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Rosal silvestre

Si la naturaleza es un libro abierto, bien escasa y frustrada se quedaría nuestra mirada sin la lectura “eveliana”. Cuando sus palabras impregnadas de tanto saber literario describen nuestra flora, ya nada es igual. Nuestros paseos serán más lentos por los tropiezos exigentes de nuestras flores. Gracias a Julio César, a Daniel, a Marisa y a Carmen por añadir tal colorido.

Rosa  canina

Rosal silvestre

La Naturaleza es un libro abierto. Solo hay que hacer una lectura atenta de sus páginas y avanzar con curiosidad  por los renglones - caminos trazados - aunque también podamos emprender la marcha campo a través, en libertad. Con la seguridad de que en el rincón menos pensado, el paisaje nos sorprenderá con alguna historia interesante. Al geólogo se la contarán las piedras; al botánico, al  biólogo, la flora y la fauna; al pintor, los colores; a un poeta, la belleza del entorno paisajístico. Cada cual, según su propia inclinación, encontrará suficientes motivos para el estudio y disfrute personal.

Nosotros vamos tras la flora asturiana. Seguimos el rastro de las flores silvestres del Valle de Turón. Si en otro tiempo se oscurecían bajo el polvo de la carbonilla,  hoy brillan las margaritas sobre la hierba, azulean los  lirios entre el verde, las  violetas aparecen tímidas, los narcisos, engreídos…Tantas y tantas florecillas creciendo por los prados, por las sebes; en las orillas de los caminos o en la umbría del sotobosque.  Están ahí, a nuestro lado, las contemplamos en vivo, las identificamos y aprendemos sus nombres. Queremos familiarizarnos con ellas. Aunque la poeta polaca Wislawa Szymborska dedique un poema al silencio de las plantas: “Tengo nombres para vosotras (…) / y vosotras no tenéis ninguno para mí”, no importa, aunque callen, las comprendemos. Solo hay que conocer su lenguaje.

Tal como lo interpreta la mirada de la bióloga que se fija en una pequeña flor. Acerca la cámara  y capta una imagen. ¿Qué es lo que ve en ella? ¿Qué despertó su atención? A los demás esta escena nos puede pasar   desapercibida. Pero a ella, no. Es algo tan sencillo como observar a un insecto sobre una flor, seguramente libando su néctar. La flor es de un cardo y el insecto parece un abejorro. Dos seres vivos insignificantes pero en su interrelación explican todo un proceso que mantiene el equilibrio de un ecosistema.                                                   

Y en este andar y leer en el libro de la naturaleza, descubrimos, sobresaliendo entre los  matorrales, unos arbustos cuajados de flores, unas de color rosa y otras, blancas. Son flores delicadas y muy bellas. Identificamos esta planta como Rosal Silvestre muy abundante en el paisaje asturiano. Así lo capta la sensibilidad artística de los fotógrafos turoneses Daniel González y Julio César Secades, siempre atentos a darnos a conocer la belleza del entorno natural  y en especial la de tantas florecillas silvestres que  alegran  nuestro valle. Algunas veces las vemos asomar entre las ruinas de una bocamina medio oculta por la maleza, otras se retratan con un fondo de castillete. Conviven en armonía con los vestigios industriales que recuerdan un pasado minero. Pero ya no son días de carbón y ruido. Hoy la naturaleza clama por lo suyo y las flores (bien lo saben los que cultivan la camelia) ocupan el interés y el espacio que les corresponde. Con la hierba y el bello colorido floral se cubre el claroscuro de tantas escombreras diseminadas por las laderas de los montes. Estos Rosales silvestres vienen a ser la ofrenda y el homenaje a un tiempo  guardado para siempre en nuestra memoria.  

 

El nombre científico de este arbusto es el  de Rosa canina.

De la Familia de las Rosaceae.

Del Género  Rosa.

Nombre vulgar: Rosal silvestre, Rosal perruno, Escaramujo, Agavanzo, Zarzarrosa.

Tomamos su ficha técnica del libro,  “Flores Silvestres de Asturias” de los biólogos RICO y SIMÓ, expertos conocedores de la flora asturiana.

 

 

 

Rosa canina

Rosáceas. Rosal silvestre, rosal perruno, escaramujo.

Arbusto muy espinoso de hasta tres metros de altura. Tallo robusto y bien ramificado. Hojas compuestas de cinco o siete folíolos dispuestos por pares, excepto el apical, solitario y más grande, y todos más o menos elípticos u ovales y con los bordes dentados.

Florece profusamente y se llena de flores grandes de color blanco o rosa pálido. El cáliz consta de cinco sépalos divididos en parte en segmentos estrechos. La corola tiene cinco pétalos un poco escotados, muy delicados. En la madurez, la parte inferior del pedúnculo que lleva cada flor, se engrosará, haciéndose más carnoso, y tomando forma de peonza se volverá de color rojo intenso hasta formar el escaramujo o fruto de esta rosa. En su interior se encuentran semillas, numerosas,  de consistencia pétrea, protegidas por infinitos pelillos muy finos, capaces de producir fuerte picazón en la piel si se tocan, en el ano si se comen.

Hábitat : Es muy frecuente en setos y zonas de matorral de toda Asturias.

Florece : De mayo a junio.

 

Etimológicamente la palabra “rosa” procede del latín “rosa”.  A su vez “rosa” deriva del griego “rhódon” con el significado de  “la rosa” o “la flor del rosal”.

El adjetivo “Canina”  (Rosa canina)  se le aplica por la forma de los espinos que posee el tallo,  muy parecidos a los colmillos de los perros.

