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Turón, un referente industrial que se quedó con dos empresas

Julio Vivas, destacado periodista y gran conocedor de los temas de las Cuencas, acertó citándose con Ernesto Burgos y Carlos Vega para hablar del declive de nuestro valle. Ernesto, el historiador, un referente, lleva la historia sociopolítica de media Asturias archivada en la mente y Carlos, el cronista minucioso del pueblo, constata, describe y propone para que la luz de un posible futuro no se apague del todo. Desde los años cincuenta con un Turón en el número dos del carbón nacional, los cierres sucesivos del 92 a 2007, la equivocada y escasa utilización de los fondos mineros, la falta de proyectos con porvenir y un anestesiante conformismo provocado por unas repentinas y abundantes prejubilaciones sumió a Turón en una decadencia imparable. Y a la hora de la verdad no conviene señalar a los demás porque todos somos culpables. El reciente y magnífico libro de Noemí Sabugal, “ Hijos del carbón”, me parece una lectura obligada, una vez terminado este artículo de Vivas, para que cada uno pueda confrontarse con su propio papel.

 

Julio Vivas

 

La Nueva España - Cuencas

 

 

La población mierense fue en los años 50 un referente nacional de la industria,

que ahora se limita a dos empresas

Cuenta el historiador mierense Ernesto Burgos que Turón “llegó a ser el gran motor de la industria nacional”, un referente impulsado por Hulleras de Turón, de capital vasco, que en los años 50 del siglo pasado “se convirtió en la segunda empresa carbonífera de España en producción”. Tenía cientos de pozos abiertos en el valle y empleaba a unos 20.000 trabajadores. Pero entró en declive y, tras el cierre de la minería y el fracaso de la reindustrialización, la única industria del valle está ahora formada por dos empresas, Alistonados Asturias y Zitrón, que suman una veintena de trabajadores. Y si bajó el empleo, también la población. De hecho, en los últimos veinte años, el valle pasó de tener unos 5.200 vecinos censados a tan solo 3.721, y ese número sigue bajando ante la ausencia de alternativas.

Del esplendor de antaño, que todavía sigue vivo en la memoria de muchos, se pasa ahora a la desilusión. Algo que se aprecia dando un paseo por la vía principal de La Veguina, que en el pasado “era como la calle Uría de Oviedo, no cabía un alfiler” y ahora es una calle donde han conseguido subsistir algunas tiendas y establecimientos hosteleros, que conviven junto a otros edificios en ruinoso estado, abandonados a su suerte por los propietarios originales, y que en el pasado acogían grandes ultramarinos e, incluso, una pista de baile. Entre estos establecimientos que aún resisten en pleno centro de Turón se encuentra la ferretería que regenta Guillermo Fernández. El establecimiento cuenta con 75 años, “la abrió mi madre, y después cogí yo las riendas, el negocio pasó por todo, pero hoy está mal, no puedo decir otra cosa”, explica, añorando los viejos tiempos “en los que podías trabajar en la hullera y echar horas en cualquier otro sitio, se vivía muy bien”. Una realidad bien distinta en la actualidad, pero, a pesar de eso, Fernández asegura que “tenemos que tirar para adelante”. Y eso es lo que pensó Nieves Castelo, que hace seis años abrió una mercería en esta misma calle donde antes era un no parar de gente. “Abrí la tienda porque consideraba que había una necesidad, ya que los comercios fueron cerrando, la gente jubilándose. Pensé que la merecería era una actividad de primera necesidad”, explica. Cuando mira al pasado, asegura que “no tenía nada que ver, había gente por la calle, negocios, ambiente, otro tipo de vida, ahora solo puedo considerar Turón como una ciudad dormitorio”.

Y de hecho, los cambios obligaron a muchos a reinventarse, como es el caso de David Fernández, que reconvirtió la empresa de fontanería familiar en una cafetería, un cambio radical, pero que se explica por la adaptación a los cambios que ha experimentado el valle. “Era imposible pelear con las grandes superficies, y aunque teníamos una clientela muy fiel, yo no quería pelear más, y como abrieron el nuevo consultorio al lado, consideramos toda una apuesta abrir la cafetería”, señala. Además, consiguió lo que muchos jóvenes no lograron, quedarse en el valle. De esto último da cuenta Nacho González, que tras estudiar Informática se decidió a abrir un negocio hace quince años para poder quedarse en su pueblo. “De mi quinta quedamos tres en Turón, el resto se fueron donde había trabajo, y ahora vivimos de los prejubilados”, explica, añorando sus años de juventud. Ahora, “hay poco espacio para el optimismo”. También tuvo que marcharse del valle la hija de Carlos Vega Zapico, concretamente a Burgos “porque aquí no conseguía trabajo como profesora”. Este vecino, que también fue profesor en el pasado y uno de los impulsores del movimiento vecinal, es muy crítico con lo que ha ocurrido en Turón. “Nadie hizo nada por el valle, antes éramos forofos del color negro y ahora no tenemos ni color”, afirma, dando cuenta de que “Turón lo dio todo, nos sacaron el carbón por abajo, nos lo explotaron a cielo abierto, se nos prometió mucho y no se nos dio nada, como una fantasmagórica ciudad del tenis que quedó en un hangar negro; se iban a hacer pistas de pádel y no se hizo ninguna; se iba a hacer en el pozo San José un centro que llevase la dinamización del Turón central y está cerrado, qué ilusión va a tener el turonés, y sin hablar de lo que ocurrió con Diasa y Urueña, si alguien quiere estudiar el fracaso de la reindustrialización de las comarcas mineras tiene que venir a Turón”.

