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Pregón Cristo 2019 - José Espiño

Era de esperar. Con su pregón José Espiño sugiere un recorrido por los últimos 35 años de la historia del valle, a través de sus propias vivencias como director que fue del I.E.S. Valle de Turón. Ni asturiano, ni nacido en Turón pero un turonista comprometido con el pueblo, fino y excelente observador de nuestra realidad, conocedor de la potencialidad de nuestra gente y de las carencias y desafíos inminentes que tenemos que enfrentar. Ya no vale ser únicamente el eco de una queja permanente, urge ser creativos, aunar esfuerzos, proponer y exigir soluciones. El pregón abre pistas.

 

 

Pregón 2019 

 

José Espiño

 

 

 

El río y el viento

 

 

 

 

 

 

 

Excelentísimas Autoridades, Sr. Alcalde, Sres. Concejales de la Corporación Municipal de Mieres,

Muy apreciados y queridos vecinos de Turón, amigas y amigos todos:

A modo de presentación

Hace escasas semanas los miembros de la Junta Directiva de SO.TU.FE me ofrecieron la oportunidad de pregonar estas fiestas patronales del Santo Cristo de la Paz de Turón. Movido por mi impulso, que el paso del tiempo convirtió en hábito, de sumarme a cualquier iniciativa que surja en este Valle y atender con prontitud toda solicitud que se me formule en provecho de sus habitantes, confieso que acepté de inmediato. Bastaron unas pocas horas para que tomase conciencia de la tamaña imprudencia en la que estaba incurriendo, rayana en la temeridad. Porque pronto caí en la cuenta de lo que significaba ser pregonero de esta fiesta grande de El Cristo: primero porque constituía uno de los máximos honores con el que este pueblo viene distinguiendo a sus hijos más preclaros. Pero, además, requería hablar para los turoneses de sus asuntos y de su convivencia, en un acto que a todos concita y une. También, y entre otros imperativos, resultaba casi obligado realizar un breve recordatorio de los problemas que aquejan al  Valle, apuntando, si fuese posible, algún atisbo de solución para los mismos. Y, como corolario y final de todo ello: invitarles al divertimento, al disfrute y a la alegría de vivir, que para eso son las fiestas.

Porque, ¡entiéndame, vamos a ver!: yo no he nacido en Turón, ni siquiera soy asturiano de nacimiento, aunque sí soy asturiano consorte y padre de dos asturianas, y visto el elenco de las personas que me han precedido en este oficio de pregonar estas mismas fiestas, todas ellas destacadísimas hijas e hijos de este Valle, profundas conocedoras y protagonistas de su intrahistoria, comprometidas  con su presente y su futuro, es evidente que no estoy a su altura. Por fortuna, algunas veces la memoria viene en ayuda de uno, y mis temores comenzaron a disiparse cuando se me hizo presente la entrañable figura de un turonés ilustre, Don Manolito Baquero, quien me honró con su amistad durante casi tres décadas y quien, en repetidas ocasiones,  entre cigarrillo y cigarrillo, me alentaba a persistir en mi esfuerzo con este comentario: “Pepe, tú no eres turonés, pero eres turonista. El primero no tiene más mérito que el  de haber nacido en este Valle, pero el segundo es quien, nativo o foráneo, se compromete con este pueblo y trabaja para mejorarlo” Gracias, una vez más, D. Manuel, porque sus sabias y alentadoras palabras vienen en mi auxilio en este trance y me dan el valor suficiente para presentarme en este acto, ante Vds., y no parecer un usurpador de honra ajena. Mi único aval:  he dedicado treinta y cinco años de mi vida profesional y todo mi empeño y desvelos a mantener y mejorar el Instituto “Valle de Turón”, que ha acogido, educado y formado a varias promociones de jóvenes  turoneses y de otras muchas personas de fuera del Valle.

