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Las dos pasiones de Pepe Espiño

Llegué a la oficina para hablar con el director de temas relacionados con la página y para agradecerle su apoyo, el del cuerpo docente y la participación de los propios alumnos al “Concurso David Varela de relatos familiares”, y allí, entre llamadas urgentes y numerosas solicitaciones propias de una jornada escolar laboriosa y normal, me encontré con un hombre feliz, implicado y comprometido, sensible y apasionado por su labor de 28 años acompañando este proyecto en el IES Valle de Turón. Pepe Espiño es afable en el trato, comedido y prudente más que tímido. Hay mucho de cierto en esa descripción de hizo alguien de él hace tiempo “más de confesionario que de púlpito”. Abrió su corazón, detuvo el tiempo y empezó a recorrer su vida disfrutando de esa rememoración. Así surgió esta conversación. Recuerda sus humildes orígenes agradeciendo a todos los que han intervenido en su formación, en la construcción de su personalidad. Casi todos tienen nombre: sus padres y de manera particular su padre primer artífice de una filosofía personal que sigue habitando nuestro gallego-turonés. “Una persona no es una cosa”, fue una de esas palabras fundamentales, que justifica y aclara el comportamiento de Espiño con su cuerpo profesoral, con sus alumnos, con todos lo que le rodean. La dignidad de todo ser humano es el hilo conductor de su relación con los demás. Pero en su memoria también hay cantos de agradecimiento para Doña Balbina y Don Benito los dedicados e inolvidables maestros que guiaron sus primeros pasos en la escuela rural, para Don Manuel que orientó definitivamente su trayectoria escolar hacia el Seminario Mayor de Lugo y para su gran amigo y colega Julio Concepción. Sus dos pasiones están claras y ellas son las dan equilibrio al hombre: su familia, Ana Belén Dana y Alexia , y la comunidad educativa del IES “Vale de Turón” a cuyo proyecto educativo lleva vinculado casi tres décadas, dos de ellas como director. Esta es la primera entrega de una larga conversación con este hombre afable, generoso pero justo, respetuoso del compromiso contraído y que mide sus palabras a la hora de comunicarse colectivamente con un pueblo con el que se siente y está completamente identificado. El estilo es el hombre y él...es así.

De Galicia a... Turón, el recorrido de muchos turoneses ¿no?


Pues sí de bastantes. Mis orígenes son efectivamente gallegos, todos mis ancestros proceden del fértil y hermoso valle que dibuja y riega el río Ulla, en las inmediaciones de Santiago, muy cerca del Pico Sacro, lugar legendario donde los haya, en los dominios de la mítica “raiña loba”. Un problema en el parto condicionó que mi madre precisase ayuda para alumbrarme y, en vez de hacerlo en su hogar, como era entonces costumbre, se vio obligada a dar a luz en el Hospital Nuestra Señora de la Esperanza, situado junto a la alameda y al lado mismo del campus de ciencias de la Universidad Compostelana.Con mu familia.jpg

Soy el quinto de una familia de siete hermanos, cuya trayectoria, hasta donde la conocemos, podría ejemplificar la de la Galicia rural de los últimos dos siglos y viene marcada, como no podía ser de otro modo, por la emigración, primero a América y luego, en la década de los sesenta y setenta, a otros países europeos. De modo que mi madre nació en Buenos Aires y mi abuelo y mis tíos maternos hicieron su vida allá, al igual que continúan haciéndola en la actualidad dos de mis hermanos mayores, en tanto que una tercera residió en Londres durante muchos años.

¿Mis recuerdos infantiles? Pues son los propios de un niño rural gallego de los años sesenta: olor a tierra mojada y hierba recién segada, al polvo de la trilla del cereal, a la pólvora que sigue al estallido de la cohetería festera, y al pulpo recién cocido de las romerías. Además ahí está la colaboración con mi gente en las faenas agrícolas y en los trabajos de pastoreo, porque entonces todos trabajábamos desde muy pequeños. También vienen a mi memoria los juegos infantiles de los domingos y mi escuela, aquella casa destartalada y vieja que alguien había cedido para este fin, después de haberse adueñado de las magníficas instalaciones escolares con las que, primero la Dictadura de Primo de Rivera y luego el Gobierno de la República, habían dotado al pueblo. Sus rectores: mis maestros de primeras letras y números, Dña. Balbina, fallecida hace apenas un par de años, y Don Benito, dos extraordinarios y entrañables docentes, empeñados en educarnos y enseñarnos lo suficiente para que pudiésemos “valernos en la vida”, como ellos mismos nos decían. Y desde luego que lo consiguieron: de aquellas promociones salimos varios universitarios y la mayoría de mis condiscípulos obtuvo de su solo magisterio los recursos formativos e intelectuales necesarios para su desarrollo personal y su integración social.

