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En Repedroso, luciendo mis vestidos.

Con la evocación de la infancia de su abuela por el soleado pueblo de Repedroso y de su juventud por todo el valle, entre tareas llevaderas y distracción, Sara Fernández nos adentra en un Turón feliz... los "golden sixties" del valle.
No todas las chicas de mi edad se interesan por las historias que cuentan sus abuelos, ya sean de su juventud o más recientes. Yo, tengo que reconocer que me fascinan y, por eso he aprovechado este día de invierno para que mi abuela me relate las experiencias que ha vivido en su juventud, en el mismo pueblo que me vio crecer a mí también.Abuela de Sara _la escuela-2.jpg


REPEDROSO, TODO MI MUNDO


La jornada de un día normal para mi abuela, era levantarse temprano para ir a la Escuela de Repedroso, la escuela de su pueblo, a la que no le gustaba mucho ir, ya que la profesora era muy estricta, y a ella eso no le agradaba; pero no se podía quejar, porque siempre sacaba buenas notas y, además, era su obligación. Cuando llegaban, lo primero que tenían que hacer era rezar varias oraciones y colocar la bandera española. Cuando terminaban, preparaban la leche en polvo para desayunar. A continuación, las clases se alargaban hasta la hora de comer. Mientras comía, su madre preparaba las cestas que tenía que llevar, a su padre y a su hermano mayor, a la Abuela de Sara _joven-2.jpgPlaza de la Madera, en la Rebaldana. Bajaba las cestas con la comida, y cuando subía, tenía que volver de nuevo a la escuela, hasta media tarde, instante en el que solía merendar queso. Al acabar el día de escuela, volvía a casa, no para relajarse o jugar, sino para llevarles la cesta de la merienda a su padre y su hermano, de nuevo. Al subir, tenía que parar a coser con Pepita la Andaluza en el Puyiscal e ir a coger agua a la fuente con sus hermanas. Llegada la hora de cenar, bajaba por última vez en el día a llevarles la cena a su padre y a su hermano. Terminada su tarea, cenaba agotada y se quedaba dormida, dispuesta a empezar un nuevo día, aunque igual que el anterior.Abuela de Sara _vesrido de lunares-2.jpg

LOS LUNARES y LA LUNA


Cuando fue un poco mayor, jugaba con sus amigas, pero tenía que reconocer que se lo pasaba mejor jugando con su mejor amigo. Era muy revoltosa y muy inquieta, aunque fuera una niña muy buena. Un día, estrenó un vestido que le había hecho la modista Mercedes, la de la Granja; era precioso, blanco de lunares amarillos y con un lazo a la espalda. Pero esa tarde, decidió tirar piedras al coche de un vecino, uno de los pocos coches que circulaban por Turón en aquélla época y rompió la luna de su coche. El dueño del coche solo le vio el vestido. Mi abuela, muy avispada, llegó a casa, se quitó el vestido, y volvió a la calle a jugar. Ese vestido siempre quedó en el fondo del armario, nunca más lo volvió a poner, por miedo a que aquel señor la reconociera y se lo dijera a sus padres.

En numerosas ocasiones, se representaban espectáculos de magia en el Bar de Repedroso. Ella se moría de ganas por ir a verlos junto con sus hermanas mayores y su hermana pequeña, pero tenían que cargar con las sillas desde casa, porque no había sillas suficientes para todos. También veía películas en la escuela, pero todas tenían siempre temática religiosa. Lo único bueno, era que ese día no se impartía clase.

 

DEBERES, CINE ...


Pasado un tiempo, menos de lo que ella se esperaba, llegó la adolescencia y, con ella, otras muchas tareas que debía cumplir. Además de ir a llevarles la comida a su padre y a su hermano a la mina y cumplir con la obligación de ir al Instituto, tenía que levantarse muchas veces a las cinco de la madrugada, para bajar al Economato de HUNOSA (en la Rebaldana) y poner las libretas en las ventanillas, para que, cuando vinieran a apuntar todo lo que quería comprar, fuera la primera en ser atendida. Una vez apuntado lo que iba a comprar, tenía que ir al mostrador para que le sirvieran todos los productos que, anteriormente, habían sido anotados en la libreta. No tenía que pagar, ya que lo descontaban automáticamente delsalario de los mineros de cada familia. La mayoría de los productos eran a granel. Eso todo sucedía a lo largo de la mañana.

Después de comer, tenía que ir, ella y una de sus hermanas mayores, a lavar la ropa a la Abuela de Sara _economato-1.jpgReguera. Llevaban la merienda, ya que se pasaban toda la tarde allí, y debían llevar los baldes con la ropa blanca y la de color, el jabón y un banco de madera para apoyarse. Primero, lavaban la ropa de color blanco y la ponían a secar y, mientras se secaba, lavaban la ropa de color. Al final, aprovechaban para descansar y comer algo.

En sus ratos libres, como todavía no era mayor de edad y no podía ir a las pistas de baile, se tenía que conformar con ir al Cine Fideflor, ya que había doble sesión infantil los domingos y salía bastante económico. Le gustaba mucho también ayudar a organizar las bodas de sus hermanas mayores. La primera boda que celebraron, como todas las bodas, se realizó en casa, y duró tres días completos. Como siempre, la música la ponían en manos de Manolete, un señor muy popular que tocaba el acordeón en todas las fiestas o celebraciones de Turón. Recuerda que la vajilla y la cubertería la tenían que alquilar, junto con el mobiliario que pusieran de más.

