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2020 : Un año para olvidar

¡Diciembre! Días otoñales acortando claridad, tardes y noches alargadas preparando los entrañables festejos que despiden el año. Pero éste no es un año cualquiera y estos últimos treinta y un días dejarán estigmas y añadirán cicatrices económicas y humanas. No hace falta literatura, porque todo lo escrito sería insuficiente, para abordar lo que cada uno ha tenido que arrinconar, abandonar, confinar, postergar o alejar. A la hora de evocar, que no recordar, estas larguísimas semanas, impera un verbo : olvidar. Aproximando los sucesos al horizonte angosto de nuestro valle, evitando eludir una realidad dramáticamente abrumadora, quién mejor que Carlos Vega, cronista fiel y enamorado defensor de nuestro pueblo, para verbalizar, apelar al olvido y a una nueva ilusión.

Recuerdos a media tarde 

 

Carlos Vega Zapico

 

 

Esperábamos la llegada del 2020 con cierta ilusión, quizás por aquello de ser un año bisiesto o porque, de tanto repetirlo, deseábamos que algo se hiciese en nuestro Valle para detener, de alguna manera, la cruenta sangría de pérdida constante de población que termine por incluirnos en esa “España vaciada”. Pero, la verdad es que resultó ser un “Annus Horríbilis”.

A pocos días de inaugurado el nuevo año, un titular de prensa no dejaba lugar a duda de las viejas y pasadas reivindicaciones locales: “La industria de Turón suma 20 empleos tras haber rozado los 8.000 mineros”. Toda una triste realidad, teniendo en cuenta que pese al bombo y platillo que se le dio a la tan cacareada “reconversión industrial” tan solo dos pequeñas empresas se mantienen en todo el polígono de La Cuadriella y, por mucho que quiera dársele la vuelta, esa es la realidad de este Valle, en un tiempo “paradigma de la reconversión minera” para todo político o sindicalista que venía por aquí. Ahí están, para ser contemplados esos “14.000 metros cuadrados de naves sin uso, a la venta, la mitad de la oferta total que existe en toda la comarca”.

Aún se seguía hablando del tema, cuando surge el enfrentamiento entre la Asociación Turonesa para la Mejora del Valle y el Ayuntamiento de Mieres, nuestro Ayuntamiento, a cerca de las posibles deudas de agua acumuladas. Ya se sabe lo que suele suceder en estas ocasiones, unos que galgos y otros que podencos hasta que se llega a una solución que sea satisfactoria para ambas partes. Reuniones, obras y arreglos hicieron que el Valle pudiese contar, un año más, con esas únicas instalaciones deportivas tan necesarias para época veraniega. No sé si el problema está resuelto o en cualquier momento pueda saltar otra chispa, pero tiempo hay, por una y otra parte, para solucionar estos temas antes del día de la próxima apertura.

Pero, a partir de ahí todo cambió en nuestras vidas, pues el último día de un frío enero, llegó, a nuestros oídos, la noticia de un primer paciente, alemán, registrado en España que daba positivo en un virus al que se le puso el nombre de Covid-19. Luego otro y con la llegada de un tercero, el 24 de febrero, el virus ya estaba en la España peninsular. Y lo hizo para quedarse, puesto que hasta la fecha los infectados, ingresados en hospitales y tristemente los fallecidos han ido, siempre, en aumento. Comenzaron, entonces, a contarnos que era un virus originario de la ciudad china de Wuhan. Es curioso que Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, tan popular hoy como los “hombres del tiempo”, pretendiese tranquilizar a los españoles, a mediados de febrero, con afirmaciones como: “la gente no se agobia con la gripe porque es algo a lo que nos hemos acostumbrado”, "no hay razón para alarmarse con el coronavirus, esto es como una gripe, he tenido resfriados peores y no entiendo que no me dejen salir”…No era nada, no era nada y a mediados de este mismo mes había en España 50 casos detectados, en Europa 1.116 casos con 23 muertos y a nivel mundial las cifras eran de 85.203 casos detectados y 2921 fallecidos, datos ofrecidos en aquellos momentos por el propio Ministerio de Sanidad. A finales del mes de febrero se producía el primer fallecimiento en España por coronavirus, en la Comunidad Valenciana.

