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Mi infancia son recuerdos

Con estas pinceladas tan evocadoras, Carlos Vega comparte y abre con nosotros el abanico del recuerdo. Un abanico lleno de una magia poderosa que no es más que la propia historia de unas fiestas que todos los turoneses llevamos dentro. Y así el espacio de un momento, merced a esta lectura, cada cual viajará hasta donde se pierdan sus recuerdos, montados en los caballitos o las lanchas, pasando apuros en el túnel del miedo, bailando, desfilando, comiendo...disfrutando de lo que ya nadie nos puede quitar: nuestras fiestas del Cristo de Turón.

Entre Polio y Cutrifera

Carlos Vega Zapico

 

Mi infancia son recuerdos…
Cristo caballitos.jpg

Con estas cuatro palabras, iniciaba mi admirado Don Antonio Machado, a quien este año, centenario de la publicación de Campos de Castilla he revivido por tierras de Soria y Segovia, su poema “Retrato”. Ahora, que acaban de pasar nuestras tradicionales fiestas del Cristo de la Paz me vienen a la mente, para recordar, aquellas fiestas de la infancia. Ni mejores ni peores que las que acabamos de celebrar. Simplemente, diferentes.

Para los “güajes”, iniciado ya el período escolar, comenzaban días antes de lo oficialmente programado con la llegada de aquellos grandes camiones que traían “los caballitos”. Desembarcaban primero “los coches de choque” que se instalaban a la altura del viejo Economato de San Francisco. Todo servicio “voluntario” era premiado con algún que otro vale, de grueso cartón, que Carmina o sus hermanos Eulogio, Julio y Pepín controlaban y que para nosotros suponía todo un verdadero botín festivo. Era el inicio de una “cera de alante” repleta de cachivaches que por unos días dificultaba el acceso a las viejas carboneras y hacían nuestra delicia. Un poco más allá, la noria con coloreados cajilones que sobrepasaban la altura de los viejos cuarteles y rivalizaba en ruido musical con sus vecinos. A su lado, “les cadenes”, “los caballitos de subir y bajar” y “les lanches” donde pequeños y mayores demostrábamos nuestra destreza muscular subiendo y bajando y no faltaban los “tiros” Cristo la ratita.jpgdonde poníamos a prueba nuestra puntería. El “tren fantasma”, que repetía una y mil veces aquel corto itinerario mientras poníamos todo nuestro empeño en poder coger la escoba de aquel “fantasma” al que conocíamos terminado el corto viaje, al quitarse la careta. El vaivén, el astro volador, la churrería… todo estaba preparado, la fiesta podía comenzar.                 

Entre toda la parafernalia festiva había dos cosas que nunca faltaban. La “ratita americana” y la “Tómbola Gijonesa”. La primera que solía situarse frente al portal número 3 donde vivía Luisina, Luis Moro y los Campomanes. Aquel pequeño animal, supongo que sería un hámster, nos atraía, una y otra vez, para ver como con el sonido del cascabel, atado a la cesta de mimbre que la cubría, escogía el hueco donde esconderse y de esta forma marcar el número premiado ante el ensordecedor griterío de quienes habían comprado un boleto y pretendían, voz en grito, dirigir la dirección del asustado animal. Y otra vez, la voz de su dueño volvía a repetir. ¡Ya está la rata debajo la lata”! mientras comenzaba la venta para un nuevo sorteo. Un año, no volvió a Turón y aquella pequeña atracción de feria, repleta de cacharros, quedó, sin duda, en el recuerdo de varias generaciones. Aquel espacio junto al transformador eléctrico donde siempre se situaba, dificultando el paso hacia el 1º de San José, quedó vació para siempre.

