De Fortuna al Mosquil, diluyendo vestigios
Luis González tiene un cuentakilómetros afectivo en su corazón de turonés, una sensibilidad discretamente respetuosa, solitaria casi siempre, que sustenta una verdadera fascinación por las montañas en general y por los montes de nuestros pueblos de manera tan particular. Lleva dando la vuelta al valle una y mil veces, redescubriendo los paisajes que ya pateó, observándolos con la misma admiración de la primera vez. Luis sabe que la mirada lo es todo. Los vestigios se van fundiendo en la naturaleza. Parece algo inexorable y hasta puede que sea la práctica normal de una tierra que quiere curar sus negras heridas y recuperar lo suyo. Inevitable seguramente, pero no nos equivoquemos, esa desaparición paulatina significaría el entierro visual, sobreentendido definitivo, de un patrimonio y sus arañadas campiñas barrenados por nuestros hombres del carbón.