En mi caso particular, y desde hace casi treinta años, mi vida es por entero asturiana y viene marcada por esos dos ejes que son a la vez mis dos pasiones y que mi colega y amigo, el profesor Don Julio Concepción, identificó con total Logo IES Valle de Turón.jpgacierto: la primera es mi pequeña familia, integrada por mi compañera y esposa, Ana Belén, nacida en Grado, aunque criada en Gijón, y mis dos hijas, Dana y Alexia, de Oviedo de toda la vida. La otra pasión, no hace falta mencionarlo, es la comunidad educativa del IES “Valle de Turón”, a la que humildemente he intentado dedicar todo lo que ha dado de sí mi madurez y saber hacer humano y profesional durante veintiocho años, en los últimos veinte como su director y responsable.

Todo gallego viaja con sus raíces, alguna llevarás de Santiago... 


Alguien dijo que la patria de una persona es su infancia, por cuanto nuestra vida adulta siempre aparece marcada por esos años cruciales en nuestra existencia. Pero además, como todos bien sabemos, los gallegos y los asturianos llevamos encima nuestra galleguidad y nuestra asturianía, para proyectarlas en la tierra y en la comunidad que nos acoge. Dicho de otro modo: vamos siempre haciendo patria y allí donde se encuentre un gallego o un asturiano está presente, toda entera, Galicia o Asturias. NoCampanil 3 Santiago.jpg soy una excepción a esta regla, así que mis raíces gallegas son las que sostienen y justifican el árbol o arbusto que haya llegado a ser. ¿Santiago de Compostela? Es una ciudad maravillosa que asocio a mi nacimiento. Por algo los aires y perfumes de su alameda fueron los primeros que llenaron mis pulmones y estimularon por vez primera mis sentidos. Pero también la vinculo a mis años juveniles: los paseos por A Ferradura con mis amigos, los exámenes del curso preuniversitario en su Universidad, los vinos más o menos furtivos, siempre acompañados de un sabrosísima tapa de pulpo o de cacheira, que disfrutaba de vez en cuando con mis colegas y amigos en O Franco. Pero, por encima de todo, para mí Compostela tiene resonancias familiares y sentimentales, hasta el punto de que me cuesta contener la emoción cuando en la Praza do Obradoiro oigo el tañido de las campanas de la catedral, las mismas que fundió en su fragua y colgó con sus manos expertas mi bisabuelo, José Liste, o Campaneiro de Orazo, una aldea del concejo de A Estrada, allá por 1916. Sin embargo lo que más condicionaría mi personalidad y mi futuro no fueron mis experiencias compostelanas sino mis vivencias en mis años lucenses.

¿Lugo? ... ¿la tranquila ciudad de las murallas romanas?


En efecto, pero tendría que explicarlo un poco. Cuando alcancé los diez años de edad, los maestros de mi pueblo advirtieron a mis padres de la conveniencia de que continuase con mis estudios, ya que, según afirmaban, reunía las condiciones y dotes necesarias para ello y porque eran conocedores de que la alternativa a mi futuro académico serían unos años de labranza, quizás el aprendizaje de algún oficio y, en cualquier caso, la emigración cuando Murallas y catedral de Lugo.jpgalcanzase la edad para ello. Pero tal pretensión chocaba con la escasez de recursos económicos de la familia, además de que a mis otros hermanos también les asistía todo el derecho a recibir la ayuda que precisaban, tanto o más que yo. La solución vino de la mano del cura-párroco del pueblo, Don Manuel. Me presentaría a un examen para obtener una beca e ingresaría en el Seminario de Lugo para seguir estudios de Humanidades ¿Por qué en el de Lugo y no en el de Santiago? Mi parroquia pertenecía administrativamente al arciprestazgo de Trasdeza, de la diócesis de Lugo, así que el párroco, celoso de su feudo, lo tenía claro: estudiaría en Lugo, aunque esta ciudad se encontrase a más de cien kilómetros de mi casa y no en Santiago, que distaba sólo unos pocos.