La “Tómbola Gijonesa” se situaba frente a los portales 6 y 7, muy cerca de la calle principal y bien se acordarán de ello Piedad, Varela o Marifé que allí vivían . Sus dueños eran los mismos que los de varias atracciones común al apellido “Faes”, feriantes “de toda la vida” y que ignoro si sus descendientes siguen dedicándose al mismo trabajo. Su novedad era aquel sorteo que tenía lugar a partir de las doce de la noche y que bajo el nombre de “cajón sorpresa” jugaba con el concursante ofreciendo y cambiando el premio hasta conducirle hasta el límite del nerviosismo.Cristo Cine Río.jpg

Al fondo, junto a lo que conocíamos como “los cuarteles viejos” y aprovechando una pequeña explanada, la barra del bar y el quiosco de la música construido, de madera, por los carpinteros “de la empresa” lugar reservado a las orquestas encargadas de amenizar romerías y verbenas. La Orquesta Iberia, la Maite o Los Montanos se encargaban de la parte musical. Toda la calle iluminada con bombillas de colores de aquellos artísticos arcos que Tomillo, “el hombre de los caballitos”, había diseñado y cuyo dibujo aun conservo en un folio de descolorido papel.

Pero, una vez colocado el ferial, donde los güajes vivíamos, en aquellas fechas más que en nuestras propias casas,  cumplamos con el programa. Todo comenzaba con el pregón, acto solemne que solía pronunciarse en el Cine Río o en Cine Copeval. Delante de la puerta, gallardetes con banderas anunciaban la importancia del acto. Como ahora, el pregonero desgranaba los recuerdos y las bondades de los turoneses soliendo repetir, año tras año, aquellas legendarias palabras de Rafael del Riego, aparecidas en el Álbum Literario Anunciador de las Fiestas del Cristo de la paz y Nuestra Señora del Carmen, de Turón, del año 1930: ¡Dichosos los pueblos que saben divertirse!. La coronación de la reina y damas de honor, así como alguna actuación, generalmente  musical, marcaban el inicio de nuestras patronales con aquella tradicional “velada artístico-cultural”.

Cristo carrera cintas a caballo.jpgA uno y otro lado de la calle principal del viejo barrio se amontonaba la gente para ver aquellas impresionantes carreras de cintas a caballo que se colocaban a la altura de la casa de Antonia y Mino  y la deGelita la de Demetrio, -entre los portales 27 y 28- . Megafonía por todo lo alto y una y otra vez pasaban aquellos expertos jinetes con la intención de superar el número de cintas cogidas. Ya al atardecer, recuerdo en el mismo lugar aquel pintor que hacía sus cuadros con un pincel sujeto por los dientes y que con una rapidez inusitada nos dejaba asombrados mientras realizaba un paisaje que seguidamente trataba de vender entre los arremolinados espectadores mientras un pequeño mono jugueteaba entre sus hombros. Todo un espectáculo que permanece en mi recuerdo como si hubiese sucedido ayer mismo.

Pero, si había un día que las gentes salían a la calle, era la tarde de “les carroces”. La Veguina era un ir y venir a la espera de aquel impresionante desfile que en su recorrido desde la Cuadriella al Lago, en el que nunca faltaban los “gigantes y cabezudos”. Telva y Pinón ponían la nota de asturianía rodeados de aquellos pequeños y cabezones personajes que escoba en mano corrían detrás de nosotros para arrearnos estacazos ante nuestras propias provocaciones. Con el tiempo, volvieron algunos años Cristo carrozas.jpgdespués pero, ya no eran los nuestros. Parecía, en el recuerdo, hacerse  interminable Banda de música, Dulces Airiños, Vistalegre, Santamarina, Hulleras delTurón, grupos folclóricos… y luego, era el jurado quien concedía los premios entre los barrios participantes. ¡ Primer Premio para Vistalegre por la carroza: “El Circo” o “Neptuno” o…!. Casi siempre ganaban los de Vistalegre donde un grupo de jóvenes trabajaban afanosamente año tras año. Después del desfile no podían faltar aquellos calamares del Bar Nieto cuyo olor inundaba nuestra calle en un subir y bajar a la espera de encontrar una mesa libre para poder dar buena cuenta de ellos. Aun hoy, con el paso de los años, repito una y mil veces que nunca comí calamares como los del Nieto.

