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El Triángulo Costa: el juicio del 35

Tercera entrega de la ponencia sobre la masonería turonesa. Estos son los pormenores de un juicio y de unos dramáticos acontecimientos que marcaron nuestro valle y que fueron portada de la prensa nacional. Una investigación de Ernesto Burgos, larga y minuciosa con fuentes judiciales, periodísticas y parlamentarias, para esclarecer nuestra historia.

El Triángulo Costa nº 5 - Masones y socialistas en la cuenca minera asturiana

 

Parte III :  El juicio

 

Ernesto Burgos Fernández

 

El proceso para establecer las responsabilidades de los 65 detenidos por aquellos hechos se inició en Oviedo el 17 de junio de 1935 y se desarrolló en medio de una gran expectación, con la asistencia de varios periodistas extranjeros, ya que en otros países se impulsó una campaña a favor de la puesta en libertad de los detenidos.

En las jornadas del juicio numerosos testigos coincidieron en identificar a los ejecutores afirmando que quienes habían tenido la máxima responsabilidad de lo sucedido eran el Jefe del Comité de Turón Silverio Castañón, socialista, y con él Amador Fernández Llaneza, Ceferino Álvarez Rey y José García Álvarez.

Silverio Castañón reconoció los hechos, afirmando que él había formado parte del pelotón encargado del fusilamiento de los frailes y los carabineros, junto a Servando García Palanca y otros diez desconocidos, llegados desde Mieres junto a Nazario Álvarez y que este también había sido su compañero cuando obligaron al cajero de Hulleras de Turón a entregar las 70.000 pesetas que se guardaban en la caja de la empresa.

Por su parte, los acusados Amador Fernández y Servando García  también confirmaron su participación en el segundo fusilamiento, añadiendo que la orden de disparar la había dado Nazario Álvarez.

Más testigos confirmaron este dato, extendiéndose además en detalles sobre el asalto al cuartel de la Guardia Civil de la localidad y dando listas de los que habían intervenido en otros hechos violentos de los días revolucionarios, destacando entre los que subieron al estrado la declaración del gerente de la empresa que quiso dejar constancia de la crueldad y el mal trato que habían recibido en términos generales quienes habían compartido prisión con los fusilados.

Uno de los testigos, Luís Bertier, ingeniero de la empresa, quiso exculpar a Leoncio Villanueva, manifestando que le había visto discutir para salvar la vida de uno de los guardias y de un sacerdote capellán de la empresa, con quien solía jugar la partida cada día; también Enrique Menéndez Pelayo, que estuvo en aquella celda, aseguró haber oído lo mismo y el resto de los llamados a declarar se limitaron a confirmar nombres y datos que ya se habían escuchado.

Cuando le tocó el turno al propio Leoncio, tomó la palabra para proclamar su inocencia en la ejecución de los frailes, pero cerró su intervención proclamando su identidad masónica con el deseo dirigido al tribunal de que el Gran Arquitecto del Universo los iluminase a la hora de tomar una decisión. La declaración fue explotada por la prensa católica como una prueba de que masones y marxistas caminaban juntos y su caso sirvió desde entonces como prueba de la existencia del famoso contubernio.

Según el historiador Yván Pozuelo, un mes antes del juicio, la Gran Logia Regional del Noroeste a la que pertenecían los hermanos asturianos había solicitado por carta al Gran Consejo Federal Simbólico la autorización para requerir directamente ayudas de las potencias masónicas extranjeras para que presionasen contra la amenaza de pena capital que pesaba sobre Leoncio Villanueva. El permiso se obtuvo, pero con la recomendación de que la Orden no figurase como organizadora de la campaña y quienes mediasen fuesen Ligas de Derechos del Hombre, entidades pro Paz y otras asociaciones similares en las que los masones tuviesen alguna incidencia (1).

Finalmente, el 23 de junio, el juez absolvió a 18 acusados y dictó 4 condenas a muerte, 7 penas de 12 años y 36 de reclusión perpetua, entre estas estaba la destinada a Leoncio Villanueva En febrero de 1936 el triunfo electoral  del Frente Popular logró la amnistía para todos. Leoncio se trasladó a Gijón y en mayo de 1936 pidió la baja en el triángulo para reincorporarse a la logia Jovellanos. No tardó en estallar la guerra civil y permaneció en Asturias hasta el derrumbe del frente, luego tomó el camino del exilio americano y allí se pierde su pista.

Otro integrante del Triángulo con una biografía unida a una intensa militancia socialista fue Candido Barbón Entrago, concejal con Manuel Llaneza, torturado en varias ocasiones y combatiente en la guerra civil, acabó sus días en el frente del Cinturón de Hierro.

