentes, Fuentes _repitió como si estuviera pensando mucho_ Explíqueme usted lo que es una fuente.

Y, primero titubeando, temblando, y poco a poco, afianzándome en la tarima como si hubiera enraizado en ella, fui desarrollando mi exposición sobre asuntos de la naturaleza que, más que por haberlos estudiado con énfasis en los libros, eran producto del conocimiento empírico  ¡ventajas de ser curiosa!

Una vez pasada la primera frontera, en la que muchos se quedaban enganchados a las “concertinas” del sistema educativo, otros a la necesidad de un jornal más en la casa,  los que conseguían continuar con sus estudios, se sentían importantes, se decía incluso, y mi padre me lo dijo, que  merecía la pena estudiar porque, una vez que se tuviera el Bachiller Elemental, seríamos dignos de ser tratados de “don” o “doña”. Y conseguí saltar esa valla. Tanto esfuerzo para que ahora, incluso algunos jovencitos a los que nadie se molesta en explicar ciertas normas, me tuteen a los sesenta y tantos.

El porqué de que algunos profesores se quedan fijados en la memoria de los alumnos mientras que otros pasan por sus vidas volatilizándose al cabo de uno o dos cursos, no es cuestión de su buen o mal hacer respecto a su trabajo, que también, a veces es únicamente una cuestión de momentos minúsculos en días sin trascendencia en los que la luz del otoño entrando entre las láminas de una persiana, hacía que la esmeralda de la sortija  de la Señorita Isabel convirtiera la bruñida cubierta de “Platero y yo” en una  irisada aurora, o que su énfasis en la lectura de ciertos pasajes de “Tartarin de Tarascon” nos hiciera  desternillarnos de risa con las fantasías de aquel pequeñoburgués cazador de leones … Isabel, se llamaba Isabel, e hizo que un día, la curiosidad sembrada por sus lecturas me llevara a Tarascon ; gracias.

Quiero hacer mención aquí a los libros de aquella colección, obras muy importantes de la literatura mundial adaptadas para jóvenes y cuyas ilustraciones eran fascinantes.             

La señorita Mallada, enseñaba con fervor Física y Química pero yo, aquel día, me había enzarzado con un Bic en una danza cuya música ponía la clase de solfeo del aula de al lado _no recuerdo el nombre de la profesora de música, pero me gustaba_ cuando ocupé de nuevo el pupitre al caer de la nube, la profe explicaba a las demás que las fuentes de energía nada tenían que ver con las energías de Fuentes, que era ¡yo! Y me tocó pasillo, ya sabéis; sin embargo, recuerdo con orgullo mi habilidad  para resolver los problemas de geometría cuando ella me enseñó matemáticas.

La señorita Margot, me enseño geografía y con ella aprendí, entre otras cosas, que no sé qué región de España era la primera en la fabricación de algo que picó mi curiosidad, ¡los rodamientos a bola!, tengo una vaga idea de qué se trata. También me enseñó que los pasamanos no se habían inventado para que descendiéramos por ellos a horcajadas. Desde aquellos años, amo los mapas tanto como los lapiceros.

D. Fernando, me enseñó a dibujar con muy buenos resultados.

En las clases de religión no aprendí a creer, pero me enseñaron muchas historias que yo aúno a la Teogonía para consolidar el fuste de mis modestos conocimientos sobre el Mito.

Recuerdo con ternura a María José, que enseñaba francés ¡de tal forma! que yo escuchaba de fondo una jaba, lo más cercano al París que yo imaginaba. María José se nos murió joven y como sí era creyente… ¡que Dios la tenga en su Gloria!

Lillo nunca me dio clase, por mucho que él lo crea, pero estoy segura de que su latín me habría entusiasmado, alguna que otra vez, se vio obligado a sustituir a otros en mi aula. Lo recuerdo joven, entusiasta, firme tratando de imponer disciplina entre aquellas cabras locas que éramos la chicas de 4º (Un agradecido abrazo, profesor)

Seguramente habría otros y otras que merecieran el recuerdo pero…como ya dije, pienso que este es caprichoso, les pido perdón.

Con el pasar del tiempo algunas de mis costumbres cambiaron y seguramente a peor, ya se sabe ¡la adolescencia! Y… si además eres curiosa…pero la costumbre de ir a buscar a las amigas la mantuve, así como la de observar sus costumbres:

Imma, desayunaba café con leche en el que bañaba unas galletas de hojaldre de una marca americana _¡El mundo que se expandía!_  en las que había extendido mermelada de ciruela, y se quedaba pensativa hasta que, muchas se le caían, ahogándose en el café…

Leni vivía entonces en la Plaza de la Madera de la Cuadriella en una casita preciosa de estilo inglés y al lado de otras hermosas casonas con hermosos jardines en los que habían vivido los ingenieros de Hulleras del Turón, cuando yo  llegaba a la suya, ella ya estaba preparada. Me gustaba saludar a Carmina, su madre.

Otras veces, mi intempestiva visita irrumpía en casa de Rosa Araujo, ella era tranquila, iba despacio, despacio, despacio…hasta que su madre…

  -Rosa ¡lávate los dientes!

Y Rosa se cepillaba los dientes con tanta prisa que, ya en la calle, yo le recordaba…

  - Rosa, tienes dentrífico en la comisura de los labios…

Y las dos nos reíamos porque le pasaba todos los días.

Y llegábamos a la hora, todas. Algunas venían de la parte baja del valle, como Dosi, y en Dosi vi, no una, ni dos veces, ¡más!, el milagro más bonito de la ¿física?:

En las mañanas de hielo, Dosi se emboscaba siempre en una bufanda de lana, muy, muy calentita, y su hálito humedecía sus pestañas a tal punto, que se le congelaban y formaban el más bello de los maquillajes, una tiara de minúsculas lunitas llenas coronando sus ojos.

…Y en el transcurso de este Bachiller pasaron otras muchas cosas, dado que cada año era tan importante como el anterior, pero…aquel verano en el que yo me preparaba para dar otro gran paso, Neil Armstrong grabó los suyos en la superficie lunar. Creí que el satélite había perdido para siempre su enigmática existencia pero no fue así, sigue atrayendo a los curiosos.

Texto leído por Graci en la celebración del acto conmemorativo del IES Valle de Turón

© Ángeles González Fuentes, Turón, noviembre 2016