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El milagro de los Mártires de Turón

De sobra es conocida y a la vez admirada la contribución a nuestro relato histórico de Ernesto Burgos, historiador y colaborador agradecido de la página turonesa desde su creación. El fusilamiento de los hermanos de las escuelas cristianas del valle le han inspirado más de un artículo minucioso. Una investigación siempre rigurosa para un tema complicado y de alguna manera aún muy presente en la memoria colectiva. En esta entrega, de total objetividad, Burgos evoca el milagro necesario para que nuestros salesianos entraran oficialmente en el santoral de la iglesia católica. Es la crónica de la vida de Rafaela Bravo Jirón, “Payita”, que con su curación milagrosa, a más de 8300 kilómetros de nuestra cuenca, conecta con la historia trágica del valle.

 

 

DE LO NUESTRO 

 

Historias Heterodoxas

 

EL MILAGRO DE LOS MÁRTIRES DE TURÓN 

 

En la Iglesia Católica el proceso para que alguien sea declarado santo tiene dos fases: la beatificación y la canonización y desde el pontificado de Pablo VI ambas están reservadas al romano pontífice, pero para la beatificación de los mártires es suficiente con la declaración oficial de su martirio.

Como ustedes saben, en la madrugada del 9 de octubre de 1934, en el curso de la revolución obrera, fueron fusilados en Turón ocho hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle de esta localidad y un pasionista de la Comunidad de Mieres y como murieron por ser religiosos no hizo falta ningún requisito más para que fuesen beatos. Así lo expresó el día de la ceremonia el papa Juan Pablo II diciendo que habían sido martirizados por “odium fidei”, es decir, por odio a la fe, y que eligieron morir antes que renegar de su fe.

Sin embargo para ser santos necesitaron que se le atribuyese un milagro  y eso es lo que quiero contarles hoy. Si me han leído otras veces, sabrán que me esfuerzo por respetar todas las creencias, y por eso debo aclarar que me limito al relato de estos hechos según la versión de la propia Iglesia, ya que me resulta imposible contrastarla con otras fuentes.

Los nueve educadores de Turón fueron canonizados en el Vaticano el 21 de noviembre de 1999 junto a otro lasaliano de Tarragona, el hermano Jaime Hilario Barbal Cosán, porque todos compartieron el mérito de haber intercedido en la curación milagrosa de la nicaragüense Rafaela Bravo Jirón, una maestra nicaragüense que a pesar de no superar los veinticinco años estaba padeciendo un cáncer terminal.

El Departamento de Patología del Hospital de la ciudad de León había diagnosticado el 20 de febrero de 1989 que Rafaela, a quien llamaban “Payita”, tenía un carcinoma adeno-escamoso muy avanzado y altamente maligno en el útero, incurable para la ciencia porque se trataba de un tumor necrótico y sangrante que ya se había infiltrado hasta los huesos. La paciente ya había sido hospitalizada cuatro veces a causa de otros tantos episodios abortivos y en aquel momento se procedió a extirparle el útero intentando prolongar su esperanza de vida, aunque todo indicaba que el fallecimiento se iba a producir antes de cinco años.

Un nuevo reconocimiento el 13 de febrero de 1990 confirmó que se trataba de un  cáncer cérvico-uterino avanzado y muy extendido y la paciente fue enviada al Centro Nacional de Radioterapia de Managua, para que recibiese radiaciones. Las sesiones que ahora duran pocos minutos se prolongaban en aquel tiempo 72 horas seguidas durante las cuales las mujeres no podían ni comer ni moverse del lecho, por lo que las salas de  braquiterapia se conocían como el “cuarto de torturas”. Rafaela Bravo no pudo aguantar la claustrofobia y a las 48 horas pidió la suspensión del tratamiento.

Dos meses más tarde, el esposo de la enferma, ex-alumno de La Salle, se dirigió al director del colegio de su localidad, el hermano Alejandro Zepeda, y a una  monja de la Asunción, que ella conocía, para  pedirles que la visitasen antes de que muriese, ya que había sido desahuciada con un pronóstico de dos semanas de vida.

Así lo hicieron y el fraile colocó junto a su lecho agua bendita, una medalla de la Virgen, un tríptico con imágenes de los Mártires de Turón y el relato de su fusilamiento, y otra imagen del lasaiano Jaime Hilario, y le pidió que rezase diariamente el rosario pidiendo su intercesión milagrosa ya que iban a ser beatificados aquel 29 de abril. También encomendó a sus familiares que iniciasen una novena cada tarde a las siete, pues a esa hora la Comunidad de La Salle se reunía haciendo lo mismo y la iban a incluir en sus oraciones. Todo ello sin abandonar el tratamiento médico, ya que -según ellos- la fe no estaba reñida con la medicina.

