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Las mil huellas de Miguel Olivar

No podía faltar el polifacético e inolvidable Miguel Olivar en esta página turonesa. Un hombre de sobra conocido y que por haber abarcado tantos campos de actividad ha dejado mil huellas sembradas, con generosidad y dedicación, en los colectivos del valle y en la mente de todos sus habitantes. Un hombre cuyos escritos siempre intentaron defender y promover su querido Turón. Gracias a Raquel, su hija, y a los escritos que nos ha facilitado hemos logrado devolverle la voz elaborando una entrevista-memoria, en dos partes, a partir de todo lo conservado por este infatigable turonista. Escribió y compiló para rechazar el olvido. Agradecidos le estamos hoy. Ejemplo a seguir para que nuestro viaje por la vida enriquezca la memoria de un pueblo, el nuestro. Manolito Baquero, fino observador, lo calificó de "persona buena y honesta, aunque haya empleado la sátira mordaz con su jocosidad versiculada, sus dibujos y su poesía" Seguramente sea éste el perfil más fiel que se haya hecho de este humanista, insaciable colaborador desinteresado de todo lo que movía la vida socio-cultural del valle... la Hermandad de Santa Bárbara, SO.TU.FE., Peña Bolística Turonesa, CD de Turón, Asociación Turonesa para la Mejora del Valle, a la que se dedicó desde su fundación durante 16 años, secretario fundador del Club 89 de la Tercera Edad, secretario de la A VV de Villapendi... amén de sus múltiples conferencias, presentaciones, cursos de socorrismo, desfiles... Sería fastidioso dar una lista exhaustiva de su ecléctica actividad aunque esa simple relación bastaría para ilustrar y dar testimonio de una vida vivida totalmente volcado a su pasión: Turón. Seguiremos nuestra evocación con una segunda parte títulada, El regreso a casa, y añadiremos aportaciones suyas a algunas de las categorías de nuestro portal. Justo agradecimiento a una labor que sigue presente en nuestra Historia.

NACIMIENTO, LUZ Y...RATAS
 

Nací en Cortina, el 4 de diciembre de 1920, quinto de una sencilla familia minera. Por lo que me comentó ella, mi madre dio a luz en una vivienda que más bien parecía una pocilga, un bajo con un piso de tablas carcomido y lleno de ratas, sin más ventilación que un ventanuco pegado junto a la puerta de entrada y con dos malas habitaciones para dormir siete personas. Las paredes estaban “revocadas” con barro amarillo arcilloso, blanqueadas con cal viva.

CORTINA1.jpgUna única bombilla colgada del techo de la cocina alumbraba con luz tenue las habitaciones y permanecía encendida toda la noche para ahuyentar a las ratas. Una cocina sencilla con pocos utensilios, tres bancos para sentarse, una silla, tres camas, una vieja cómoda y un baúl era el inmueble total que completaba la reducida vivienda.

Pero es verdad que era corriente este modo de vivir en la clase trabajadora. La razón más poderosa era el nivel de vida que acarreaba como consecuencia la falta de vivienda un tanto decorosa. No podía haber ambiciones de superación porque los salarios solo daban para sobrevivir en la lucha por la existencia, percatándose de lo que cada uno podía llevarse a la boca.
 

COMUNIÓN CON CHOCOLATE
 

Es fácil recordar la ilusión de una primera comunión, no porque en aquella edad, se sienta espiritualidad del acto en sí, sino que era ambicionar el poder saborear el chocolate con bizcochos con los que nos obsequiaba la señora maestra para celebrar el día.

Era costumbre en aquellos tiempos, que los niños y niñas comprendidos en edades de 6 a 8 años fueran acompañados para comulgar, por sus respectivos maestros del centro al que pertenecían, se adornaban las clases con flores, había un chocolate con galletas y todo se convertía en una fiesta infantil.

DEPÓSITO VILLAPENDI.jpgUna nota que debo destacar, en cuanto a la vestimenta, era acostarse a media tarde el día antes para que te lavasen la ropa que traías puesta toda la semana que constaba más o menos, de una blusa blanca más que repasada, un pantalón de dril “apiezado” y unas alpargatas pintadas de blanco para disimular su vejez.

Este fue el uniforme de este día que recuerdo feliz…seguramente por el chocolate.
 

SOBREVIVIENDO EN VILLAPENDI 


Parece ser que por razones de salud de mi padre, nos vimos obligados a trasladarnos a vivir a Turón, en Villapendi en 1924. Así evitaba el recorrido que tenía que hacer a pie, desde Cortina hasta el Grupo de Piedrafita donde trabajaba como lampistero.

Llevábamos apenas dos años allí cuando falleció mi padre a consecuencia de la enfermedad que padecía sin dejarnos más que el dolor que se siente por un ser querido. Se nos fue muy joven, con cuarenta y cuatro. Yo tenía seis años y nuestra situación que ya era precaria fue aún más difícil al vernos privados del único jornal que nos sustentaba.

