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A modo de preámbulo


por Ernesto Burgos
 

Phares-01a.jpgA lo largo de la historia los hombres hemos ido dejando sobre el paisaje huellas que ahora nos recuerdan otras formas de vida, muchas veces ya desaparecidas y que sin embargo sobreviven a su propia función recordando a las gentes que las construyeron. Así, los faros abandonados son, involuntariamente, el mejor monumento a aquellos que un día se quedaron para siempre en la mar, o los molinos de viento, con sus aspas muertas, evidencian un esfuerzo de siglos para aliviar el hambre con el producto de las tierras resecas del interior

 

En nuestros valles también tenemos enormes chimeneas marcando el punto exacto donde alguna vez existieron industrias que dieron vida y sustento a las familias trabajadoras; pero si hay una estructura que nos identifique y nos recuerde lo que somos -y sobre todo lo que fuimos- es sin duda el castillete minero, señal de una época concreta, apenas siglo y medio, tan breve para la histona que seguramente dentro de otro siglo y medio se recordará sólo como una anécdota. Y cuando lleguen esos días, ellos, los restos materiales que nos van a sobrevivir, serán las únicas pruebas de que este mundo existió realmente.

Pozu San Inocencio-Figaredo.jpg
Hubo un tiempo en que aquí todo era orbayu, silencio y verde; entonces las montañas estaban salpicadas de pequeñas aldeas y quintanas con hórreos varas de hierba, muretes y cuadras, mientras en el llano las casas, los lagares, los puentes y las iglesias eran más grandes y algunas plazas abiertas servían para albergar los mercados y las ferias. En esa época, que duró siglos, todas las mañanas eran iguales y las estaciones del año se repetían con el ritual que insinuaba la naturaleza y marcaban las personas.
 

El carbón siempre había estado debajo de aquel mundo, aunque a nadie le importase, pero una mañana alguien le dio un valor: ofreció unas monedas por un par de paladas y luego más por un cesto lleno -el primero-o Poco después solo quedó el orbayu, pero el silencio se perdió entre el ruido machacón de las fraguas, el entrechocar de las vagonetas y los desmesurados suspiros de las máquinas de vapor y sobre el verde fueron naciendo pequeñas manchas negras que crecieron deprisa hasta oscurecerlo todo.


luis de pervaca.jpgY ese mundo nuevo de trabajo y esfuerzo, de polvo negro y enfermedad, pero también de compañerismo y lucha, donde incluso hubo tiempo para gestar una revolución, fue el mundo de los castilletes. Cualquiera de estos armazones puede contar sus propias historias de alegría y de sufrimiento, porque el movimiento de su rueda hizo girar el destino de quienes la precisaban cada día para descender a un mundo oscuro, mucho más escondido que las raíces de 105 árboles, tan negro y tan lejos que ni los animales que vivían en el mismo suelo, bajo los prados, sabían nada de él.


Luego todo fue demasiado rápido, apenas cinco o seis generaciones, y los cíclopes de hierro que se habían levantado más altos que las espadañas de las capillas y las copas de los tejos para hacer girar sus poleas gigantescas empezaron a enmudecer sin darse cuenta de que, cuando el último minero se fuese, sólo iban a quedar ellos, pudriéndose como un anacronismo nacido sobre la tierra inmaculada o, al contrario, admirados con el respeto que se debe al testimonio material de una época que aquellos que nos sucedan tienen derecho a conocer De nosotros depende.