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Un director ejemplar

Aunque como dice nuestro amigo Guillermo Bas, el personaje merece una biografía, aún por escribir, sirva este homenaje de Manuel Jesús López “Lito” para rescatar del olvido, a grandes rasgos, la labor económica, laboral, social, educativa y cultural desarrollada por este protagonista clave.

Un retrato de Rafael del Riego

 

En la postguerra que coincidió con nuestra  infancia, los “guajes” del Fabar pasábamos gran parte de nuestro tiempo de ocio en “el prau la Compañía” que ocupan actualmente las piscinas de “Mejoras del Valle”. Allí disputábamos emocionantes partidos de fútbol sobre un césped en el que afloraban por algunos puntos unos cimientos de los que emergían varillas de hierro dobladas hacia abajo en forma de gancho. Aquel basamento de hormigón armado tiene mucho que ver con el personaje que hoy traemos a esta página, nacido en Oviedo en 1888 y descendiente de la familia de otra figura histórica de especial relevancia: su homónimo el tinetense Rafael del Riego, paladín del liberalismo.

 

Una vez realizados los estudios de Ingeniería de Minas, D. Rafael del Riego y Ramón fue contratado por la sociedad Hulleras de Turón, llegando al Valle en 1915 donde pasó a formar parte del equipo técnico que dirigía las minas, a la sazón encabezado por D. Francisco Fontanals. Al ser nombrado director el gaditano Merello, ocupó la subdirección y con esta responsabilidad, en 1919, fue enviado al extranjero acompañado de un facultativo que, además, era amigo personal suyo (D. Bernardo Aza) a fin de estudiar sobre el terreno la aplicación a las explotaciones carboníferas del Valle de los medios de arranque utilizados tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, así como el funcionamiento de sus organizaciones sociales. Los resultados de este viaje no se hicieron esperar mucho tiempo, pues “La Compañía” (como era conocida Hulleras de Turón en todo el valle) adquirió unas máquinas perforadoras a la par que se pusieron en servicio en La Rebaldana dos compresores procedentes del país norteamericano concluyendo muy pronto el montaje del pozo auxiliar ya que urgía poner en marcha el nuevo centro de explotación que se iba a convertir muy pronto en el gran coloso, en cuanto a rendimiento se refiere, de todos los grupos mineros del Valle.

 

Llegó el año 1921 y con el ascenso de Merello a Gerente de Altos Hornos de Vizcaya de quien dependían las minas de Turón, este se traslada a Bilbao y D. Rafael accede a la dirección técnica y, a partir de entonces, la producción va a dar un salto espectacular al poner en práctica una nueva estrategia. Se van incorporando paulatinamente los novedosos métodos de arranque como son el martillo picador y las máquinas regadoras que también contribuyeron a mejorar sensiblemente las condiciones de trabajo. El cumplimiento de sus compromisos con Hulleras de Turón y la preocupación a favor de las mejoras sociales de sus trabajadores va a ser el binomio que regirá su vida profesional. Cuando en 1917 se consiguieron los últimos terrenos (la llamada finca “Puenes”) para construir el colegio de los hermanos lasalianos, Merello le encomendó la supervisión de los trabajos, responsabilidad que asumió con el máximo interés, de tal manera que el siete de enero de 1919 podía abrir sus puertas un edificio perfectamente equipado para la enseñanza con una capacidad para trescientos cincuenta alumnos.

 

