Herramientas Personales

Cambiar a contenido. | Saltar a navegación

Navegación

Navegación
Menu de navigation
Usted está aquí: Inicio / Ocio / Entrevistas / Tino, suerte y dramas
Acciones de Documento

Tino, suerte y dramas

Un reloj de campana acompasa nuestro encuentro. Un campaneo que sigue marcando las largas horas de una dilatada existencia que no ha olvidado un ápice de todo lo vivido. Una amplia vida bendecida por los doses… 22 del 2 del 22. Noventa y cinco años dan mucho que recordar. Tino Sindical habla sin cortarse, con una voz clara y sosegada que desgrana los recuerdos a la manera de un susurro apacible que nos cautiva y nos seduce. De vez en cuando se le escapa un nombre, muy pocos, seguramente algún protagonista que se refugia en el anonimato. Memoria prodigiosa para los nombres y los acontecimientos, el polifacético oficinista podría ejercer de historiador, a la inglesa, en su interior pulcro y acogedor, con sus muebles, sus cuadros, sus fotos y su elegante vestimenta. Hace lustros que no se ha movido de los jardines de la Central y su cordón umbilical con el universo minero e industrial de su querido Valle persiste intacto. Su rutina cuidando y contemplando su coqueto jardín o remontando la carretera y el tiempo para conversar con sus amigos en la Gotera quiebra una soledad que pesa por momentos.

Como para muchos turoneses, mi familia venía de fuera como se suele decir en el valle. Mis abuelos maternos, Manuel y María, eran de Grao y los paternos, Higinio y Matilde, de Palencia. Llegaron aquí cuando mi padre tenía seis años. Mi abuelo vino a trabajar como albañil en la Empresa. Tuvo  suerte porque le dieron casa en el poblado de Bustiello. Años más tarde mi padre encontró trabajo en Hulleras que era más importante. Llegó a tener una casa con seis viviendas. Trabajaba en la Empresa y luego en particular. Era pintor e igual pintaba casas que coches. Teníamos una casa impecable en la Caleyina en la Veguina. Él organizaba el grupo de dieciocho pintores, distribuyéndolos por las diferentes obras, edificios administrativos, las casas de la Empresa etc… Abarcaban toda la labor de pìntura, hasta las máquinas que les quedaban preciosas, una maravilla.

Más tarde, fue mi suegro, Eugenio Álvarez Menéndez, el jefe. Eugenio era de Quirós y vino de chaval a trabajar en Vía Estrecha  donde estaba de jefe un primo o un tío que recuerdo siempre con callau. Llegó de soltero y se casó con Oliva. Ambos tenían veinte años y él aún no había cumplido con la mili. Cosa increíble, pero se fue a la mili a Pontevedra con la mujer. Se llevó un poco dinero que había ganado de vigilante en vía estrecha. Allí les dieron una casina para dormir y llevaba para comer el rancho para comer. Volvieron para Turón donde nacieron mi mujer Coro y sus hermanos Gloria y Melquiades.

Mi padre murió de un accidente de trabajo a los cuarenta y seis. Yo tenía 21 años recién cumplidos. Había marchado para la mili. Era un 18 de julio, domingo. Yo estaba estupendamente en la secretaría del general como empleado. Un zoquete de cabo primera, por haber llegado tarde a cenar, me había cortado el pelo. Un poco avergonzado por ese detalle idiota no quería presentarme así en Turón. Llamé para que avisasen a mi padre que no iría al pueblo. Eso era el día 17 y el 18 me llaman para decirme que mi padre había tenido un accidente. La verdad es que ese día estábamos con los festejos militares en las oficinas que estaban en la calle Toreno. Encima del piso vivía el gobernador militar que era un general. Con esa mala noticia de casa, me eché cara y como conocía a la chica que tenían en casa, fui,  llamé y cuando salió la chica le expliqué que si me habían avisado seguramente era porque había muerto.  Dada la mala noticia y a pesar de que el general estaba en el  cuarto de baño, fue a avisarle. Salió con albornoz y preguntó ¿Qué pasa González? Un poco nervioso le confirmé lo que le había dicho la chica y pedí disculpas por la molestia. Me dijo que no había molestia alguna y preguntó a qué hora era el tren. Sale uno a las nueve mi general, le contesté. Pues venga González a la estación y si no lo coge le pongo un coche para que le lleve. Fue una respuesta inesperada, Además él también se preocupó en llamar a Turón donde le confirmaron la triste noticia. Le estoy tan agradecido de haberme apoyado en esos momentos difíciles. Ese gesto de humanidad me hizo pensar mucho y me sirvió de ejemplo en la vida.

