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Plantas que dieron nombre a nuestros pueblos.

Descubriendo nuestros pueblos a través de las plantas.

LAS PLANTAS (Fitonimia)


FELECHOS-1.jpgUn aspecto interesante en la reflexión diaria de cada uno (dentro o fuera de las aulas) es el estudio de la vida de un valle, unos pueblos, una villa, en el entorno de cada concejo: esas plantas mayores y menores que recubren el suelo desde la orilla del río hasta las peñas más altas sobre los mayaos de los puertos y las brañas. Se empieza a descubrir, entonces, por qué abundan determinadas plantas en unos terrenos que están totalmente ausentes en otros; qué efectos tienen sobre el paisaje; qué funciones desempeñan para los habitantes de la zona; qué equilibrio o desequilibrio produce su abundancia sobre otras especies vecinas; por qué en algunas ocasiones ya no quedan robles en un lugar llamado Robleo, ni felechos en La Felguera, y pocas o ninguna figar, ya, en Figaredo.

La reflexión sobre los nombres de lugar con palabras vegetales lleva a una conclusión primera: el hombre valoró las plantas desde tiempos muy remotos (en algunos países como Bretaña, hay lugares con nombres botánicos prerromanos).

a) En unos casos, se les rendía culto, como a la encina, al espino, al roble, pues en ellos se veían fuerzas divinas y cualidades mitológicas;

b) en otros, apreciaban sus frutos, o sentían sus propiedades curativas; c) con otros, finalmente, fabricaban los variados utensilios que la madera de cada árbol le proporcionaba para ello: chozas, vasos, jarras, aperios de labranza, etc. Cada yerba, arbusto, frutal, bosque de madera..., podía solucionar un aspecto de la vida entonces, hoy sustituido por el plástico, los alimentos artificiales, los productos de farmacia o el cemento. Por eso, las plantas dieron tantos nombres de lugar.

LOS FRUTOS SECOS

Ablaneo, La Vega Ablaneo, La Faucosa, La Fabariega, Castañir, La Valli Nozal

El Nozalon - Villabazal-1.JPGEn el orden de las necesidades y los tiempos, tal vez fueran los frutos secos los alimentos imprescindibles para sobrevivir el invierno tan sólo un par de milenios atrás (no digamos, unos cuantos otros antes): sin nevera, sin invernaderos, sin abonos artificiales, sin conservantes, sin transporte por carretera, sin supermercados El Árbol, ni El Hiper, ni El Micro, ni El Campo..., los primeros pobladores de estos valles tendrían que cavilar mucho para comer cada mañana; y sólo podían asegurarse la pervivencia hasta los primeros retoños de la primavera, si eran capaces de almacenar suficientes frutos secos en el otoño, que no se pudrieran en el invierno: ablanas, nueces, castañas, bellotas, fayucu o fabucu, sobre todo.

Todavía hoy podemos observar el sistema inteligente que tienen las ardillas, los esquiles, los roedores de campo..., para almacenar en las cavornas de las castañares, entre muchas hojas y erizos, montones de estos frutos; de ellos echan mano en las suscesivas nevadas que vengan detrás. Y baste observar, sin ir más lejos, que las bellotas y las castañas se encuentran en cualquier castañeru por mayor arriba, perfectamente conservadas entre las hojas del suelo, después de las nevadas del invierno: se conservan solas, y de ellas viven los xabalinos, cuando se agota el monte en los cordales más altos.

Los topónimos de este campo fueron surgiendo, entonces, como necesidad práctica de aquellos primeros astures, para señalar sobre el suelo las zonas específicas a las que tenían que acudir cada otoño a recoger los frutos necesarios para el invierno: Castañir, Ablaneo, Yan del Nozal, La Nozalera, La Faucosa...


