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Cagide

Cagide, un apellido que trae recuerdos de Caldas de Reis y de la ría de Arousa pero que como tantos otros, oriundos de media España, han turonizado sus raíces a base de trabajo y de compromiso social con un valle minero que fue y sigue siendo toda su vida. Gente foránea, tan desarraigada como necesaria, que ha polinizado una población legitimando un nuevo turonés. Ramón es de esa estirpe. Por sus mudanzas conoce gran parte del valle aunque su último asiento le ubique en la vivienda familiar de Villabazal, verdadera atalaya que custodia la subida a los pueblos más altos. Artesano polivalente, un manitas como se dice ahora, en una casa que rezuma sus propias habilidades. Sus palabras chocan al ritmo de los recuerdos, con un enfatizado y agradecido recordatorio a su padre, ese joven gallego que cerró su adolescencia emprendiendo rumbo a Turón, tierra desconocida y ennegrecida por el carbón. Raimundo vino a trabajar en la madera y unir sus esfuerzos a la minería del valle. Hoy, su hijo Ramón sigue enumerando sus vivencias con claridad, disfrutando de una “güerta” con generosa cosecha a la sombra del limonero y de la fuente sin agua.

DOÑA ELENA Y LAS MANUALIDADES

Vivimos en Lago en las casas de Josefón y después nos mudamos con mis padres para Repedroso, detrás de la casa de Don Claudio el capataz. Allí fue donde empecé la escuela con Doña Elena de la Cuadriella hija del jefe de los lavaderos de vía ancha. Los compañeros de clase, de todas las edades, venían de todos los barrios y pueblos, de la Rebaldana, de San Andrés. Ya no me acuerdo de muchos nombres pero sé que estaba Luis Bretón, el hijo  de Alicia la estanquera del Puente Nuevo y nieto de Valerio el dueño del edificio donde estaba la tienda de la Empresa en la Rebaldana.

Los recuerdos ya quedan lejos pero si puedo decir que me gustaba mucho la escuela. La maestra me quería mucho y como había visto mi interés por las manualidades siempre me encargaba hacer algo, con siete u ocho años ya hacía cuadros o elementos  para el nacimiento. Más tarde Doña Elena se fue a dar clases a la escuela de Villabazal enfrente de la casa en la que vivimos casi toda la vida.  A Repedroso llegó más tarde María Luisa Echevarría Lavandera, una joven maestra de Oviedo,  pero yo ya había marchado del barrio y me tocaba ir a los Frailes. Allí estuve hasta tercero. De esa etapa recuerdo a compañeros como Andrino, Ricardo y los dos José, José Antonio y José Luis. Pero bueno los estudios tampoco fueron demasiado largos, empecé a estudiar algo de comercio y, animado por mi amigo Jacobo Hevia, casi me marcho para Bujedo al Centro de La Salle. Pero subiendo la comida a mi padre coincidí con una chavala de Repipe que llevaba la merienda a su padre que estaba de maquinista. Charlamos y nos vimos veces. Al final se me quitaron las ganas de marchar para Bujedo y ya metí con la carpintería. Por cierto Jacobo si siguió su vocación, aunque ya hace años que lo dejó para emprender estudios y carrera de abogado. Tengo muy presente su primera misa. La celebró en el colegio de las monjas dominicas donde está ahora la piscina de Turón. A mí me encargaron la preparación de los tableros para la comida de las más de doscientas personas invitadas, entre las cuales de la Brena, Bertier y don Joaquínm los tres ingenieros de Hulleras.

De Repedroso, que por cierto me gustaba mucho, volvimos otra vez a Lago. Nos instalamos en las casas de Ladreda, al lado de la parada del autobús. Era un punto central del barrio, pero con el tiempo las casas fueron abandonadas y terminaron derribadas no hace mucho por el peligro que acarreaban para la gente. Fue en ese barrio donde hice la primera comunión. Mientras vivimos allí también iba a las clases particulares con Queta, hermana de Palala, que vivía con toda su familia encima de la escuela de Pepita Caminal.  El edificio estaba al lado de la vía estrecha y de las cuadras de las mulas. Siempre pasaba gente, los mineros de San Víctor y la gente que iba camino a los pueblos de la otra parte, la cuesta San Pedro, Enverniego, Candanal, Castañir, Ablaneo…

 

LA PLAZA DE MADERA EN LA REBALDANA

Mi padre era el carpintero de la Rebaldana y a mí se me daba bien hacer mesas y cuadros. La carpintería estaba debajo del economato en la plaza de la madera donde también estaba el almacén de piensos. Además de trabajar con la madera para la Empresa, mi padre también tenía una chabolina para sus obras particulares donde tenía vacas y una cuadra el hijo de Don Claudio.