La bola fue rodando, los casos se incrementaron y los fallecimientos escalaron lo que nunca habíamos llegado a pensar, aunque en actos electorales nuestros representantes políticos pedían “confianza en la comunidad científica y en el sistema de sanidad pública que garantiza la protección de la salud de todos los ciudadanos españoles”. No seré yo quien diga, a toro pasado, lo que hubo de hacerse, pero lo cierto es que entre los días 5 y 8 de marzo los infectados pasan de 90 a 102 y los fallecidos se elevan a 11. Lo que hasta la fecha se había negado como crisis sanitaria, 44 días después, suponía que el Gobierno de España decretaba el Estado de Alarma en todo el país, tras un tenso e interminable Consejo de Ministros. De esa manera, camino de la Provincia de Soria me llega la noticia: ¡estamos confinados y en estado de alarma!. Las salidas de casa solo se permiten en casos de extrema necesidad. España supera los 10.000 casos con 491 muertos y cada día que pasa, siguen y siguen aumentando. El mortal virus entra en las residencias de ancianos y las asola. La Semana Santa tan tradicional y característica de algunos pueblos y ciudades de España se suspende, ante las lágrimas de los cofrades y resulta difícil conocer la cifra real de muertos y dudo que pueda saberse algún día. Tras el aluvión de críticas y pasado mediados de abril, el Gobierno se ve obligado a rectificar su propuesta para que los menores de 14 años puedan salir de casa acompañados de sus padres mientras el estado de alarma se prolonga una quincena más y es a finales de abril cuando surge el famoso Plan de Desescalada en el que se anuncia: “No habrá movilidad entre provincias hasta alcanzar la nueva normalidad”.

Se nos dice, que es “conveniente pero no obligatorio” llevar mascarillas y, ante las dificultades para conseguirlas, las buenas mujeres de San Esteban de Gormaz, donde me encuentro confinado, se ponen a confeccionarlas como si se les fuera la vida en ello y el propio Ayuntamiento se encarga de repartirlas de manera gratuita casa por casa. Todo un detalle del voluntariado local mientras, puntualmente a las ocho de la tarde de cada día, los balcones se pueblan de gente para aplaudir a sanitarios y fuerzas de seguridad en reconocimiento a su labor en estas difíciles circunstancias. Y pasadas unas fechas ¡zas!, “es obligatorio el uso de mascarillas en el transporte público o colectivo”, mientras en España ya se ¿contabilizan? la escandalosa cifra de 25.428 fallecidos ante una nueva prórroga del estado de alarma y en nuestro vocabulario introducimos una nueva palabra de uso continuo: pandemia. Y ya ves, tras varios meses en los que no eran necesarias y después fueron recomendadas, “las mascarillas son obligatorias” en vísperas de que el Gobierno avance en la “desescalada” y un nuevo cambio de rumbo en la contabilidad, haga que Sanidad rebaje la cifra de muertos de un día a otro de 28.752 a 26.834, aduciendo que se trata de una “depuración de datos”. A principios de junio, el ministerio del señor Illa y su valedor Simón, hacen subir y bajar la cifra de fallecidos de un día para otro como si se tratara de una auténtica noria y el mapa autonómico que ofrecen los telediarios es un auténtico puzle de colores según la fase en que se encuentren unos y otros, llegando Galicia, el 15 de junio, a la meta: “la nueva normalidad”, mientras Simón anuncia, con toda tranquilidad, en rueda de prensa: “nos quedan 13.000 fallecidos ahí, pero no podemos  ubicarlos ahora”. El 21 de junio, después de 99 días de estado de alarma, España amanece en el día 100 en la denominada “Nueva Normalidad” y Sanidad anuncia 246.272 contagios y 28.323 fallecidos.
 
La llegada del verano fue un auténtico “despelote” y tras la afirmación del propio Presidente de Gobierno,: “Hemos derrotado al virus y controlado la pandemia”, no tengáis miedo a los rebrotes, salir a la calle, hay que disfrutar de la nueva normalidad recuperada, hay que recuperar la economía, hay que disfrutar y ser conscientes de que el Estado hoy está mucho mejor pertrechado para luchar contra el Covid en todos los rebrotes que pueda haber en el país”, sentenció. Los españoles, obedientes ellos, decidieron pasar sus merecidas vacaciones al igual que lo hacía su “capitán” y dar rienda suelta a toda la tensión acumulada por el paso del tiempo. Pero, apenas pasado un mes, lejos de controlar la pandemia, las cifras se dispararon, lo que obligó a que playas y piscinas se vieran afectadas por fuertes medidas de seguridad sanitaria y a suspender todo tipo de festividad, entre ellas nuestras tradicionales Fiestas del Cristo pese a que todo estaba preparado y lo que fue mucho más triste, a no poder velar ni despedir a nuestros propios seres queridos y amigos que fallecían en aquellas circunstancias. Y nuestros hijos y nietos volvieron a reencontrase con sus compañeros en la escuela, en condiciones muy diferentes a las de años anteriores, mientras sus padres teletrabajaban desde casa en vez de acudir a la oficina. Éramos grandes, no teníamos miedo a nada ¿había que tenerlo? Y tres meses después de aquel triunfal anuncio, que incluso de aderezó con una campaña de propaganda con el lema “salimos más fortalecidos”, no volvimos a asomar al abismo, en lo que los expertos han venido llamando “la segunda ola”. Se volvió al “cierre perimetral”, de poblaciones y comunidades, a pasar “la papeleta” a las Comunidades Autónomas, a comprobar como las UCIS volvían a llenarse mientras el personal sanitario se encuentra, una vez más agotado por exceso de trabajo.