LAS FRUTAS VERDES:

La Cerecina, La Cerezal (Mieres), La Valle la Cerezal (Urbiés), Figaredo, Los Figares (Santa Cruz), El Pomar, El Cutsu Pumar, La Llana'l Pomar, La Peruyal, El Llenu la Peral (Urbiés).

la Cerecina y Polio.JPGLa mayor abundancia de parajes con nombres vegetales se corresponde paralelamente con la mayor presencia y variedad de frutas para los otros meses del año (la fruta del mes, que no del día, dirían aquellos primeros astures): desde mayo en adelante, ya apicalban las cerezas, las peras de San Juan, las peruyas, los figos, las moras, las manzanas, los piescos, los nisos ... Y, así, hay toda una gama escalonada de frutas que se van sucediendo la mayor parte del año. En otras regiones se da la misma variedad de topónimos: en la vecina Galicia abundan los Ameixeira (especie de nisos), Cereixal, Cereceira, Figueira, Figueiriña, Limoeiros, Maceiras, Maceiriñas, Neixal, Nespereiros, Pereiras, Pumariño, As Viñas...

Y las frutas del tiempo (del mes, de la temporada) debieron ser alimento rebuscado entre los prerromanos, a pesar de que en Asturias no queden, así a simple vista, topónimos prelatinos que las atestigüen. En el NO francés, en cambio, quedan lugares derivados del galo aballo `manzano', que dio en bretón moderno aval, de la misma raíz indoeuropea que el inglés appel, o el alemán apfel, `manzana' en ambos casos. Más aún, el mismo latín conservaba un término dialectal con esta base para designar el manzano; y la prueba es evidente: el mismo Virgilio interpreta la ciudad de Abella (en Campania) como `lugar de manzanos', que nada tiene que ver con la otra raíz más corriente de pomarius, mala mattiana, etc.

De aquí se formaron topónimos bretones y franceses como Avallon, Availles, Havelu, Avalen, L'Avallac, Avaleuc, L'Avallot, Kernaval, Kernavalot, Kerval, etc. etc. Ello indicaría que, con varios siglos de anterioridad a la llegada de las palabras latinas, los nativos, en países bien separados, ya designaban el terreno con el nombre de las frutas que recogían por temporadas (en este caso las manzanas silvestres claro está).

El caso de las peras en toponimia revela algún dato más: el bretón per, `pera', coincidiendo, pero remontando en el tiempo al latín de la misma base pira, dejó topónimos como Piriac, Perenn, Perennou, Piruit, La Pironnière, Boper, Boperec, etc. En Cambio para las peras más silvestres, pequeñas y duras, el mismo bretón usaba el término kalper (*kal `duro' + per `pera'), y kosper (kos `malo' + per `pera'). De ahí los topónimos que designaban los lugares de las peruyas entre nosotros: Botcalper, Kergalper, Calperic, Calperin, Calperit, Cosper, Goperec, etc. etc.
La misma referencia a las manzanas, y la misma distinción que dejaron los galos en la toponimia bretona entre las peras grandes y las pequeñas (más duras y ruinas), quedó en algunos pueblos de montaña, aunque con topónimos escasos: son los carápanos, carámpanos, carapuxos... (esas peras pequeñas y redondas, que nacen apiñadas en racimos de 3-4..., muy amargas en verde, pero de buen comer una vez maduras, ya por la seronda arriba). Tendremos que pensar, en consecuencia, que las frutas en zonas de montaña sí se aprovecharon desde antiguo en nuestros montes, aunque los romanos borraran muchos nombres y lugares de la cultura anterior.


LAS PLANTAS MEDICINALES:

Grameo (Santa Cruz), Ortigales.


P1020163-1.JPGLas plantas medicinales pronto habrían de hacer brotar también los nombres: en épocas más o menos remotas, sin más farmacia que la del monte y las yerbas (y sin más enfermeras que la abuela de la tribu), ortigas, malvas, flor del espino, rúa, flor del acebo, xistra, grama..., supondrían toda la carta a elegir para intentar curarse los diferentes grados de dolencias (infecciones, fiebres, congestiones, nervios...). Sirvieran o no, habría que creer en ellas, y cada otoño tener bien señalados los lugares del monte con un nombre inequívoco que permitiera recoger la planta en su flor, de modo que surtiera efecto. Como se ve, paradógicamente, la tecnología más moderna tampoco convence demasiado, y los fitoterapeutas y ecologistas más ortodoxos vuelven el pensamiento a esta imprescindible fuente de salud: las plantas.
Los nombres se multiplican de valle en valle: Flor 'Acebos, Malveo, La Malvea, Teyeo, Espineo, La Rúa, Les Conxistres, Grameo...; o los abundantes lugares en todas las regiones señalados con el nombre de las ortigas (Ortigueira, Ortogosa, El Ortigal...).

