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Fieles a Dios y al patrón I

Primera parte de la ponencia que Ernesto Burgos, historiador, profesor y colaborador de La Nueva España y de esta página turonesa, ofreció en Mieres con motivo de la celebracíón de las IV Jornadas de Historia y Patrimonio organizadas por la asociación cultural y minera «Santa Bárbara». Esta pertinente y una minuciosa investigación, ayuda a una mejor comprensión de la relación entre los patronos y la enseñanza religiosa como elemento de mantenimiento del orden social.

La implantación de la enseñanza religiosa en la Montaña Central

 

 

“Lo primero que se advierte en los rostros de los obreros asturianos es la huella infame del alcohol…De la lujuria apenas queremos decir nada. Lo que dicen que es cierto es que el adulterio es sobradamente ordinario…Al lado de esta llaga inmunda está la del lujo en las jóvenes…Los mineros blasfeman a troche y moche. Su boca mana tan diabólica vena como una fuente en el agua…los niños aprenden tan impía costumbre en el hogar, en la calle, en el taller, por todas partes…”

 

 

 
 
Impresiones de un valle

Estas fueron las impresiones que recibió el padre Nazario González, cuando llegó al valle del Caudal y que acabó Los pecherines blancos.jpgpublicando en1950 en el nº 3 de la revista “Información Lasaliana”. Si damos por supuesto que su opinión reflejaba la de todos los hermanos de su orden, nos explicaremos por qué, cuando los frailes fueron llamados a encargarse de la enseñanza de aquellos pequeños pecadores, asumieron que estaban en un territorio de misiones similar a las colonias que ya conocían en otras partes del mundo.

Si les parece que exagero, déjenme recordar otro párrafo extraído de un artículo escrito para celebrar el aniversario de la fundación de su primera escuela en Mieres: “Hace veinticinco años la Hermandad de la Salle apareció en La Villa, la más insumisa de las kábilas mierenses. Sobre el negro uniforme de esta heroica milicia de Roma, los pecherines blancos proclamaban con su infantil aleteo, la pureza de sus corazones: dos páginas en blanco parecían haber sido elegidas como símbolo de su misión educadora.”

Y al fin y al cabo, si nos situamos en la óptica del fraile recién llegado a la cuenca minera, veremos un territorio inhóspito, una kábila poblada por una masa inculta, maleducada y atea de trabajadores al servicio de unos empresarios llegados desde muy lejos, que hacían su vida al margen de aquella sociedad o apenas aparecían por aquí, como era el caso de don Claudio López Bru, el segundo marqués de Comillas; unos capitalistas que creaban empleo en esta tierra buscando, como es lógico, su propio benefico y que trataban a sus obreros con la misma generosidad que los emprendedores colonialistas en el África negra o en Indochina.

Aquella era definitivamente una tierra de misión y ningún sitio mejor para desarrollar esta labor que las escuelas, porque desde los inicios de la civilización y hasta el tiempo presente, la palabra de los maestros ha sido fundamental a la hora de transformar a los niños y niñas en buenos ciudadanos y la coyuntura que se vivía en la Montaña Central con el auge de la industrialización requería trabajadores sumisos, fieles a dios y al patrón.
 
La Ley Moyano
Ley Moyano.jpg
Desde el siglo XVII y hasta 1857, cuando un gobierno liberal promulgó la llamada Ley Moyano, las órdenes religiosas monopolizaron la enseñanza en las capitales de España, como sucedía también en toda Europa; pero la mayor parte del país y especialmente Asturias, era profundamente rural y con una población dispersa y mal comunicada, de manera que la única enseñanza que recibían la mayoría de los pequeños venía de los conocimientos tradicionales transmitidos de generación en generación dentro de cada familia.

Esta situación era la causa de la elevadísima tasa de analfabetismo de la región y traía la consecuencia de que solo se transmitía el aprendizaje de los conocimientos relacionados con las labores del campo y el ganado y a las habilidades necesarias para moverse y aprovechar el entorno más próximo, mientras se ignoraba todo lo que no estuviese directamente relacionado con la vida cotidiana.

La Ley Moyano dividió sus contenidos en cuatro secciones: la primera se ocupaba de los estudios; la segunda, de los establecimientos de enseñanza; la tercera, del profesorado público; y la cuarta, del gobierno y administración de la Instrucción pública. La enseñanza primaria era obligatoria desde los 6 hasta los 12 años y gratuita para los que no pudieran pagarla, pero en la práctica todo siguió dependiendo de la iniciativa de los municipios o de la iniciativa privada.

Hasta que a mediados del siglo XIX se crearon las Escuelas Normales, lo habitual fue que cada comunidad estableciese un contrato pactando las condiciones con maestros que solían compartir este trabajo con otros oficios que a veces estaban tan alejados de lo cultural como el de tabernero y cuyos conocimientos eran a veces tan escasos que apenas podían transmitir otra cosa que las cuatro reglas y las primeras letras. Su paga se fijaba tras un regateo y salía de los arbitrios municipales y de las Obras Pías o de Fundaciones, que abundaban en las zonas rurales y, conPalomar-escuela de Cenera.jpg frecuencia, el texto básico que se empleaba para aprender a leer era el catecismo.