Cándido, era hijo de  Telesforo Barbón y Carmen Entrago,  nació el 25 de Julio de 1894, y empezó muy pronto a trabajar en las minas de Turón. Allí pasó su juventud y formó su propia familia, participando muy pronto en la vida política y sindical del valle. Tras la huelga revolucionaria de 1917 fue apaleado  en Turón e incluso llegó a sufrir un simulacro de fusilamiento junto a  otros detenidos antes de ser trasladado hasta el Penal de Cartagena.

Cándido Barbón fue torturado en el colegio de La Salle de Mieres, habilitado entonces como prisión y conocido durante décadas como “El Hachu”, ya que así se llamaba unos de los penales más duros de España, el del Monte Hacho que había funcionado en Ceuta hasta 1910.

Su caso fue uno de los citados por Andrés Saborit en el informe que presentó ante el Congreso de los Diputados los días 24 y 25 de mayo de 1918:

 “…Los obreros Cesar Suárez, Clemente de Bueno, Benigno García y Cándido Barbón fueron cogidos a diferentes horas; les pegaron durante todo el día; a las once de la noche los sacaron a un despoblado; a Cándido Barbón le hicieron ponerse de rodillas, y haciendo un simulacro de fusilamiento le pusieron un revolver en la sien. Este hombre, este compañero asustado, dicen los mineros que llegó a manifestar algo de lo que quería la fuerza que dijera, y lo que quería la fuerza que dijese era dónde estaba Llaneza, donde estaban las armas…(2) 

Por entonces ya estaba afiliado a la Agrupación Socialista local y pasó a presidirla al año siguiente encargándose al mismo tiempo de dirigir la publicación mensual El despertar de Turón, que se comenzó a editar en 1919 y que, como otras revistas políticas locales que salieron a la calle en el Mieres de aquella época, tuvo una vida corta: apenas cuatro números.

A la vez su inquietud  intelectual le hizo buscar nuevos caminos y así llamó a las puertas de la Masonería en la logia Argüelles nº 3, seguramente de la mano de algún compañero socialista, o del republicano Joaquín Fernández Riesgo.

Candido Barbón tiene el honor de haber sido uno de los dos mineros iniciados en Asturias (3), donde sí hubo capataces y otros empleados de las explotaciones, como ya hemos visto, pero nadie que hubiese llegado a compartir la oscuridad de la galería con la de la cámara de reflexión. Y no por una cuestión de elitismo, ya que entre los miembros de las logias asturianas encontramos también a jornaleros,  obreros manuales y hasta anarquistas de casta como Eleuterio Quintanilla.

Barbón, quiso compaginar su ideal socialista con la membresía masónica y por ello escogió como nombre simbólico el de “Kautsky”, para homenajear así a un teórico marxista centroeuropeo. Su elección no fue inocente, ya que se dio en el marco de las disputas que se vivieron con intensidad en el socialismo de la Cuenca minera  entre partidarios y detractores de la entrada en la III Internacional.

En Turón se vivió como en ninguna otra parte la agria polémica que dividió al movimiento obrero dando origen al Sindicato Único de Mineros (SUM) de mayoría comunista. Él prefirió inicialmente las tesis soviéticas mayoritarias en la Agrupación Socialista local y llegó a ser uno de los primeros dirigentes del Partido Comunista de Asturias. Luego, al conocer lo expuesto por León Trotsky en el seno de la III Internacional acerca de la completa incompatibilidad entre el espíritu revolucionario de los comunistas y el de la “pequeña burguesía masónica”, que según él era un instrumento de la gran burguesía, obró en consecuencia y volvió otra vez al socialismo donde no se planteaba este problema.

Trotsky consideraba a los masones como “restos de la burguesía decimonónica y como una quinta columna del capitalismo” y,  después de reconocer que camaradas de gran valor habían pertenecido a ella, emprendió una lucha implacable contra “esa máquina de subversión de la revolución” y a la vez contra la Liga de los Derechos Humanos, que era otro arma  secreta del arsenal burgués (4).

Esta es una cuestión que merece un estudio más detallado, sobre todo en España, donde se dieron  casos como el Andréu Nin, iniciado en la logia barcelonesa Adelante nº 360 y Venerable en 1917 de la logia Justicia nº 393, que tuvo que escuchar decir a Trotski opiniones como la de que la masonería no representaba otra cosa que un proceso de infiltración de la pequeña burguesía en todas las capas sociales.

