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Un librero singular

Manolito Baquero es de esos personajes imprescindibles e irrepetibles que por sí solos sintetizan la pertenencia y la lucha de todo un pueblo. Turonista patentado ha sido nervio activo de todas las luchas, echando su propio pulso por Turón, incansable hasta el final de su vida. Baquero alias M. de San Francisco, una hoja de ruta para todo un valle.

La figura de Manolito Baquero, un ilustre vecino turonista

que trabajó por y para el valle de  Turón. 

Durante su dilatada trayectoria recibió por su dedicación

numerosos reconocimientos vecinales.

 

Desde mi atalaya turonesa

 

Hace algún tiempo se dedicó a Manolito Baquero un homenaje en forma de fotografías y lectura de diversos textos, entre ellos uno de mi amigo Zoilo Martínez de Vega, el cual, en el día de la presentación en el Ateneo, me manifestaba su extrañeza por mi falta de participación en el evento siempre y cuando yo había tenido una relación muy estrecha con el personaje durante los últimos veinte años.

Esto tiene una explicación muy simple, pues a mí nadie me llamó para presentar ningún tipo de colaboración. Probablemente se haya debido a un olvido involuntario de los organizadores. Olvidos que todos tenemos alguna vez y yo el primero. De todas maneras, ese descuido ha sido lo más conveniente para mí, y lo digo desde la óptica personal, porque ahora puedo, sin caer en ningún tipo de reiteración, aprovechar la oportunidad por medio de estas líneas para dedicarle mi modesto y particular homenaje por dos motivos tan importantes el uno como el otro, a saber: merced a su larga trayectoria social y cultural, y porque si alguna virtud tengo es la de ser agradecido.

Manolito Baquero había nacido en el número 10 bajo, del barrio San Francisco en pleno gobierno del Directorio Militar, iniciando sus primeras letras en la escuela que el partido socialista tenía en el Centro Obrero situado a muy pocos metros del actual Ateneo. Pero, luego, cumplidos los ocho años, ingresó en el colegio de los frailes, regentados por lasalianos como todos sabemos. Ya desde bien joven comenzó a demostrar su firme predisposición hacia las artes y la letras, pues con sólo once años intervino en la Rondalla Turonesa como bandurria segunda de la que formaban parte ya figuras consolidadas cual era el caso de Pepe Burguet, Juanín Coble, Julio Velasco y otros; también sobrepasados apenas los quince abriles, con motivo del incendio producido en la ciudad de Santander que coincidió con un periodo de abatimiento general a causa de la recién terminada guerra incivil, participó en funciones teatrales de ayuda a los damnificados de dicho desastre que se desarrollaron en el escenario del viejo Ateneo bailando con soltura “claqué” americano y otros ritmos de salón teniendo como pareja a “Lumy”, la que sería su futura esposa.

Por esta época devoraba ya toda clase de libros y publicaciones que caían en sus manos o que le permitió poco a poco formar una importante y selecta biblioteca sirviéndole, a la postre, para cimentar una sólida formación humanística. Luego vendría su ingreso en Hulleras de Turón, su colaboración literaria en el diario “Región” y su integración en el famoso “Quinteto San Francisco” en compañía de sus amigos Lalo, Manolín, David y Benigno, que durante dos años dejó con sus canciones un eco prolongado en toda la región. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero aún parecen flotar en el ambiente los acordes de sus melódicas canciones como aquella titulada “Florecita del zarzal” que tantas veces tuvieron que repetir por expreso deseo del respetable.

En 1954, inauguró en Vistalegre la conocida como “Librería Baquero” que pasa por ser el establecimiento más importante del Valle en su género durante la segunda mitad del siglo XX, que coincide con su nombramiento como corresponsal de LA NUEVA  ESPAÑA. Desde aquel momento y como muestra de su cariño hacia el barrio natal, firmará con el seudónimo “M. de San Francisco” y, según nos confesó cierto día, “lo adopté cuando empecé a comprender lo que significaba social y laboralmente aquel núcleo variopinto y de entrañable vecindario. Entendí, entonces, que era un verdadero pueblo, ordenado en callejones y portales amigos, agrupado y unido en sí mismo”.

Pero, como precisaba proyectar toda su vena artística que no era poca, todavía en 1958, crea “El Trío San Francisco” en compañía de Sito y Genaro Quevedo que habría de obtener ese mismo año el primer premio en el concurso radiofónico “Rumbo a la gloria”. Había verdadera calidad artística en este grupo, pero, Manolito, consciente de que para triunfar definitivamente en el mundo de la canción era necesario abrirse a nuevos horizontes y eso podía resquebrajar la unidad de su familia recién constituida en compañía de Lumy, optó por retirarse para continuar en su querido Turón y, entonces, aquella terna se disolvió.