 

En busca del río

Provisto de esta única carta de presentación, recobrado el sosiego y la ilusión, les ruego me permitan que comparta con todos Vds. un puñado de recuerdos, entreverados con alguna que otra reflexión. Unos pocos pertenecen a mi esfera  íntima y personal, el resto, casi todos, se sitúan en el ámbito colectivo y público que nos es común. Todo ello con un único fin:  conformar un mensaje positivo y esperanzador que me gustaría compartiésemos en estos tiempos, en los que las sombras parecen imponerse sobre la luz, y un pesimismo estéril y paralizante amenaza con teñir de negatividad toda nuestra convivencia y lastrar, de paso, nuestro futuro.

Alguna vez me han preguntado, y yo mismo lo he hecho, por el motivo que explica y justifica mi permanencia en un único destino laboral durante tantos años y no haber solicitado mi  traslado a otro centro capitalino o de supuesto más renombre. Hoy me parece que estoy en condiciones de responder por qué en el pasado curso di por finalizada mi carrera profesional en el instituto de Turón, donde la inicié hace más de tres décadas. Y la respuesta está en el río y flota en el viento, que diría Bob Dylan, pero de un modo todavía más concreto y existencial. Porque, amigas y amigos míos,  se trata  de nuestro río y del viento del pueblo, ese que tiene su origen en su suave brisa y traspasa fronteras y montañas para unirse a las brisas de otros ríos y otros pueblos, y terminar por generar un ventarrón que, meciéndonos o arrastrándonos, según la ocasión,  nos lleva y nos trae, hasta hacernos cumplir con un destino que solo el paso del tiempo nos permite empezar a comprender.

Permítanme una necesaria y breve explicación. A mí me nacieron en Santiago, pero viví y pasé mi infancia en un hermoso pueblín de las inmediaciones de Compostela, ubicado en la ribera del río Ulla, en el punto en que éste, después de recorrer más de cien kilómetros, atravesando tres de las provincias gallegas, henchido su caudal con el aporte de casi todos sus afluentes, está a punto de confundirse con el mar de Arousa. Por el fondo de mi pueblo discurría, además, un riachuelo, que, con su aporte casi constante de agua, movía varias ruedas de molino. Allí acudía de pequeño con mi padre, y luego solo, a llevar el grano y recoger la harina con la que amasar el pan de cada día. Resulta indescriptible la impresión y la atracción que aquel río ejercía sobre mis sentidos y en mi sensibilidad infantil: el frescor y  verdor de los árboles y de los prados aledaños en verano, el errático revoloteo  de las libélulas, el mudo deslizamiento de  las truchas que buscaban su alimento entre sus oquedades,  los sonidos casi musicales generados por  sus aguas al buscar un hueco entre los quiebros  y requiebros de su cauce o chocar contra las rocas de su lecho.  Y luego, en el invierno este mismo río experimentaba una transformación: se henchía y encrespaba, se enfurecía y anegaba el camino y los senderos que conducían al molino. En mi imaginario el río no solo era un espacio, sino algo mágico, dotado de vida propia, un cuadro fijo y también una película, algo cambiante y dinámico. Traslúcido, apacible y benéfico a veces, turbio, agitado y amenazante otras. Vamos, sin conocer las metáforas de Jorge Manrique y de otros poetas castellanos, ni menos aun  tener noticia del filósofo Heráclito, quienes consideran el fluir del río como expresión del ser y  de la humana existencia, empecé a entender que el agua y el río engendran y alimentan la vida, pero también pueden obstaculizarla, e incluso quitarla y destruirla.

