Herramientas Personales

Cambiar a contenido. | Saltar a navegación

Navegación

Navegación
Menu de navigation
Usted está aquí: Inicio / Historia / Autores / José Antonio Vega Álvarez / El sonido del valle de Turón
Acciones de Documento

El sonido del valle de Turón

El silencio de Mozart sigue siendo Mozart opinan y aseveran los melómanos. No es necesario ser perfectos entendidos para ratificar la afirmación. Los largos segundos silenciosos tras su Requiem hablan por sí solos. Porque el silencio no es ausencia de sonido sino prolongación necesaria de momentos intensos y fuertes, una respiración reflexiva para volver a reincorporarnos emocionalmente o dejar que nuestra mente apresurada pueble la ausencia con nuestros propios recuerdos. José Antonio Vega rememora con emoción lo uno y lo otro, el puntual turullu marcando el ritmo minero o aullando por el drama y los pitidos y el humo de los trenes presumiendo con su preciado cargamento. El silencio de hoy sigue habitado por nuestra larga historia.

HABLANDO DE TURÓN

 

 

José Antonio Vega Álvarez

 

 

El sonido del valle de Turón

 

Hubo una época, en que Turón tenía su propio color, olor, sabor y sus sonidos propios. El valle dejó de ser silencioso, bien avanzado, el último tercio del siglo XIX. Nuevos sonidos empezaron a surgir por todo el valle, y el más característico sería conocido como el “turullo”, que levantaba su voz potente en la mañana joven, en la hora meridiana, al final de la jornada en los pozos, lavaderos y otras instalaciones. Sin ser estridente, estos turullos incluso se oían en la misma Hueria.

Incluso serian durante la guerra civil, los que daban las primeras alarmas cuando en el horizonte aparecían los aviones del ejército de Franco, en su paso generalmente para bombardear los puestos republicanos de Oviedo y Gijón. La gente se refugiaba en los sitios adecuados y allí esperaban el toque que indicase que todo había pasado.

Con el final de la guerra, el único sonido fueron los turullos de los pozos del valle y el ferrocarril.

Durante muchos años, este fue el sonido de Turón, que solamente era interrumpido por los ensordecedores cohetes de los festejos, que apagaban por un momento el estruendo de los “turullos” y el ruido de los martillazos y el incesante pitar de las locomotoras, que eran sustituidos por las agradables notas de las bandas de música. Desde la cima de las montañas más apartadas y los más lejanos pueblos, se formaba una interminable hilera de romeros que acudían presurosos a presenciar los festejos, muy sugestivos.

Ya no suena el “turullu” anunciando a los mineros la hora del trabajo, y de su pensión. Con el “turullu” comenzaban otros sonidos, como era el continuo pitar de las locomotoras, el movimiento de los planos y las calderas cuando sus motores desvaporaban, porque les fallaba la combustión. El “jalear” de los machos, con sus cascabeles, dejo de oírse en los pisos altos, galerías, y bocaminas.

Bajo el sonido del “turullu” todo era movimiento, alegría, esplendor. Con su silencio terminó el martilleo de las fraguas, y todo aquel hormiguero de gentes del exterior. Estos eran la voz de los guardianes de muchas ilusiones.

Otro de los sonidos perdidos en Turón fueron los sonidos ferroviarios, entre los cuales tal vez el más significativo era el del silbato de las locomotoras de vapor. Ningún otro ha identificado mejor a aquellos trenes mineros. Antes de la desaparición de la minera en la zona aquel silbato había perdido su majestuosidad cuando las viejas locomotoras de vapor fueron sustituidas por las diesel, las nuevas normas habían eliminado casi por completo ese sonido.

Aquellos pitidos no eran porque sí; pues cada silbido obedecía a una disposición reglamentaria. Había que pitar en los trabajos de enganchar y desenganchar los vagones durante las maniobras; en la salida de los máquinas y convoyes en plena vía.

Este reglamento detallaba cuando era necesario usar el silbato al acercarse, a las estaciones de empalme, al llegar a las agujas, en las estaciones, en las curvas, en los pasos a nivel,  al llegar a un túnel y en todos los puntos donde hubiera señales fijas que así lo indicaban. El silbido, según sus pautas y número de pitidos, se transmitían una serie de señales al personal del tren, al de maniobras y al de las estaciones. Era, en suma, un instrumento indispensable para la circulación.

Los antiguos ferrocarriles con sus locomotoras de vapor eran para Turón una fiesta de color, sonido e… intensa humareda.

Aunque ya a comienzos del siglo XX se comenzó a sustituir el vapor por la tracción diesel y eléctrica, algunas zonas del país ricas en recursos naturales como el carbón continuaron utilizando de forma importante la tracción a vapor hasta bien avanzada la década de los años sesenta

“Enterradme cerca de la vía para oír el pitido de los trenes. Es el sonido más hermoso”, estas serían las últimas palabras del maquinista de uno de los trenes de la película “Unión Pacífico”, antes de morir aplastado por su locomotora, volcada en un accidente. Hoy, ni siquiera, nuestros muertos pueden sentir sus sonidos y los que hoy estamos cada día que pasa escuchamos los “sonidos del silencio”

 

 © José Antonio Vega Álvarez para www.elvalledeturon.net, julio de 2018