Su afán por mejorar el nivel cultural de las gentes del Valle lo pone de manifiesto el hecho de que los dirigentes del recién inaugurado Ateneo Obrero en 1925 (todos ellos incluidos en la nómina minera) se encaminaron un día hacia su despacho en busca de ayuda que se tradujo en la entrega de 1.500 pesetas para la compra de libros, lo que permitiría inaugurar la biblioteca con setecientos volúmenes. Pero la iniciativa del ingeniero, en cuanto a aquella institución se refiere, no quedó ahí pues cuando la directiva comenzó las gestiones para la consecución de un local propio, más adecuado a las crecientes necesidades culturales de la colectividad, considerando la meritoria labor realizada por la entidad en su corta andadura, no dudó en ofrecer su inestimable colaboración pues era su deseo el contribuir en cuantas obras redundasen en beneficio del Valle. Así es que ofreció una parcela para la construcción del inmueble situada frente al Bazar que “La Empresa”(otro nombre común con el que los turoneses definían a la sociedad vasca) tenía en el barrio San Francisco. La inauguración del magnífico edificio tuvo lugar el diecinueve de octubre de 1929 y ese día el Gobernador Civil, en un breve discurso, solicitó la Medalla del Trabajo para el Director de Hulleras de Turón, galardón que, por cierto, le fue concedido algún tiempo después.

 

También en la consolidación del balompié tuvo mucho que ver el ingeniero ovetense, ya que en 1925, año de la fundación del Club Deportivo Turón por la iniciativa del Hermano Claudio Gabriel, docente del colegio de La Salle, se acondicionó el campo de La Bárzana, con aportación de terrenos y materiales por parte de “La Compañía”, cuyo apoyo no escamoteó en ningún momento. No es, pues, de extrañar que en la constitución de la primera junta de gobierno del equipo de fútbol se nombrase a D. Rafael del Riego Presidente honorario. Más tarde, en 1930, la ayuda continuó con la ampliación del terreno de juego, cercando el campo con una tapia de hormigón de cuatro metros de altura que reemplazaba a la antigua valla de madera, al tiempo que se construyó una caseta para jugadores y jueces arbitrales con taquillas y con los correspondientes cuartos de aseo y duchas. Eugenio “el de la Vía Estrecha”, primer presidente del equipo local, no se cansaba de proclamar: “Sin la cooperación del Director la vida del Deportivo sería imposible”.

 

Efectivamente, su actitud era la huella benefactora de un hombre justo, culto, dinámico, partidario del bienestar y progreso de un pueblo laborioso como era el que conformaba el minero del valle de Turón. A pesar del enfrentamiento de las ideologías que en aquel tiempo era continuo, si los fines eran culturales, su ayuda se extendía con generosidad sin hacer excepciones pues en el mencionado año, dada la precariedad de la biblioteca de la Casa del Pueblo o Centro Obrero del partido socialista, no tuvo reparos en hacer una donación de 300 pesetas para la compra de libros.

 

Es bastante conocido el hecho de que cuando un obrero necesitaba construir su casa por la escasez de vivienda que había debido a la continua afluencia de forasteros al trabajo de las minas, el Director estudiaba personalmente el caso y después le facilitaba el dinero o los materiales precisos en función de sus ingresos y, claro está, de su expediente particular. E impulsado por su acendrado espíritu, llegó a exclamar en cierta ocasión que no cesaría de edificar hasta que cada empleado de “La Empresa” no dispusiera de su correspondiente morada.

 

Un día se personó en su despacho un trabajador al que se le conocía por el apodo “Cabrales” (ver obra del autor “Turón. El fin de una época” pág. 287), sin duda así llamado por proceder de ese concejo. Venía pidiendo ayuda para construir su propio hogar.

 

–¿Tiene terreno en propiedad?, inquirió el Director.

 

Como carecía del mismo se lo facilitó en Repipe y ordenó al contratista Urosa que se encargara de terminarle la casita. Para amortizar la deuda, el propio trabajador, satisfecho con el resultado, decidió unilateralmente imponer las condiciones de pago que consistirían en un descuento mensual de 20 pesetas en su ya menguada nómina.

–Creo que va a ser excesivo para su economía, advirtió el ingeniero.

 

Efectivamente, aquella deducción le iba a resultar casi insostenible y el Director le convenció para dejar la cuota en 15 pesetas. Pero aún así el pobre “Cabrales” no pudo soportar aquel desembolso por mucho tiempo, de tal manera que, a los pocos meses se personó en La Cuadriella para entregar la casa a “La Empresa”, imposibiltado de hacer frente a sus responsabilidades financieras. Fue en ese instante cuando apareció la vena humanitaria del Director que le devolvió todo el dinero adelantado y, luego, para evitarle traslados inoportunos a su familia, le arrendó la vivienda por la módica cantidad de ocho pesetas mensuales.