Por aquellos mismos años, cuando todavía no había televisión, ni internet ni vídeojuegos, mi padre procuraba entretener algunas veladas de invierno, contándonos historias y relatando sus andanzas por media España. De sus labios escuché entonces, y por vez primera, los topónimos de Pajares, Campomanes, Pola de Lena, Aller, Ujo,  Mieres... Turón. De este último decía que era un valle estrecho y no muy largo, bordeado de montañas muy altas, para sus ojos gallegos,  y surcado por un pequeño río, tortuoso y cantarín,  que discurría de este a oeste. En sus laderas aparecían desperdigadas varias aldeas, de nombres hermosos y muy sonoros y también casas aisladas, algunas colgadas al borde de precipicios, que parecían amenazar su estabilidad. Sus habitantes eran gente sencilla y noble, que vivía de la minería del carbón, aunque había también algunas huertas y ganado. Y no dejaba de ponderar  el valor y la  hospitalidad de sus gentes. (No había olvidado la fabada que un día compartió con una pareja de abuelos, en alguna casa que mi prolongada estancia en Turón no me ha permitido ubicar).

Permítanme ahora dar un largo salto en el tiempo. Es el 12 de septiembre de 1984, sí, exactamente de un día como hoy  de hace treinta y cinco años ¡Ya es casualidad!  Un chico joven ocupa un asiento de un autobús de la empresa Fernández, que ha tomado en Oviedo para desplazarse hasta Turón y hacerse cargo de la Cátedra de Lengua Castellana y Literatura del instituto local, que ha ganado en las últimas oposiciones celebradas en Madrid aquel mismo verano. Hace unos días, un compañero asturiano, presente en el acto de firma y adjudicación de plazas, se le acerca y le advierte: “Ya que puedes hacerlo, elige  cualquiera de las quince vacantes en España, pero no se te ocurra firmar la plaza de Turón. Allí solo vas a encontrar mucho carbón y también mucha suciedad”. Pero Espiño no atiende a este argumento y se decide por esta  plaza. El Turón que él todavía no ha pisado tiene un río de aguas cantarinas, que discurre por medio de un pueblo, de gente trabajadora y hospitalaria. Ahora, subido en el autobús, a punto de hollar tierra turonesa, va buscando con la mirada algún edificio que por su aspecto se asemeje a un instituto, pero no lo encuentra. El autobús atraviesa La Veguina y él continúa sin localizar el  instituto. Pero, eso sí,  hace rato que viene observando el río que discurre paralelo a la carretera y  que baja negro, con sus aguas tiznadas por el omnipresente carbón. Pero ese dato carece de importancia, es un río, es su río, y es bien sabido que todo lo que está sucio se puede limpiar. 

 Y claro, al final  pude encontrar el instituto y el río continuó ahí y su agua se volvió cada vez más limpia, su flora proliferó, hasta el extremo de ocultar su cauce en algunos tramos y  su música se dejó oír, tornándose más perceptible.  De modo que  en el curso 2009/10 se me ocurrió proponer al Claustro de profesores un proyecto de trabajo, de carácter interdisciplinar, que bajo el título genérico, Turón, y el río se hizo pueblo, buscaba que nuestros chicos conociesen y valorasen la realidad de su pueblo y de su entorno más inmediato. Nadie ama lo que no conoce. Y resultó sorprendente lo que dio de sí el agua y el río. Cómo desde la Burra Blanca hasta Figaredo, la cámara de un dron nos permite contemplar su curso semejante a  un lagarto que sestea al sol, configurando geográficamente el conjunto del valle, en todos sus aspectos,  cómo su presencia condicionó toda la tecnología de la extracción, el acondicionamiento y el transporte del carbón,  cómo movió durante siglos las ruedas de los molinos dispensadores del pan necesario, cómo  refrescó nuestros  cuerpos y se hizo cargo de nuestra  suciedad, cómo dio nombre a muchos de nuestros barrios y lugares, empezando por el suyo propio (*turón de la voz perromana   *tur = `altura´ o ´el agua de la altura´),  siguiendo por otros como Entrerríos, Lago, La Vegona, La Veguina, por citar algunos, cómo fue mudo testigo de tantos hechos memorables y de tantas tragedias y de tantos amores...Por eso como presentación de aquel estudio, escribí un texto, cuyos últimos versos rezan así:

