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Santa Bárbara, el pozo que se cambió por Solvay.

Un hombre comprometido nunca puede ser ajeno a la Historia. Su lectura no puede ser aséptica ni políticamente correcta. Es la Historia con sus entresijos, sus injusticias, sus conflictos y al final también con sus frustraciones y sus fracasos. Es un repaso serio que nada tiene que ver con el romanticismo del recuerdo que tantas veces pule, alisa e idealiza los eventos. Con Antón Saavedra echamos una doble mirada a las verdaderas intenciones de los grandes y a las sacrificadas vidas del pueblo minero.

ANOTACIONES MINERAS

 

 

ANTÓN SAAVEDRA RODRÍGUEZ 


SANTA BÁRBARA, EL POZO QUE SE CAMBIÓ POR SOLVAY

 

Llegar a Turón significa adentrarnos en un valle de unos 54 kilómetros que guarda en sus entrañas una de las mayores concentraciones carboníferas de las existentes en España y allí, a la altura de un lugar llamado La Rebaldana – nombre de una sección del grupo minero de San Pedro que ya se venía explotando desde 1884 –, la Sociedad Hulleras del Turón inauguraba en 1913 un pozo minero de 113 metros de profundidad que acabaría siendo su buque insignia: el Pozo Santa Bárbara. De esa manera, la empresa de la burguesía vasca evitaba la excesiva atomización de su yacimiento, cerrando varios grupos de montaña e integrando a  todos sus trabajadores en el nuevo pozo.

El papel desempeñado por este pozo a lo largo de la historia de la compañía ha resultado crucial, ya que fue una pieza clave en el aumento de la producción experimentado en los años 1920, y también un campo privilegiado en la introducción de maquinaria para el laboreo, en la mecanización, con la introducción de los martillos picadores, y la mejora del transporte, que requirió la introducción de mejoras en el resto de instalaciones con la construcción, en paralelo, del nuevo lavadero de La Cuadriella, inaugurado en 1926.

Sin embargo,  al igual que ocurría en otras empresas mineras de los valles asturianos, para Hulleras del Turón uno de los problemas que precisaban una solución más urgente era la escasez de mano de obra, pues el número de habitantes antes de iniciarse la extracción de carbón se estimaba en aproximadamente mil personas, y si a ello añadimos el hecho de que la mano de obra autóctona continuaba considerando la agricultura como su fuente principal de ingresos, siendo el trabajo en la mina una fuente de ingresos secundaria, el problema se agravaba aún más, ya que, por una parte les otorgaba un alto grado de autonomía a los trabajadores, que significaba para la empresa tener que depender de la «voluntad de trabajo» de los obreros.

Por lo tanto el objetivo de Hulleras del Turón fue “educar” a la mano de obra autóctona para ser obreros industriales puros, desarrollando una política de captación de trabajadores procedentes de otros lugares, primero de las zonas rurales de Asturias, y después de otras  regiones de España, siendo tal la afluencia de personas procedentes de otros lugares que se puede asegurar que no hubo provincia de España que se haya quedado sin  desplazar a Turón a alguno de sus habitantes, hasta el punto de alcanzar el valle minero una población de 25.000 habitantes en muy poco tiempo, aunque puede que hubieran sido sido muchos más, si tenemos en cuenta que bastante gente estaba sin empadronar y que, estadísticamente, no figuraba en ninguna parte, pues las personas vivían hacinadas con sus familias en pequeñas “casas” hasta un número de treinta personas.

En el verano de 1939, consecuente con las normativas de seguridad que exigían al menos una segunda salida en cada pozo, daría comienzo la profundización del pozo auxiliar, a la misma cota que el pozo principal pero con un diámetro algo menor – 4 metros, frente a los 5.50 metros del pozo principal – llegando a alcanzar los 434,5 metros de profundidad, frente a los 544 que alcanzaría el pozo principal, con sus once plantas. Desde entonces ambos castilletes permanecen como símbolos inconfundibles de la historia industrial del valle de Turón.