 

D. Rafael fue un mecenas que colaboró de forma capital para que florecieran las más diversas actividades artísticas. Así cuando en 1927 surgió la Banda Filarmónica, la directiva pronto tomó rumbo a su despacho en busca de algún tipo de subvención ante los gastos que les iban apareciendo y  como siempre encontró la mano tendida del ingeniero que concedió la inestimable cantidad de cuatro mil pesetas de las de entonces para la adquisición de instrumental seminuevo. Y enterado, después de algún tiempo de ensayos de la necesidad de un local más apropiado para los músicos, decidió cederles una habitación dentro del “Bazar”, que estaba dotada de amplios ventanales y con suficiente ventilación, condiciones de las que carecía el que utilizaban hasta el momento por tratarse de un sótano.

 

El Director también realizó una labor de protección del formidable Orfeón de noventa voces que se creó en 1929 pero, sobremanera, de la Sección Local de la Cruz Roja por cuyos esfuerzos para su implantación le había sido concedida la Medalla de Oro de tan humanitaria institución en el verano del año anterior. Cuando el alcalde le entregó tal galardón terminó resaltando que “al merecer el premio que ahora recibís os eleváis y con ello enseñáis a las gentes a obrar como debe hacerse y vos lo hicisteis con modestia edificante practicando el bien sin esperar a que os lo premiaran”.

 

Aquel mismo año, habiéndose percatado de que algunos pueblos importantes como El Lago o Santandrés carecían de escuela de niñas y considerando que era una obligación ineludible el llevar a todos los rincones del valle la simiente de la cultura, se interesó por que fueran examinados algunos edificios para su posterior utilización en la enseñanza. A partir de diciembre Santandrés fue el primero en abrir sus puertas a las niñas bajo la tutela de Dª Consuelo Palicio; pronto le seguiría la escuela laguense que dirigió Dª Otilia López.

 

Otro proyecto que bullía en su mente desde hacía algún tiempo era la construcción de un verdadero sanatorio que permitiese cubrir con holgura las necesidades de los accidentados de las minas. Iría dotado de un quirófano, farmacia, locales de consulta, de curas, cocinas, baños y una amplia sala destinada a la convalecencia de los lesionados. Para su ubicación se destinó una finca conocida como “La llosa del Fabar”, emplazada en un lugar que reúne belleza y excelente situación como pocos en el Valle. Es un paraje soleado, protegido de los vientos del Norte, abierto al Mediodía que permite contemplar la magnificencia de las cumbres de Cutiellos, Cuitu Urgosa y Cutrifera; además, está a un minuto de la carretera. Se trabajaba con toda intensidad en 1934, una vez superada la “resaca” de las fiestas del Cristo. Estaban ya concluidos los cimientos y afloraban a la superficie los garfios de hierro de donde saldrían hacia el cielo las columnas que soportarían el entramado del nuevo hospital. Pero en esto llegó el mes de octubre y un levantamiento revolucionario conmocionó a la cuenca minera durante quince días. El espléndido sanatorio quedaría paralizado para siempre, pues su promotor, desgraciadamente, habría de perecer como consecuencia de los actos bárbaros que tuvieron lugar en el desarrollo de aquellos acontecimientos extraordinarios.

 

D. Rafael vivió la época del Turón glorioso que él en buena parte contribuyó a edificar. Pero los hombres buenos casi siempre suelen ser mártires y al igual que su antepasado de Tineo murió trágicamente. Éste víctima de la injusticia, aquél de la irracionalidad. Pero ¿no es lo mismo? En recuerdo a esta persona ejemplar, el Ayuntamiento de Mieres, concluida la guerra, acordó que la arteria principal del Valle a su paso por su barrio más representativo –La Veguina– llevase el nombre de “Calle Rafael del Riego”.

 

© MANUEL JESÚS LÓPEZ, «LITO», mayo 2014