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Cien años, un siglo y una vida enseñando

Hulleras del Turón lo fue todo. La Empresa, como siempre se la llamó, proveía todopoderosa el mantenimiento y acotaba vidas y actividades. Cien años después, los Cuarteles de San Francisco y el colegio de La Salle recuerdan, transformados o renacidos, lo que fueron dos ejes necesarios que vertebraron nuestro valle. Dos proyectos gemelos abrigando familias y forjando vidas. Entrar en La Salle, sustentado por los beneficios mineros, era como abrir la puerta a un mundo diferente, a un hipotético y brillante horizonte lejos del carbón. Si San Francisco concentró a los mineros alrededor de su trabajo, en el Colegio confluyeron las jóvenes mentes de todos los pueblos. Era un mundo de estudio que practicaba con éxito la sabia cita de Juvenal: « Mens sana in corpore sano ». Fueron muchas las generaciones de estudiantes que pasaron por sus aulas y que aún hoy, a pesar del desgaste del tiempo, podrían añadir sus nítidos recuerdos a cada recordatorio, a cada frase y a cada palabra de esta primera entrega de nuestro colaborador Carlos Vega.

Recuerdos al atardecer

 

Carlos Vega Zapico

 

 

UNA CELEBRACIÓN CON MÁS PENA QUE GLORIA

La Salle en Turón: 1919 – 2019

I Parte

 

 

                                                                         

        

 

                         

En los años en que como maestro tuve que explicar la asignatura de  Historia, solía comenzar diciendo a mis alumnos que “La Historia”, así, en singular, no existía, puesto que había tantas Historias como personas -autores- se dedicasen a escribir sobre  unos determinados hechos, haciendo de ellos su interpretación personal lo que sin duda, aún no queriendo, puede conllevar una parcialidad más o menos tendenciosa. Por ese motivo, cuanto sigue no deja de ser  “mi Historia”, que bien pudiera ser complementada por las vivencias -Historias- de los miles de alumnos que como yo, pasaron por las aulas del colegio La Salle, hoy tristemente, como otras tantas cosas, desaparecidas en este Valle.

Bueno y de agradecer sería, que ésta, “mi Historia”, se pudiera ver ampliada tanto en el aspecto ¿literario? como en el gráfico, pues es en la contemplación de las fotografías donde recordamos caras, vivencias… y ¿por qué no? completamos nuestra propia Historia, la de todos.

 


 

Hacía tiempo que por mi cabeza rondaba la idea de escribir algo sobre el Centenario del Colegio La Salle de Turón cuya fecha debería haberse celebrado el 7 de enero de 2019,  en que los primeros alumnos del nuevo colegio de Hulleras del Turón cruzaron las puertas para ponerse en manos de los seguidores de San Juan Bautista de La Salle. Toda una novedad.

Faltaba esa “chispa” necesaria para que uno se sentase ante el ordenador y comenzase a teclear sobre la hoja de papel en blanco las notas amontonadas en un viejo cuaderno. Y surgió. Como suelen suceder muchas veces las cosas, por casualidad. Fue a mediados del mes de agosto, a eso del medio día, cuando, a la espera de un culete de sidra, escuche una voz que hablaba a mis espaldas. Di la vuelta y la cara no se me había despistado pese a más de cincuenta años de no haberla visto. Aquel era “Paulinín”, antiguo compañero de mis primeros años escolares en el colegio. Era aquel guaje de La Felguera, de gafas, “fiu de Paulino el fontaneru” y hermanu de Alfredo al que también recordaba, con cara aniñada, a pesar de ser algo mayor que nosotros, jugando al fútbol en aquel insustituible “campo de grava del colegio los frailes”.

No podía quedarme con la duda, pues era uno de los compañeros de época escolar de los que nunca había sabido nada. Así, que sin ningún tipo de  problema  no tuve más que dirigirme a él y preguntarle: 

            -Perdona, pero, por casualidad, ¿tú te llamarás Paulino?

Pese a verse un tanto sorprendido, su respuesta fue afirmativa lo que confirmó todas mis dudas. Hablamos, recordamos tiempos pasados y digamos fue la primera piedra de cuanto, relatado en primera persona, prosigue con la única finalidad de dejar constancia de unas vivencias personales de una entidad que si bien “salió del Valle por la puerta de atrás”, siempre contó con el agradecimiento educativo de aquellos miles de turoneses que pasaron por sus aulas.