Los primeros efectos de este drama fue la mudanza de vivienda por no poder pagar lo que para nosotros era una renta elevada de 20 pesetas mensuales Por esta causa nos trasladamos a un viejo caserón, que aquí en Villapendi llamaban “La Cuadrona", jamás habilitada como vivienda. El piso de la misma era de tierra con una cocina improvisada en la cual teníamos que usar leña por no tener carbón. Cuando llovía, teníamos que colocar latas en el desván. Fuimos poco socorridos por los vecinos, rara vez nos daban alguna hogaza de pan y algo de aceite. Pero reconozco que eran tiempos difíciles para todos.

Mi madre lavaba ropa para seis familias y cobraba por cada una seis miserables pesetas al mes a las que había que incluir el planchado. Era agobiante la espera de cobrar las 36 pesetas mensuales por el total de un trabajo, para cubrir en parte nuestras necesidades por lo que no hubo más remedio que a los 11 años tener que practicar la mendicidad. Era algo que me avergonzaba, aunque digan que el pedir limosna por necesidad es de personas honradas. Pero costaba tanto trabajo que era reacio a salir todos los días, esperando que se acabaran las provisiones. Solía ir donde no me conocían, y mis grandes caminatas eran 18 AÑOS.jpgpor Caborana, Moreda y San Cruz, haciendo el recorrido lo más antes posible para jugar con mis amigos a los que jamás les dije que andaba pidiendo….hasta que un día salió a relucir entre chavales, yo me acomplejé de tal forma que no tuve más remedio que decírselo a mi madre, la cual con lágrimas en los ojos me animó diciéndome que el pedir por necesidad no era ningún pecado. Fue una de las mayores desilusiones de mi vida porque creía que nadie estaba enterado.
 

DE PROFESIÓN, RAMPLERO
 

Eran tiempos discriminatorios, de distinción de clases. Me acuerdo que la Empresa , Hulleras del Turón fundada en 1890, daba toda clase de facilidades, con prioridad de vivienda, colocación de sus hijos en centros de trabajo adecuados, como talleres, oficinas y economatos, prioridad en el propio ferrocarril de la Empresa para el desplazamiento al trabajo, con coches exclusivos para que hicieran el corto viaje en calidad independiente, prioridad en pagas extraordinarias, exceso en kilogramos de carbón para el uso doméstico y dietas especiales al causar baja por enfermedad. Había clases.

Meses después de la muerte de mi padre, uno de mis hermanos mayores que en aquella fecha contaba 18 años, se había colocado a trabajar en esta misma Empresa, como “ramplero”, con un salario de cinco pesetas diarias que escasamente alcanzaban para mantenerse a pan, patatas y aceite, faltando para cubrir otros gastos como la renta de vivienda, luz y poder comprarse simplemente unas alpargatas.

Es fácil acordarse cuando se tiene esa edad, de las vicisitudes que pasa una familia, cuando se carece de medios económicos, porque el hambre es más agobiante cuando no se tiene que comer, el deseo de unas alpargatas, cuando traes los pies descalzos y la ambición del juguete cuando existía la imposibilidad de comprarlo.

Pasado cierto tiempo, en el que no puedo retener fechas, se coloca en la mina como “ramplero”, mi segundo hermano. Las cosas se estaban presentando bien para vivir un poco más desahogados, pero el destino no quiso protegernos ya que teniendo la edad para ingresar en el servicio militar, solo pudo trabajar unos meses, mientras que el segundo de las hermanos contraía matrimonio, quedando nuevamente sin protección económica.

Ingresé en la mina el 16 de Enero de 1938 con oficio de “ramplero” como mis dos hermanos y un salario de siete pesetas diarias en el Grupo de San Benigno. La jornada era de ocho horas, todavía no existían casa de baños para el personal ni protecciones con mascarilla para evitar el polvo de la piedra o del carbón. Existían créditos para el Economato minero y anticipos de tu salario, cada jueves, que te adelantaban de tu paga mensual si no sobrepasabas la nómina.

Ya en 1945 como picadores teníamos 450 ptas…15,50 de salario y el resto en horas extra y plus de carestía de la vida que abonaban en aquel entonces. Había algo más de “holgura”.
 Alfonso XIII-1.jpg

GUERRA, PÁNICO Y CONFUSIÓN  


Tenía 11 años cuando se proclamó la República. Me parecía comprender que la gente celebraba este acontecimiento, seguramente con la ansiada esperanza de libertad pero sobre todo, era palpable, esperando al mismo tiempo una mejora salarial que tan deseada era por todo trabajador. Me quedó grabada una imagen de niño: en la escuela desapareció el retrato del Rey Alfonso XIII y se colocó en su lugar, el reciente elegido Aniceto Alcala Zamora. Pero la política seguía siendo una inquietud sin ver mejorada la situación económica, ni la política.

Al cumplir 14 años se acabó mi vida escolar y estalló la revolución en Asturias. Fueron momentos de gran pánico y de confusión. Los hombres corrían de un lado para otro portando, algunos revolucionarios, el escaso armamento que poseían, que más bien eran escopetas de caza y cajas de dinamita requisadas en los polvorines de la Empresa Hulleras del Turón.

Como siempre en estos casos la llamada pos-revolución trajo como consecuencia represalias y nuevos dramas.