La carpintería fue toda la vida de mi padre. Con 18 o 19 años vino de Caldas de Reis en Pontevedra para trabajar de carpintero. Llegó a Turón y fue posadero en casa de Faustino el carpintero, padre de Manolito Medialuna, en Vistalegre. Fue allí donde conoció a mi madre, sobrina de la mujer de Faustino, que había bajado a ayudar a la tía. Hoy la carpintería ya no existe pero el bajo sigue ahí y lo lleva Joaquín el de Tablao que vive enfrente y que es un artista para las maquetas. La del colegio Los Frailes es una maravilla y está expuesta en la entrada del Ateneo. También tiene un hórreo y un pozo en el jardín de la residencia de personas mayores en Santullano. Estando de posada salieron unas obras en San Justo, la casa de la tía Pura, y como Faustino tenía mucho trabajo las cogió mi padre. Así empezaron las cosas.

Pronto se casaron y un poco más arriba del cuartel de la Guardia Civil puso una carpintería. Uno de los ingenieros de Hulleras pasó un día por allí y le propuso entrar en la Empresa.

A Galicia volvimos después de la muerte de mis  padres. Un día estando en Astorga pensé en ir al pueblo y llamamos a Carmen. Era una muchacha que había sacado del hospicio y criado una hermana de mi padre. Al morir mi tía heredó toda la hacienda y renovó por completo la casa de la aldea. Ese viaje fue muy emotivo para nosotros. Allí estaba Carmen en la estación. Disfruté mucho viendo todo aquello e imaginando el mundo de mi padre.

Mis padres creo que volvieron dos veces a Galicia una al poco de casarse y otra poco antes de morir. Cagide, o Caxide, es pues un apellido gallego, uno de los tantos que vinieron de fuera. Los de fuera sufrieron doblemente, por el desarraigo y por la dura vida de los mineros.

La posguerra fue una época difícil pero nosotros no llegamos a pasar hambre porque teníamos güerta y sanmartín.  Aunque mi padre trabajaba mucho, no dejábamos de subir desde Lago a la Campa, en la zona de los Valles, para sembrar patatas. Sembrar, cosechar y luego con cestos a por ellas.

 

DEL TORNO A LA ELECTRICIDAD

Empecé mi vida profesional en la Rebaldana, en la maniobra de noche tirando por los vagones. Un día por la tarde yendo a buscar unes mesilles de madera encontré a Don Luis  Bertier hablando con mi padre. Al verme, preguntó si era su hijo y me dijo que a partir de ese día trabajaría en la carpintería con él. Luego ya pasé a la de la Cuadriella.  Con 17 años, y ya oficial de tercera categoría,  me recibió Ginio, el jefe, y me puso a trabajar con Ángel Tomillo. Don Luis Bertier insistió para que se “me cuidase bien y se me enseñase mucho”. Aunque ya torneaba en la Rebaldana, fue  en la Cuadriella donde desarrollé mi capacidad gracias a las piezas especiales que me encargaban. Adapté el torno que estaba muy alto, cambié el interruptor y adelante. Además con Juan Antonio Lois, que tenía la carpintería en Puenes  y que estaba de subjefe con Ginio y corría con la maquinaria, empecé yo también con las máquinas,

Al lado de la carpintería estaba el taller eléctrico. Un día de esos en que el ambiente con Ginio no era muy bueno hablé con Próspero, el electricista del taller, y le dije que me gustaba la electricidad. Pasaron unas semanas y un día vino a proponerme unos cursos que se hacían en Sama. Seguí trabajando dos meses hasta que llegó la hora de ir a realizar esos cursos de electricistas. De aquella ya estaba casado y vivíamos en una casa de Fidel el capataz subiendo en la Felguera donde el plano que bajaba de la Llama detrás de las casas de Veneranda.   Así que hice los cursillos de Sama  y al volver ya fui a trabajar en la Central Eléctrica en la que entré como oficial de primera, categoría que me habían dado ya en la carpintería.

Cuando la mudanza para Villabazal, la última, ya había muerto mi padre. Esta casa era de un padrín míu, primo de mi madre. Salva, que había estado en Bélgica, heredó la casa pero  vivía en Gijón. Un día vino porque se le había caído un muro y me preguntó si lo podía arreglar.  Le `propuse hacerlo si me vendía la casa. Dicho y hecho y aquí estamos desde 1967. Todo un lujo de vivienda porque había baño, una pequeña finca y una cuadra que convertí en taller de carpintería  con torno. Todo hecho por mí.

 

 

BAILANDO CON LOS PALILLOS

La diversión poca, de gallegos. Sin embargo no me perdía fiesta. Era muy bailarín. Llevaba los críos al cine los domingos y siempre hacíamos una parada en Casa Blanca para comer algo.

Con lo que sí me divertía era con la música. Siempre me gustó la música, desde joven. Tocaba un poco el piano que aprendí con Pepe, el padre de Eva, que vivía encima de la casa de Maruja la de Tano.

Aprendí a tocar en la Acción Católica, en la sacristía de la Felguera, con Burguet que vivía en Vistalegre cerca de la tía Carmen. Yo tocaba el laúd. Un día empezamos a hablar de música y de orquestas y decidimos montar una rondalla.  Ensayábamos donde estaba la centralita del teléfono, en las casas de Cándido el sastre, donde el chigre de Casa Blanca. Al final llegamos a juntarnos doce con Burguet de director. Nos llamaban  de muchos sitios para tocar. En la rondalla estuve desde el principio hasta que terminó, a los tres o cuatro años.