En 1994 me tocó presidir el Comisión Organizadora del 75 Aniversario de la inauguración del Colegio La Salle de Turón. El cartel anunciador de tal celebración  -cuyo original, por cierto, desapareció de malas maneras de la imprenta-  fue obra, como no podía ser de otra manera, del turonés, amigo y compañero en tiempos escolares Juan Luis Varela, resultando ser todo un tratado de la simbología lasaliana. En aquellas fechas, auguré, pese a ser tachado de pesimista y pájaro de mal agüero, que no habría celebración del  centenario puesto que las cosas ya comenzaban a funcionar de manera distinta a como lo habían hecho hasta entonces, atisbándose negros nubarrones que no parecían anunciar un futuro feliz. El tiempo, único testigo que nunca miente, terminó por darme la razón. No es función mía analizar el por qué de la desaparición de la institución lasaliana del Valle del Turón puesto que las mismas son numerosas y variadas, entrando en un sin sentido de opiniones que a nada conducirían. Guerra enseñanza pública/enseñanza subvencionada y el mundo de la rentabilidad económica dieron al traste con una labor que concluyó con cierta “nocturnidad y alevosía” en una despedida que aún hoy, con el paso del tiempo, sigo sin entender por mucho que trato de hacerlo.  Pero, como exalumno, exprofesor y sobre todo como turonés agradecido a una institución educativa que me enseñó muchos de los principios que me acompañaron a lo largo de la vida, quiero dejar constancia de estos recuerdos que no tienen otra pretensión que el recuerdo de unos años en los que presumíamos de “ir a los frailes”. Sin duda no fue aquel un mundo idílico, pero nunca puede uno renunciar del tiempo que le ha tocado vivir. Así, que hagamos un poco de Historia de una de las instituciones, en su día y durante muchos años, emblemática de nuestro Valle y hoy, como tantas otras cosas, arrinconada en el cada vez más viejo armario de los recuerdos personales.

El año 1919 no había comenzado bien en el Valle del río Turón. El número de habitantes había ascendido a 7021 y el gran problema de la escasez de vivienda para los trabajadores seguía sin resolverse puesto que los habitantes crecían a mayor rapidez que la construcción de viviendas. Tan sólo habían pasado cuatro días del nuevo año cuando en el pozo Santa Bárbara un joven de tan sólo 31 años, Julián Morán García, perdía la vida arrollado por un vagón que se había desprendido de un plano.  Tres días más tardes, el martes 7, pasadas las festividades navideñas y aún recientes los regalos que los Reyes Magos habían dejado a los niños, éstos esperaban impacientes y nerviosos en el patio del recién construido colegio. Allí, en las escaleras que daban acceso al nuevo centro, esperaban cinco personas que llamaron poderosamente la atención de los niños por su novedoso atuendo. Vestían sotana negra y destacaba sobre ella unan pieza blanca almidonada alrededor del cuello que pronto les daría en el Valle el nombre popular de “Baberos”. Pertenecían al Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, más conocidos como Hermanos de La Salle, en memoria de su fundador el sacerdote, teólogo y pedagogo francés Juan Bautista de La Salle y sus nombres eran Román Maestro Maestro, Agapito Olivares Goicoechea, Epifanio García Martínez, Pablo Díaz de Zárate Ortíz y Emiliano Santamaría Angulo aunque los alumnos comenzarían a conocerles como los  Hermanos Hoptato Román que sería el Director académico  y de la comunidad, Casareo Vivián que se encargaría de la primera clase con 54 alumnos, Alfonso Vivián que estaba al cargo de los 60 alumnos del segundo curso, Norberto José encargado de la tercera clase y de sus 66 alumnos y Floriano Félix el más joven de ellos  que sería quien se encargase  de los 72 alumnos de la cuarta clase. Con la oración matinal seguida de una breve reflexión comenzaba aquella primera jornada escolar. Era el comienzo de la nueva escuela con 252 alumnos repartidos en los cuatro cursos existentes.

