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Cine Urbiés

Urbiés, soleado guardián del valle, siempre destacó por el atractivo de sus fiestas, su gastronomía y su pista de baile. En este artículo, fruto de un minucioso trabajo de investigación, María Fernanda Fernández coloca en nuestra historia, y añade ahora a la memoria de cada uno, el Cine Urbiés con un corto recorrido lleno de avatares. Gracias a Secundino Fernández por los detalles de esa vivencia empresarial.

Cine por todo lo alto... del valle


El cinematógrafo que nos ocupa atraviesa distintas etapas en su funcionamiento que hemos reconstruido con desigual precisión. En primer lugar, hacia 1934, Julián Díaz y Celso Fernández construyeron el inmueble destinándolo a cine durante escasos meses; entonces se conoció como Cine Urbiés. Después de la guerra sirvió como cuartel de regulares -soldados musulmanes- y finalmente se habilitó para el culto mientras se construía el nuevo templo parroquial (1).

Entonces, en la primera mitad de la década de los 50, el local es adquirido por Manuel López Expósito (o Incógnito, según figura en la documentación), procedente de Bullalvendi, quien lo mantiene en funcionamiento un breveFicha Cine Urbiés2.jpg períodode tiempo con el nombre de Cinema Tres Hermanos. Hemos localizado documentación del año 1953, acerca de irregularidades en la apertura del salón, y de 1955 en que se menciona la compra del local destinado a cinematógrafo que como tal venía funcionando desde hacía varios años.

También data de ese año un escrito procedente de la Junta Provincial de espectáculos en que se dispone la autorización provisional de continuación en el negocio, «con la condición de que se le dote de los correspondientes extintores el (sic) Sala y Cabina y que presente en esta Junta un certificado de la Jefatura de industria, de las instalaciones eléctricas» (2).

Muy pronto se cierra el local. Puede que una de las razones del fracaso en su explotación fuera la escasa calidad del aparato de proyección, que había adquirido de segunda mano; otra sería la desleal competencia del cine parroquial, que fue determinante en la fortuna de la explotación comercial de este cinematógrafo.
 

Una empresa familiar


En 1956 o 1957, aproximadamente, fue adquirido por los hermanos Alfredo y Ramón Díaz Díaz y su cuñado Secundino Fernández, quienes constituyeron la Empresa Difer que dio nombre igualmente al salón. Podemos hablar de una empresa familiar, de relevancia secundaria en su actividad laboral y economía (trabajaban en la mina), en la que las diferentes tareas fueron repar- tidas entre los miembros y no se pagaron salarios ni hubo cesiones o intercambios comerciales.

Alfredo Díaz, que se había formado unos meses en la cabina del Cine Froiladela de Turón, con Dionisio, sacó el carnet de operador y se ocupó de la proyección. Como portero trabajó su hermano Ramón, y Secundino Fernández se hizo cargo de la programación, de la taquilla y de la contratación de películas con las compañías distribuidoras. Carolina Fernández, hermana de éste último y mujer del citado Alfredo, se dedicó a la lucrativa venta de caramelos y, en ocasiones, Justo «el Moro» se ocupó de la portería.

El capítulo de la publicidad fue singular; además del número de cartones que se alquilaba a la distribuidora para promoción del film (que oscilaban entre 6 y 8) Y los eventuales affiches o programas de mano que apenas si se emplearon en Urbiés, Secundino se encargaba de hacer un cartel con tizas de colores. La base era una pizarra que se colocaba ante un hórreo, hoy desaparecido, en el centro del pueblo; se recuerda la promoción de La Violetera (Luis César Amadori, 1958) con Sara Montiel, en que se recreó usando las tizas que hábilmente manejaba y la figura de cartón distribuida por la compañía. También se proyectaban cristales coloreados que él mismo diseñaba.

El cine del párrocoCine Urbiés antigua.jpg


A la adquisición del inmueble se sumó la del equipamiento, con una elevada inversión, pero de nuevo factores como el escaso interés del público de la localidad y las proyecciones organizadas por el cura párroco Luis Arena Ardavín impidieron el éxito. Éste, aprovechando homilías y alianzas con la guardia civil, lograba apartar al público de la otra sala y conducirlo a la suya, donde con un aparato portátil y sonoro de 16 mm. y una selección de films de escasa calidad, ejercía de empresario y censor (con el sencillo método de la mano antepuesta al proyector ocultando besos y abrazos a los pudorosos ojos del espectador), obteniendo un beneficio económico indudable. El local era la escuela, cedida gratuitamente, las películas de ese paso tenían un coste menor, no pagaba ni luz ni mantenimiento, del salón, pero tampoco ningún impuesto sobre lo recaudado, pues aunque no existían entradas (testimonio material del acto fraudulento), sí se pagaba por ver la proyección, puesto que la mayoría del público lo formaban socios abonados.