Escapé rápidamente a la estación, cogí el tren y me apeé en Figaredo. En el andén, esperando el tren para Oviedo,  estaba Elio el zapatero que vivía en las casas de mi padre. Se apresuró a darme el pésame. La noticia ya era conocida por todo el valle. Con tanta gente trabajando en la mina, la información de los accidentes mineros se expandía rápidamente por los pueblos. El accidente mortal ocurrió en el Pozu La donde había ido, en ese día festivo, a reforzar el equipo que preparaba el guionaje del pozo. De la estación, bastante abatido, subí a casa en los coches de la Empresa.

Un drama sobre todo para mi madre que se quedaba viuda con cuatro hijos,  Manolo, Armando, Pepín el más joven que iba a cumplir cinco años y yo, de 1922,  el mayor. Seguí unos meses en la mili pero no podía dejar a mi madre sola. Como ya trabajaba en sindicatos, sin categoría, antes de incorporarme a filas me propuse para trabajar durante la mili por la tarde. Entre uno y otro ganaba trescientas pesetas.  Luego me presenté a unas oposiciones para el sindicato que ganó uno de Oviedo que, al final, no quería venir para Turón. Pasó que ninguno de los cuatro o cinco que habían sacado mejor puntuación optaron por Turón. Así fue como terminaron designándome a mí, un turonés.  Empecé de secretario en el Ateneo. En la parte de allá por la que salías hacia el rio.

También llevaba el cine que era de Educación y Descanso. Un local maravilloso situado donde está ahora el economato. Ocupábamos únicamente la parte de atrás. Cambiábamos la cartelera los jueves. Había que hacer carteles y pedir las películas que nos llegaban por correos. El cine era barato, si la entrada costaba dos en otros sitios, nosotros lo teníamos a uno cincuenta. Había mucha gente. Los mineros trabajaban mucho y duro pero vivían bastante bien. El cine era una gran atracción para el  valle. Cogí un ayudante que estaba de peón y que como cojeaba tenía dificultades para trabajar en Hulleras. Me ayudaba repartiendo los programas, limpiando el cine y poniendo las películas. La Empresa le pagaba y para él era una buena solución. La Empresa tenía benevolencia, siempre intentaba colocar a gente con problemas físicos.  Emilín de los Cuarteles, que tendrá  ochenta y nueve años, tuvo de joven un golpe en la cabeza en la mina y lo metieron de administrativo. Hizo toda la carrera en las oficinas. El cine era barato, la entrada era 2 en otros sitios, nosotros a 1,50… Había mucha gente, Había muchos mineros, trabajaban mucho pero vivían bien. Para mí maravillosamente.

Todas las semanas venía un tren con dos vagones para Turón, entre otros productos traía patatas y arroz.  Lo depositábamos abajo donde la biblioteca. Pensando en la gente decidimos hacer paquetitos de 5 kg para los necesitados. La época seguía  siendo muy difícil, eran los años cuarenta. Como nací en 1922 la terrible guerra la viví con 14 años.  Tiempos duros y complicados. Se intentaba ayudar algo.  A partir de esa época empezaron a conocerme como Tino Sindical. Éramos pocos, el delegado,  Zoilo, Mito y  mi suegro Eugenio de secretario.

Con 24 años, hubo dos oposiciones para Hulleras. Ocio era el secretario general y  Zoilo me conocía de la sindical por las actas que yo cogía. Ambos me animaban a presentarme pero yo estaba muy a gusto con el sueldo, el cine, etc… Estaba bien.

Con tanta insistencia decidí opositar. Como anécdota, la primera pregunta era sobre organización  sindical, después había que redactar una solicitud a la Empresa expresando lo que le podías aportar. La redacción tenía unas pautas muy administrativas. Se hablaba en la tercera persona al director Don Francisco de la Brena y Casas. Yo no adelantaba méritos,  únicamente exponía. Decía que el mérito más especial era el de mi padre que había muerto de accidente en la mina aunque era pintor. Él conocía el hecho perfectamente. Había como departamentos, listería, contabilidad, maderas y alguna cosa más. Aterricé en contabilidad. A la muerte de Bernardo Villanueva, Paco Vicuña se convirtió en jefe del departamento y quiso trabajase con él. Tenía un buen salario, lo que me permitía vivir muy bien. Las oficinas en las que empecé eran anticuadas y  malas. Hacia los años cincuenta edificaron las nuevas donde cabíamos todos, el director, el subdirector, el ingeniero, la listería, la contabilidad… También tuve una etapa de jefe de economatos. Teníamos siete: La Cuadriella, San Francisco, Rebaldana, La Vegona, Figaredo, Mieres y un pequeño en Piñeres donde la empresa había cogido unas minas.