El salto a la batería lo di con Ramón batería con la orquesta Patria Chica. Él fue el que me enseñó. Terminé comprando una batería a un músico de Moreda. Bombo, tambor y platillos.  Ya podía hacer algo curioso.

A partir de ahí formamos un dúo con Manolo, del Reguerón, con su acordeón y yo a la batería. Tocábamos los domingos y días festivos en el Tropezón y en los Valles, a veces en Vegalafonte. Eran bailes muy concurridos. Nos pagaban algo claro, aunque poca cosa. Tampoco ensayábamos demasiado juntos aunque yo por mi cuenta si practicaba en casa, sobre todo cuando vivíamos en Piedrafita.. Llegábamos y nos poníamos a tocar. Yo sabía leer la partitura. La verdad es que la batería era lo mío, más que la rondalla.  Había muy buen ambiente y se improvisaba mucho para responder a la demanda de la gente. Un día, en el Tropezón, había un ambientazo enorme. Empezó a tocar Manolete con su acordeón y me pidió acompañarle. Cogí unos palillos del material que a veces dejaba en el local y empecé a acompañarle tocando la batería con unas sillas. También me pasó un día de Nochebuena en La Felguera otro acordeonista me invitó  a acompañarle y pum pum, pum…música palante. ¡Grandes recuerdos!

También solía ir a Tablao para acompañar a un acordeonista de San Justo, pero también  por Moreda y Cabañaquinta. Había mucho ambiente en el chigre y el baile de Venancio. Formábamos un dúo que funcionaba muy bien pero tampoco éramos los únicos. Turón tenía muchas bandas y buenas. Había la de Ardura, la de Batallón …y todos amenizando el concurrido salón de Zurrón.

 

MI IMPLICACIÓN SOCIAL

Uno de mis grandes recuerdos de la vida social del valle fue cuando hicimos la comisión de las Fiestas del Cristo. Teníamos como mil y pico socios. En el comité  estaba Paco el médico, Tomillo, Enrique Burguet, Otilio y algunas mujeres. De aquella también se reparó la capilla de la Crucina.

Teníamos también una cofradía del Cristo con la que organizábamos ejercicios espirituales, uno de los más conocidos en el Espinar en Segovia. Yo me encargaba de encontrar gente y nos pagaban sueldo, viaje y comida.

También estuve involucrado en las fiestas en Villabazal. Trabajé toda la carpintería  para adecentar el local de la asociación que nos había dejado uno de Los Cuarteles. Reparamos el tejado y preparamos planta y piso. De aquella la gente se animaba mucho y colaboraba para que vivieran los barrios.

Una anécdota medio mala, medio divertida,  ocurrió en la zona del pozu la Balanza, donde yo estaba trabajando en unas viviendas. El cuadrero y su mujer vivían allí en unas casas del entorno minero. El día de la inauguración de San José, nos había mandado Ginio que bajásemos a media mañana porque nos iban a dar a todos una botella de vino para festejar el evento. Bajando pues de la Balanza nos cruzamos con una enorme culebra. Yo di un salto y Honorio, el carpintero, que me acompañaba cayó y tuve que bajarlo yo casi acuestas. Menudo paseo.

 

DESDE LA CIMA

La evolución de Turón? Un viaje malu desde la cima hasta la situación complicada en la que estamos. Ese abandono no es reciente porque siempre hubo que luchar. Me acuerdo de aquella vez en que, dada la porquería de los váteres y demás residuos que arrastraba el río, Mier, Tomillo y yo propusimos que en aquel muro de Fortuna que recogía el agua de la parte de arriba, con su posible peligro, se podía poner un portón para abrir de noche avisando a la gente. Eso permitiría evacuar por las noches limpiando el río hasta Reicastro. Con el visto bueno de Don Bertier fuimos al Ayuntamiento que rechazó el proyecto por peligroso. La verdad es que más peligroso era no hacerlo, sin contar el desastroso aspecto del río. Nada nuevo bajo el sol.

Es verdad que la vida de Turón hoy está bien para los mayores pero hay mucho abandono. Cuatro perras para una fiesta pero con una carretera que da asco. Reclamas y dicen que la culpa la tiene el Principado y así cada uno echando la culpa al otro. La gente tampoco es tan solidaria como antes. Hicimos una fuente aquí que era una preciosidad. Funcionó dos años, porque por arriba empezaron a hacer pozos pa les güertes y quitaron el agua. Me gusta el pueblo y hago todo por él pero si cada uno va a lo suyo seguiremos para abajo.

Al final, viví en muchos barrios y conozco muy bien el valle, pero no soy ni de Lago, ni de Repedroso, ni de la Felguera…soy de Turón.

 

Entrevista realizada por Jorge Varela para www.elvalledeturon.net, Turón, mayo 2019

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