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El otoño del comunista

Cuenta David Varela que conoció a toda la familia, a los abuelos de Villandio, a Benigno y Milagros solteros, luego a los hijos, para terminar compartiendo emigración política y económica en Bélgica. Fue en Bruselas donde más se codearon, coincidiendo en muchos chigres o centros asturianos en los que Benigno compartía preocupaciones e ideología a la vez que repartía Mundo Obrero. Sirva este artículo de Ernesto Burgos de justo reconocimiento a este gran ejemplo de compromiso y de solidaridad.

De lo nuestro

 

Historias heterodoxas 

 

 

EL OTOÑO DEL COMUNISTA

 

El turonés Benigno Fernández, de una familia marcada por la represión franquista, se fue a Bélgica y volvió para participar en CC OO

 

Si han ido ustedes a alguna de las grandes manifestaciones que se han celebrado en Asturias en las últimas décadas, ya sean primeros de mayo, aniversarios del catorce de abril o reivindicaciones laborales o sociales de cualquier tipo, seguramente les habrá llamado la atención una bandera del partido comunista que ondeaba sobre una enorme pértiga, bien en solitario o acompañada por otras de su mismo grupo político, pero a mucha mayor altura. Hagan memoria y la recordarán, o repasen las fotografías de las hemerotecas y ya verán como la localizan, porque hasta hace pocos meses siempre se la podía ver detrás de la pancarta de inicio, formando parte del ritual de cualquier marcha.

Desgraciadamente, el tiempo no perdona y ahora el abanderado, próximo ya a cumplir los 90 años, se ha visto obligado a romper su costumbre y dejar las calles para vivir en el mundo de sus propios recuerdos.

Benigno Fernández Fernández nació en Villandio, en una familia especialmente marcada por la represión que siguió al final de la Guerra Civil. De allí era también su abuelo paterno, que se llamaba como él, mientras que su abuela Saloma García procedía de Les Barroses, un caserío emplazado en la montaña de la parroquia de Piñeres y actualmente deshabitado, donde dos de sus hermanos, Pedro y José, pagaron con la vida el haber proporcionado alimentos a los fugaos de aquella zona.

Hasta aquella aldea fueron a buscarlos los represores para matarlos a la entrada de su casa y también a dos hijos de José, llamados Santos y Pepa, que apenas contaban respectivamente 18 y 15 años. Otros dos hermanos pudieron salvarse porque en aquel momento se encontraban lejos: Antonio García Blanco cumplía condena en un Batallón de Trabajadores y Pilar estaba en casa de unos familiares fuera del pueblo. Después los verdugos completaron su hazaña incendiando la vivienda y la cuadra.

Por su parte, Saloma tuvo a su vez cuatro hijos y tres hijas. Uno de los varones murió pronto y otro llamado Fernando cayó combatiendo en el Naranco y su cadáver engrosa esas listas de desaparecidos que tanto trabajo cuesta ir sacando a la luz poco a poco. Entre las hermanas estaba Olvido quien se casó con Jesús Fernández formando su propia familia con tres hijos: Amparo, el propio Benigno y su hermano Flor, con quien mantengo una buena amistad desde hace años y al que tengo que agradecer que haya decidido hacer pública la información que hoy les estoy contando.

Jesús Fernández era militante de CNT y formó parte del cuerpo especial de Policía Secreta republicana en Gijón hasta que cayó el Frente Norte, después siguió la guerra en Valencia antes de exiliarse en Francia, pero al poco tiempo decidió volver junto a los suyos para permanecer huido esperando que llegasen tiempos mejores.

Lo ocurrido con Jesús merece ser conocido: una vez en Asturias, él y su cuñado José pasaron a la clandestinidad para no ser detenidos. Jesús sí tenía un historial político que lo convertía en objetivo de los vencedores, pero José no había pertenecido a ningún partido y no podía ser acusado de nada, pero eso no fue obstáculo para que los falangistas empezasen a acosar y golpear a su mujer Carmen, quien perdió la razón por culpa de las palizas y el miedo y tuvo que ser ingresada en un hospital para enfermos mentales.

Carmen, como las otras dos mujeres de la familia, Olvido y la abuela Saloma, fueron torturadas y conducidas en varias ocasiones hasta el pozu Fortuna con la amenaza de ser empujadas a su interior como se hizo con tantos vecinos cuyo número exacto aún se desconoce.