El  14 de abril de 1931 Cándido Barbón fue uno de los oradores que se dirigió a los vecinos desde el balcón del Ayuntamiento de Mieres para anunciar la proclamación de la II República. Tres días más tarde entró a formar parte de la nueva corporación, como 4º Teniente de Alcalde y presidió la comisión de Instrucción Pública, después, como los hermanos del triángulo que estaban con él, fue destituido tras la revolución de octubre.

Con la guerra civil sabemos otra vez de él, luchando y participando activamente en la resistencia que se vivía en secreto en el interior de Oviedo, la capital de Asturias que había quedado bajo el control franquista y estaba cercada por las milicias obreras. Oscar Pérez Solís, conocido por haber sido un destacado dirigente comunista que pasó después a las filas de Falange lo contó así:

“…Y me parece que antes de la ofensiva roja de octubre hubo bastante actividad de este género. Hasta sospecho que vinieron a Oviedo emisarios del campo rojo para dar instrucciones a nuestro enemigo interior sobre lo que debía hacer cuando los sitiadores hubiesen arrollado nuestra resistencia, cosa que ellos se figuraban, tenían al alcance de la mano.

Por aquellos días se me dijo –y como es de cajón, puse el caso en conocimiento de la Policía- que a Cándido Barbón, un conocido jefe marxista de Mieres, donde creo que había sido alcalde, se le había visto en Santo Domingo. Por torpeza involuntaria de los que en el primer momento debían haber obrado con inteligencia y rapidez, las activas diligencias de la Policía no dieron el resultado apetecido, pero la impresión obtenida fue la de que, en efecto, el Cándido Barbón, cuya pista se perdió rápidamente, había estado en Oviedo. ¿A qué? Es de presumir. (5) 

Cándido Barbón Entrago cayó en combate el 12 de junio de 1937 en un monte de Larrabetzu, en el Cinturón de Hierro vasco cuando aquel frente sufrió los ataques más duros de la ofensiva franquista. Estaba allí dentro de una de las unidades que se habían desplazado desde Santander y Asturias para reforzar al Ejército euskaldún y su nombre fue rescatado inútilmente para ser castigado en 1948 por el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo.

Otro de los masones del triángulo Costa fue Victorino González Muñoz de La Peña, quien se había iniciado en la logia gijonesa Jovellanos en agosto de 1919 con el simbólico de “Hugo”. Victorino había nacido el 8 de junio de 1892 en Béjar (Salamanca) y pertenecía a una familia culta, puesto que su madre era maestra nacional, pero en aquel momento ya vivía en Mieres empleado como dependiente de comercio. Su actividad masónica no fue muy destacada en aquel momento, hasta el punto de que fue dado de baja por falta de pago y de asistencia a las tenidas.

Sin embargo en 1928 su economía le permitía regir su propio comercio “El Bazar”, en una de las calles más céntricas de la villa, donde se vendían calzados, géneros de punto, ropas, complementos y bisutería y llevaba tres años casado (6), una estabilidad que le permitió regresar a la masonería donde obtuvo el grado 2º en 1930. Falleció en Mieres el 3 de junio de 1979.

También socialista fue Fernando González Fernández, al que llamaban “Moscón” por ser natural del Concejo de Grao, donde se denomina así a sus vecinos, fue chófer, dedicándose al transporte de personal desde su propio garaje en el pueblo de Lago, en Turón, hasta Mieres. Nació el 20 de noviembre de 1891 y se inició  entre 1927 y 1928 en la logia Argüelles de Oviedo con el simbólico de “Cubia” como recuerdo a una pequeña aldea y un río que pasa por su concejo natal antes de desembocar en el Nalón.

Pasó al grado 2º el 24 de mayo de 1929 ya en el triángulo turonés y se sentó en el salón de plenos de aquel Ayuntamiento republicano en abril de 1931 junto a  Cándido Barbón, Leoncio Villanueva y Joaquín Fernández Riesgo.

El “Moscón” tuvo una desgraciada muerte como consecuencia de la represión que siguió a la revolución de 1934. Fue detenido a finales de  noviembre tras estar escondido en el monte cerca de un mes y llevado junto a Antonio Bustos, miembro del Comité revolucionario de Turón, a la prisión habilitada en el Colegio de los Hermanos de Doctrina Cristiana y a la que ya nos referimos antes como “El Hachu”, donde lo torturaron hasta la muerte.

Su caso formó parte del informe dirigido al Presidente de la República en enero del año siguiente. Lo elaboró Félix Gordón Ordás, un político moderado, que acababa de ser ministro y aún era diputado a Cortes por León y por él conocemos los detalles de su suplicio: fue colgado del techo y golpeado en dos sesiones de  tres o cuatro horas hasta que le hicieron firmar una declaración, de tal forma que al volver junto a los demás presos y “al replicarle los otros que por qué había firmado en aquella forma, les contestó que para que cesara el tormento a que estaba sometido hubiera firmado cualquier cosa”.

