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Nubes de tormenta

Una pieza más de ese mosaico histórico que sigue poblando la memoria de nuestros mayores. Son los recuerdos de una abuela que con seis años, arrinconada su inocencia, grabó con dolor momentos de penuria y de injusticia. Un relato con el que Óscar García Nuñez obtuvo el 2º Premio David Varela 2014.

"Si tú hubieses vivido lo que yo..." Es una de las frases típicas que mis abuelos siempre me repiten. Siendo sinceros, ¿a quién no se lo han dicho. Quién no ha oído a sus padres o a sus abuelos decir esa frase, o algún que otro, "Si tú hubieses nacido en mi época..." o  "Yo a tu edad ya..." Frases que se transmiten de generación en generación, que uno tras otro han ido repitiendo los padres y abuelos a sus hijos, y, a fin de cuentas, los tiempos cambian, pero estas frases permanecen inamovibles.

Un día, le pregunté a mi abuela por la historia que se ocultaba tras ese "Si tu hubieses vivido lo que yo" tan misterioso que siempre dejaba flotar por el aire cada vez que yo me negaba a comerme toda la verdura.

Su historia comenzaba con un día triste y gris, en el que el cielo era un maremágnum de nubes oscuras y pequeños claros de luz que iluminaban tenuemente las pequeñas casas de piedra. El pueblo parecía salido de una de aquellas películas de terror del cine mudo que ponían una vez al mes en el salón de bailes, y que tanto asustaban a mi abuela.

Por aquel entonces, mi abuela, aun teniendo seis años trabajaba en el huerto todos los días con su madre y sus hermanas. El dinero escaseaba y lo poco que podían plantar siempre era una ayuda en casa.

El pueblo era un ir y venir constante de mujeres. El tiempo nunca sobraba, y cuando los hombres volvían de la mina solo querían comer y descansar los escasos minutos que pudiesen. Los días eran agotadores y llenos de penurias y casi siempre eran iguales. Levantarse, trabajar y acostarse. Apenas había tiempo para un día de descanso, y solía ser bastante difícil conseguirlo. Casi siempre solía ser el día en que se organizaba baile para los jóvenes del pueblo o el día en que ponían alguna película para entretener a los muchachos.

Algunos días, por la noche, su padre les enseñaba a escribir y a contar. También a sumar y a restar, él siempre decía que España necesitaba un cambio, y que solo la gente capaz de aprender y hacer valer sus ideas sin violencia podría cambiar España. No obstante, España se valía de violencia para cada movimiento que hacía.

Cada poco, los guardias estaban en el pueblo para llevarse a alguien. "Criminales" les llamaban los policías. "Héroes" les llamaban en el pueblo. Una mañana de junio mientras mi abuela trabajaba en el huerto, los guardias se dirigieron hacia su madre.

- ¿Dónde está? - preguntaron.

- En la mina, supongo - dijo su madre.

- Venimos de allí, y no estaba en su puesto.

Su madre enmudeció. Los guardias la cogieron del brazo y ella, resignada, les acompañó hacia el camión. Mi abuela no se atrevió a hacer nada. Ella no sabía que pasaba, pero sabía que no era bueno y el miedo la paralizó.

Ese día el pueblo entero pasó por su casa. Sus hermanas despedían a todos y cada uno de los vecinos que traían con ellos algo de comida. Algunos traían queso, otros huevos, otros alguna verdura... Su hermana mayor parecía seria y firme, pero su otra hermana mayor, Iluminada, no podía contener las lágrimas. Los "lo siento mucho." y los "Os ayudaremos en lo que podamos" abundaban ese día, y ella no entendía lo que pasaba.

Se fue el último vecino, y sus hermanas se pusieron a hacer la cena. Mientras cenaban, el silencio las fue envolviendo en su asfixiante abrazo, el único sonido que rompía la dureza del momento era el del entrechocar de la cuchara en la aguada sopa de verduras que comíamos.

- ¿Y nuestros hermanos? ¿No van a volver? – preguntó

Su hermana Iluminada rompió a llorar de nuevo.

 - No digas eso - dijo Encarnita, su hermana mayor

- Pero ya es tarde y no han vuelto - insistió mi abuela.

- Están en el cuartelillo, hablando con la policía. Pronto volverán - le respondió con una voz lenta y pausada.

Entonces lo comprendió todo. No iban a volver y ellas se quedarían solas. No volverían a ver a su madre ni a sus hermanos.

Un ruido en la habitación de sus padres les sorprendió y Encarnita les dijo que se quedasen quietas. Ella cogió una navaja y fue silenciosamente hacia el cuarto de sus padres.

Los minutos pasaron lentamente y Encarnita no volvía. ¿Tampoco volvería a verla a ella? Encarnita maldita sea, baja eso - susurró una voz.

Los minutos siguientes fueron muy confusos para ella. Lo único que pudo sacar en claro fue que su padre había vuelto y que se escondió en un pequeño pozo bajo la mesa del comedor. También recuerda que minutos después llegaron los guardias, y que Encarnita respondía a sus preguntas con una voz firme y seca. Uno de los guardias se dirigió a ella y la cogió en el cuello.

 - ¿Tú sabes dónde está tu papá? - preguntó con voz dulce

- Si me lo dices, te daré esta cadenita que llevo en el cuello.

Ella miró un instante para la mesa de la cocina. Bien pudo ser por vergüenza o bien por su padre escondido en el pequeño pozo, pero los guardias le encontraron. Y esa fue la última vez que vio a su padre. Llevado a rastras por los guardias, con su hermana Encarnita abrazada a Iluminada, mientras ambas lloraban. Ella no entendió muy bien que pasaba, pero el guardia colgó su cadenita de su cuello, y se fue.

A día de hoy aún conserva dicha cadenita y  no se perdona lo que hizo. Pero no adelantemos acontecimientos... A la semana siguiente, volvieron sus hermanos y su madre a casa. Todos tenían la cabeza rapada y parecían débiles, pero al menos habían vuelto. Desde ese día la comida escaseó en casa, pues sus hermanos no cobraban lo mismo que su padre, al ser menores. Hambre de la cual murió uno de sus hermanos.

Y esta es la historia que mi abuela ocultaba tras ese "Si tú hubieses vivido lo que yo" que siempre la atormenta cada vez yo me negaba a comer verdura, una historia triste y cruel que no perdono a una niña de seis años.

 

Oscar García Núñez  - 2º Premio David Varela 2014