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Una mirada sobre el valle de Turón

Es una mirada cómplice y subjetiva, de la que brota una prosa. Son palabras justas, delicadas, respetuosas, cariñosas y necesarias para arrancar del olvido una belleza que empalidecen los trastornos traumáticos de nuestra historia minera. Y cuando de su corazón, empujada por una fuerza que animan milagrosamente unas cortas vivencias de la infancia, surge la poesía, Evelia sublima el valle, su naturaleza, su patrimonio… Turón se siente reconocido en cada detalle de su presente, en cada huella de su pasado. Es inevitable comprometerse con el pueblo porque el compromiso es el amor activo que desarma la indiferencia.
 UNA MIRADA SOBRE EL VALLE DE TURÓN


El pasado vuelve a la memoria cuando pisamos los escenarios de la infancia, como si el tiempo sólo hubiese escrito un paréntesis. Retomamos el paisaje que hemos dejado atrás aunque nunca en el olvido. Y allí está, en el mismo sitio pero siendo otro porque ahora se enriquece con la nueva dimensión que los recuerdos le han dado.

Ante nuestros ojos se van desplegando las hojas de este libro turonés.

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La carretera que sube por el valle conserva la misma estructura en su trazado y sus edificios. Pero entonces, bajo las ventanas vigilantes, los niños jugábamos al escondite. Corríamos entre mineros que subían de La Cuadriella todavía con el carbón en las ropas y el rostro. También entre las mujeres, muy erguidas, con las cestas del pan a la cabeza. Venían del economato.
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El relieve montañoso, las cumbres y otras alturas, si se vivía valle abajo, apenas se vislumbraban, al menos esa era la visión reducida en nuestra niñez. Hoy percibimos la belleza de las cadenas montañosas, de bosques, de senderos, de caseríos. Siempre estuvieron allí, sólo que ahora accedemos a mirarlos de otra manera. Es un Patrimonio Natural que eclosiona con todo su esplendor una vez que ha desaparecido la industria minera. Turón primero rico por dentro y ahora rico por fuera.

Los castilletes. Así como la Torre Eiffel define a la ciudad de París, los castilletes mineros también configuran la entidad del pueblo. Perduran en el tiempo y proclaman por todo lo alto su historia minera.

Raíles de vía muerta asoman en cualquier lugar y tal vez soterrados bajo algún supermercado.

Máquinas de tren, juguetes aparcados, solo se muestran en vitrina. Una reliquia. Pero se conservan.

El carbón, eterno, a flor de piel sigue como siempre asomando por cualquier camino. Es una fuente de energía inagotable. Son estos montes como la caja fuerte de un banco que guarda un inmenso capital.

La chimenea de La Cuadriella en una ladera, sola y orgullosa pero sin humos. Resiste las inclemencias del tiempo y de la historia.
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La escombrera, asomando en retazos grises aquí y allá entre el verde, reclama su sitio. Ella también pertenece a la tierra.

Podíamos seguir enumerando todo cuanto vemos a nuestro alrededor pero la lista se haría interminable. Lo que si sabemos cierto es que todas estas cosas que se acumulan y evolucionan a través de los años y las generaciones, son las que conforman la identidad de un pueblo. Aunque en algunos casos sólo se conserve un vestigio, será suficiente para que nos remita a su existencia plena en otro tiempo. Sabemos que la naturaleza o las creaciones del propio hombre persisten más que la vida temporal humana, soy hombre, duro poco, dice un verso de Octavio Paz. Vivimos con la ilusión o la certeza de creer que los seres inanimados poseen algún don que los hace permeables a los sentimientos de las personas que compartieron vida con ellos, por eso guardamos una prenda, una joya, cualquier objeto que perteneció a alguien que ya no está con nosotros pero que parece comunicarnos algo de su vida. Iris Murdoch, filósofa y novelista irlandesa coleccionaba piedras que recogía por el campo, creía en su poder y las amaba. Sentía que con ellas participaba de la misma energía global de todo lo creado.

Mirar un paisaje, un castillete, una bocamina, una chimenea, una calle, es tanto como adentrarnos en su tiempo, en la historia en la que participaron. Y al evocarlos los rescatamos de la indiferencia a que nos conduce la costumbre de su proximidad. Nombrándolos los recreamos con la palabra y reforzamos su significación. Si no hablamos de este patrimonio será tanto como negar su existencia, su valor histórico y acabaría por desaparecer enterrado en el olvido. No queremos que esto ocurra. No habrá olvido para este patrimonio industrial, ni para este bello paisaje turonés pues son bienes que el pueblo debe saber valorar, amar y utilizar.



© E. Gómez, Oviedo, Marzo de 2014