No viví grandes conflictos mineros de cerca. Obviamente los había pero yo presencié principalmente profundos debates y discusiones. Entre los vocales había uno comunista y otro socialista. No coincidíamos políticamente pero había mucho respeto y me llevaba bien con todos. Prueba viva la pandilla de amigos de diferentes opiniones. Eran Juan Moro, picador de Lago que había jugado en el CD Turón, y Valentín un hermano de Tinín, una gran persona que había trabajado por todos los sitios de la mina. Un hombre inteligente y que sabía tratar a la gente. Mientras yo fui secretario no castigaron a ningún vocal. La Empresa los quería porque trabajaban. Despedían por bajo rendimiento. Ellos fueron grandes vocales.

Mi vida profesional tomó otro giro. Tenían que poner a un secretario general, un abogado en el sindicato era una obligación para la Empresa.  De aquella el director ya no era de la Brena, sino Joaquín García Asedo. El escogido fue Rubén Darío Villa Cadenas. Cuando entramos en Hunosa  yo gestionaba los problemas sociales  y Rubén Darío quiso llevarme con él en Oviedo.

Necesitaba a alguien de confianza para llevar formación profesional administrativamente. Pensó en mí, sería jefe de primera y con libertad total. Era una gran propuesta. En formación profesional, teníamos una mina imagen en Moreda, otra en Bustiello, en Figaredo, Sama,  Mieres  y en  el Entrego. Viajaba e iba a ver como hacían los administrativos y hacía un plan de seguimiento. Fue mi mejor etapa. Iba todas las semanas a informar a Rubén Darío sobre los cursillos, rendir cuentas financieras, etc… desde 1969 hasta el final, en 1987. No tuve momentos complicados en mi vida laboral. Bueno uno con un familiar que logró solventar con delicadeza el jefe Joaquín Veiga Álvarez ya cercano a su jubilación.

A mí siempre me gustó andar elegante. Un poco presumido seguramente. Aunque eso de la ropa tiene una explicación. Tenía los trajes regalados. Artemio el sastre  tenía su sastrería a la entrada de la Veguina y contaba con varias chicas trabajando para él. Yo simplemente le ayudaba gratuitamente con la liquidación de las ayudantes.  Un día vino un inspector y le puso 30.000 pesetas de multa por no tenerlas declaradas. Conseguí que le quitase la sanción el inspector Lamazo. Me hacía un traje al año o cada dos años, una gabardina, un abrigo y a menudo me hacía probar chaquetas y pantalones que  me regalaba. Insistía diciendo que yo no le cobraba que le salía más económico.

Tuve suerte en la vida pero también mis dramas. Sigo siendo cristiano, rezo mucho. Me acuerdo de Coro constantemente. Vivíamos bien, hasta esa excursión que había preparado con la asistenta social. Era un formidable viaje gratuito a Santiago de Compostela, pagado por la Empresa. Tuvieron un accidente a la salida de Ribadeo y se mataron siete de las veintiocho personas. Hubo varios heridos  y Coro salió con heridas graves. No olvidaré ese mayo de 1965. Mucha gente se acordará de esta tragedia para Turón. Coro estuvo ocho meses con el problema de columna y al final quedó mal de la pierna. Salía y se cansaba. Tenía treinta y nueve años. Así es la vida de cruel.

Mis hijas, parte de mi tristeza.  Clara Eugenia la mayor hizo bachiller, no quiso estudiar. Fue a la sección femenina, carreras de bordado, cosas manuales, etc… Suspendía de todo, volvió para casa. María, que seguía,  se casó de joven a los veinte o veintiuno. Muy salada. Ana, la última, en Madrid, hizo Sicología, la veo con frecuencia. De hecho en Madrid tengo una habitación. Podría ir a vivir pero prefiero esto, lo mío, mis costumbres, mi rutina, mis amistades, mi valle.

Me murieron dos hijas y la mujer con un ictus quedó totalmente paralizada. Hubo  que organizar la casa para subir con silla de ruedas. Era una tristeza sacarla con su silla. Estos últimos años fueron años de golpes duros. Hace tres años que murió Coro, seis María y nueve Clara Eugenia. Tremendo lo que me pasó. Tengo momentos difíciles pero me rehago. Pienso que hay que cambiar y encontrar la fuerza necesaria para seguir el camino que me queda, la fuerza que da la vida.