Del mismo modo, se determinaba la duración del curso, limitado a los meses de invierno, la época en que se precisaban menos los brazos infantiles para las tareas del campo, y también se especificaba el lugar que debía servir como escuela, casi siempre los atrios de las Iglesias, otras veces debajo de una panera y en ocasiones habilitando locales tan pintorescos como el palomar circular que aún se conserva en el Palacio de Arriba de Cenera.

Aunque en ocasiones, aún podía ser peor, si hacemos caso de esta descripción que se publicó en un informe sobre las escuelas asturianas a principios del siglo XX: “...cuadras convertidas en escuelas, locales con grietas enormes en las paredes por donde entra la nieve y el agua, locales a teja vana en donde el maderamen podrido cruje con la acometida del viento…escuelas en las bajeras de los hórreos rodeados de estercoleros, otras contiguas a las tapias del cementerio, por las que los días de lluvia se escurre un caldo espeso y nauseabundo”.
 
Las escuelas de primera enseñanza


La ordenanza de 1857 vino a poner un poco de orden disponiendo el mantenimiento de las escuelas de primera enseñanza y la retribución dineraria de los maestros, ayudando con dinero del Estado a aquellos pueblos que no pudiesen asumir este gasto con sus propios presupuestos; también señaló la necesidad de construir escuelas elementales fijando su tamaño en función de la cantidad de niños y niñas de cada lugar, así como la ubicación de las escuelas superiores, estableciendo que, al menos la tercera parte, debían ser escuelas públicas.

 


Anunciata Sama de Langreo.jpgUna característica particular que alivió la situación del territorio asturiano fue la creación de cientos de escuelas con el dinero que enviaba la emigración americana. Por citar una zona, en el Alto Nalón son buenos ejemplos las escuelas de Tanes y Campo de Caso. La primera se abrió por la iniciativa del párroco de la Colegiata en la década de 1890 y se mantuvo por las aportaciones de los indianos y la segunda fue construida en las primeras décadas del siglo XX y financiada hasta su destrucción durante la Guerra Civil por la Sociedad Casina de La Habana. Otra más, la de Soto de Agues, se pudo construir asimismo en 1923 con el dinero de los emigrantes.

También hubo algunas iniciativas personales como la de don Gaspar de Las Traviesas, gracias al cual se pudo iniciar allá por 1880, la construcción de la escuela de Caleao; o la de don Pedro Suárez, desplazado a La Habana, que completó lo recaudado por sus vecinos para poder concluir los trabajos de la de Rioseco, en el concejo de Sobrescobio.
Pero la aplicación de la Ley Moyano era imposible en aquellas aldeas alejadas de todo y ajenas al proceso de modernización que ya era imparable en las capitales de los concejos mineros y en las zonas más próximas a las grandes explotaciones mineras y las fábricas. La industrialización atrajo a las Cuencas del Caudal y del Nalón un aluvión de familias atraídas por la demanda de trabajadores, que llegaron desde otras regiones multiplicando la población infantil. Pronto se vio pronto la necesidad de abordar la escolarización de estos centenares de niños y niñas cuyo destino no podía ser otro que el de heredar el trabajo de sus padres en las galerías y los hornos.
 

 

Enseñanza y orden social

Por otro lado, a finales del siglo XIX los capitalistas eran conscientes de que la mejor manera de defender su posición de privilegio pasaba por mantener el orden social y esto solo podía lograrse si los trabajadores aceptaban con normalidad el papel de sumisión que les correspondía por haber nacido en una clase social destinada a la producción de riqueza que ellos aprovechaban.

Caleao.jpgPara que asumiesen esta circunstancia, había que educarlos en esta idea desde niños, inculcando en sus conductas infantiles unas normas que ellos debían asumir con normalidad, sin cuestionarse nada, considerando que el hecho de que los obreros debían trabajar para enriquecer a sus patronos era algo tan inmutable como los nombres de los continentes o la tabla de multiplicar.

A nadie se le escapa que las escuelas han sido hasta la llegada de las nuevas tecnologías el medio más eficaz para divulgar los postulados de la ideología dominante, por eso, las instituciones y las familias apoyaron la autoridad de los enseñantes que no dudaban en emplear incluso los castigos físicos para reforzar este aprendizaje.

Los empresarios comprendieron enseguida que el eje de este sistema estaba en los propios maestros. En aquel momento, la orientación educativa dependía de la Universidad y más concretamente de la visión de sus rectores, entre los que había intelectuales tan alejados de este concepto de enseñanza autoritaria como Félix Aramburu o Fermín Canella, impulsor de la Extensión Universitaria, la Universidad Popular, las Escuelas Neutras y los Ateneos, siguiendo los postulados laicos de la Institución Libre de Enseñanza.

Estaba claro que esta situación era contraria a sus intereses y por eso se buscó una alternativa en las órdenes católicas y los patronos establecieron contacto con las congregaciones dedicadas a la enseñanza, que no dudaron en desplazar a sus efectivos humanos si se les proporcionaban las infraestructuras y la dotación económica necesaria.
 