No obstante, de acuerdo con los informes de acreditados ingenieros geólogos, parece ser que el emplazamiento del pozo Santa Bárbara no fue una elección muy afortunada, pues aún no se había interpretado el Sinclinal de Turón y fue perforado a unos 500 metros al norte del eje del pliegue, razón por la cual la caña sólo cortó capas de la rama norte del paquete Mª Luisa y la capa principal se les quedaba sin corrida hacia 7ª planta, una situación que se trató de corregir décadas después con la profundización del Pozo San José, perforado en el propio centro del sinclinal y equidistante con los principales cuarteles productivos.

Como ha quedado escrito, la generalización de la minería subterránea mediante pozo vertical y la consiguiente concentración de la actividad en puntos muy concretos indujo también a cambios en la residencia de los trabajadores, actuando los pozos como verdaderos motores de la urbanización de las vegas al necesitar mayor número de obreros, unos obreros que, debido a la intensidad que iba cobrando el proceso industrializador, ya no podían ser reclutados en exclusividad en las aldeas y pequeños núcleos cercanos al yacimiento, por lo que hubo que fomentar la demanda en áreas deprimidas o, directamente fuera de la región, lo que generaba necesidades de alojamiento, siendo consciente la propia empresa Hulleras de Turón de esta problemática cuando en su informe anual recogía literalmente que “Las viviendas para obreros son una de las mayores necesidades en el valle del Turón”.

De esta manera iniciaba la empresa la construcción del barrio San Francisco en el año 1915, constituido por 45 portales de cuatro viviendas cada uno. Los “cuarteles nuevos”, como familiarmente fueron bautizados, eran unas viviendas bastante bien equipadas para la época, dotadas de agua doméstica, servicios higiénicos y suelo pavimentado.

Mientras la explosión demográfica continuaba, hasta el punto de que en 1930 Turón había alcanzado una población de 12.000 personas, la Hullera de Turón se convertía en la cuarta empresa de la región al alcanzar una producción de 723.571 toneladas de hulla bruta en ese mismo año, lo que era tanto como decir la cuarta empresa nacional en lo que a minería se refería, el ayuntamiento mierense seguía haciendo oídos sordos a las peticiones del pueblo de Turón, tal como se puede leer en una crónica del diario “Región”, fechada en el mes de octubre, donde el pueblo exigía “se le diese a Turón algo de lo mucho que le correspondía”, tales como lavaderos públicos en los pueblos del valle, alumbrado eléctrico y obras de saneamiento para los barrios, todos ellos destrozados como consecuencia del enorme movimiento que conllevaba aquel volumen de extracción carbonera de sus entrañas, muchos de los cuales comenzaron a hacerse realidad a partir del año 1932, una vez que se estableció el gobierno de la República.

A la tímida reacción en la construcción de viviendas obreras, y dentro de la manoseada política paternalista de la empresa vasca, con la que pretendía el control del trabajador y vincularlo sentimentalmente a la empresa al objeto de conseguir aquel deseado obrero ideal para  garantizar su productividad, sucedieron las obras sociales como sustitutivo de las relaciones horizontales de solidaridad por una espuria “solidaridad” vertical entre el trabajador y la empresa, de tal manera que la empresa-negocio debía de convertirse en empresa-familia y el patrón-mercader en patrón-padre.

La taberna o chigre estaba considerada por la empresa como el “origen de los disturbios sociales”,en los que predominaban las ideas comunistas y anarquistas, y aquello preocupaba bastante a la dirección patronal a la hora de lograr su objetivo de  aquel “obrero civilizado” de vida familiar reglamentada y sana, en un hogar bien cuidado,que no sólo debía mantener al hombre alejado de los bares, sino que las mujeres debían aprender además a fomentar, mediante la buena comida y el buen humor, la recuperación de los maridos del trabajo, para así garantizar una reproducción más efectiva de su fuerza de trabajo, procediendo, en consecuencia a la construcción de escuelas domésticas para que las mujeres aprendiesen a llevar un hogar bien cuidado, figurando entre sus tareas la de servir al obrero para que éste pudiera llegar al trabajo en plenas facultades físicas y mentales.