Sobre el año 1956 comenzaron aquellos “Concursos Comarcales de Caballistas Mineros” que despertaban tanta expectación. El desfile de los participantes era acompañado por la “gente menuda” hasta las desaparecidas “tolva de San Francisco” donde tenían lugar. Un año que llovió, llegué a casa tan sucio del fango del carbón que me valió el castigo que “no salir por la tarde”, aunque, mi madre, terminó aplicando el indulto festivo.
Cristo concurso de caballistas.jpg
El “Día del Güaje” se celebraba en el parque y allí estábamos todos dispuestos a “romper la hucha” a costa de
 una buena mojadura o a sentarnos un buen rato y disfrutar con el teatro guiñol y demás actividades programadas para entretenernos después de hacer variadas piruetas en bicicleta. Siempre comenzaban participando los mayores lo que suponía, muchas veces, que ante el elevado número de participantes los más pequeños nos quedásemos con la miel en los labios y la piadosa  promesa de que para el año próximo seríamos los primeros, palabra olvidadiza y siempre incumplida.

Las fiestas tocaban a su fin con el “Día del Bollu” que recuerdo haber celebrado en varios sitios diferentes. Sobre 1958 en Villabazal, a principios de la década de los 60 en Villapendi y alguna vez en la pradería delantiguo colegio de las monjas, en la Felguera, hoy solárium de las piscinas. La gira era popular y se entre mezclaban los fuertes olores a la comida casera. Nunca faltaba la tortilla, la empanada y el consabido “bollu preñau”, viandas de las que se daba buena cuenta en animadas tertulias familiares y de amigos siempre que el tiempo quisiera sumarse al fin de fiesta.

Para los mayores, grupo al que fuimos sumándonos con el paso de los años, el punto y final de los festejos se ponía en el “Cotillón del Cristo” en la “Sala de Fiestas María Luisa”. Los socios de la Cristo Pista María Luisa.jpgSociedad Turonesa de Festejos disponían de entrada libre “contra cupón correspondiente”. Los no socios tenían que pasar por taquilla y abonar las nada menos que “35 pesetas los caballeros y 15 las señoritas” del año 64 por poner un ejemplo. El éxito estaba asegurado y los concursos de “tango, twist, mambo y cha-cha-cha” contaban con gran participación local y foránea.

Habría de pasar todo un año para que, después de las vacaciones de verano llegasen las Fiestas del Cristo y quienes llegaran de fuera corrieran carretera arriba con la única intención de poder coger el autobús en la parada anterior que les llevase a Figaredo, Santullano o Mieres puesto que las colas en las de la Veguina y la Cuadriella hacían que el transporte, ya lleno, no efectuara parada.

Cristo 1956.jpgCorre uno el riesgo de olvidar algún nombre pero, aun así, los de Ángel Tomillo Alonso, Manuel Menéndez Baquero, Artemio Barreiro Velasco, Rodrigo Gil García o Sabino Fernández del Viso son algunos de aquellos infatigables a los que nunca supimos agradecerles, con una palabra de aliento, su verdadero esfuerzo para que todo saliese lo mejor posible y, al menos, por unos días todos fuésemos un poco más felices. Pese al tiempo transcurrido, simplemente: ¡Gracias! .Y abandonamos el eterno Ferial de los Cuarteles por la puerta del recuerdo y el ruido de los voladores que lanzaba al aire Pepín “Garrafón”, popular personaje encargado de tal menester al que de vez en cuando se le escapaba alguno de las manso.

Para la espera, hasta una nueva edición festera, nada mejor que releer algún que otro viejos y ya descolorido “Álbum de Fiestas” de la época en los que destaco, ahora que el tiempo ha pasado, la publicidad. ¿Alguien se acuerda?

 


©Carlos Vega Zapico.  Turón, septiembre de 2012