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La noche mágica

El Papá Noel, con su fuerte tradición anglosajona y su empuje comercial, no ha conseguido desbancar a los Reyes Magos con su mágica cabalgata, preámbulo a una noche nerviosa de insomnio. Los que esperan la llegada apenas pegan ojo atentos a los ruidos de los visitadores orientales, cargados de regalos, a los que los ayudantes domésticos se esmeran en echar una mano sigilosa.

Recuerdos a media tarde

Carlos Vega Zapico

 

 

La noche mágica

La tarde se presentaba fría y no era para menos aunque lo que verdaderamente preocupaba era la presencia de la posible lluvia que estropease la tradicional Cabalgata de Reyes. Un par de horas antes de la hora anunciada por la organización, fue llegando, poco a poco, el séquito de sus Majestades para disponerlo todo. Aquí los trajes, aquí los turbantes, aquí las túnicas… Todo estaba en perfecto orden aunque en el recinto reinase un lógico y nervioso caos. De repente, el silencio. El Príncipe Aliatar, emisario de los Reyes Magos, anuncia solemne su inminente llegada lo que acrecienta el nerviosismo de los más pequeños. Poco a poco los Reyes van tomando asiento en su correspondiente carroza para iniciar el desfile. Los tiempos han cambiado y ya no vienen a lomos de aquellos impresionantes caballos. Hasta los animales sufren las enfermedades del frenético ritmo de vida y necesitan descanso. ¡Lo que es la vida!

Comienza el esperado desfile y los más pequeños tratan, ante la insistencia sus padres, de no acercarse demasiado a los protagonistas de la noche que, a manos llenas reparten caramelos que van quedando en el suelo sin que nadie se agache para recogerlos, ¡cómo cambian los tiempos!. Saludo aquí y allá y jolgorio entre el séquito que parece tener prisa por terminar con el ceremonial y comenzar el reparto de juguetes en una noche que se les hará, quizás demasiado larga. Pero antes, en una noche fría de invierno, no puede faltar ese chocolate preparado con paciencia  por las Amas de Casa y cuyo sabor es inigualable. Entre el jolgorio festivo, una niña pequeña, con cara de asustada, le dice a su madre: “mamá vamos pa casa que ya ye de noche y los Reyes tienen que repartir los juguetes”, prisas infantiles.

Luego, ya se sabe, pronto a la cama para descansar y poder madrugar al día siguiente para ver todo cuanto sus Majestades hayan dejado. Algún que otro disgusto por el juguete esperado y no recibido pero, que pronto es olvidado por el aluvión de regalos en ese día que para mí siempre será “el día del restallón”

                                         

 

© Carlos Vega Zapico - Turón, enero de 2016