La historia, había comenzado años atrás -1915-  cuando, al amparo de los beneficios fiscales proporcionados por el Estado para el desarrollo de actividades de índole social, sanitario y/o cultural, la empresa minera Hulleras del Turón, fundada el 20 de abril de 1893 con capital vasco-asturiano y que transportaba a las acerías del País Vasco el carbón extraído en Asturias, comienza, de la mano de Eduardo Merello Llasera y Rafael del Riego y Ramón, máximos mandatarios de la empresa minera en el Valle del Turón, las gestiones encaminadas a la construcción de una escuela para los hijos de sus trabajadores, al igual que ya lo habían hecho otras empresas minerosiderúrgicas instaladas en las cuencas mineras. Con el paso del tiempo tuve la ocasión de conocer, aquí, en Turón, a algunos descendientes de estos dos grandes desconocidos de nuestra Historia local con los que pude charlar distendidamente.  En La Felguera los Hermanos se habían instalado de la mano de la empresa Duro Felguera en 1902 y en Mieres dieron sus primeros pasos de la mano de Fábrica de Mieres dos años más tarde, mientras que al valle de Aller llegan gracias a las gestiones realizadas por Hullera Española en 1906, instalándose en Caborana y más tarde en Bustiello. Pero, volvamos a nuestro Valle de Turón. Las gestiones de la “empresa” para construir la nueva escuela fueron dirigidas hacia unas fincas situadas en Puenes -hoy Vistalegre- algunas de las cuales eran propiedad de los condes de Revillagigedo a los que les costó deshacerse de estos terrenos. Los dirigentes de Hulleras del Turón –por entonces Francisco Fontanals y Eduardo Merello- deciden dejar la dirección de la nueva escuela en manos de los Hermanos de La Salle, quizás conocedores de la labor que realizan en Mieres donde llevan años impartiendo clases en la escuela construida por Fábriaca de Mieres y quizás conocedores de la tarea que dichos religiosos venían realizando en la escuela  que en Bilbao se había puesto bajo la tutela de los Hermanos desde el 15 de octubre de 1887 gracias a la familia Ybarra, de la mano de Gabriel Mª de Ybarra Revilla, estrechamente vinculada a la empresa carbonera en la persona de su hermano  Fernando  y de Tomás de Zubiría e Ybarray cuyos resultados eran alabados en el periódico el “Noticiero de Bilbao” al finalizar el primer año de funcionamiento. Así las cosas, lo cierto es que el 31 de octubre de 1917 se mantiene una reunión entre el Director Técnico de Hulleras del Turón Sr. Hortanal y el Hermano Superior del Instituto representado por Hno. Visitador  Provincial de Madrid Hermano Adriano en la que se establecen y firman las Bases de la Fundación de la Escuela y que constaba de las 11 claúsulas siguientes:

1.- La Sociedad Hullera del Turón con el fin de beneficiar a los niños del pueblo de Turón y especialmente a los de sus obreros y empleados funda y dota una escuela de la enseñanza completa.

2.- Su objeto es fomentar la instrucción y cultura de los niños basadas en los principios de la religión católica; por esto la Sociedad Hullera del Turón encomienda la dirección de la escuela a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que serán en número de cinco, conviene a saber, cuatro profesores y un Director. Habrá además un criado al servicio manual de la casa.

3.- La Sociedad entregará a los Hermanos antes de que tomen posesión de la casa la cantidad de 1.500 pesetas por cada uno en concepto de gastos de instalación: viaje, ropa, mobiliario, biblioteca y demás quedando todo ello desde luego propiedad de los Hermanos. Entregará así mismo 300 pesetas para el ajuar del criado.

4.- Dará una asignación mensual de 125 pesetas a cada Hermano y 75 para el criado así como el carbón, agua y luz.

5.-  Para el suministro gratuito de los enseres de clase a los niños se deben contar como término medio unas 5 pesetas por alumno y por curso.

6.- La admisión de los niños está reservada a la Sociedad Hullera del Turón o a la persona que designase. Se hará constar por medio de una papeleta debidamente firmada que se entregará al efecto.

7.-  El Hermano Director tendrá derecho absoluto de expulsar a los alumnos que por su conducta lo merezcan.

8.-  Corre por cuenta de la Sociedad Hullera del Turón proporcionar y conservar los edificios para la habitación de los maestros y de los alumnos así como el material de enseñanza y el mobiliario escolar. Estos gastos no estarán comprendidos en las cantidades arriba mencionadas.