El viento sopla en el instituto

Bueno, ¿Y qué hay del viento, de ese viento del pueblo? Pues les aseguro que soplaba fuerte en el instituto de Turón allá por la primavera de 1992. Fíjense en la fecha. Como recordarán, entonces la actividad minera tocaba a su fin en nuestro Valle, ahí quedaba el emblemático Santa Bárbara en La Rebaldana, con sus meses contados, y el pozo de Figaredo. Y el instituto acusaba con toda crudeza la crisis económica y social que se cernía sobre el conjunto del Valle del río Turón, todo ello agravado por el deterioro de unas instalaciones vetustas  y  un equipamiento obsoleto, consecuencia del uso, el descuido y el abandono de sus tres décadas de vida. Uno tras otro, los profesores pedían el traslado y tan sólo quedábamos veintitrés, ocupados en atender a  un número cada vez más menguado de alumnos que cursaban el BUP y el COU. En la primavera, el director había dejado el cargo, camino de la Inspección Educativa. Y, un grupo de padres de alumnos solicitó reunirse con el  profesorado para ver qué podíamos hacer y tratar de encontrar una solución al grave problema. Cada quien rehuyó como pudo asumir responsabilidad alguna en circunstancias tan difíciles. En un momento dado, uno de los padres nos espetó a bocajarro. “¿Es qué nadie quiere ponerse al frente del instituto para luchar por esto? ¿Tan poco os importa este pueblo y vuestro puesto de trabajo?” Sopló entonces más recio el viento del pueblo, de vuestro pueblo y el mío, porque el pueblo, señores, integrado por todos los que vivimos de nuestro trabajo, es siempre el mismo en todas partes.  Y no pude evitarlo,  me ofrecí, acepté el reto y el encargo. Porque aquellos padres pensaban y sentían como el mío y hablaban su mismo lenguaje: “La educación –nos decía Eduardo Espiño a mis hermanos y a mí-  es lo que nos convierte en personas y nos hace libres y la formación es la única llave que abrirá vuestro futuro” Y no se puede desoír ni abandonar a quien así piensa y siente y lucha y busca un futuro para sus hijos. Así que el  día 1 de julio asumí el cargo de director del instituto de Turón, y el día 3 me presenté en los despachos de los responsables de la entonces Dirección Provincial de Educación de Oviedo para referir nuestras necesidades y las urgentes actuaciones encaminadas a reconstruir el Instituto.   En dos de ellos ni siquiera me recibieron, en el tercero su responsable escuchó mis peticiones y como única respuesta me dijo: “Eres un joven catedrático de Instituto, pide el traslado a cualquier otro centro de Asturias o de Madrid, si quieres, porque a aquello le vamos a meter la pala”. Argumenté, rogué, insistí, protesté y el viento del pueblo hizo su trabajo: quince días después llegaron cinco millones de pesetas para los primeros auxilios. Pero las dificultades y los obstáculos continuaron y la lucha también. En 1996 se implanta la LOGSE con carácter general.  