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Nuestro monte

Hay como una simbiosis indescriptible entre el turonés y su paisaje, una fascinación que opera como savia nutridora de sus raíces y un enamoramiento irracional, exclusivo y chovinista. Y es que como Secades, cada uno de nosotros lleva, atesorada, una pieza de la cartografía amorosa de nuestro Valle. Contenidas están las voces que lo poblaron y que traspasarán la Historia.

NUESTRO MONTE

Hoy estaba sentado donde la Librería Baquero,  cosa que hago muy a menudo, y contemplaba el monte, un monte poblado de vegetación, muy parecido a una de las selvas que vemos en los documentales de televisión, en nada se diferencia de las selvas de Colombia o cualquier país semejante de América Latina.

Y así extasiado, vinieron a mí un montón de recuerdos de la niñez, recuerdos aun frescos, aunque lejanos, recuerdos de cuando prácticamente “Los Guajes de Los Cuarteles “vivíamos en ese monte.

Recordaba cuando mi pandilla, Los Varela, Nerin, Saúl, Martínez, Viejo, Chicho,  etc., preparábamos salidas a la Llana del Cordal, lugar preferido para nuestras excursiones de todo un día, una vez terminadas las clases en el colegio La Salle. Quedábamos en la esquina de mi casa y con las bolsas repletas de bocadillos, que nuestras madres nos hacían con todo amor, y con una cantimplora llena de agua fresca que poco duraría en ese estado y enseguida sabría horrible, a ese sabor a plástico tan peculiar, nos dirigíamos por la calle principal de San Francisco hacia la vía del ferrocarril minero que rodeaba nuestro barrio. Mirábamos de reojo para casa Magdalena donde los trabajadores del “Teléfono” se turnaban para tomar un “campanu” o una copa de coñac, esperando que no nos echaran la bronca por cruzar las vías. Nada más cruzarlas encontrábamos las escaleras que nos encaminaban a “Les Curripes” .La de Gelita Neira era la primera. Recuerdo las más famosas entre nosotros, las gigantescas que hacia Vidal, la de Juan el de Rita, santuario para todos nosotros que deseábamos entrar allí por las enseñanzas de Juan. También estaba la de Pérez con unos melocotones sabrosísimos, la de Quiroga y tantas y tantas, antes de llegar a la de Saúl el del Economato que era la última que dejábamos antes de abordar el “Camín de la escombrera”. Caminábamos por él serpenteando toda la escombrera hasta alcanzar la cima y por su parte izquierda acometíamos la segunda hasta llegar a los Compresores del 3º de San José. A la altura de la trinchera de San Benigno, allí estaba el famoso transformador donde murió electrocutada aquella gitanilla que trataba de llevar algo de cobre para venderlo y comprar un poco de comida para su  casa. Por detrás del transformador ya cogíamos el camino que nos llevaba hasta “ La Casa del Basurero” o “ La Casa Rota” como solíamos llamar. Era un sendero muy estrecho y empinado que usaban los mineros para ir a trabajar a los grupos altos de San José, San Francisco y el Pozo la Balanza. Enseguida coronábamos el pico de Las Narices o el “Picu la Cruz” , llamado así porque durante muchos años desde abajo se veía majestuosa una cruz que por iniciativa del cura D. Rafael y de unos cuantos chavales (José Manuel Guardilla, Javier Barreiro, Tonín el de Delfina, y toda esa panda) habían subido y colocado en dicha cima donde  lucía majestuosa. Una bajadita y de nuevo a subir la cuesta que iba a la cumbre del Cutiellos. ¡Qué espectaculares vistas se divisan desde arriba! Recuerdo que allí comencé a hacer algunas de mis primeras fotos con una cámara de mi amigo Nerin que le había regalado su tío Pepín el fotógrafo. Una pequeña bajada y allí nos esperaba la Llana del Cordal, nuestro lugar de destino. La pradera totalmente llana, grande y hermosa, estaba rodeada por una arboleda donde posábamos nuestras cosas y allí a la sombra comíamos nuestro primer bocadillo. Después de reponer fuerzas, sorteo de compañeros y a jugar el partido de rigor. Me viene al recuerdo esa vez que jugando un partido cayó una nube impresionante dejándonos a todos empapados como sopas. Una vez parado el balón tocaba comer. ¡ Qué bueno estaba el bocadillo de tortilla allá arriba!  Unas veces nos quedábamos allí toda la tarde hasta la hora de la vuelta y otras caminábamos hasta La Braña y regresábamos por otros caminos. También recuerdo que hubo un tiempo que todos los días, por el verano,  Viejo y yo subíamos hasta “El Terceru” con mi tocadiscos de pilas y un par de aquellos álbumes que recogían un montón de discos singles y nos pasábamos horas escuchando música cerca de la bocamina. Los Sirex, Los Brincos, Los Bravos, Tony Ronald, Al Bano y un montón de cantantes más, hasta el atardecer.

La época de “La Foguera” también nos encaminaba a este monte a buscar leña en las escombreras y en los grupos. Era un largo desfile de críos con su balancín hecho con alambre y un palo y capitaneados por el mago de los guajes, el irrepetible “Laureano Patuca”. Hacíamos la mejor “ foguera “ de Turón en aquella época…..testigo que cogió Villapendi y aun le tiene en vigencia haciendo unos festejos fabulosos.

¡Cuántos recuerdos y cuántas vivencias de nuestro monte! Hoy sería imposible hacer nada de todo aquello. No hay caminos, la vegetación desborda todo. Es una autentica selva virgen en la que, con el paso de los años y al estar minado el terreno, van apareciendo agujeros y socavones muy peligrosos.

Pero la belleza de nuestro monte es extraordinaria. Una naturaleza que llenan de vida tantas especies animales que pueblan nuestro monte, jabalíes, rebecos, infinidad de reptiles y majestuosas aves que lo sobrevuelan. Ahora de diferente manera miro al monte y sigo disfrutando de él, unas veces plasmando con mi cámara bonitas instantáneas y otras sólo admirando su encanto que es único.

El siempre está ahí majestuoso,  imponente,  bello,…….SIEMPRE SERA NUESTRO MONTE

 

 

 

JC Secades, mayo 2015