Leo para olvidar o pasar el tiempo. Leo libros que ya leí. El último de Pablo VI. Es una larga entrevista con un gran periodista. Hay citas y palabras en latín que no entiendo muy bien pero es muy importante para mí, para cambiarme las ideas.  Siempre leí mucho. Yo fui de escrituras. Bueno no de literatura, no … de las actas del jurado de Empresa que se mandaban a Bilbao. Tenía que redactar. Había doce vocales y yo de secretario. Siempre me consultaban unos y otros porque yo sabía las decisiones, las sanciones suspendidas,  etc…

Me gusta la música, tengo un buen aparato de radio pero hace como quince años que no lo toqué.  Pero me encanta nuestra música. Viajé mucho con el Orfeón de Turón. Estaba con ellos cuando ganaron el primer premio internacional en Madrid. Eran todos mineros, bueno entre ellos también estaba Paco el médico, muy amigo mío con el que estuve parte del bachiller. Era una persona muy seria pero una vez metidos en su mundo cambiaba totalmente.

Yo tenía mucha vida social y era muy conocido. Entre los mayores de sesenta  años todos conocen a Tino Sindical, espero para bien. Íbamos al monte, a la Güeria de Urbiés andando. Teníamos una peña que se llamaba Cutrifera y salíamos todos los sábados por los montes del valle. Con Coro o con la familia al cine o a dar una vuelta por Mieres o por Oviedo, a ver escaparates. Yo iba negro pero como llevaba el coche no me quedaba otro remedio. Siempre venía una hija con nosotros. Ellas por las tiendas y yo mientras tanto daba una vuelta y bebía una botellina de sidra.

De los recuerdos lejanos, La Salle. Fui al colegio de Turón hasta los 10 años, a los Frailes,  después estudié en Mieres. Me acuerdo mucho de la pandilla que teníamos. Ya quedo yo solo para contarlo. Eran todos muy altos. Aún recuerdo alguna estatura. Entre ellos estaban Manolo Ladreda, un año mayor que yo, hizo traumatología y estuvo de jefe en La Paz en Madrid y su hermano Alfredo, 1m82,  al que le llevaba yo un año y que jugó en el Gijón tantos años. También estaban Julio Velasco, 1m84, hijo único de Julio Torivio que tenía el comercio El Sol y Manolito Cimadevilla que murió hace dos o tres años. Formaban parte del grupo Paco el médico que cuando terminó medicina empezó a trabajar en Urbiés, Rafael el hijo de Caminal y Salvador el de Celesto que también estudio medicina. Éramos un grupo de amigos como una piña.

El sábado íbamos a la espicha de Casa Casillín, llevaba una pesetina cada uno, un vaso costaba veinte céntimos. Yo, como ganaba dinero le daba cinco pesetas callando a Claudio, el dueño, y bebíamos lo que queríamos. Claudio era un comunista ejemplar, la persona más sociable que conocí. A la hora de tratar a la gente, trataba igual al médico que al obrero. Una gran persona.

Mi visión de Turón no es muy optimista. Quizás sea una sensación de tristeza porque esto no mejora, que va a menos. No soy el único en pensarlo. Además ahora mucha gente compra en Mieres o en otros sitios. Pero incluso en Mieres van cerrando algunos comercios. ¿Qué decir pues de Turón? Sin embargo a mí me sigue gustando. Es mi mundo, toda mi vida.

El declive lo noté rápidamente en cuanto hubo los cierres. Fue una verdadera hecatombe. Había 6.127 empleados, cuando se pasó a Hunosa. Hulleras era Turón con una vida social increíble. Entonces cuando llegó Hunosa empezaron a enviar a otras minas y a jubilar rápidamente. Amparados en la mina vivían en Turón veinte industrias pequeñas de todo tipo. Esa buena economía, esas empresas empezaron a desaparecer. Hoy paseando por Turón se ven tantas casa vacías, un “se vende o se alquila” sin solución. Cuando faltemos los viejos esto se muere. Se ven pocos chavales. Reconozco que hay más calidad de vida pero son demasiados los que viven de los jubilados.  Tengo una chica que me cuida por 750 euros al mes y para mí me sobra.

Creo que soy una persona buena. A veces me enfado pero olvido y perdono. Me considero un cristiano normal para el que es importante llevarse bien con todos. Echo mucho de menos a los seres queridos, a los amigos, más  que los eventos pasados. Esa piña de amigos, de opiniones tan dispares, era algo excepcional y yo sigo siendo una persona correcta. 

Entrevista realizada por Jorge Varela para www.elvalledeturon.net, Turón, junio 2017

 © www.elvalledeturon.net