Baquero que, en 1967, se graduó en la Escuela Social de la Universidad de Oviedo, siempre ha ejercido una intensa actividad en los medios sociales y culturales del Valle. Microfonista cuasieterno de los “pregones del Cristo” y organizador de fiestas que gozaron de gran predicamento como “La Ruta de La Colladiella”, también fundó sociedades deportivas como la agrupación turonesa de esquí “Enrique Menéndez”. Por su dedicación permanente recibió el reconocimiento de sus paisanos al serle concedidas las insignias de Sotufe y La Salle, así como el “Pote de Oro” del Restaurante “Casa Migio” que , por cierto, se negó a recoger.

Manolito fue el que acuñó el termino “turonista” que hoy está en la boca de todos nosotros. Como él siempre decía “ser turonista es un grado más que ser turonés. Éste es un simple gentilicio, mientras que ser turonista lleva implícita una pasión, un sentimiento de valores entrañables y entrañados en la conformación integral del pueblo vecinal”. Preocupado siempre por los problemas que aquejaban a esta tierra fundó, hace ahora unos quince años, el colectivo “Pulso por Turón”, a cuyo grupo tuvo la gentileza de incorporarme, y que, al menos, sirvió con sus actuaciones para poner de manifiesto el fuerte desencuentro con las autoridades locales del momento y su escaso interés por la resolución de los problemas de los turoneses pues no movieron un dedo para que cristalizara ninguno de los proyectos planteados por la asociación.

Personalmente, a Manolito le conozco de toda la vida, pero mi contacto directo se inicia cuando empiezo a sacar a la luz mis publicaciones sobre el valle de Turón, en la última década del siglo pasado. A partir de entonces, se convierte en uno de los fijos en la mesa de presentación de mis libros, ya fuera en Turón, en Oviedo o en el mismo Gijón donde todavía, en 2012, me pudo acompañar con motivo de dar a conocer “Memoria gráfica del Turón industrial (tomo II) que hacía el séptimo de la serie. Su compromiso conmigo era como algo religioso. Nunca me falló. Incluso, en una ocasión, por no faltar a la cita conmigo, se presentó con un resfriado de padre y muy señor mío que, según me confesó nada más llegar, estaba tratando de atajar con la administración de antibióticos. Manolito Baquero fue un autodidacta extrovertido y siempre preocupado por el incierto futuro del Valle. Su turonismo era patológico como llegó  a firmar en más de una ocasión.

De fuerte personalidad, su disertación o dejaba indiferente a nadie, pues a su verbo fácil e inflamada oratoria había que añadir una voz de trueno de la que, a veces, destilaba la acidez del limón a través de sus denuncias sin contemplaciones sobre el abandono del Valle, para añadir, seguidamente, chispazos de ironía mezclados con burbujas de humor del que resultaba un sabroso cóctel para todos los oyentes. En los últimos tiempos sufría grandes problemas auditivos, pero era tal su agudeza de ingenio que hasta de su defecto sabía extraer una enseñanza. Recuerdo, al respecto, una de aquellas veladas literarias en que me acompañó cuando comenzó su discurso con estas palabras: “Tengo que decirles que yo soy un sordo total. ¡Pero para lo que hay que oír¡”. Sonaron aquellas palabras en la sala con contundencia, como en él era habitual pero, al tiempo, iban envueltas en un embalaje socarrón al que era muy aficionado, pues, hacían referencia a la nula respuesta de la Administración a los problemas acuciantes del Valle y las descaradas ofertas de algunos afanados, únicamente, en la caza de votos, ofrecían comportamientos propios del típico donjuan que, una vez conseguidos los favores de la mocita desaparece de la escena olvidándose al tiempo de novia y de promesas. ¡Para lo que hay que oír! Y, claro, con tal frasecita ya logró arrancar del público presente, aquel día, la primera carcajada de la noche.

Genialidades que eran muy propias de Manolito Baquero. Disuelto “Pulso por Turón” por el desencanto experimentado, continuó hasta sus últimos días, esta vez a título personal, alertando de la inhibición de las administraciones de turno, que era el sentir mayoritario de los turoneses, a través de las correspondientes proclamas y manifiestos que colgaba en el escaparate de su librería, porque durante todo este tiempo representó algo así como la conciencia ciudadana de nuestra sociedad pues, frente a cualquier desaguisado cometido por nuestros representantes con este valle, promovía la participación colectiva para encontrar una solución pacífica al conflicto, como ocurrió en el caso de la desaparición de nuestra naturaleza turonesa en el documento nacional de identidad.

Baquero era una de esas personas obstinadas y firmes que consideramos imprescindibles para llevar a buen término un proyecto de renovación, recuperación y rehabilitación del valle de Turón, para luchar contra el muro de la incomprensión que ha conducido a nuestra tierra a un pozo de desesperanza y que por un sano egoísmo pensamos que no deberían de morirse nunca.

Por todo ello, Manolito, mi eterna gratitud y hasta el próximo viaje a través de las estrellas.

 

 

© MANUEL JESÚS LÓPEZ, «LITO», marzo 2016