Pero lo peor vino a  los tres días, cuando lo volvieron a sacar de la celda para repetir la tortura con la colaboración de dos jóvenes, paisanos y sin cargo alguno de autoridad, cuyos padres habían muerto en los sucesos revolucionarios, para que se vengasen en él como  les diese la gana.

Según  Gordón Ordás, al cabo de una o dos horas de estarle martirizando se dieron cuenta de que “el Moscón” se les moría, entonces trataron de reanimarlo por medio de la respiración artificial, pero fue inútil, mientras tanto el estertor de su agonía se metía por los oídos de todos los presentes hasta que un guardia civil se levantó de su camastro,  molesto por aquel sonido profundo, y encarándose con el agonizante le pegó el último trallazo mientras le preguntaba: “¿Aún te quejas, marrano?”.

El diario La Libertad volvió a contar esta terrible historia a sus lectores sin ahorrar ningún detalle:

“…Los dos jóvenes se llevan  a Fernando a una habitación inmediata y se lían a golpes. Los presos los ven y en los ojos de todos se lee la rabia y el dolor. Se alejan con el preso. Ya están en el escenario. Y ya está “el Moscón” colgado por tercera vez. Empiezan los palos. Con más dureza, con más crueldad, con más furia que nunca. “El Moscón” solloza: -“¡Me muero! ¡Me muero!‘…Los palos siguen. Fernando no puede aguantar más: Tiene el cuerpo en carne viva, los huesos, rotos; los músculos, destrozados. Por la boca echa una espuma sanguinolenta. Dobla la cabeza y deja de quejarse…Los jóvenes se asustan. Le descuelgan. Empiezan a echarle cubos de agua y a practicarle la respiración artificial…”

Fernando González Fernández “Cubia” murió el 7 de diciembre de 1934 a consecuencia de los tormentos sufridos. Su viuda y sus cinco hijos recibieron la noticia de la muerte cuando este ya estaba enterrado y con ella un certificado de defunción expedido por un médico militar en el que constaba que el fallecimiento se había producido de manera natural por un accidente cardiaco. (7) Aún así, ante la sospecha de que sé le había enterrado vivo se exhumo su cadáver, haciéndosele la autopsia para comprobar este extremo.

 

(Partes I y II ya publicadas. Seguirá la parte IV)

© Ernesto Burgos , para EVDT, julio 2016 

 

 


(1) POZUELO ANDRÉS, Yván (2014): “Octubre 1934. La “prueba” de la existencia del complot judeo-masónico-comunista” en la revista Cultura Masónica p. p. 51 a 55.

(2)  SABORIT, Andrés (1967): La huelga de agosto de 1917 (Apuntes Históricos); Editorial Pablo Iglesias, Impresiones Modernas S.A. México D. F., p. 115.

(3)  En el cuadro lógico de la logia Jovellanos 337 de 22 de noviembre 1919, aparece también otro aprendiz mierense, Macario Valverde Álvarez “Confucio”, del que se apunta que estaba soltero y era minero.

(4) En el IV Congreso (noviembre de 1922) se estableció definitivamente la incompatibilidad entre militancia comunista y membresía masónica (FERRER BENIMELI, José Antonio (2002): La Masonería, Alianza Editorial, Madrid, p. 122.)

(5) PÉREZ SOLÍS, Oscar (1938): Sitio y defensa de Oviedo, Talleres tipográficos de Afrodisio Aguado, Valladolid, p. 99.

(6) El semanario La Victoria de Béjar dio la noticia de su enlace el 6 de junio de 1925: “En Sahagún (León), se celebró el día 27 del pasado mayo la boda de nuestro paisano don Victorino González Muñoz de La Peña, comerciante de Mieres (Asturias) con la señorita María de las Candelas Guerrero Calleja. Bendijo la unión el párroco del referido pueblo…La boda se celebró en familia por el reciente luto del novio, a causa del fallecimiento de su madre doña Carmen Muñoz de La Peña, maestra nacional, que fue, de Palacios de Becedas…”

(7) La crónica de La Libertad, el 23de enero de 1936  la firmó el periodista anarcosindicalista Eduardo de Guzmán, concluyendo con este párrafo: “En el cementerio de Mieres, en un lugar apartado, hay una tumba. En ella reposa “el Moscón”. Oficialmente murió de una angina de pecho”.