El siguiente paso de aquel paternalismo industrial fue la educación de los hijos de los trabajadores, donde la escuela y la iglesia debían de asumir la tarea para hacer de los niños unos buenos obreros, encargando la tarea a los Hermanos  del “baberu”, es decir, los Frailes de la Doctrina Cristiana o de San Juan Bautista de La Salle (1917-2005), asumiendo, desde un principio, una relación de dependencia con la empresa que financiaba los colegios. Además, estos colegios religiosos se identificaban claramente  con la mentalidad clasista de los patronos, haciendo suyas sus ideas políticas y transmitiéndolas además a las asociaciones juveniles que fueron creando en paralelo a los colegios, sin ocultar en ningún momento sus simpatías por las opciones políticas de la derecha, por lo que ésta orden religiosa siempre fue considerada  por el movimiento obrero como una especie de policía ideológica que facilitaba a las empresas informes sobre el comportamiento público y privado de las familias, de los que dependía la posibilidad de una mejora en el puesto de trabajo, entre otras cuestiones.

Los economatos para los obreros y sus familias,  donde las amas de casa podían comprar controladamente, se convirtió en otro de los servicios de Hulleras de Turón, creando el primer economato, allá por el año 1894, sin olvidarse de instituciones como las cajas de pensiones y cajas de ahorro, tendentes a motivar a los obreros para manejar con “responsabilidad” los miserables salarios percibidos en aquellas agotadoras y largas jornadas de trabajo. Para la empresa, aquella «responsabilidad» no significaba otra cosa que habituarse al ahorro y a la regularidad de los ingresos, lo que exige un trabajo regular, buscando siempre crear una dependencia del obrero de su puesto de trabajo y, por lo tanto, de la empresa.

No obstante, a pesar de los esfuerzos de Hulleras de Turón para imponer su política paternalista, la misma resultó un fracaso a juzgar por los objetivos de incrementar la producción  en base al incremento de la productividad de los obreros, pero sobre todo a la hora de evitar la implantación del movimiento obrero porque la avalancha de los trabajadores hacia las organizaciones obreras fue tal que hicieron de Turón el baluarte del partido comunista.

Volviendo a los inicios de la empresa vasca en Turón, allá por el año 1894, tal y como ocurría en las demás compañías explotadoras de carbón, el medio de transporte fundamental para dar salida a la producción era el ferrocarril, adoptando la fórmula de transporte “en cascada”, esto era una serie de vías encadenadas, cada una de las cuales se correspondía con una fase en la preparación del carbón, de tal manera que, en una primera etapa, formada por una densa red de vías que emergían de cada una de las bocaminas, interconectaba las explotaciones de minería de montaña mediante cortas trincheras y planos inclinados, donde la fuerza de las mulas y la de los propios mineros se encargaba de mover las vagonetas. En una segunda fase, las vagonetas descendían hasta el ferrocarril principal, que comunicaba la cabecera de los distintos grupos mineros con el lavadero de carbones que la empresa había construido en La Cuadriella, y  finalmente, el carbón ya procesado salía por una línea de vía ancha que enlazaba en el apartadero de Reicastro, propiciando el flujo del carbón hacia los muelles de Avilés y Gijón o a la Meseta a través del puerto de Pajares.

Así, la Hullera de Turón construyó un ferrocarril de ancho de vía de 600 milímetros comunicando el lavadero de La Cuadriella con las distintas explotaciones, entrando en servicio el año 1893, de tal manera que, partiendo de La Cuadriella, la vía discurría en casi toda su longitud muy próxima al río Turón hasta alcanzar el grupo San Víctor, con una longitud de 3,5 kilómetros, dando servicio a los tres primeros grupos de la empresa – Santo Tomás, San Pedro y San Víctor -, a los que se uniría, en 1896, el grupo San José/San Francisco, emplazado aproximadamente hacia la mitad del recorrido.