Hay que adaptar el centro a las condiciones de la nueva Ley orgánica e invertir 45 millones de pesetas para acondicionar su infraestructura material  y renovar su  equipamiento. Por segunda vez se baraja  la opción de cerrar el instituto y transportar a sus alumnos a los centros de Mieres. Y  de nuevo las acciones coordinadas de la Asociación de Padres y Madres, el Sindicato de Estudiantes y el Claustro de Profesores surten los efectos deseados y se realiza la  inversión requerida. Pero sería en febrero de 1999 cuando ese viento levantó en volandas al pueblo de Turón, en defensa de su instituto. Sin Formación Profesional el centro educativo del Valle se moría de inanición, se quedaba sin alumnos. Varios padres de los alumnos de entonces, Javier Gómez, Benjamín Álvarez y Juan Carlos Puente, se encierran en sus instalaciones por espacio de once días con sus noches, se llevan a cabo acciones varias a cargo de las numerosas asociaciones y colectivos de Turón, D. Misael Fdez. Porrón, a la sazón alcalde de Mieres, secundado por su corporación, hace suya la petición en el ámbito de su competencia y se formula una pregunta al Ministro de Educación en el Congreso de los Diputados. Y como culminación de aquellas jornadas de protesta se cierra del Valle. Por primera vez hube, entonces,  de dirigirme al pueblo de Turón en mitad del parque, subido a una plataforma de madera, que sujetaban unos cuantos alumnos. Alguien me dijo: “Te tiemblan las piernas” La verdad es que no sé si eran mis piernas o aquella estructura de la que estuve a punto de caerme varias veces. Luego más de tres mil turoneses se manifiestan, ocupando todo el espacio que media entre La Veguina y la Llana del Monte, reclamando, exigiendo ciclos formativos para su Instituto. Al día siguiente una vez más el viento nos trae la buena noticia: con  el nuevo curso se implantará el primer ciclo de F.P. en el Instituto de Turón, Cuidados Auxiliares de Enfermería. Estallan entonces los cohetes en el Valle como si fuese el día de Santa Bárbara y los abrazos se multiplican.  Tres años después llegaría otro ciclo de grado superior y luego otro de grado medio. Pero el viento del pueblo, que procedía directamente del rio, continuó soplando y obró otro milagro. Porque como alguien dijo entonces: “Yo no sé si la fe mueve montañas, pero lo que sí he visto es que tapa regueras”.  En efecto, la actuación conjunta de varias entidades, encabezadas por la Confederación Hidrográfica del Norte, permite canalizar la reguera de Les Fayes, aledaña y ganar más de tres mil metros de suelo urbanizable para el Instituto, abrir su recinto a La Cuadriella y construir un nuevo acceso seguro a sus inmediaciones. Luego vendría la construcción de un polideportivo de dimensiones y canchas reglamentarias, con una inversión de medio millón de euros (¡ni uno solo de los fondos mineros, que conste, y ya está bien!), instalaciones que en los próximos meses se verán completadas con unos vestuarios dignos y prácticos con el fin  de que se cumpla el objetivo para el que se construyeron: prestar servicio al Instituto y facilitar la práctica físico-deportiva a toda la población turonesa.