El Escaramujo es el fruto pomáceo de los arbustos del género Rosa, pero más concretamente se denomina así al fruto del Rosal silvestre. Es una palabra de origen incierto. Su fruto es carnoso de color rojo anaranjado, pero en algunas especies puede ser morado o negro.

“… las cornejas pasan

buscando desde el aire el dulce escaramujo”.

(M.V. Atencia)

 

Cuentan que en otro tiempo, cuando los niños jugaban por el campo, transformaban este fruto ovoide en el cuerpo de un animal colocando cuatro patitas con las espinas perrunas del tallo. Hoy los niños juegan con  animalitos digitales. Un escaramujo debe ser para ellos algo exótico.

Pero durante la Segunda Guerra Mundial, los escolares británicos sí sabían de escaramujos, puesto que tenían la tarea de recolectarlos ya que  se obtenía de ellos un jarabe muy rico en vitamina C. Una vitamina que escaseaba en aquel tiempo de deficiente alimentación. Este fruto, como la mayoría de las plantas silvestres, posee propiedades medicinales: es astringente, antiinflamatorio, sirve para curar heridas…

Con él también se hacen mermeladas y en cosmética, se fabrican cremas para tratamientos de la piel.

Pero desde nuestro particular punto de vista, lo que más  nos atrae de esta planta silvestre es saber que está en el origen de las rosas ornamentales, que son para nosotros las más conocidas,  puesto que las vemos fácilmente en jardines y floristerías. Es decir, ya son las rosas cultivadas. Es la  flor por excelencia de la jardinería. Seleccionada y manipulada por la mano del hombre, se  han conseguido infinidad de variedades que rivalizan en colorido, textura y aromas. Actualmente la American Roses Society  tiene clasificados más de 30.000 rosales.

Así que el rosal silvestre, que crece espontáneo en la naturaleza, es como el pariente humilde del  exuberante rosal cuidado con mimo en el jardín. Aunque no por ello las rosas silvestres dejan de ser bellas. Su belleza la muestra en la sencillez y la naturalidad de sus flores que son delicadas y carecen de artificio. No necesitan del cuidado de ningún jardinero. Crecen libres. Las rosas cultivadas viven muy pagadas de sí mismas, engreídas, se contemplan entre ellas con un desdén de rosa.  Mas, ¿quién impone los cánones de belleza? ¿Por qué razón ha de ser más bella una rosa de lujo, mimada y  cautiva, que una rosa silvestre, espontánea y libre?

 

 

De ellas dice  J. Ramón Jiménez :

 

 

                                                                                                        ¿Igual es una rosa que otra rosa?

Todas las rosas son la misma rosa,

amor, la misma rosa.

Y todo queda contenido en ella,

breve imagen del mundo

¡Amor!  la única rosa.

                                  

Igualmente, cuando citamos la rosa mítica, la que brota de las olas del mar con Afrodita,  la mística rosa de Sarón, la de las fiestas primaverales de los romanos o la de los ritos cristiano, imaginamos esa flor viva y hermosa,  primera  entre las flores.  Pensamos como Rubén Darío en la sencillez de la perfecta rosa. Da igual que sea silvestre o cultivada. Siempre son las rosas del gusto más exquisito, así la aprecian los reyes que la miman por los jardines palaciegos. La emperatriz  Josefina, retirada en  el  castillo de Malmaison, se entregó con pasión  al cultivo de flores exóticas y muy especialmente de las rosas.

Si como dice Borges “en el nombre de rosa está la rosa”,  ¿por qué razón no habremos de considerarlas  como iguales?  Silvestres o cultivadas, las dos son bellas y tienen el mismo destino trágico de una existencia breve.  Por esta razón es la rosa una flor cargada de profundo simbolismo, muy del gusto de los poetas: la belleza dura poco. Desde el Collige, virgo, rosas (“Coged doncellas las rosas”), de Ausonio y el Carpe diem (“Aprovecha el día”), de Horacio, se ha repetido como un mantra hasta nuestros días  la invitación al goce de la belleza, de la juventud - esplendorosa rosa - antes de que “el tiempo airado” la marchite. Un tópico  que recorre los versos de Garcilaso, Góngora, Rubén Darío, Neruda… tantos y tantos poetas a lo largo de la historia de la literatura que se han dejado seducir por el encanto de esta flor.

Uno de estos poetas seducidos  es, sin lugar a duda, Jorge Luis Borges, que escribe uno de los poemas más bellos dedicado a la rosa:

 

La rosa

la inmarcesible rosa que no canto,

la que es peso y fragancia,

la del negro jardín y cualquier tarde,

la rosa que resurge de la tenue

ceniza por el arte de la alquimia,

la rosa de los persas y de Ariosto,

la que siempre está sola,

la que siempre es la rosa de las rosas,

la joven flor platónica

la ardiente y ciega rosa que no canto,

la rosa inalcanzable.

 

Después de estos versos ya cobran sentido las palabras con las que Juan Ramón Jiménez nos invita al silencio:

 

¡NO  LA TOQUÉIS MÁS  QUE  ASÍ  ES  LA ROSA!

 

 

 

 

Evelia Gómez​, julio 2016

 

 

 

Bibliografía

Emilio RICO y Rosa María SIMÓ: “Flores silvestres de Asturias”, (Cajastur, 2009)

 

 

Mi agradecimiento a Marisa Vera de la Puente y Mariluz Fernández por su asesoramiento científico y literario,  respectivamente.  A Daniel González, Carmen Vera de la Puente, Marisa Vera de la Puente y J. César Secades, por las fotografías.