Así que aquel mes de mayo, acudí a Lugo a examinarme y me concedieron la beca. Superado el cursillo de selección que tuvo lugar durante verano, ingresé en el Seminario el día tres de octubre, en plenas fiestas de San Froilán, patrono de la ciudad lucense. Allí me dejó mi padre con mi pantalón corto, a media tarde, porque él tenía que regresar a casa, después de haberme ayudado a hacer por primera vez mi cama con sus manos callosas de esforzado labrador. Y allí pasé el resto de mi infancia, mi adolescencia y parte de mi juventud, hasta que dejé el Seminario casi diez años después. Fueron tiempos muy duros y difíciles, marcados por una profunda soledad y una gran carencia afectiva. En todo este tiempo no recibí visitas y sólo regresábamos a casa con nuestras familias durante los meses de verano y unos días por Navidad y por primavera, después de la Semana Santa lucense en la que obligatoriamente habíamos de participar. Por lo demás, todo estaba perfectamente pautado y reglamentado: el levantarse y el acostarse, los rezos y los actosSeminario Mayor de Lugo.jpg religiosos, las clases y las horas de estudio, las comidas que realizábamos en silencio, los juegos (todos practicábamos algún deporte, al menos durante una hora al día) el aseo, los paseos por la muralla, el parque o la carretera de La Tolda los jueves y los domingos. De tal manera que la rutina se convertía en tu mejor aliado, en el más eficaz antídoto contra cualquier atisbo de depresión o aburrimiento.

Pasado el tiempo y analizada esta experiencia con objetividad y en sus justos términos, dejadas de lado sus oscuridades y sus sombras, tengo que reconocer y mostrar mi profundo agradecimiento por todo lo recibido, que hizo de mí lo que soy y como soy. Salí del Seminario de Lugo con una sólida formación humanística en las más variadas disciplinas. Me inculcaron a sangre y fuego el hábito de trabajo y el espíritu de esfuerzo y sacrificio. Me enseñaron a expresarme y a comunicarme, lo que corrigió en gran medida mi timidez innata. También me introdujeron en los secretos de la oratoria, ese arte de hablar en público tan importante para la convivencia, que los griegos inventaron junto con la democracia hace dos mil quinientos años. Estimularon mi capacidad de análisis y el pensamiento crítico. Me dotaron de los instrumentos y de las herramientas intelectuales necesarias para continuar reflexionando y aprendiendo. Me iniciaron en una concepción estoica de la existencia que, en buena medida, explican la austeridad, así como cierta ecuanimidad y tranquilidad de espíritu que trato de practicar a diario. Y, sobre todo, y por encima de cualquier otra consideración, me inculcaron el sentido de la responsabilidad y una fuerte conciencia social, que son la base de cuanto de bueno y positivo haya podido hacer hasta ahora en mi vida.

Tu padre fue un referente fundamental, sus palabras han moldeado tu personalidad... 


Pepe, con 8 años.jpg

Era una persona muy inteligente, que disfrutaba del don de la observación y del análisis objetivo y ecuánime de cuanto le rodeaba y acontecía. Y a modo de resumen, solía condensar en una palabra o en una sentencia el resultado de sus apreciaciones. Pasado el tiempo y cuando me hice adulto, caí en la cuenta de que algunos de estos enunciados constituían la síntesis más ajustada de los criterios que deben regir cualquier educación que merezca tal nombre. Porque al fin y al cabo todos nacemos bestezuelas y sólo una buena educación nos transforma en personas y nos eleva a la categoría de seres humanos. El primero de estos principios es el de la honradez o la honestidad, que mi padre resumía en expresiones como “Un hombre es su palabra” o aquella otra “Prefiero no dejarte nada en herencia, pero sí un apellido limpio”.Y desde luego que lo llevaba a la práctica. Otra de sus expresiones favoritas era “Una persona no es una cosa”; lo que resume magistralmente la dignidad esencial e inviolable de todo ser humano, que jamás debe instrumentalizarse o convertirse en moneda de cambio. También sentenciaba “Los ricos tienen el dinero, los pobres nuestro trabajo”, lo que justifica el empeño que ponía en que, desde muy pequeños, mis hermanos y yo nos habituásemos cuanto antes a realizar alguna tarea útil para el grupo familiar, porque tenía clara conciencia de la importancia del trabajo para el desarrollo de cualquier proyecto personal. Desafortunadamente las circunstancias presentes vienen a poner de actualidad, en todo su dramatismo, la verdad de este aserto, cuando más de cinco millones de compatriotas ven comprometidas sus vidas al negárseles su derecho básico al trabajo. Y también “Quien se vende una vez, se vende un ciento”, lo que alude a la responsabilidad, la libertad y la autonomía personal. En fin, principios éticos de la más acendrada calidad y, por lo mismo, inspiradores de una educación que empieza y termina en la familia, que rigió las vidas de nuestros padres y ha de regular la nuestras y las de nuestros hijos, si no queremos involucionar y degradarnos.

