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El ángel de Los Cuarteles

La suma de nuestros recuerdos, tan subjetivos, han bordado un largo elenco con personalidades que han contado, y a veces transformado, la historia de nuestro valle. Patuca, el infatigable ángel de Los Cuarteles, ha sabido labrar los corazones con su presencia discreta, su optimismo y su generosidad.

Despuntaba junio del 1962, primeros días de calor después de un largo invierno con frio y nieve, con lluvia y hielo, y con barro en abundancia en el barrio de San Francisco (recuerdo que todas las calles eran de tierra y  piedras, y durante otoño e invierno siempre estaban embarradas).

Estábamos unos cuantos “guajes” jugando en el vestíbulo del  cine Fideflor  donde se apilaban en paneles  (carteleras) fotos de las escenas más interesantes de las películas que se exhibirían a la tarde y en días sucesivos. Allí estaba la mesa vacía, que en unas horas “Prima” llenaría de caramelos, cacahuetes, avellanas, pirulís, pan de higo, regaliz y cajetillas de tabaco, para ganarse un pequeño jornal vendiendo todas esas mercancías a la gente que iba a ver aquellas memorables sesiones de cine en doble programa.

De repente aparca delante del cine una furgoneta que tenía rotulada “La Casa de la Radio – Mieres”, se apearon dos hombres y nos preguntaron…..”¿ Dónde vive Laureano García Iglesias ?”.... Nosotros con cara de extrañeza miramos unos para otros y torcimos la cabeza con una mueca inequívoca de que no teníamos ni idea. Yo que siempre tuve una memoria privilegiada comencé a repasar los Laureanos que había en los cuarteles pero Laureano Garcia Iglesias no había nadie a nuestro pensar. Alguien preguntó: “¿Y cómo es el Laureano ese?”. Definición inequívoca: menudo, delgado, vivaracho, calvo muy simpático y buena persona… y todos al unísono dijimos, “Patuca”. Alguien añadió, “¡nuestro Jefe!”. A día de hoy yo me atrevería a definirlo como “nuestro ángel de la guarda” el ángel de la guarda de los guajes de los Cuarteles, el hombre con más paciencia que conocí. Enseguida le dije: “vive en el nº 44 bajo derecha…pero no está”. Aquel señor moreno y con gafas me miró y dijo…”.¿Tú qué sabes?” Saltamos todos a la vez, “está trabajando en el pozu”. Otro dijo “ta picando carbón, ahora no está en casa, ni su mujer Irene,  la vi yo ir al Conomato”. Ah, siguió añadiendo, “y después del trabajo y comer sal un poco a la partida y luego al cine”. El de las gafas cada vez más atónito. “Sí al cine, dije yo, pues a veces hace de acomodador,  otras despacha vasos de vino al descanso en el bar y en invierno se encarga de la calefacción para que el local esté bien ambientado y que nadie tenga frio”. “Y lo mejor, cuando hay películas de vaqueros o de romanos nos cuela a los “nenos” porque solo tenemos dinero para el cine infantil de los domingos”.

¡Qué e ingenuidad la nuestra, contándole todo al de las gafas y al otro más joven: cómo Patuca estaba picando carbón en el pozo San José, cómo se sacaba un sobresueldo en el Cine Fideflor, siendo hombre para todo, pues en aquella época la vida era muy muy dura.

Seguimos con nuestro relato de niños….el dueño del Cine era “Flor”, aquel señor rizoso, bajo y fuerte, que siempre nos acariciaba la cabeza y constantemente  tenía en la boca un puro habano y que era el padre de María Elena, aquella niña tan guapa y que a mí tanto me gustaba…… pero para nosotros el “Jefe” era Patuca.

Alguien comentó, además “ye el que organiza la mejor foguera del mundo”. Y  así era, dirigía a todos los “guajes de los Cuarteles”, grandes, medianos y pequeños en los trabajos de buscar leña, colocarla, ir a pedir donativos para costear el chocolate con churros que en el día de la  hoguera cocinarían las mujeres capitaneadas por Irene e Ita, ayudadas de las vecinas y que degustaría todo el pueblo al calor de la impresionante pira ardiente y del bullicio festero.

Patuca fue el padre de las macro hogueras y de la fiesta mágica de la noche de San Juan en Turón. El 23 de junio, víspera de San Juan, detrás del Cine Fideflor y en el muro sobre el río lucía majestuosa aquella pila impresionante de madera de mina que todos habíamos acarretado desde las distintas escombreras, en espera de que llegara la hora de que el fuego hiciera su cometido. Recuerdo que yo era uno de los encargados de ir con él a buscar la gasolina y los cotones para forrar el interior y rociar la madera, todo esto nos lo daban en la lampistería del pozo San José.

De repente dijo el de las gafas…..”pues nosotros venimos para eso”. Una vuelta al corazón, éstos nos van a prohibir la “foguera”…pero no. Dijo: “este año va a haber música y baile, pues venimos a ultimar el alquiler de un pick up y un amplificador con sus respectivos altavoces y a bailar todo el mundo”.

Por primera vez hubo un gran baile en una hoguera en nuestro pueblo, aunque yo recuerdo con mucho más cariño bailando el famoso “Río Verde”, en el centro del gigantesco corro que formábamos todos los guajes después de haber saboreado el delicioso chocolate y los crujientes churros, con la niña que tenía los ojos azules más bonitos que vi en mi vida…Raquel la hija del “Jefe”.

Patuca también organizaba eventos para los mayores, era todo actividad. Recuerdo las famosas excursiones a San Froilán en León. En este momento lo estoy viendo bailando con Leontina la de Ortega, eran simpatiquísimos y con sus amigos del alma Luis Arranz y Gelin el de Mari la del Quioscu. Donde ellos estaban nunca había penas.

Pasados unos años nuestro “ángel” nos dejó solos, se fue a vivir a Cabojal con su familia y aunque de vez en cuando venía por el barrio, pues otra parte de la familia aún vivía en el nº 44, ya nada fue igual.

Más tarde se fue a vivir a Figaredo y nosotros fuimos creciendo. Después de unos años sin hoguera en los Cuarteles, yo tomé el testigo y la organizamos aunque cambiando de lugar, de donde el rio pasamos a donde las carboneras y la huerta de Valiente el de Josefa, pero jamás con la relevancia de las hogueras de Patuca.

Una terrible enfermedad acabó con su vida en el Hospital General en la planta donde trabajaba mi mujer. Una triste tarde llegó a casa después del trabajo y me dijo “hoy acaba de irse al cielo tu ángel y el de todos vosotros”.

Sinceramente creo que este hombre es uno de los grandes olvidados por el pueblo de Turón. Que este escrito sirva para recordar a un hombre bueno que siempre trabajó desinteresadamente por su pueblo.

¡ Patuca, nosotros….los guajes de los Cuarteles jamás te olvidaremos, y sé que seguirás protegiéndonos allá donde estés, pues siempre fuiste nuestro ángel de la guarda, y los que ya se fueron estarán a tu lado esperando a los demás para preparar en el cielo la más impresionante hoguera que se haya visto ! .

 

     JC Secades, Turón, 2015