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Un sentimiento llamado Varela

Desde la amistad que concitaba sus habituales, y últimamente más frecuentes, reflexiones existenciales, compartiendo además tantas preocupaciones culturales, Ismael García Arias describe perfectamente la presencia humanista de una gran persona y el talento de un artista que ha retenido y sublimado con sus pinceles los parajes más cercanos de nuestro valle.

UN SENTIMIENTO LLAMADO VARELA

 

El humanismo, la pintura, los azules y la música de un artista turonés que se fue

 

Hablamos bastante durante su exposición de septiembre en la Casa de Cultura Teodoro Cuesta de Mieres. Me recordó que a Ana Cano, mi mujer, le gustaban mucho los paisajes de calles de Turón que le recordaban la banlieue de tantas ciudades mineras de Francia, con su ausencia de vida, con esos colores pegajosos que deja la lluvia y las tardes frías del entretiempo. Y me hablaba del sentimiento de la pérdida, de los amigos que se nos acabaron yendo y de cómo no dejaban de hacerlo, de cómo la tristeza había sido un pecado capital cuando eran ocho y como ahora era una manera de entender el mundo y sobre todo de hacernos capaces de entender el nuestro. De cómo el azul era el nombre inglés de la tristeza y de cómo Tangled Up in Blue (Enredado en el azul o Envuelto en tristeza, según se prefiera) podría ser una buena sintonía para entender nuestro estado de ánimo.

Y hablábamos de pintura, de tanta gente que nos gustaba y de cómo a veces encontrábamos en un mal pintor un momento magnífico. En esta última exposición, Varela volvía a ser el pintor de lo cotidiano de nuestra tierra, de la sonrisa triste, de los azules de plomo, de las tardes desangeladas de lluvia. Estoy escribiendo este artículo en una de esas tardes del más azul de los grises que se asomó a este junio extraño lleno de mascarillas también azules. Escribiéndolo sobre un músico que pintaba y sobre un pintor que adoraba la música, sobre un filósofo humanista que hablaba de nuestra absoluta responsabilidad para darle sentido a la vida, de nuestra capacidad para hallar la verdad y para practicar el bien. Sobre este humanismo de su pincel hablé hace años en el programa de mano de su exposición en Turón y se volvió a reproducir en el de la pasada de septiembre en Mieres. Y vuelvo a hablar de ello porque su humanismo era el de mi abuelo Ismael y el de mi madre y que -bromeaba con él-, yo no heredé. Y él se reía con la media sonrisa de los sabios místicos y acabábamos siendo los dos fieles a San Agustín que amaba y hacía lo que quería.

Varela ya venía siendo desde hacía años un sentimiento, una manera de entendernos a través de la pintura, de nuestros paisajes cercanos, de la mirada de la gente que nos rodea, de la rutina del tiempo que pasa, de la tranquilidad del tiempo detenido, de la monotonía del tiempo muerto. Con su ausencia ya es demasiada la gente de Turón que me está faltando. No es cierto que sea el problema de ir haciéndonos mayores, es el resultado de quedar resistiendo en esta tierra por la que no sé si merece la pena hacerlo. Varela siempre pensaba que sí. Y aprovechaba para ironizar un poco condescendientemente de mi aire de derrota, de mi sonrisa fácil, de mi alabanza a la luz de Cádiz, de mi sueño por Tetuán, del calor y el color del Algarve más cercano a Huelva y de la alegría contagiosa que deja en los ojos la cerveza de Túnez. Al final siempre acabábamos coincidiendo en toda la paleta de los azules y en la música de John Coltrane, de Charlie Parker y de Miles Davis. Al final, ahora, me quedo con ese sentimiento llamado Varela que me ayuda a entender esta tierra tiste a través de su pintura y debajo de la lluvia. Y este artículo no podría haberlo escrito sin tener de fondo My Favorite Things, del 61. Para que la música nos haga y deje llorar por algo hermoso.

© Ismael María González Arias - Artículo publicado en LNE - 13.06.2020