¿ Y aquello de :"vale más un mal acuerdo que un enfrentamiento"?

Servicio militar en Melilla.jpg
Otro de los aforismos de mi padre, quien a sus veinte años vivió en carne propia los momentos más convulsos y trágicos de nuestra historia reciente, y que desembocaron en la Guerra Civil. Su lucidez le permitió identificar con precisión las causas y también a los agonistas y responsables últimos de aquella tragedia, y que ahora también refieren los historiadores: unos políticos mediocres y miopes, víctimas de sus prejuicios y fanatismos, incapaces de encauzar los conflictos y asegurar la convivencia entre todos los españoles. Por eso, mientras arrastraba su cuerpo juvenil por las trincheras, viendo morir de modo tan indigno y absurdo a miles de jóvenes, que nada tenían que ver con toda aquella locura, llegó a esta conclusión, que es a la vez una norma ética y una filosofía de vida. Al fin y al cabo La Verdad es un vidrio que alguien, con muy mala leche, quebró un buen día en mil añicos. Ahora cada uno de nosotros tiene un trocito, lo trágico es que todos creemos poseerla por entero. Y este es el origen de muchos de nuestros conflictos y enfrentamientos, en lo personal y en lo colectivo.

Nada es tan importante que justifique poner en peligro a las personas y su convivencia. Por eso debe abrirse camino el diálogo, la cesión y el pacto. Todo es negociable, salvo aquello que afecta a los derechos básicos y al bienestar general. Porque finalmente ni el éxito ni el fracaso son absolutos y definitivos y lo que hoy puede percibirse como una cesión y un retroceso, mañana puede resultar todo lo contrario. Cualquier cosa menos el enfrentamiento. Es un consejo que trasladamos a nuestros políticos. Es gratis y les aseguro que da resultado.
 

¿La literatura como primera vocación?


Castelao.jpgLa verdad es que no creo demasiado en la vocación como una llamada íntima que, de manera más o menos compulsiva, te lleva a abrazar determinada profesión u oficio o a proceder de este u otro modo. Más bien la concibo como un cúmulo de circunstancias, la mayor parte de las cuales fuera de nuestro control, que van condicionando nuestras sucesivas elecciones. He aquí una simple muestra de esta afirmación. En un primer momento confieso que descubrí la literatura casi por descarte. Como ya manifesté, el discurrir diario en el seminario estaba plagado de soledad y de silencio. En ese contexto se promovía y se valoraba mucho el aprendizaje y la práctica musical y casi todos mis compañeros pertenecían al coro o tocaban algún instrumento. Pero yo nunca tuve oído musical y, a lo sumo, llegué a solfear penosamente. Por tal motivo, y casi por necesidad, busqué una afición alternativa y así fui descubriendo la literatura. Primero fueron textos sencillos y livianos con escasa calidad artística, luego ocuparon mi tiempo las grandes obras de los autores clásicos grecolatinos y, por último, leí con gran interés uno tras otro, y a veces más de uno a la vez, la mayor parte de los textos de la historia de la literatura castellana y francesa e italiana, así como algunas traducciones de autores de lengua inglesa. Leía sin orden ni criterio alguno y sin distinción de género ni tendencia. Saltaba de un poemario a una novela o a una pieza teatral, y de la poesía romántica al teatro clásico español o francés. De modo que, cuando a los dieciséis años me atreví con los existencialistas franceses y otros autores más recientes, la literatura había dejado de ser para mí una simple afición para convertirse en una pasión y una necesidad. No es éste el contexto apropiado para enumerar y evaluar los beneficios que obtuve de esta experiencia lectora, pero baste con señalar que condicionó mi vida y modeló mi personalidad.

Primera parte de la entrevista realizada por Jorge Varela para elvalledeturon.net, Turón, junio de 2012