Amigas y amigos míos, resulta evidente que el viento del pueblo sopló constante y firmemente en torno a su Instituto durante los últimos treinta años, facilitando un conjunto de acciones colectivas, encaminadas a la consecución de un objetivo: asegurar la continuidad de su centro educativo y mejorar su infraestructura material, su organización y su oferta educativa.  En el último curso casi trescientos alumnos y cuarenta profesores que imparten la Ed. Secundaria, el Bachillerato y la Formación Profesional estudian y  trabajan en Turón.  De modo que, como alguien ha señalado: en  este Valle enmudeció el “turullu” de todos sus pozos mineros, pero continuó sonando el timbre, precedido de una melodía, para anunciar el principio y el final de las clases. ¡Toda una esperanza! O dicho de otro modo: si desde hace treinta años, profesores, padres y alumnos, apoyados por el pueblo de Turón,  no hubiésemos tomado conciencia de la situación que atravesaba el Centro y  no nos hubiésemos implicado personal y colectivamente en su transformación y mejora,  hoy el Valle de Turón no contaría con este servicio público.

 

Del pesimismo a la esperanza colectiva

Honestamente, me parece que lo que se ha hecho y  logrado en el Instituto en las últimas tres décadas es extrapolable,  en su escala, al  conjunto del Valle. Sin ánimo de ser pretencioso y dar lecciones a nadie sobre tema o asunto alguno,  con todo el respeto para los responsables políticos y de las administraciones, he de manifestar, hoy y aquí, que no podemos abandonarnos y aceptar que Turón sea una queja colectiva, cuando no un puro lamento, aunque ambas actitudes estén plenamente justificadas en el momento presente: “Esto es una ruina” “Nos tienen abandonados” “Pasan de nosotros” “Solo les importamos para votar”, “Este es un pueblo castigado”“Aquí no hay futuro” “Esto está muerto” “ Claro, ¿y qué se puede hacer en un pueblo de viejos?” “El último que apague la luz”. Pues no, señores, a mi modo de ver la resignación y los lamentos no son el camino ni la solución. Estamos vivos, ¿no? Y si lo estamos tenemos la obligación, el imperativo ético, de trabajar y luchar para mejorar y transformar nuestro entorno; por los que ya no están, pero lo dieron todo para traernos hasta aquí, por y para nosotros mismos, que merecemos unas condiciones de vida dignas, y para los que han de venir, sean éstos nuestros hijos o quienes acojamos en años venideros. Porque También ellos tienen derecho a encontrar un hogar en esta tierra. Así que, aunque éste quizá no sea el día más apropiado, van a permitirme referir algunos ámbitos de acción que, por otra parte,  están en la mente y el sentir de todos.

►Turón no “es feo”, en todo caso, “está feo”, en algunos de sus parajes, como consecuencia de la mano del hombre y de años de abandono y el descuido de todos, de HUNOSA, de las administraciones, pero también de todos nosotros. ¿Para cuándo la eliminación de todas las escombreras como La Escribana, El Fabar, La Vegona y otras varias?

►Y otra vez el río, nuestro río que conformó y dio nombre al pueblo  y cuyas aguas bajan ahora limpias o casi, porque la vegetación y sus restos y despojos ocultan y obstruyen su cauce, provocando que se desborde en algunos de sus tramos cuando su caudal se ve un poco acrecido por las lluvias. ¿Cuándo se va a limpiar, drenar y encauzar debidamente? ¿Tendremos que seguir sufriendo las inundaciones a su paso por Peñule, Figaredo y otros  puntos de su curso? ¿Hemos de ver impedido nuestro acceso a Mieres o a la autovía, poniendo en peligro la integridad física de niños, jóvenes y mayores, cada vez que llueve con cierta intensidad?

►¿Existe algún plan para desbrozar  y limpiar caminos, sendas y bocaminas? Pues si no lo hay, ya lo están haciendo, porque necesitamos movernos por este Valle con libertad y comodidad  para conocer todos sus recursos y disfrutar de su belleza.

►Otro tanto cabe decir de la eliminación de las casas y construcciones ruinosas que no solo afean y degradan el entorno, sino que resultan un peligro real para la integridad física de las personas. Por cierto: una de estas ruinas se encuentra en el entorno del Instituto, con cientos de personas moviéndose a diario por sus inmediaciones.

►Y ya que hablamos de ruinas, ¿para cuándo HUNOSA va a llevarse sus despojos,  va a coser las cicatrices que dejó por todo el Valle y devolver eso que se denomina en flagrante expresión antitética  “activos ociosos”, esto es, las propiedades y bienes, que en un tiempo resultaron útiles para la empresa y hoy permanecen abandonados?

►¿Y qué decir  de los restos de las edificaciones de la industria minera del pasado? Encomiable la labor del Grupo Arqueológico de la Asociación Santa Bárbara para la recuperación del pozo del mismo nombre Pero ¿es pedir lo imposible hacer extensivo este plan al conjunto de las instalaciones mineras del Valle, proceder a su catalogación y situar a todas ellas bajo el paraguas jurídico-administrativo de Bienes de Interés Cultural, de modo que, una vez recuperadas y restauradas, puedan hacer de Turón el gran parque histórico de la minería del carbón de este país?

►¿Qué planes tenemos para el polígono de La Cuadriella? Después del fiasco de DIASA Europa y otros, confiamos en que hayamos aprendido la lección. A pocos minutos de la autovía y de la futura estación de los trenes de alta velocidad, no podemos mantener prácticamente desierto el único espacio industrial del Valle. Es preciso generar las condiciones que faciliten el desembarco en el mismo de empresas punteras, que generen trabajo y valor añadido.

