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El castaño : imaginación y necesidad.

Los castaños de Evelia pueblan nuestros montes y nuestras mentes. Frente a su longevidad de varios cientos de años nuestra pretensión a la eternidad requiere humildad y meditación. Cuántos penachos indios confeccionaron sus hojas y cuántos repelentes monstruos surgieron de sus ahuecados troncos. El olvido ha engullido la imaginación y el consumo la necesidad. Ellos siguen donde siempre.

 

                                                EL  CASTAÑO        (   CASTANEA SATIVA  )

 

 

 

 

“Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra.Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchemos.                                              

Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquiere una alegría sin precedentes.                                        

Quien ha aprendido a escuchar a los árboles ya no desea ser un árbol.   No desea ser más que lo que es”.

 

Hermann  Hesse

 

 

 

 

Siempre hemos vivido con los árboles creciendo a nuestro alrededor. Buscamos su sombra, comemos sus frutos, tallamos su madera y quemamos su leña en una última y generosa entrega. Los utilizamos con absoluta naturalidad sin profundizar demasiado en comprender la enorme importancia  que tienen en nuestra vida. Es un privilegio contar con testimonios de expertos y amantes de la naturaleza: botánicos, filósofos, ecologistas, poetas, escritores que despiertan o avivan nuestra sensibilidad  hacia estos vegetales imponentes. Hermann Hesse, escritor germano-suizo (1877-1962) Premio Nobel de Literatura 1946 (“El Caminante”) dice de los árboles que son confidentes solitarios capaces de comunicarse con un susurro de hojas. Henry David Thoreau  (1817-1862) escritor estadounidense, cansado de la frívola sociedad urbana, se refugia en el bosque de Walden durante dos años, allí vive como eremita  y encuentra en la naturaleza un perfecto modelo de vida. Con los árboles aprende a hacer de la soledad la más sociable compañera.

Consideramos hoy a uno de los más conocidos y cercanos a nosotros: EL CASTAÑO  (Castanea sativa), árbol emblemático  de Asturias que forma con el roble, el haya, el fresno o el abedul la gran masa forestal de esta región. El castaño es la especie predominante. En el año 2013 se contabilizaron más de 77.000 hectáreas de superficie ocupada por castañales.

Abundan en los montes de Turón donde encuentran el hábitat ideal (desde el nivel del mar hasta los 1500 m). Su longevidad nos inclina a pensar que fueron testigos de un tiempo de peregrinaciones y romerías a la Ermita de San Justo y posteriormente lo fueron de los avatares que trajo consigo la minería. En la actualidad son  parte de un bello paisaje protegido del que disfrutan caminantes y excursionistas, entre los que nunca falta algún nostálgico de aquel tiempo cuando “ir a castañes” era toda una aventura.  Ahora queda remover entre la hojarasca, quizá, en busca de algún recuerdo.

Y es en este contacto con la naturaleza cuando activamos el reloj biológico de las estaciones. Estamos en otoño y no porque lo diga el calendario, sabemos que es  otoño porque nosotros mismos somos otoño, estamos hechos de la misma materia que el mundo natural del que formamos parte. Sentimos las señales inequívocas de las hojas doradas en las ramas de los árboles, de la luz oblicua y rosa del  atardecer, nos contagiamos de la suave melancolía que envuelve el paisaje. Los castañales nos ofrecen una estampa colorista de gran belleza combinando verdes, ocres y amarillos, mientras sobre la hierba o sobre la tierra del camino, empiezan a caer, ya maduras, las castañas tempranas. La nueva estación ha comenzado. (“Castaña la primera y nuez la postrera”)

 

LA CASTAÑA,  un fruto de otoño   

 “Por el Pilar, castañas has de asar”

Hablar hoy de las castañas no tiene el mismo sentido que tuvo en otro tiempo pasado. Entonces constituían un importante alimento de la Asturias rural, se les llamaba el pan de los pobres.  Así lo constató Jovellanos que recorrió los pueblos asturianos y conoció de primera mano la penosa situación en que vivían los campesinos. En nuestros días las castañas son otra cosa, ya no se comen para una necesaria alimentación, se trata  más bien de satisfacer los paladares más exquisitos elaborando con ellas postres de alta confitería, como el marrón glacé o la mermelada belga.

