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La mujer de Guerrero

Con pudor y curiosidad, Aída, 3º Premio David Varela 2014, se adentra en el álbum de recuerdos de su abuela convertida, orgullosa y nostálgica, en la mujer de Guerrero. Amor, rivalidades intrafamiliares y un entorno que nunca más será el mismo: el barrio de Podrizos, Vera’l Camín, San Andrés… y la fuente de todos los amores, Espinos.

Llovía. Era uno de esos días en los que no me apetecía mirar por la ventana porque todo estaba gris y encharcado por las pequeñas gotas de lluvia que se precipitaban sobre los tejados; uno de esos días en los que la gente se toma un café y se sienta en el sofá para ver si están echando su película preferida en Antena 3. Sin embargo, yo me puse el abrigo y salí a la calle, como siempre, muy deprisa para no perder el autobús y subir a San Andrés a ver a mi abuela.

La verja principal estaba abierta, seguramente porque mi abuela ya sabía que iba a llegar a las 5. La verdad que fue un alivio entrar en su casa, siempre tuve la sensación de que las casas de las personas mayores son muy acogedoras. Me invitó a tomar un chocolate caliente, me conoce mejor que nadie así que no tuve más remedio que aceptar y nos fuimos al salón.

A menudo que piso su casa, me paro a mirar todas las fotos que tiene sobre el mueble bar, y la cantidad de álbumes que tiene dentro de las vitrinas, pero nunca me gusta preguntarle si me deja verlas, debido a que hace tan solo dos años que se fue mi abuelo y no quiero que los recuerdos le llenen la cara de lágrimas; pero algo fue mal. Ella me vio el gesto de curiosidad y me mostró un álbum; aunque yo lo intenté disimular, ella se limitó a decirme: " mira estas fotos que yo mientras te voy a contar la historia que hay en ellas". Claro, ¿cómo negarse a saber cómo vivió tu abuela y cómo conoció a tu abuelo?, reconozco que siempre me han apasionado las historias de amor, y más las antiguas, las de "para toda la vida", ya que hoy en día hay poco de eso.

"Yo era muy pequeña todavía cuando mi padre abandonó a mi madre, era época de posguerra y vivíamos casi en la pobreza. Tuve que sufrir mucho con la edad de 8 años. Vi cómo mi padre, antes de separarse de mi madre, la pegaba y la engañaba con otras, cómo mi hermana mayor no hacía más que amargarme la vida, cómo intentó que dejara la escuela para dedicarme a las tareas de casa y que mi madre sólo tuviera que ir a la lampistería a trabajar, cómo tenía que robar de las huertas ajenas algunas fresas para alimentarme y cómo yo y mis hermanos no teníamos calefacción en días de invierno ni agua caliente para lavarnos. Aunque lo peor de todo aquello no fue eso, sino la pérdida de mi madre un año después. Me di cuenta de que solo tenía a mi hermano para cuidarme ya que mi hermana, muerta de envidia, no hacía más que torturarme y hacerme sentir un trozo de escombro que no servía para nada.

Pese a las circunstancias yo me mantuve fuerte y siempre busqué el lado bueno a las cosas, tuve que ejercer de madre para mis hermanos a pesar de ser la más pequeña, pero yo lo hice sin rechistar, todo para sobrevivir. Sacaba tiempo para ir a la fuente de Espinos, mi lugar preferido donde me olvidaba de todo el mal y le rezaba a Dios para que mi suerte cambiase; en esa época la gente era muy cristiana y al parecer Dios sí que me escuchó porque a partir de ese día todo cambió. Ya alcanzados los diecisiete comencé a hacer pequeñas tareas con las que cobraba algo de dinero para mejorar la calidad de nuestras vidas, aunque eso sí, en lo respectivo a la familia, todo seguía igual. Como todos los días a las cinco de la tarde me escapé a la fuente a por agua y a relajarme. Cuando de pronto, un mozo de al menos dieciocho me pidió de beber. No supe cómo reaccionar, ya que en el tema de los amores, era la única de la pandilla que nunca tuve novio y mis amigas siempre se rieron de mí por ello; aun así me presenté y le di de beber. Era tan apuesto, tan buen mozo...nunca había visto hombre igual por San Andrés...Pasamos la tarde hablando y quedamos más días a escondidas para que no se enterase mi hermana, que como castigo seguramente me daría una paliza. Al parecer solo podía tener novio ella...Lástima que al final nuestro amor era tan grande, que ya no quisimos escondemos más.

Eran las fiestas del pueblo y antes de que leyeran el pregón, lo hicimos oficial. Al principio nadie se lo creía ya que él era el barbero más apuesto y conocido de todo el pueblo y yo una simple pobrezuela, que casi no tenía para comer...Me llenó de orgullo que todas mis amigas se murieran de envidia, porque no es más mujer quien más hombres tiene, sino, quien sólo necesita a uno para ser feliz. Poco a poco lo fueron asumiendo, y hasta mi hermana, que como he dicho antes, me dio la paliza esperada, le cogió cariño. Mi suerte había cambiado para mejor, ya que nos decidimos a comprar una casa, a casarnos y a tener hijos. Ya todo el mundo me conocía como la mujer de Guerrero. Con veinte años de edad tuvimos nuestro primer hijo, José, tu padre; y después llegaron tus tíos...y después le he perdido a él...supongo que tu abuelo nos estará escuchando con ternura desde el cielo, cariño. Esta es la historia de estas fotos, de mi vida y de cómo he llegado hasta aquí."

Tanto miedo que le tenía a hacerle recordar a mi abuela todo esto...y la que estoy llorando soy yo.

Me dio un abrazo y no la solté durante diez minutos. ¡Qué historia más dura! Ahora entiendo porque ella es tan fuerte, todo lo que ha tenido que sufrir la pobre...No pude hacer más que acabarme el chocolate y regresar a mi casa, es bueno dejarla sola, tendrá muchas cosas que pensar ahora que lo ha revivido todo y que me ha visto a mí llorar...

Aida Collantes Iglesias - 3º Premio David Varela 2014