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Quiosco Región : empieza Vistalegre

Para releer la historia hay que conocerla, para hablar de un barrio hay que patearlo. Carlos Vega posee ambos méritos. Aunque los lugares se hayan transformado y los puntos de referencia desaparecido físicamente, nuestras propias vivencias y los recuerdos de nuestro colaborador recuperan el “Quiosco Región”, Manolín “Tituliru”, Marino, Matias, Gallo y Mari, o el Cine Río. La realidad de hoy es otra.

Entre Polio y Cutrifera

 

Carlos Vega Zapico

 

Releí días pasados un pequeño trabajo publicado en esta misma página allá por noviembre de 2010 -¡cómo pasa el tiempo!- sobre el barrio de Vistalegre. Compruebo ahora, cómo el paso del tiempo ha cambiado y ampliado  la visión de aquel momento, por otra parte no tan lejano. Cada día, recorro su espacio y voy observando sus cambios. Comenzaba, el barrio, en aquel “Quiosco Región”, construido por el periódico  del mismo nombre y que regentaron  -hasta donde recuerdo-  Manolín “Tituliru”, Marino, Matias, Gallo y Mari. Construido para la venta de periódicos fue, poco a poco, ampliando su campo de venta y allí  comprábamos  de todo, incluidos aquellos primeros cigarrillos que, compartidos, fumábamos a escondidas. En su parte trasera,  un depósito de agua un poco más elevado que el nivel de la acera y al que durante algún tiempo se le puso el pomposo nombre de “Plaza Los Güevos”. Nos subíamos a él, entre otras cosas, para ver aquellas procesiones de semana santa y/o para disfrutar de otra visión de las espectaculares carrozas del Cristo.  A principios de los años 70 se derribó  para ser sustituido por un pequeño “carrín”, de cuya existencia dan fe los restos que  aún perduran en el enlosado donde se encontraba. Luego, al lado se construyó el magnífico edificio del Cine Río para, una vez desaparecido reconvertirlo en viviendas. En el sótano, antes cafetería, se hicieron cocheras y en  el  bajo una estupenda mueblería. Hoy, el negocio permanece cerrado y en la parte de lo que antaño fue escenario existe una tienda de mascotas. Quién nos iba a decir que por aquel magnífico y amplio escenario, lugar de pregones festivos y festivales musicales,  andarían perro y gatos con todo el respeto hacia estos caseros animales. Pero, ya ves, no hay nada que en Turón no sea posible.

 

Debajo de casa Pepín Ardura, había nada menos que cuatro viviendas teniendo, algunos de los vecinos, que compartir “servicio” que todavía está visible para los que puedan pensar que estas cosas no sucedían. Allí vivía Gerardo “el mancu”, castellano de Benavides de Órbigo. Había sido caballista y perdido un brazo, lo que le llevó de “listero” en el 3º de San José, donde le conocí. Estaba casado con Nisida y eran padres de Marina. ¡Qué recuerdos!.En los bajos de las que conocemos como “Casas de los Maestros”, dos cartelones anuncian “Coro Minero” y “Alcaldía”. El primero de ellos hace referencia a los tiempos en que nuestra masa coral empleaba aquel local como lugar de ensayo. Actualmente se encuentra en el más absoluto de los abandonos y en unas condiciones deplorables. En cuando a la “Alcaldía” o mejor dicho “Tenencia de Alcaldía” hace tiempo que Turón no cuenta con esta función administrativa-política pero, a nadie se le ocurrió retirar los correspondientes anuncios.  Lo mismo ocurría en las casas situadas frente a la Librería Baquero. Allí, vivía mi amigo Juan Carlos Cortina Pascual con toda su familia -tres hermanos y sus padres- y al lado su primo Jesús Pascual “el Moro”  y su hermana Carolina, bajo la atenta mirada y  tutela de su abuela Paula, buena mujer aunque de mano ligera con quienes éramos inquietos y traviesos. ¡Qué tiempos aquellos!. Hoy todo aquel bloque está en auténtica ruina deteriorándose más a cada instante.

 

Contemplo el barrio y apenas hay niños en él que le den aquella alegría de antaño. Es cierto que se han abierto un par de negocios pero ¿cuántos han desaparecido?. Desde que existía aquel pequeño taller de bicicletas que Modesto alquilaba y reparaba -junto a la Ferretería Samartino y luego Casa José Baena-, uno recuerda otros tiempos. Ni mejores ni peores, simplemente diferentes. Eso sí, ya no existen aquellas aglomeraciones en el antiguo Bar Devesa  -cuyo último regente falleció en fechas recientes-  a la entrada y salida de los relevos del pozo San José, hoy cerrado a cal y canto y, lo que es peor, sin perspectiva alguna de “qué vamos a hacer de él”. ¡Cómo nos engañaron con aquello del paradigma de la reconversión industrial!. Aquella Sastrería Arias cuyo lema no era otro que “la casa de distinción por la elegancia de su corte” sigue impasible contemplando el antiguo Colegio de La Salle, cerrado desde hace ya una década, a la espera de comprobar qué edificio de los dos se viene primero abajo. Mientras tanto, la Librería Baquero  -“servicio oficial de Silver Match, el encendedor con garantía ilimitada”-   recuerda a su propietario en recortes de prensa que el popular Manolito colocaba en los escaparates para llamar nuestra atención.

 

Cómo olvidarse de aquella escalera que subía hacia la Crucina y donde era parada obligatoria la visita de rigor a Pérez “el de la imprenta” y a su mujer Nedy. Nos entreteníamos en coger todos los papeles del suelo y emplearlos a modo de confeti. Allí estaba el infatigable Fermín hasta que la enfermedad se lo impidió y luego, llegó “Samuelín” el de los Cuarteles. Hoy, tampoco la imprenta existe y ya forma parte de aquellos inolvidables recuerdos de infancia. Y, frente por frente Pepín “el fotógrafo” y Berto “el confiteru”, padre de Luis Alberto, “gaiteru mayor de Turón” y que según tengo entendido no para de cantar por tierras americanas. Tina y Maruja “les de teléfonos” y del mismo nombre, “les del bazar”. Ya falta mucha gente de aquella que uno conoció en un barrio que abrazaba aquella carreta de adoquín y que en un “sin miedo” convertíamos en estrecho campo de fútbol de “portería alcantarilla”.

 

Aún quedan nombre y recuerdo en la memoria como para una tercera entrega. Sin prisa, pero llegará. Mientras tanto nunca sobra un recuerdo al barrio de tu infancia.

 

    © Carlos Vega Zapico -  Turón, noviembre  2016