►¿Y qué me dicen de la gastronomía? Para quienes lo conocemos un poco, el Valle de Turón no solo es un placer para la vista y el oído, sino que, además, “Turón sabe bien”. Los empresarios de la repostería, la restauración  y  los establecimientos de ocio han dado pasos importantes en este ámbito en los últimos años. Pero no son suficientes su. No es cierto que el buen paño se venda en el arcón, es preciso exponerlo en el escaparate. Necesitamos que el buen hacer de los fogones y la repostería del Valle se proyecte, se conozca  y reconozca ahí fuera.

►En cuanto a los servicios públicos, hemos de celebrar que han mejorado mucho en los últimos tiempos. Por lo que respecta a la enseñanza, los tres colegios públicos, de Figaredo, Vega de Guceo y Villapendi,  junto con el Instituto, cubren las necesidades del Valle  en el nivel educativo obligatorio. Pero también desde este ámbito podremos contribuir al renacimiento de la actividad que propugnamos en el pueblo de Turón.  Como alguien me ha hecho ver hace poco: en el presente, el instituto, con sus cincuenta trabajadores, es la mayor empresa de todo el Valle y puede serlo mucho más si somos capaces de ampliar su oferta educativa  y traer e  implantar  nuevos ciclos formativos, vinculados a las actividades, oficios y profesiones más demandadas en el mercado. Por lo que se refiere a los servicios sanitarios, nos congratulamos de la entrada en funcionamiento del nuevo Ambulatorio de atención primaria y medicina familiar, ubicado en esta misma casa. Una vieja y paciente demanda del pueblo de Turón que se ve, por fin, satisfecha. Pero, ¿qué me dicen de la atención a la tercera edad? Si exceptuamos el magnífico servicio que vienen disfrutando nuestros mayores en el Centro de Día,  continuamos sin  un equipamiento que cubra las necesidades reales de todos. Las personas mayores de Turón, por otra parte la inmensa mayoría de su población, lo han dado todo por nosotros, y solo esperan disfrutar de su tiempo en  su propio pueblo, y entre los suyos, en las condiciones dignas que se merecen. Necesitamos con urgencia una residencia para la tercera edad, que acoja en el propio Valle a aquellos de sus hijos que lo pidan y lo necesiten.

►Y los más jóvenes, ¡ay mis chicos! Comprenderán que los conozco muy bien y puedo asegurarles que, en su inmensa mayoría, son personas cuya mirada limpia te permite contemplar un alma noble y buena. Pero ¡qué abandonados los tenemos!  He visto nacer de la mano de Pablo Prieto a la Plataforma Juvenil, cuya extraordinaria labor  continuarían luego Miguel Prado y otros y que, con altibajos, ha llegado hasta nuestros días.  Estas chicas y chicos precisan toda nuestra comprensión y apoyo. Nuestros jóvenes necesitan con extrema urgencia beneficiarse de iniciativas y acciones encaminadas a que conozcan y valoren su pueblo, disfruten de un ocio activo y sano y descubran sus opciones de futuro. Y esto, evidentemente,  no vamos a buscarlo a Madrid ni a pedírselo al Ministerio de Educación.