 Sin embargo, asadas, sigue siendo la forma tradicional de consumirlas. Era la manera en la que puestas sobre la fogata y en cuanto empezaba la cosecha, daba lugar a la celebración popular del AMAGUESTU. Con ellas  se tomaba la sidra dulce - sidra del duernu - ya que coincidían las mismas fechas en que se recogía la manzana.  Castañes y sidra en torno al fuego creaban un ambiente festivo entre las gentes del pueblo que se divertían con canciones, bailes o escuchando cuentos y leyendas. Una práctica que continúa en nuestros días en los que tienen lugar los amagüestos por cualquier rincón de la geografía asturiana, una ocasión para comer las sabrosas castañas en compañía de familiares, compañeros o amigos. Con estas celebraciones se preserva la tradición popular y a la vez que se consumen los productos regionales, se refuerza la cadena de unión con nuestros antepasados, ya que, tal vez, comemos el fruto del mismo árbol que ellos comieron o del árbol que ellos mismos plantaron.

Y también llega el olor de las castañas a las calles de la capital. Pocos urbanitas resisten la tentación de llevar el cálido cucurucho entre sus manos al sentir los primeros fríos del invierno. Los asadores de castañas urbanos desplazan definitivamente a los heladeros. Es el tiempo de las castañas asadas. Y ya los melancólicos castaños del parque se duermen  dibujando sueños sobre la filigrana del paseo.   

Esta melancolía, convertida en un tópico otoñal, encierra su razón de ser. Es bien conocido que por estas fechas sopla en Asturias el llamado popularmente, “aire de les castañes”, un viento templado procedente del suroeste de la Península y que llega acompañado de una leyenda negra. Afecta al estado de ánimo de las personas más sensibles y produce depresión, tristeza, alteraciones físicas, incluso locura. No hay razones científicas que lo expliquen, aunque se piensa que puede ser debido a que este aire cálido se carga de iones positivos y  esta sobrecarga sería la razón de estos trastornos.

Clarín debía conocer muy bien el tiempo otoñal de Vetusta y las consecuencias negativas que tenía para sus habitantes.  La protagonista de La Regenta lo sentía muy especialmente, pues… “Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de siempre”. Era otoño y  “El viento sur, caliente y perezoso empujaba las nubes blanquecinas  que se rasgaban al correr hacia el norte”. Es el viento que agita las ramas de los castaños, el mismo aire cálido que sopla por la ciudad y llena de melancolía el alma de  Ana Ozores.

Siempre los árboles son cómplices de los sentimientos del poeta Es una idea romántica muy arraigada en la literatura.  A Antonio Machado se le llamó “el poeta de los árboles”. Es bien conocida la extensa flora arbórea que crece por sus versos: álamos del amor, verdes pinos, polvorientas encinas, olmos viejos… Fieles compañeros en sus solitarios paseos por caminos de la tarde .

José Saramago, en un conmovedor homenaje a su abuelo Jerónimo,  cuenta que “al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto, uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver”.

No se puede expresar de manera más enternecedora la humanización de estas plantas poderosas frente a nuestra frágil condición. Serían interminables las referencias a “árboles y poetas”, a “árboles y pintores”… Y eso solamente en lo que tienen que ver con la creación artística, pues el árbol está presente en todas las manifestaciones de la cultura.

Terminamos con el castaño nuestro árbol emblemático de la época de los romanos. Desde entonces  nos reporta extraordinarios beneficios. No obstante, se han levantado algunas voces para denunciar que puede estar en peligro por las graves plagas que le afectan y por la invasión de otras especies no autóctonas. Así lo manifiesta Susana Martín, presidenta de Asmadera (La Nueva España 1/10/2016). Dice que debemos valorar este árbol por las cualidades que posee: “durabilidad, estabilidad y atractivo estético” y  hay que “situar al castaño donde se merece”.

Y nada mejor para situar al castaño que tenerlo cerca de  casa.  La sombra, su fruto- las castañas- algún pajarito cantando entre las ramas y el leve sonido de sus hojas al viento del otoño…Harán de ese lugar un rincón  tan cercano y familiar, que ya  no  será  más un lugar para la nostalgia.

 

 

Evelia Gómez, Octubre, 2016