 


LOS ÁRBOLES

 

El Regueru l'Abeduriu, L'Acebal, El Bosque, El Carrascal, Pino Casquero, El Cavornal, El Cavurnu, La Espesura Les Matielle1-09684.JPG(San Martín R.A.), Espines, Los Espinos, La Faya, La Fayona, La Fresna Sueira, Fresneo, Llorero, La Valle Maíru, La Mata, Les Matielles, La Mosteyal, El Rebochal, La Vega'l Sabucal (Urbiés), La Selva, La Llana'l Xabú (Urbiés), El Tixíu y La Valle'l Tixíu (Urbiés), El Cavoxal, El Monte Tsorero


En una sociedad rural hace tan sólo unas décadas atrás (no digamos varios siglos), los árboles, además de los frutos que daban, suponían la materia prima para casi todo: vivienda, cabañas, madreñas, arados, hórreos, rudimentarios medios de transporte, leña para el fuego..., y un largo etc.
En algunos casos, al árbol se le atribuyen propiedades míticas, mágicas, curativas o religiosas, caso del espino, el xabú, el texu, el laurel, el acebo... ; y en otros, se da un intermedio entre la realidad y la magia, caso del fresnu, que no suele faltar delante de los establos y cuadras de animales en todas las caserías de montaña; la costumbre es, sin duda, antigua, pues lo mismo se dice que tiene la función de atraer los rayos de forma que no caigan sobre los animales, que se utiliza como fuente de alimentación, cortando las ramas verdes para el ganado en los otoños de mayor escasez. Los árboles siempre fueron necesarios.

 

 

LOS ARBUSTOS

DSC04675-1.JPG
La Blimal (Urbiés), La Blimera (Turón), La Brimal, L'Arteal, L'Artusu, La Mata Hedraos, El Escobal,

 

 

 


El caso de los arbustos es semejante, aunque aplicado a funciones más específicas: con las blimas, por ej., se hacían todo tipo de cestos, tejidos de varas para los cebatos y paredes, sillas, aperos del campo, etc. Los artos, hoy despreciados y erradicados de las fincas, fueron hace siglos muy cuidados, pues facilitaban una comida entonces rebuscada a falta de otra mejor: las moras, que alimentaban en el monte desde los meses del verano hasta la llegada del invierno. Con moras se hacían postres, confituras, o -recuerdan algunas abuelas- la misma comida diaria principal.

 

 



LOS CULTIVOS


LINARES-1.jpgLinares, Las Tsinariegas, Misiegos, Los Payegos, Ordaliego, L'Ordaliegu, La Viña (Cenera), Las Viñas (Ujo), La Ceposa, La Pibidal, Villa Vazal (de la veza o arveya, con asimilación de la -e- a las de Villa y -zal)

 

 

 

El vestido suponía otro problema años atrás, antes de la llegada del plástico, el nylon, los poliamidas, etc. Por esto el lino (el tsinu) junto con la lana (la tsana) de las ovejas era una planta muy cultivada en la mayoría de los pueblos. Pocos valles carecen de Linares, Tsinates, Tsinariegas, La Tierra'l Lino..., Las Llinares, Val de la Linar, según las zonas asturianas.

Algo parecido ocurría con el vino y las uvas, antes de la importación más cómoda desde tierras castellanas, gallegas, riojanas, francesas... No obstante, viñas había menos porque el clima y el suelo húmedo de estas montañas impedía sembrar parras en cualquier ladera. No obstante, pocos son los concejos que no registran hoy algún topónimo aislado en cualquier rincón un poco más soleyero y adecuado a las viñas: Val de las Viñas, la Vincietsa, Las Viñugas, Viña mayor..., nombres inconfundibles en todo caso.