9.- Con el fin de que los Hermanos puedan conservar el espíritu de su estado y la uniformidad en su enseñanza, deben disfrutar de entera libertad para observar las Reglas del Instituto, tanto las que conciernen al interior de la Comunidad como las que se refieren a la dirección de las clases y elección de textos. Seguirán en su enseñanza el sistema "Simultáneo-mutuo" expuesto en el libro llamado: Guía de las Escuelas Cristianas.

10.-  El superior general tendrá la facultad de trasladar a los Hermanos cuando lo juzgue conveniente. Del mismo modo podrá retirar a los hermanos si llegase el caso de que no disfrutasen de la libertad mencionada en el artículo anterior.

11.-  Si por un motivo cualquiera los Hermanos tuvieren que abandonar la dirección de la escuela, ambas partes toman la obligación de avisar a la otra con Seis meses de antelación, y la "Sociedad Hullera del Turón" les abonará a cada uno 300 pesetas como indemnización por gastos de cambio de casa, viaje, etc.

Salvados todos los impedimentos, la escuela se construye a lo largo del curso 1917-18 y el edificio constaba de dos plantas. Cuatro clases en la parte baja entre un jardín y los patios de recreo mientras que en la parte superior se encontraban las dependencias destinadas a los Hermanos: la vivienda, una pequeña capilla y una sala de estudios comunitaria.

El documento fue hecho por duplicado y firmado, como se ha dicho, en Turón el día 31 de octubre de 1917. El edificio constaba de dos plantas. Cuatro clases en la parte baja entre el jardín y los amplios patios de recreo. En la superior se instalaría la vivienda de los Hermanos, el oratorio y la sala de estudio. Sin que a ciencia cierta se sepa el motivo, la escuela se puso bajo la advocación de Nuestra Señora de Covadonga, patrona de Asturias, aunque lo usual fue que desde un principio se la conociera como Colegio La Salle siguiendo las costumbres de las demás escuelas dirigidas por los Hermanos. Así, la manera de que los Hermanos conseguían que sus escuelas resultasen gratuitas para los alumnos no era otra que hacerse cargo de centros dependientes de Fundaciones o empresas, mientras las empresas eran dueñas de las edificaciones y los enseres, los Hermanos se encargaban de la enseñanza a cambio de un sueldo como hemos visto con anterioridad, lo que hacía que la relación de los Hermanos con los empresarios fuesen en general buenas ,aunque es cierto que hubo épocas de cierta tirantez debido sobre todo a cuestiones económicas aunque hay que decir que el coste, parece ser, era similar al de cualquier maestro de aquellas escuelas que la empresa mantenía a lo largo del Valle.

La “escuela”  pronto se quedó pequeña y vinieron, luego, las sucesivas ampliaciones. Primero en 1932 con lo que conocíamos como “Pabellón de la Güerta” y en 1958 el “Pabellón de Antiguos Alumnos” -asociación que había nacido allá por 1949 si bien ya venía funcionando desde años antes y que llegó a cantar con un Boletín Informativo propio- quedando su estructura como se conoció hasta su desaparición como centro educativo.

Los Hermanos de la Salle trajeron al Valle un nuevo tipo de enseñanza escolar. Al inicio y como punto de partida se repartían los alumnos en diferentes grados de acuerdo con el nivel de conocimientos que poseía el propio alumno, encargándose de cada grado un Hermano lo que implicaba la necesidad de un local para albergar la correspondiente aula. Toda una novedad cuando la enseñanza pública no disponía de escuelas graduadas, lo cual, sin duda elevaba la calidad. Este sistema propició que algunos tuviéramos unos compañeros de pupitre en unos cursos y no en otros como muchas veces se comenta al recordar tiempos infantiles. Y así entré por primera vez, de manera oficial, en aquel gran patio dividido entre hormigón y grava al que se accedía tras cruzar el gran portón de hierro que aún hoy existe sujeto a dos pétreas columnas. Luego había que colocarse en fila, cada uno con su clase, hasta que el Hermano hacía un gesto para que comenzásemos a subir los escalones. La puntualidad era una máxima y la hora de inicio, por la mañana, las 9:30 en que sonaba la campana indicaba el momento en que el portón de la calle quedaba cerrado. Por la tarde las clases daban comienzo a las 14:30 dándose por finalizadas a las 16:30.