La paz del Santo Cristo de la Paz

Autoridades, turoneses, amigas y amigos míos, como ya apunté más arriba, confío en que se me disculpe mi atrevimiento y aun mi insolencia al enumerar esta no corta lista de agravios y necesidades, que seguramente forman parte del acervo vindicativo de casi todos nosotros y que son la causa última de nuestro malestar en los últimos tiempos, hasta el punto de movilizar, una vez más, al pueblo de Turón el pasado 5 de junio. Y que, bajo ningún concepto, podemos omitir y ocultar. Celebramos el Santísimo Cristo de la Paz, la más hermosa advocación de patrón de un pueblo. En esa “crucina”, que hoy es ya una gran cruz, murió un hombre o un Dios- hombre, según la creencia de cada cual, que hizo de su vida y de su muerte una entrega generosa y total a los demás. Este es el secreto de la filantropía, que diría A. Machado y el único modo de ser “en mejor sentido de la palabra bueno”, para seguir con las palabras del mismo poeta. No hay paz sin justicia y la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde: a los que ya no están, la honra y el agradecimiento que se merecen por su trabajo y sacrificio y por todo lo que han hecho para traernos hasta aquí. A los que aun estamos en el camino, para que tengamos todo lo preciso y necesario para que  nuestra vida sea plena y digna, a los  niños y a los jóvenes,  y a los que han de venir, a fin de que encuentren en este Valle las condiciones para crear un hogar que los acoja,  y les permita crecer y salir  ahí fuera con suficientes garantías, e imbuidos del más que justificado orgullo de sus raíces y de su pertenencia al pueblo que los vio nacer.

Y una última reflexión: en 1955 el poeta vasco, Blas de Otero, publicó su poemario titulado Pido la paz y la palabra, seguramente la obra más importante y representativa de la poesía social española. Reparemos en el título: se reclama conjuntamente “la paz” y “la palabra”, dos conceptos y dos realidades indisolublemente unidas. Porque si es cierto que no hay paz sin justicia, tampoco la podemos alcanzar sin un uso civilizado, certero y eficaz de la palabra. Con las palabras nombramos cuanto nos rodea, identificamos nuestros necesidades y nuestros problemas, con las palabras dialogamos y acordamos entre nosotros y con ellas mismas, si ha lugar, rogamos, pedimos, reclamamos, exigimos y hasta protestamos. La palabra es un artilugio realmente potente y una herramienta eficaz para solucionar cuantos problemas puedan afectar a nuestra convivencia. Parafraseando a otro poeta social, esta vez Gabriel Celaya, “la palabra es un arma cargada de futuro”, también del futuro de este nuestro querido Valle de Turón.

Agradecimientos

No quisiera terminar sin agradecer, muy profunda y sinceramente, la comprensión, la ayuda y el apoyo que el pueblo de Turón me ha brindado todos estos años y la oportunidad de haberme hecho sentir útil y uno más de ustedes.

Mi agradecimiento también para los miembros de la Junta Directiva de SO.TU.FE, quienes han asumido un elevado riesgo al hacerme este encargo. Les pido disculpas a ellos y a todos ustedes si no he sabido estar a la altura de lo esperado.  Por  último les agradezco a todos los presentes el haber soportado tan paciente y educadamente este discurso, que ya empieza a ser largo y tedioso.  

Mi felicitación cordial para los reyes, damas y caballeros de estas fiestas, ellas y ellos encarnan los valores de nuestros jóvenes: sanos, limpios, nobles y esperanzados. Y estoy muy seguro de que actuarán como heraldos de ese nuevo Turón que ya empieza a alumbrar.

Pregonando

¡Turoneses, turonistas, familas, visitantes, amigas y amigos todos, estamos en fiestas, es el Santo Cristo de la Paz de Turón!  ¡Recordemos a los que no están, compartamos, saludemos cordialmente a los amigos y a los que no lo son tanto, abracemos y besemos,  comamos y bebamos, cantemos y bailemos,  a destajo  y al gusto de cada quien! ¡Celebremos la inmensa alegría de vivir! ¡Y luego, un día de estos, sentados junto al río Turón,  hablemos de nuestras cosas,  dialoguemos, acordemos  e invocando al viento del pueblo para que, una vez más, sople recio y en todas las direcciones, empujados por su fuerza benéfica, trabajemos juntos  y  solicitemos, reclamemos, exijamos, porque entre todos y para todos, tenemos que construir el nuevo Turón!

 

         ¡¡¡Viva Turón!!!

                      ¡¡¡ Viva la fiesta y los que están en ella!!!

                                                                  ¡¡¡Felices fiestas!!!

 

Turón, 12 de septiembre de 2019