A los tres días del inicio de la novena el hermano Alejandro volvió a visitar a “Payita” encontrando que los doctores habían rebajado su medicación y aminorado su dosis de morfina porque estaba mejorando hasta el punto de levantarse para ir hasta la Iglesia, lo que los religiosos atribuyeron a sus rezos. De modo que cuando concluyó la primera novena iniciaron otra encomendándola cada día a uno de los futuros beatos, mientras ella seguía desplazándose hasta Managua para recibir las sesiones habituales de radioterapia.

La misma noche en que finalizó la segunda novena la joven sintió un dolor agudo acompañado de unas  ganas tremendas de ir al servicio, por lo que solicitó la ayuda de las enfermeras que la acompañaron hasta allí. Entonces notó como si estuviese expulsando por su vagina un cuerpo extraño en un trance tan tremendo que llegó a desmayarse alarmando a  quienes la rodeaban, pero cuando se recuperó había dejado de sangrar y una sensación de alivio la envolvió por primera vez desde hacía meses. Todo había ocurrido el 29 de abril de 1990, la misma jornada de la beatificación de los diez frailes, y desde aquel momento su mejoría fue rápida y sin vuelta atrás.

Hace años les conté en otra de estas historias uno de los dos milagros que contribuyeron a la canonización del dominico Francisco Coll, fundador de la  congregación de la Anunciata, que mantiene abiertos sus colegios desde hace décadas  en la Montaña Central. Lo hice porque había sucedido en 1958 en el Sanatorio Adaro y su protagonista fue la langreana Justa Barrientos, que entonces tenía 28 años. Entonces les expliqué como se desarrolla el proceso para certificar que una curación es milagrosa, y se lo recuerdo ahora.

Una vez que la Iglesia tiene noticia de que se ha producido una supuesta intervención sobrenatural en un hecho que no tiene explicación científica, una comisión de especialistas médicos recaba todos los testimonios de los testigos y los informes correspondientes para elaborar un dossier que se analiza cuidadosamente para descartar que pueda haber manipulaciones o exista una razón científica que no se haya tenido en cuenta; después se produce una entrevista con el o la paciente sobre la que se obrado el prodigio para asegurarse de que la curación es definitiva y por último todo el material recopilado se lleva  a Roma donde la Congregación para la Causa de los Santos lo analiza bajo la dirección de un relator.

Cada caso es estudiado primero por dos peritos de oficio y basta con que uno de ellos lo considere conveniente para que se tome en serio y se dé el siguiente paso. Entonces se  reúne un Consejo compuesto por cinco médicos que deben ponerse de acuerdo para determinar que se ha producido una curación sin explicación científica y si esto se logra se considera que  la cuestión ya es estrictamente teológica y  todo queda en manos de los cardenales que son quienes se pronuncian sobre el milagro y dan el visto bueno a la intervención sobrenatural. Por último es el mismo Papa quien toma la decisión final y convoca la ceremonia que convierte a un simple mortal en objeto de culto para la comunidad católica.

La historia de Rafaela Bravo Jirón empezó a tomarse en cuenta cuando el doctor  Claudio Silva, responsable de su tratamiento, manifestó su extrañeza por la evolución de su enfermedad que contrariando las previsiones la permitió salvar su vida, cuando todas las mujeres que padecen un grado tan avanzado del mismo mal acaban falleciendo. El caso fue estudiado durante años siguiendo el proceso que les acabo de relatar y la Comisión vaticana concluyó el 9 de noviembre de 1995 que debía ser incluido en la reducida lista de las curaciones para las que la ciencia no tiene razones, por ello la Congregación para las Causas de los Santos declaró el 20 de Marzo de 1998 que se trataba de un milagro.

Se da la circunstancia de que entre el grupo de lasalianos que fueron fusilados en el cementerio de Turón se encontraba Héctor Valdivielso Sáez, nacido en 1910 en el barrio bonaerense de Boedo. Después de viajar hasta Bélgica para estudiar en la casa central de los Hermanos de La Salle fue enviado a Astorga en 1929 y desde allí llegó en  1933 a la cuenca minera donde perdió la vida trágicamente unos meses tarde. Este religioso fue el primer argentino canonizado y cuenta con un gran número de fieles en su tierra, lo que hace que los sucesos de Turón sean muy conocidos entre los católicos sudamericanos.

Cuando ya habían pasado diez años desde su curación, Rafaela Bravo Jirón “Payita”, continuaba trabajando como docente y no había sufrido más molestias. Desconozco si ahora sigue viva y gozando de la misma buena salud.

© Ernesto Burgos , para www.elvalledeturon.net , mayo 2022