... BAILE y MUCHA FIESTA


Recién cumplidos los dieciséis, decidió dejar el Instituto, y empezó su formación en la Escuela de Hogar, donde actualmente está situado el Ateneo de Turón. Allí recibía clases de cultura general, manualidades, cocina, costura…Permaneció sólo tres cursos, hasta que cumplió la mayoría de edad. Cuando cumplió los dieciocho años, ya pudo ir a todas las pistas de baile y poner medias con los innumerables vestidos que le hacían las modistas. La formaAbuela de Sara _pista-1.jpgde divertirse cambió por completo. Iba con todas sus amigas a las Pistas de Baile de María Agustina, María Luisa, al Baile de Los Valles, Linares o el Tropezón, solo los domingos, y tenía que estar como muy tarde a las nueve de la noche en casa. También iban al Cine Río a ver películas de Manolo Escobar o Rafael, en donde los domingos había un concurso muy popular de canciones, parecido a los karaokes de hoy en día.

Las tardes que hacía buen tiempo, se las pasaban en la Plaza de los Huevos, actualmente conocido como el Puente Nuevo, que recibía ése nombre porque era el lugar en el que se reunía toda la juventud turonesa. Aunque probablemente lo que más le gustaba a mi abuela, y creo que a todos los jóvenes de aquel tiempo, eran las fiestas. Ya fuese en las fiestas del Carmín de Lago, las de San Blas en Villandio, las del Carmen en San Andrés, las del Cristo que se celebraban en La Felguera y después en el antiguo Barrio San Francisco, las de San Antón en Carcarosa o las de la Soledad en Enverniego, siempre se lo pasaban genial. Era una forma de divertirse muy distinta a la actual.
 

DE MERIENDA A POLIO


En los días en los que no coincidía alguna fiesta, preparaban la comida y la merienda, subían a Polio a pasar la tarde, disfrutaban del Sol y el buen aire que se respiraba allá arriba y, con sus cestas, iban a coger arándanos toda la tarde hasta la hora de volver a casa. También ella y sus amigas iban a ver a los chicos jugar al fútbol en el Campo de la Bárcena; no les gustaba el fútbol, pero iban a ligar con los que llegaban de otros lugares. En una ocasión, estaban sentadas en una grada, viendo embelesadas a los chicos que estaban jugando, cuando, de repente, se desplomó la grada, y cayeron todas al suelo. Afortunadamente, aunque fue un susto muy grande, no les ocurrió nada. Hoy en día lo recuerda como una buena anécdota. Otros días iban a los guateques que se celebraban en el Frente Juventudes, en donde ponían la música más moderna, tomaban algo y bailaban toda la tarde.

VESTIDOS y AMORES

Abuela de Sara _adolescente-1.jpg
Pero, seguramente, lo que más les gustaba era poder lucir los vestidos nuevos que les habíahecho la modista y ligar con los chicos que llegaban de Gijón u otras ciudades. Allí conoció a un chico muy guapo de Gijón, del que acabó enamorándose. Pero ella se dio cuenta de que era un amor de un día, y pensó que el chico tampoco estaba muy interesado en ella. Pero una tarde que estaba en casa, su padre le dijo que había un chico en la puerta preguntando por ella. Era él. A ella casi le da un vuelco al corazón cuando él le dijo que estaba enamorado de ella, pero como sabía que era un amor de un día, ella le dijo que no sentía lo mismo. Así acabó aquella corta y bonita historia, que, tal vez, hubiese tenido un final feliz. Él no era el único pretendiente que ella tenía. Todos los chicos que la veían pensaban lo mismo: era preciosa. Aquellos cabellos largos y rubios, les volvían locos, y sobre todo los bonitos vestidos que ella lucía. Quien realmente vivía los vientos por ella, era su mejor amigo. La quiso desde siempre, y ella lo sabía. Un recuerdo muy bonito que siempre tiene presente sobre él, era que, una tarde de verano, estaba sentada en el banco del jardín leyendo un libro y, como a ella le gustaban tanto las rosas, le dedicó un dibujo de unas rosas de su jardín. Ella todavía guarda sus dibujos.

Con la llegada del invierno, ya no salían tanto, pero esperaban ansiosas la llegada de la Navidad, porque los vecinos de todos los pueblos se disfrazaban e iban por las casas haciendo pequeños monólogos u obras de teatro para los más pequeños, o para los que no lo eran tanto; y bajaban a la Felguera a ver la cabalgata. No tenía tantos regalos como ahora, pero el día de Reyes se levantaba rápidamente para abrir los pocos que tenía. Cuando era más pequeña, casi siempre le regalaban algún juguete de madera o una muñeca, pero cuando fue un poco mayor los vestidos o los zapatos, eran los regalos más solicitados. El día de Nochevieja solían ir a algún bar a ver la tele, porque había muy pocas en aquella época, aunque ella no tardó mucho en tener una.

Todas estas experiencias que mi abuela me ha contado, me han hecho reflexionar sobre las diferencias que existen entre la vida que ella ha vivido y la vida que yo estoy viviendo, la vida de cada uno... la que hacemos y nos hace.