Este vecino alude a las firmas, ya extintas, Diasa y Urueña, que fueron los últimos intentos fallidos de reindustrialización en el valle e hicieron a muchos ilusionarse con la vuelta a los tiempos de antaño. Una época, la pasada, donde la llegada de capital de fuera, concretamente vasco en el caso de Turón, creó empleo y logró atraer a personas de todo el país. Al respecto, Ernesto Burgos hace alusión a la posición que guardó la antigua nobleza rural asturiana “que nunca invirtió en la zona, dejó pasar la industrialización y fueron otros los que vinieron”. Apunta que “la única excepción fue la de Inocencia Fernández, que era del valle de Turón, quien acabó cambiándose el apellido por Figaredo”. Pero volviendo al intento de reindustrialización en Turón. El primer ejemplo fallido que está en boca de todos es el de Diasa, una farmacéutica que preveía la creación de más de cien empleos, ocupando el ochenta por ciento de la superficie del polígono de La Cuadriella, donde antes se situaba el lavadero de Hulleras de Turón. La firma recibió una importante inyección de fondos mineros y tenía como socio a Sadim Inversiones, entonces filial de diversificación de Hunosa. En enero de 2011 cerró con una deuda de 15 millones. A su lado estaba situada Construcciones Mecánicas Urueña, también impulsada por la filial de la hullera, que cerró en 2012. Ahora solo quedan las naves abandonadas a su suerte aunque en propiedad de los bancos. Víctor Álvarez, presidente de la cooperativa Santa Bárbara, que se edificó sobre la parcela en la que antes estaban los chalés de los altos cargos de Hulleras de Turón, vive enfrente de estas naves y se cabrea al recordar su fracaso. “Todo lo que se hizo aquí en Turón fue una chapuza, la única gente que vino al valle a trabajar y no a apoderarse de los fondos mineros fueron Alistonados Asturias y Zitrón”, apunta. Por eso, son muchos los que piensan que si en lugar de haber apostado por grandes empresas con promesas de muchas contrataciones se hubieran abierto más talleres con plantillas modestas, la situación hubiera sido distinta. Alistonados Asturias y Zitrón también se asientan en el polígono de La Cuadriella y son las únicas activas en un parque empresarial que está lleno de carteles de “Se vende”. Estos carteles no están únicamente en las naves de las extintas Diasa y Urueña, también en el antiguo ambulatorio de La Cuadriella, propiedad de Hunosa, que pocos creen que se pueda vender, dado el precio que piden, 127.000 euros, y las limitaciones del inmueble.

La ilusión de una reindustrialización en el valle llegó tras el goteo constante de cierres en los pozos. En 1992 cerró San Víctor, un año después San José y en 1994 haría lo propio Santa Bárbara que, como asegura Ernesto Burgos, “era de lo más destacados por ser el que más producción y más gente empleaba en el valle”, además de ser considerado como el primer pozo minero que consiguió ser Bien de Interés Cultural. El pozo Figaredo aguantaría un poco más, hasta 2007, y supuso el fin de la minería en el valle. Por eso, la llegada de nuevas industrias, como Diasa, que preveía la creación de un buen número de puestos de trabajo, llenó de ilusión a muchos. Este es el caso de Javier Besteiro, presidente de la asociación El Carmín de Lago, quien explica que “cuando abrió, fui a llevar el currículum de mi hija, que tenía Administración y Finanzas, pero no querían meter a nadie de aquí, y al final pasó lo que pasó”.

¿Y ahora qué? Carlos Vega Zapico lo tiene muy claro. “Lo primero es definirse como localidad, después olvidar el pasado sin renunciar a él y, por último, elaborar un plan estratégico para el valle”, destaca. La primera solución viene motivada porque “Turón no existe como tal”. De hecho, los últimos indicadores de la localidad se encuentran en la autovía entre Oviedo y Campomanes, en el desvío, donde sí aparece la palabra “Turón”. Sin embargo, una vez pasada la localidad de Figaredo, los únicos carteles que se encuentran son los de “Cabujal”, “La Veguina”, “La Cuadriella”, pero no Turón. De hecho, como explica Ernesto Burgos, “hay unos noventa núcleos dentro de lo que se enmarcaría el valle de Turón”. Las otras dos propuestas de Vega Zapico pasan por una transformación del valle, “sin renunciar al pasado y con propuestas en las que nos tengan en cuenta a los vecinos”. Por lanzar alguna de ellas, este vecino da cuenta de las abandonadas oficinas de Diasa, “que podrían acoger una residencia de mayores, que no tenemos ninguna en Turón”. Y el ambulatorio que Hunosa pretende vender, “bien podría ser un archivo de Turón, seguramente se podría alcanzar un acuerdo con la hullera para ello”. Otra apuesta es el turismo, a la que también hace referencia el hostelero David Fernández: “Debemos mejorar el enfoque del tema turístico”. En este sentido, tendría que ir de la mano del patrimonio industrial que existe en el valle con los pozos Fortuna, Espinos y Santa Bárbara como principales baluartes.

 

© Julio Vivas - La Nueva España - 07·02·21