En 1935 se repite el malestar en las cuencas mineras, con nuevas huelgas por la amnistía de los presos, Hay despidos y la situación económica es grave para el trabajador. Los salarios no compensaban nuestra miseria. Puedo recordar que la hogaza de pan de tres kilos costaba una peseta ochenta, así como el litro de aceite, un kilo de patatas 30 céntimos y media libra de chocolate setenta céntimos.

Una familia de cinco personas con un salario normal de cinco pesetas con noventa céntimos, comiéndose este maná todos los días, ahorraría en el mes 22,50 pesetas…con lo que había que vestirse, calzarse, pagar la renta de alquiler de la vivienda, la luz y los otros gastos que pudieran ser necesarios. 

LA FUGA DE MI VIDA
 

Tuve una vida juvenil normal, sin más alicientes que las correrías propias de nuestra ingenuidad, en un mundo aparte…el valle. Tanto es así que cumplidos los quince en ese mismo año 1935 todavía no conocía Mieres.

OVIEDO.jpgEsto me recuerda mi primera aventura. Quería conocer Oviedo. Un buen día, sin más medios de locomoción que mis pies, me desplazo caminando como un vagabundo, sin dinero ni equipaje. Me acuerdo que los dedos de los pies asomaban por la parte delantera de mis viejas alpargatas. Llovía, y la noche se me venía encima, tenía hambre y carecía de un lugar para dormir.

Al llegar a la altura de la Manzaneda y como me daba vergüenza pedir limosna, por los malos recuerdos que tenía, pensé en fingir un desvanecimiento en el sitio adecuado para poder ser visto y socorrido por alguien. Así fue, me recogieron y me arrimaron al fuego. Es verdad que estaba cansadísimo y con la ropa empapada por la lluvia caída. Me cambiaron las viejas zapatillas y bebí un agradable tazón de café con leche bien caliente. Vinieron las preguntas … Y terminé cenando con ellos un suculento plato de lentejas con chorizo y tocino tan oloroso que no lo cambiaría por una buena ración de caviar.

Me dieron una manta y me dejaron dormir en el pajar contiguo a la vivienda. Fue la noche más larga de mi vida, no podía conciliar el sueño pensando que mi familia andaría buscándome y estaba molesto por el ruido de los camiones y el crujir de la hierba seca del pajar.

Después de un buen desayuno hecho de una ración de tocino frito y un tazón de café les propuse agradecido el realizar algún trabajo para pagar la deuda que todavía hoy me parece que tengo pendiente, cosa que no aceptaron, deseándome que mi llegada a Oviedo fuese feliz.

Cesó la lluvia y caminé así hacia Oviedo pensando entrever, en cualquier momento, el edificio de la Catedral que decían que se veía de muy lejos. Bebía de vez en cuando en alguna charca que encontraba por el camino pero el hambre se iba apoderando de mis fuerzas. Lo que me animaba era que quería ver esa ciudad y lo que se decía de ella. Al fin llegué y todo me parecía tan diferente. Me quedaron grabadas esa imágenes porque todo era nuevo para mí: edificios altos como colmenas, gente que iba y venía por las calles… mucha gente, calles larguísimas, escaparates bien surtidos en mercancía, bares abarrotados, gente degustando mariscos y cervezas y “municipales” estáticos en lugares estratégicos para ordenar la circulación de vehículos y peatones.

Una experiencia caprichosa para luego presumir ante mis amigos. El regreso a casa lo hice en un mercancías de Renfe, era el 17 de Julio de 1936. Al día siguiente comenzó la guerra civil española.  

ME PILLA LA ODIOSA GUERRA
 MILITAR.jpg

El ambiente general me parecía el mismo que le que ya había vivido, mucho revuelo y confusión. No eran momentos de terror, sino de organización, requisando camiones a los que se resistían en cederles voluntariamente para desplazarse a los lugares donde más tarde serian frentes de batalla.

No quiero extenderme demasiado. El conflicto estalló y yo tenía 16 años. Me enrolé voluntariamente en el batallón 17 que operaba en los frentes de Oviedo, para así colaborar en la cocina como pinche y poder asegurar el plato de lentejas. Así viví la experiencia de una guerra, protagonista del tableteo de las ametralladoras, los cañonazos y el bombardeo de los aviones.

El pavor por mi parte fue de tal inquietud que decidí no jugar más a ser soldado, regresando de nuevo a mi casa. Que conste, que solo podían hacerlo todo aquel que no estuviese comprendido en quintas, y un servidor solo tenía 16 años.

Seguía la guerra. Más tarde otros cambios y fui incorporado obligatoriamente con la quinta del 41. Percibías una pensión mensual de 90 pesetas para tus familiares cuando eras cabeza de familia o el único sustento de tu familia.

Esa etapa fue muy dura…depósito de instrucción de Daroca, gran nevada con una acusada baja temperatura y maniobras para enseñarnos el manejo del fusil, lanzamiento de granadas y estrategias propias de una guerrilla. Duros momentos… y otros más que prefiero olvidar.
 
( Continuará en la parte II: El regreso a casa )

Información recogida por Jorge Varela para elvalledeturon.net, Turón, agosto de 2011