Mientras tanto, José, ante el temor a ser fusilado si se entregaba, pudo esconderse en una especie de refugio de baja altura preparado por su suegro en la parte trasera de una cuadra en una zona llena de maleza y matorral y al que se accedía por una pequeña entrada disimulada por un montón de estiércol, donde pasó mucho tiempo hasta que la represión pareció aflojar y los suyos decidieron que se presentase a las autoridades fiándose en que la ausencia de antecedentes tenía que facilitar su amnistía. Pero aun así fue condenado a más de un año de cárcel y puesto después en libertad vigilada.

Sin embargo, Jesús sabía que su entrega sí podía suponer la pena de muerte y por ello permaneció escondido lo que dio pie a que los falangistas y somatenes también se presentasen con frecuencia en su casa para preguntar a su mujer por su paradero, maltratándola en cada visita. Hasta que esta encontró la manera de librarse con un engaño: escribió una carta supuestamente dirigida a su marido y la metió en un sobre con una dirección real que le proporcionó una amiga que residía en Francia para no dejar ningún cabo suelto.

En ella acusaba a Jesús de haberse marchado con otra mujer y estar viviendo fuera de España sin importarle que su familia lo pasase mal en Turón y se quejaba de pagar las consecuencias porque la policía la golpeaba creyendo que estaba ocultando su paradero en el monte. Después colocó la carta en una alacena con la intención de que los torturadores pudiesen verla fácilmente en su próxima visita, y tuvo suerte porque sí la encontraron y después de leerla creyeron el engaño y dejaron de molestarla.

Jesús Fernández se escondió entonces en un pueblo gallego hasta que pasado un tiempo el destino jugó en su contra, ya que una tarde cuando estaba en una comida popular lo reconoció una vecina de Villandio que dio parte a la Guardia Civil y fue detenido allí mismo. Preso en Lugo, lo trasladaron después a la cárcel de Oviedo donde fue acusado falsamente de acciones violentas por un vecino vengativo al que en una ocasión había amenazado porque se dedicaba a derribar sistemáticamente un murete para dejar que su ganado invadiese la propiedad de su padre.

Hemos dicho más arriba que Jesús y Olvido tuvieron tres hijos: Benigno, Flor y Amparo. Esta también sufrió el zarpazo del fascismo porque su marido Ángel Díaz, un pacífico panadero ajeno a la política y conocido por su generosidad, desapareció un atardecer sin que sepa con seguridad si su cuerpo fue enterrado en el patio del Colegio de La Salle o se encuentra entre los que fueron arrojados a Fortuna.

Sin embargo, pocos años más tarde Amparo hizo amistad con la mujer de un capitán del puesto de la Guardia Civil de Turón, quien a pesar de la dureza de la época dejó buen recuerdo entre los vecinos porque no compartía la violencia de sus compañeros, y gracias a su aval en 1948 se logró que Jesús pudiese salir en libertad vigilada.

Flor aún se emociona cuando recuerda como el día del juicio, cuando él tenía once años, pudo abrazar por primera vez a su padre, rompiendo el cerco policial para abrazarlo cuando su madre se lo señaló en la cuerda de presos que eran conducidos por la calle desde la cárcel de Oviedo hasta el edificio de la Audiencia.

Este fue el mundo de amargura y sufrimiento que también conoció Benigno Fernández, testigo de muchas de las palizas a que fueron sometidos los suyos y obligado por la necesidad a trabajar en la mina desde niño, como ya lo había hecho su abuelo hasta que lo despidieron obligándolo a vivir del campo.

Así pasó por varios pozos hasta llegar a La Rabaldana como picador implicándose pronto en la oposición clandestina contra el franquismo al tiempo que podía formar su propio hogar, pero todo se rompió cuando se vio obligado a dejar el valle de Turón para eludir la persecución policial dejando aquí a su primera hija que permaneció en la casa de sus padres y su hermano Flor.

Benigno estuvo primero en Barcelona, luego salió de España para trabajar en una mina alemana y se estableció definitivamente en Bélgica sin abandonar nunca su militancia, ganándose el respeto de sus camaradas que lo hicieron formar parte del Comité Central del Partido Comunista de España. Tras su jubilación regresó definitivamente a Asturias donde siguió colaborando activamente en los órganos regionales de dirección del partido y en la estructura de CC OO hasta que sus fuerzas se lo permitieron.

Benigno Fernández representa a muchos hombres y mujeres que se vieron obligados a sobrevivir a la brutal represión que sufrieron los perseguidos por el franquismo. Ya en el otoño de su vida merece nuestro respeto y su sufrimiento debería ser reconocido por sus camaradas de alguna manera. Aunque eso ya no es cosa mía.

 

© Ernesto Burgos , para www.elvalledeturon.net , noviembre 2019