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Abedules, un apunte literario

La fiebre excavadora de nuestra minería ha vomitado escombros dilatando las laderas de nuestras montañas y dejando tras de sí los restos desdeñados del noble mineral que enriqueció el pueblo. Pero los abedules de nuestro valle han reconquistado montes y escombreras, recuperando lo suyo, imponiendo su corteza escamosa blanca y "purificando", como en la mitología, el condenado suelo ennegrecido. Árbol de crecimiento rápido y raíces escasas, leña de fácil llama y madera de tantos usos, éste es el protagonista centenario del delicado y evocador apunte literario de Evelia Gómez. “A-be-dul, una de las palabras más bellas de la lengua castellana”. Nuestra mirada ya nunca será la misma.

 

ABEDULES

(Un apunte literario)

“A-be-dul”:

Es esta una de las palabras más bellas de la lengua castellana. La han elegido votantes con buen oído musical que juegan al juego de la sonoridad fonética. Todos somos sensibles a la eufonía lingüística. Hay palabras que nos gustan por su sonido, mientras otras, malsonantes, las rechazamos. Cervantes, hace que  Alonso Quijano, el Bueno, cambie el nombre de la campesina “Aldonza”, por otro biensonante, como corresponde a la dama que idealiza. Ahora la llamará “Dulcinea”. Nombre a su parecer “músico, peregrino y significativo”.

“Abedul”, es el término eufónico y  “significativo” que corresponde a una especie de árbol, “planta de tallo leñoso que se ramifica a cierta altura del suelo”. Un ser vivo perteneciente  al Reino Vegetal, estrechamente ligado a la vida humana. Plantas y seres humanos hacemos el viaje juntos. Solo que si ellas llegasen a desaparecer, no sería posible nuestra vida sobre la tierra. Apenas duraríamos unas semanas. Pero si somos nosotros los que desapareciésemos, las plantas pronto enterrarían bajo un frondoso follaje nuestra civilización.

Así que nos acercamos a estos seres tan importantes para nuestra vida con toda la consideración que merecen. No solo son objeto de estudio científico por parte de biólogos o botánicos, sino que todos podemos acercarnos a ellos para observarlos, admirarlos, utilizarlos, cuidarlos o, simplemente, a su sombra  amiga, detenernos y escuchar los susurros de las hojas movidas por el viento y dejar volar la imaginación. Los árboles cuentan historias.

Una de esas historias la sabe un abedul, el  que da valor testimonial de unos hechos acaecidos en El Valle de Turón.  Los relata el escritor César Rodríguez Guriérrez en su novela  “El reguero del Abedul”. Coloca el nombre “abedul” en lugar preferente, como es el título, donde además de su sonoridad es un término significativo.

Nos atrae la idea de salir en busca de este árbol. Accedemos a una ladera donde  hallaremos  un reguero que baja limpio y un abedul que da nombre al lugar. Se trata del escenario real del que se nos da cuenta en el relato. No estamos seguros de encontrarlo, pero no importa porque al que ciertamente encontraremos  es al “abedul literario”. Está en el libro “El reguero del abedul lo ha visto todo y todo lo ha grabado en su recuerdo”. Son palabras del autor.

En las páginas de la novela ya lo hemos descubierto. Está en el lugar donde ocurrieron unos hechos terribles: “Un sitio oculto y solitario, pero no lejos del Grupo Fortuna”. Allí estamos seguros hay un abedul que fue testigo de la historia.

Forman los abedules masas forestales con robles y hayedos, castañales, fresnos, avellanos… Son los extraordinarios bosques que hacen tan atractivo El Valle de Turón. Un Paraíso Natural  bien conocido por caminantes y amantes de un paisaje que en otro tiempo estuvo eclipsado por la actividad minera.

Y nos adentramos en el bosque. Pero, ¿a qué bosque entramos? ¿Al de nuestra imaginación o al de la realidad?  Antes de conocer un bosque real, ya teníamos la experiencia del bosque fantástico habitado por tantos personajes que viven en él: una bella durmiente,  el lobo y una Caperucita Roja,  Alicia, Hansel y Gretel, brujas, una casita de chocolate… Toda historia tiene cabida en este escenario mágico y misterioso al que accedimos desde los cuentos de la infancia. Ana María Matute es la referencia obligada para tener en cuenta lo que supone el bosque en el mundo de la creación literaria. Su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua es un canto a una fantasía que no  aleja nunca de la realidad, sino que la enriquece. Es otra manera de vivirla. Nunca debemos renunciar a los sueños porque  forman parte de nuestra vida. La literatura nos acerca a  estas realidades inmateriales. ¿Son acaso más reales las cosas que se pueden medir o tocar que los sentimientos o los sueños?