Hemos localizado la documentación (3) procedente de la sección de rentas y exacciones, que consta de los escritos e informes que se cruzaron entre los propietarios y el Ayuntamiento, para requerir una justa solución al problema planteado y, curiosamente, sin mencionar en ningún momento, ni por el demandante ni por la administración, la naturaleza eclesial ni el nombre del desleal competidor. Comienza el expediente por un escrito de finales de 1957 en que Alfredo Díaz Díaz se dirige al alcalde para plantearle la queja por la competencia de la sala parroquial que no satisface ningún impuesto y ejerce idéntica actividad, dejando sentado que el cine que él dirige sí satisface variados impuestos por el desarrollo del espectáculo y manifiesta:
 
«que en virtud de las circunstancias en que se encuentra esta Sala, al tener en la localidad otra Sala que sinCine Urbiés 2012.jpg censar ni tributar por ningún (sic) concepto, ejerce con toda libertad e impunidad, las actividades cinematográficas, como otra cualquiera Sala Comercial. Efectuando sus sesiones todos los domingos y días festivos, cobrando para ello una determinada cuota mensual y utilizando como local la Escuela de niños, edificio propiedad del Municipio. Atrévome a SOLICITAR de Vd. tenga a bien ordenar cese totalmente esa ilegal actividad en dicho Centro, o bien declarar a esta Sala exenta de la tributación a ese Iltsmo. Ayuntamiento, por el concepto citado, en consideración a los daños que se le están originando por tal motivo».

Los informes del administrador de Rentas y del Interventor de Fondos proponían desestimar la petición y exigir al dueño del otro local el pago de los derechos, a fines de Enero de 1958.

De nuevo en Febrero de ese año Alfredo Díaz se dirige por escrito al alcalde reclamando el acuerdo de la Comisión Permanente, rogando revise la decisión por atentar contra la legislación vigente, puesto que se empleaba un edificio municipal para efectuar proyecciones en régimen comercial. Adjunta entonces un detallado informe en que constan, en primer lugar, los organismos en que estaba inscrito el Cinema Difer (Delegación de Industria, Junta Provincial de Espectáculo y Sindicato Provincial -lo que atestigua la compleja trama burocrática que regulaba la apertura, que tan sencilla y hábilmente había logrado evitar el cine parroquial-) y los tributos que satisfacía (Sociedad General de Autores, Protección de Menores, Hacienda provincial y Usos y Consumos municipal). En un segundo apartado expone la actividad desarrollada en la escuela municipal de niños, que tenía lugar domingos y festivos, sin distinción de edad y previo pago de un abono de los socios.

Además «la misma persona que goza inesplicablemente (sic) de tales beneficios» celebraba sesiones los sábados, con iguales condiciones, en el salón de baile de la Hueria de Urbiés, sito en Dochal y propiedad de Ovidio Gutiérrez González.

En último lugar exponía el parecer del Sindicato de Espectáculos (calificando la actividad de clandestina); de la Junta Provincial de Espectáculo (actividad ilícita); la Delegación de Industria (que en visita ocular informaba negativamente sobre las condiciones del local); y en último término se expone el juicio del Sindicato acerca de la determinación tomada por la Comisión (la que se reclamaba en aquel escrito), considerándola improcedente.

A pesar del contundente dictamen de tales organismos competentes en la materia, y del amparo legal, la municipalidad ni clausuró el cine parroquial, ni eximió al Cinema Difer del pago del impuesto de usos y consumos. La empresa debió proseguir su actividad en tan penosas condiciones, lo que revela el terrible peso que aún tenía la Bienvenido Mister Marshall.jpgiglesia en la vida cotidiana, permitiéndose actuar en la ilegalidad impunemente.

El final de la sesión


A fines de los años 60 el negocio llegó a hacerse insostenible, puesto que al concurso del cine parroquial se sumó el elevado coste del alquiler por el encarecimiento que provocaba la plaza de Turón (donde los cines existentes pujaban por obtener buenos lotes elevando los precios y perjudicando a empresas menores) y, finalmente, el establecimiento de la línea de autobuses y la popularización del automóvil, que facilitaron el acceso a otras salas y maneras de diversión a los habitantes de Urbiés.