La educación femenina

Émile Combes.jpgLa enseñanza religiosa en las Cuencas tuvo su primer objetivo en la educación femenina, seguramente porque en aquel momento todavía se anteponía la necesidad de obreros infantiles a su educación y el número de niños obreros era superior al de niñas. En Sama de Langreo, el reglamento de de las escuelas de Duro y Cía ya establecía en 1869 la obligación de asistir a la misa dominical, el rezo obligatorio al término de las clases de la mañana y de la tarde, y el Rosario, semanal para los niños y diario para las niñas, anunciando esta diferencia entre sexos, pero hubo que esperar a 1897 para que la empresa, con ayuda del Ayuntamiento de la localidad, decidiese llamar a las Hermanas Dominicas de La Anunciata para que inauguraron aquí un colegio, el primero de los que le iban a seguir en la Montaña Central.

Unos meses más tarde, las monjas fueron llamadas por Enriqueta Guilhou para sustituir en Ablaña a las maestras laicas de Fábrica de Mieres. Allí fundaron una Casa Colegio con cuatro hermanas Dominicas a comienzos de 1898 con el objetivo de educar e instruir gratuitamente a las hijas de los obreros y empleados de la empresa, y se encargaron a la vez de abrir una Escuela del Hogar. Poco después se establecieron en el centro de Mieres y también en Ujo y Caborana, donde abrieron incluso Escuelas Dominicales para alejar a las niñas de las distracciones de la calle disminuyendo sus horas de ocio.

En Sotrondio y Bustiello la enseñanza femenina se cedió a otra orden francesa, encargada a la vez del hospital del poblado minero: las Hijas de La Caridad de San Vicente de Paúl. Una congregación que también era conocida en otros ámbitos más sórdidos, como el control de las reclusas en las cárceles francesas, labor que repitieron en España durante la posguerra, donde, a juzgar por los testimonios de las reclusas, no destacaron por su comportamiento piadoso y que ahora ha vuelto a la actualidad al estar implicada en el triste caso de los niños robados a sus madres en fechas mucho más cercanas.
 
Los Hermanos de las Escuelas Cristianas

En cuanto a los niños, su educación se dejó casi exclusivamente en manos de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, otra orden francesa cuya implantación en Asturias vino motivada por la política de Émile Combes,San Juan Bautista de La Salle.jpg ministro de Instrucción Pública y de Cultos en el gobierno de León Bourgeois y antiguo seminarista que –como suele suceder en muchos casos- cuando abandonó aquel recinto se convirtió en un activo militante anticlerical.

Casi todos los religiosos y religiosas que se encargaron de abrir sus escuelas en los valles mineros eran españoles, pero pertenecían, como vemos a congregaciones francesas e incluso algunos habían llegado desde el país vecino forzados por la Ley de Asociaciones que se aprobó allí el 1 de julio de 1901 bajo la inspiración de Combes.

Aquella norma supuso el cierre de miles de colegios católicos en Francia, aunque para la Iglesia lo más duro fue la aprobación en el Parlamento de otra Ley, el 7 de julio de 1904, que dio un plazo de 10 años para que ningún religioso pudiese enseñar o dirigir un colegio, basándose en que no se podía confiar la educación de los niños y de los jóvenes a quienes los formaban “únicamente para reaccionar contra los principios de la Revolución".

Para evitar desvincularse de las escuelas y poder seguir con su trabajo como maestros laicos, algunos religiosos se secularizaron, pero otros consideraron esta actitud como una "apostasía" y se trasladaron a España, un territorio ajeno a esta polémica y que ofrecía muchas posibilidades de crecimiento.

La llegada de los Hermanos de las Escuelas Cristianas al Nalón estuvo ligada a don Buenaventura Junquera, ferviente católico y director técnico en aquellos años de Duro-Felguera. Se establecieron primero en Ciaño, en una pequeña escuela atendida por los mismos frailes que se encargaban del culto y de la predicación por la zona y luego, el 1 de abril de 1902, pasaron a La Felguera, más poblada y que ofrecía más posibilidades. Allí trabajaron en un principio cuatro hermanos junto a otros maestros no religiosos, que impartían enseñanza primaria gratuita a los hijos de los obreros de la empresa y a otros niños de la localidad.

Este fue el primer centro que llevó, en España, el nombre de "San Juan Bautista de La Salle" y, tuvo tanto éxito que, apenas un año más tarde, tuvo que cambiar de lugar para atender a unos 500 niños y también a 300 adultos, lo que hizo necesaria la presencia de más frailes. Luego su crecimiento solo se detuvo con la crisis que en 1905 afectó a la empresa, obligando a limitar su matrícula a los hijos de sus trabajadores, lo que motivó protestas entre los vecinos que quedaron excluidos de las aulas. 


© Ernesto Burgos, Mieres, agosto de 2012
 (1ª parte de la ponencia ofrecida en el marco de las IV Jornadas de Historia y Patrimonio organizadas por la asociación cultural y minera «Santa Bárbara» en Mieres, 23 -24 de mayo de 2012)
NB. La 2ª parte será publicada el 20 de agosto