Me gusta buscar abedules literarios. Algo especial deben tener estos árboles cuando son objeto de atención o de inspiración para tantos  escritores. Una destacada poeta estadounidense, ganadora del reciente Premio Nobel de Literatura,  Louise Glück escribe unos inquietantes versos:

 

“Ocurre contigo que eres como los abedules,

       No debo hablarte de modo personal”…

Otro narrador asturiano, también muy exigente con el uso preciso y pulcro del lenguaje, como es Fulgencio Argüelles, los  elige para título de su novela “A la sombra de los abedules”. Un relato ambientado en la Asturias medieval, una región que él conoce muy bien ya que nació  en Cenera, una aldea de la cuenca minera del Caudal, donde vive actualmente.

¿De dónde proceden y cuándo aparecen los abedules comunes? Porque existe una gran variedad. Los Betula Pendula o los Betula Alba poseen un tronco blanco-plateado que se eleva en una verticalidad que llega a alcanzar los treinta metros de altura. Su follaje es ligero y su hoja caduca. Crece en suelos pobres y húmedos.

Su origen es remoto y lejano. Es uno de los primeros árboles que colonizan las tierras que surgieron en el Cuaternario al retirarse hacia el Polo los hielos de las glaciaciones.  De esto ya hace más de once mil años. Sus semillas, de rápida dispersión, hacen que los abedules se extiendan por los más apartados lugares del planeta. Primero se adaptan a las tierras más frías e inhóspitas.  Es una expansión silenciosa donde el abedul soporta estoicamente la soledad, el frío y la humedad.  En Asturias se encuentran desde la costa hasta alturas de 1.700 metros.

Abunda en masas forestales donde crean condiciones para la llegada de otras especies como el roble y el haya. Puede ser el abedul un excelente árbol solitario. Pero cuando crece en grupos, es uno de los más sociables y generosos, pues una vez que cumple la misión de proteger al robledal y al hayedo, que crecieron bajo su cobijo, es relegado rápidamente por ellos, quedan postergados bajo la fuerte presión de estas dos especies que son las más fuertes y las que perduran.

Las palabras del escritor ruso, León Tolstoi, parecen escritas a propósito de esta derrota de los abedules que sucumben ante los más poderosos:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El abedul es nuestro árbol amigo.

Pero sobre todo lo es para la población humana del Norte. Lapones, siberianos, indios de Norteamérica. En Finlandia es árbol nacional desde 1988.

Árbol humilde, estoico y grácil que se nos entrega por entero, tanto en lo material, tangible, como en lo simbólico, intangible…Madera para utensilios, trineos, construcciones. Savia, para vino y cerveza. Corteza, para tinte. Resina, aceite. Innumerables usos para la vida práctica y para la salud, dado el alto poder curativo que posee.

No menos importantes son sus otros valores inmateriales: se le llama  árbol de la sabiduría, árbol de la luz, árbol místico. La cultura nórdica es la más rica en mitos y leyendas en torno al abedul. Su compañía vivifica. Colgar unas ramas en las casas trae buena suerte y despiertan el amor y la amistad.

Porque los árboles tienen “alma”, poseen “inteligencia vegetal”, por eso comprenden nuestras necesidades y nuestras emociones, siempre que sepamos acercarnos a ellos y escuchemos los secretos de su lenguaje. Donde hay inquietud y desasosiego, ellos ponen paz.  Hay un techo en cada árbol que nos protege de la intemperie. Y ya  nos sentimos seguros como ese  petirrojo confiado  que feliz revolotea entre sus ramas.

Los abedules son especiales. Los adornamos con las virtudes humanas después de observar su comportamiento en la Naturaleza. Siempre buscando la luz, ascienden en una elevación mística hacia lo alto, hacia el cielo.

En palabras del  poeta Robert Frost:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                 

 

Evelia Gómez, Noviembre 2020