Los éxitos más sonados fueron Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), Los Diez Mandamientos (Cecil B. De Mille, 1956), Ben Hur (William Wyler, 1959), El último cuplé (Juan de Orduña, 1957) y La Violetera (Luis César Amadori, 1958), que paradójicamente no dejaron beneficios pues su elevado coste y el reducido número de sesiones (los domingos dos funciones y el lunes otra, a las 8 de la tarde) impedían sacarle un mayor rendimiento; el precio de butaca rondaba las 4 ptas. Como fracaso sonado se comenta la española ¡Bienvenido Míster Marshall! (Luis García Berlanga, 1952).

También hubo actuaciones de compañías de teatro (Los Mariñanes, La Trabanco), recordándose las representaciones de La Herida Luminosa, Ama Rosa y La Pasión; estos grupos pagaban una cantidad por el uso de la sala, a modo de alquiler, y se hacían cargo de la taquilla, la propaganda y demás actividades derivadas de la actuación.

Resulta ilustrativo de la capacidad manipuladora y de la animadversión de las fuerzas vivas por el Cinema Difer el hecho de que, con motivo de la muerte del Papa Juan XXIII (3 de Junio de 1963), se preguntó en el cuartel si existía
alguna orden que prohibiese la apertura de espectáculos, pues se había programado una sesión para las 8 de la tarde; el cabo informó en sentido negativo, pero recomendó la no apertura. Al no tratarse de una respuesta oficial, la proyección tuvo lugar y a las 10 de la noche el parte de la radio comunicó la orden de luto: el cabo de la guardia civil (Calixto Sierra Solana) se personó en el cine imponiendo una multa que superó con mucho la recaudación de la taquilla.

200 butacas de chapacumenProyector Ossa VI.jpg


Se trata de un edificio de planta rectangular (40 m. de profundo por 14 de ancho) y una sola altura, emplazado en un terreno con desnivel que requirió de escaleras para salvarlo; hoy se nos muestra alterado y destinado a usos agrícolas. Está construido de ladrillo, cargado y enlucido, y cubre con armadura de madera y teja curva, a dos vertientes y con el caballete paralelo al lado largo; el suelo era de madera.

Este volumen principal contaba además con un cuerpo añadido que albergaba la diminuta taquilla, sin comunicación con la sala, en que la puerta de acceso se transformaba en ventanuco para la venta de localidades. Tras ella se disponía la cabina, en la que se diferenciaba el obrador para manipulación del film, y la zona de proyección. Una puerta forrada de chapa separaba
ambos recintos.

El cuerpo de la sala, algo más bajo y con escaleras desde la zona anterior a la taquilla, se veía precedido de un pórtico abierto -singular elemento retomado de los templos populares- sostenido su tejado por pies derechos, que servía como lugar de descanso o de fumadores. Los servicios, uno para hombres y otro para mujeres, se disponían a su lado. Dos puertas anchas comunican con el interior, donde se disponían 200 localidades (butacas simples de chapacumen) en dos grupos, separadas por un pasillo central y con otro lateral; ante el escenario las butacas con respaldo eran sustituídas por 6 bancos corridos. La escena era amplia y su embocadura permitía la existencia de sendos cuartos para servicio de los eventuales actores; una puerta comunicaba con el soportal, permitiéndoles la entrada y salida independiente.

No podemos hablar de una fachada o de un frente cuidado; únicamente el muro de ese lateral recibía un letrero pintado con el nombre del cine, pero no fue colocado ningún elemento decorativo o ennoblecedor.

El equipo de proyección constaba de una OSSA VI, de fabricación nacional, que había sido preparada para ser enviada a Egipto y por cancelación del pedido llegó a Urbiés, donde fue instalada por un operario de La Coruña; su coste fue de 76.000 pesetas. El rectificador de selenio y el equipo de sonido de la marca Phillips completaron la maquinaria; los altavoces se emplazaron tras la pantalla. Se trataba sin duda de un equipo de gran calidad, que excedía con mucho las necesidades del pueblo y que resultó difícil de amortizar, al haberse invertido en él un total de 150.000 pesetas (4).

© María Fernanda FERNÁNDEZ GUTIÉRREZ

(1) Testimonio oral de Secundino Fernández Álvarez.

(2) AMM , Varios sobre espectáculos públicos, sign. 7.4/88, año 1955

(3) AMM , Varios sobre espectáculos públicos, sign. 7.4/88, varios años.

(4) Testimonio oral de Secundino Fernández Álvarez.