Así las cosas, la segunda ola de la pandemia ha dejado su dramática huella en el mes de noviembre en el que el ministerio de Sanidad notificó cerca de 9.200 fallecidos a lo largo del mes, convirtiéndolo en el que más defunciones ha registrado desde abril, aunque de nuevo ha cambiado el sistema de contabilizar las defunciones lo que podría hacer subir la cifra en más de 6.000 nuevos casos. Pero no pasa nada, “seguimos por el buen camino” que nos permitió ser espectadores de la Vuelta Ciclista a España a su paso por nuestro Valle. Y así, llegamos al último mes de este fatídico año. Nadie tuvo el valor de explicar por qué esa diferencia de opinión entre la clase científica y la política. La primera, nos muestra una realidad sanitaria y la segunda pasa las horas discutiendo el número ideal de comensales para las noches navideñas. Claro, sin contar a los niños, no olvidemos que “los niños no son de los padres”. Mientras tanto, los abuelos están tristes por no poder estar con sus nietos, los hosteleros están que trinan por no poder abrir sus negocios, el pequeño comercio duda si podrá abrir cuando el tema vaya normalizándose, si es que llega ese día, los niños pasan frío en la escuela porque ahora toca tener las ventanas abiertas todo el día, los ertes, eres y demás abreviaturas nos dejan situaciones familiares, también en nuestro Valle, inconcebibles hace tan solo un año, aumenta el número de familias necesitadas… y los pueblos y ciudades pugnan por subir en el escalafón de “mejor iluminación navideña”.

Nosotros, honramos a nuestros fallecidos en accidente minero en tan señalada fecha como Santa Bárbara en una mañana gélida y en compañía de los primeros copos de nieve mientras volvíamos a escuchar aquel “turullu” de gratos e ingratos recuerdos infantiles, aunque no pudimos degustar ese Pote Asturiano y esa Turonesa que por primera vez se hacen esperar para futuras ediciones. No faltó la misa en la iglesia de La Cuadriella en recuerdo de todos los mineros en día tan señalado como el de su patrona. “Salvemos la Navidad” dicen unos, “Salvemos la vida” dicen otros, mientras todos esperamos esa vacuna que como “mano de santo” nos haga despertar de esa larga pesadilla en la que no quisiéramos estar inmersos. No, no fue un año fácil y quizás el que está por llegar tampoco lo sea. Mientras tanto quedamos a la espera de tanto euro como se invertirá gracias a Europa, aunque con el convencimiento de que cuando preguntemos, una vez más, ¿qué hay de lo nuestro?, obtengamos la misma respuesta de siempre, aunque ahora adaptada a los nuevos tiempos: “ye que con lo de la pandemia ta to parao”. A ver cuando nos equivocamos.

Nada mejor para terminar, que volviendo al inicio con una nueva ilusión: esa actuación sobre el pozo santa Bárbara, cerrado en 1995 y desde entonces en la carpeta de “Proyectos Varios”. En él se invirtieron más de 660.000 euros ya hace años y las visitas no llegaron para ver un espacio vacío. Hacían falta siete millones de euros para su total remodelación, se decía en aquellos días,  y vuelve a salir su nombre a la palestra, ahora con cinco millones “de aportación estatal”. Que vayan arreglando la carretera, derribando ruinas y haciendo aparcamientos y restaurantes para acoger, como se merecen, a tanta gente como vendrá a visitarnos. ¡A mí, fe es lo que me sobra!.

Con el sincero deseo que una vez pasadas las fiestas navideñas, con allegado incluido, no nos llegue una “tercera ola” y de que todos volvamos en el menor tiempo posible a nuestra vida cotidiana, la de antes, no una nueva, mis mejores intenciones y deseos para ese año 2021 que está llamando a nuestras puertas.
                                                                               

© Carlos Vega Zapico - Turón, diciembre 2020