El primer día de asistencia al nuevo centro, después de que en mismo constara todos mis datos que se tomaban en un libro de “Filiación Escolar”, en el que constaban: apellidos, nombre, fecha de nacimiento, nombres del padre y madre, profesión, domicilio y hasta teléfono, si es que se tenía, me tocó en suerte el Hermano Enrique al que todos conocíamos como “el de la mano de goma” aunque realmente nunca se la llegamos a ver. Con el tiempo supe que la había perdido en un accidente y siempre se le consideró como un excelente parvulista. Hombre de corpulencia robusta y genio notable, verdadero enamorado de los pájaros que cuidaba en uno de los desvanes del colegio y que  estaba acompañado por “Mesio el de San Andrés”. Dado el elevado número de alumnos que había en la clase, a partir de 1955 comenzaron a compartir docencia con los hermanos algunos seglares y así conocimos al citado Mesio,  a Joaquín, a José Luis, a Desiderio, a Alfonso…. Eran los tiempos en que uno abandonaba la pizarra y el pizarrín para iniciarse en la caligrafía de aquellos interminables cuadernos de Bruño -editorial lasaliana fundada por el  francés Hno. Gabriel Marie Brunhes - a base de pluma y tinta. A última hora, cuando uno estaba a punto de presentar el cuaderno ¡zas!, el consabido “chapón” que ponía en práctica nuestras habilidades para intentar disimularlo a base de secarlo con tiza y raspar con cuchilla de afeitar que nunca podía faltar en nuestro “plumier” de madera ´pronto llegaron aquellos primeros bolígrafos de la marca Bic que supusieron toda una innovación y adelanto-. En la parte matemática todos los días el repaso de las tablas mientras ascendíamos y descendíamos puestos a tenor de los aciertos y como recompensa, aquellas barras de negro regaliz de la marca Zara que nunca faltaba en la mesa “de mando”. Las clases daban comienzo a las nueve treinta de la mañana y salíamos a las doce y media bajando en fila hasta pasada la confitería mientras que “los de arriba” lo hacían hasta casa Ardura. ¡Qué recuerdos!.

Eran tiempos de una educación “memorística” por lo que no es de extrañar que mis compañeros de época aún recordemos aquellos versos de José María Gabriel y Galán en su poema “El Vaquerillo” que recitamos una y cien veces: “ He dormido esta noche en el monte ,con el niño que cuida mis vacas. En el valle tendió para ambos, el rapaz su raquítica manta ¡y se quiso quitar -¡pobrecillo!-, su blusilla y hacerme una almohada!... Claro que de geografía tampoco andábamos nada mal. Había que saberse los pueblos de España. Recordáis: Burgos, Briviesca, Miranda, Lerma Salas, Belorado, Castrojeriz, Roa, Aranda, Villadiego y Villarcayo. A así, provincia por provincia hasta el punto de aprenderlos cantando haciendo de ello competición entre nosotros mismos.

Vienen a mi mente aquellos vales, tanto los individuales como los colectivos, que de diferentes colores, servían, entre otras cosas, para “hacer excursiones” los jueves por la tarde -que no había clase- hasta la cima del Pico Polio o carretera arriba hasta “el prau la Vegona”, siempre que el tiempo -y el Hno. Director de turno- lo permitiese. Y así, semana tras semana con las consabidas entregas de notas y donde nunca faltaba la “Conducta y Urbanidad”. Los partidos de fútbol en el “campo de graba” que dejaban nuestras rodillas camino del hospitalillo de la Felguera para que el “practicante” de turno, agua oxigenada en mano, dedicara un tiempo en limpiárnoslas para después echarnos la roja mercromina que daba fe de nuestras “heridas de guerra en el campo de batalla”. De aquellos tiempos guardo el imborrable recuerdo del gran “nacimiento” mecanizado que el Hno. Julio -con el paso del tiempo compañero- montaba en lo que con el tiempo sería la biblioteca. Recuerdo perfectamente aquel “monaguillo” vestido con capelina roja que en cuanto le ponías sobre las manos una moneda daba la vuelta para depositarla ante el portal. Era la primara vez que contemplaba algo parecido y perrona a perrona allí pasaba parte de las tardes navideñas.