Sería el año 1915, cuando la empresa llevaría a cabo un profunda metamorfosis en las líneas del ferrocarril hasta darle su aspecto final, cuando se construyó una prolongación del trazado entre San Víctor y La Rebaldana para dar servicio a los trabajos de preparación del pozo Santa Bárbara, que no comenzaría a producir carbón hasta 1926, con la prolongación de un tramo de 600 metros de longitud, que incluía un puente sobre el rio Turón a la altura del Molín de la Lloca y varios más para acceder a la plaza del pozo.

Una placa colocada en el barrio de San Francisco de Turón recuerda los sesenta millones de toneladas de carbón extraídas de la entrañas del valle minero de Turón que tanto significó solidariamente al  desarrollo del pueblo español, para quedar “tirado” y como una colilla en el suelo. Alguien dejó escrito que “La vida era para darla, no para permitir cobardemente que te la quitaren otros sin usarla”, y  los mineros asturianos en general, y turoneses en particular, han dado su vida con toda la nobleza imaginable, pero, a la vez, a ellos se la han robado sin poder usarla, a pesar de su valentía, porque el beneficio social obtenido de la explotación del carbón se lo han llevado para otras tierras, lejos de la nuestra. Más de mil personas fallecidas en accidentes mineros, miles de viudas, huérfanos, padres que perdían a sus hijos, miles de silicóticos y lisiados de la mina, millones de lágrimas y millones de ilusiones desvanecidas por sacar aquel oro negro que tanto benefició a otros, pero fuera de nuestra tierra.

Ese es el triste final de nuestras cuencas mineras, ese ha sido el final de un pozo minero, como el de Santa Bárbara, que sigue atesorando en sus entrañas grandes reservas de carbón para más de cien años, pero que ha sido víctima del pacto establecido entre el pandillerismo sindical y la burguesía española bajo aquel slogan del “antes de cerrar un pozo hay que pasar por encima de mi cadáver”, tal y como sentenciara el ínclito José Ángel Fernández Villa, y asumiera su compinche de fechorías Antonio Hevia González, aquella mañana del 1 de setiembre de 1994 ante los mineros del pozo Santa Bárbara: “«el carbón y la actividad minera no tienen futuro; hay que buscar empleos alternativos para nuestros hijos». La realidad de lo ocurrido fue que,  pese a encontrarse entre los pozos «indultados» de entre los propuestos para el cierre en el Plan de Futuro de la empresa 1991-1993, al final primaron más los intereses personales en torno a los negocios que se “olfateban” en la recién integrada Mina de Lieres en Hunosa, y se produjo el trueque de Santa Bárbara por Lieres, como si se tratasen de un simple cambio de cromos.

De esta manera tan cruel, el valle de Turón, aquel valle de 25.000 habitantes, que llegó a tener 200 bocaminas activas ha dejado de ser aquel hervidero industrial en que lo convirtió la minería, pasando a tener en la actualidad sus escasos 4.000 habitantes y, lo más preocupante, que los proyectos empresariales impulsados como alternativa económica a la minería – DIASA PHARMA o Construcciones Metálicas Urueña, como ejemplos -, ha cercenado las ilusiones de las nuevas generaciones, que ahora se ven abocadas al paro o al éxodo.

Desde el 29 de octubre de 2009, todo el conjunto de pozos e instalaciones de La Rebaldana (Pozo Santa Bárbara) fueron declarados Bien de Interés Cultural, siendo el primer pozo asturiano en recibir este título que marca el camino de transformar la región asturiana en un museo de no se sabe qué.

 

 

 

© Antón Saavedra Rodríguez para www.elvalledeturon.net , abril de 2018

NB El Ministerio de Cultura ha recepcionado la obra de restauración parcial de las instalaciones del pozo Santa Bárbara en octubre de 2015. Una recuperación centrada en los dos castilletes, la sala de compresores y el edificio de ventilación por un importe de 662.483 euros. Sin contenido museístico o destino turístico-patrimonial hasta la fecha, el enclave minero abre sus puertas a algunas visitas organizadas por HUNOSA.