No hay conversación entre compañeros de aquella época en que no salga a relucir Victo, “el Coci” como cariñosamente todos conocíamos al cocinero de los Hermanos, hombre de pequeña estatura y alegre sonrisa que a la entrada de la tarde solía asomarse a la ventana de la cocina y tirarnos algunos caramelos e incluso alguna que otra  pieza de fruta. Tampoco pasan inadvertidos aquellos “paseos a la güerta” en tiempo de las fresas, cuando con la inocente malicia infantil tirábamos el balón  para comer el abundante fruto que allí cuidaba Severino Minas, el hortelano -y portero del Centro, vecino de Vistalegre-  que más de una vez fue delatado por el color rojizo que salía de nuestros bolsillos fruto del aplastamiento al vernos sorprendidos ante tal fechoría. Aún seguimos recordando aquella “señal” que con frecuencia se convertía en arma arrojadiza y aquellas sesiones de cine en que lo primero que veíamos era aparecer la máquina en aquella capilla-salón -hoy prácticamente en desuso- con tan solo cambiar el sentido de los bancos… Recuerdos de una etapa infantil, de un estilo de vida, de un pueblo que vivía del y para el negro mineral de carbón y que hoy resulta más que difícil que las nuevas generaciones puedan entender.

Fruto de aquellos tiempos fue la relación de amistad con que contamos aquellos que en años infantiles compartimos pupitres y travesuras lo que hace que anualmente mantengamos un encuentro en el que volvemos a recordar aquellas anécdotas personales aunque casi siempre compartidas y unirnos, pese a la distancia que a algunos nos separa para seguir manteniendo aquellos lazos que nos unieron hace tantos años.

Cuando uno aprobaba el  examen de Ingreso -en mi caso en mayo de 1963- la cosa ya era más seria. Había que bajar a examinarse al Instituto de Mieres como “libre”, lo que suponía todo un reto. Al ser los exámenes por la mañana y por la tarde, comíamos a base de bocadillos que comprábamos en la Plaza de Abastos. El protocolo era siempre el mismo. Uno compraba de mejillones y otro de anchoas, pidiendo al dependiente nos partiese los “bollinos” por la mitad. De esa manera comíamos en manera verdaderamente compartida. Para muchos era la primera experiencia de verse fuera de casa aunque fuese por unas horas. Para quienes no querían seguir el bachillerato, quiero recordar que a principios de los años sesenta, a propuesta de la empresa Hulleras del Turón, comenzó a funcionar en el colegio una clase de lo que, por aquel entonces, se llamaba “preaprendices”, una especie de formación profesional que quizás iría destinada a futuros trabajadores de la propia empresa en sus talleres de La Cuadriella y que estaba a cargo del Hno. Jesús que a su vez era el director del coro escolar. Mi salida “oficial” del colegio se produjo tras finalizar segundo de bachiller, a finales de mayo del curso 1964-65, lo cual no supuso una total desvinculación con mis antiguos compañeros de estudios. Unos pasaron al Instituto de Turón, recién creado, otros optaron por acudir al de Moreda y los hubo que prefirieron seguir estudiando en el de Mieres. Ya cada uno fue  trazando su destino académico.

En mayo de 1969 el colegio celebró sus Bodas de Oro por sus 50 años. Ya no era alumno pero recuerdo aquella celebración por el impresionante  espectáculo que pudo verse en La Bárzana a cargo de los alumnos del centro. Todo un alarde de color y gimnasia esmeradamente preparado para la ocasión. Las gentes del Valle, agradecidas a la labor desarrollada por los seguidores de San Juan Bautista de La Salle les dedicaron una calle: “Calle La Salle”. No cabía ninguna duda que ya formaban parte de la propia Historia local.

Ahora, con el paso del tiempo, del viejo pabellón de “la Güerta”, sobre el que se encontraba “la terraza de los frailes” derribado en 2017 y sobre el que se levanta el nuevo Centro de Salud queda el recuerdo del constante “traqueteo” de las viejas ventanas de madera dada la cercanía del ya clausurado Pozo san José. La vieja pared que hacía de tapia aún conservaba, hasta no hace muchas fechas, los alegres dibujos de Walt Disney  que alegraban el patio de los más peques. Pero esa es ya otra Historia.

 

© Carlos Vega Zapico, Valle del Turón, marzo de 2019

 

 

                                                           

 

 

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