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Falo, un hombre con suerte.

Falo, un hombre con suerte

 

Como si de dos mundos gemelos se tratara, la terraza soleada de la casa familiar de Falo y de Pili, y la esplanada gris, muda y abandonada del Pozu Santa Bárbara llevan toda la vida frente a frente.  Los recuerdos de Falo, que solo separa el ancho de la carretera, parecen dirigirse personalmente, a modo de confesión,  a ese imperturbable castillete que ha dado ritmo a su vida. Sus palabras fluyen claras, pero la emoción interrumpe el discurso al evocar, con repetida gratitud,  todos los que le han arropado en las grandes etapas de su vida.

Para los turoneses de siempre  el nombre de Rafael López Amat, “Falo",  sigue ligado a las grandes epopeyas ciclistas. La bici, una novedad para el valle y una pasión devoradora para un niño minero. Su exitoso pedaleo encandiló a toda la comarca, recorrió media España y le acompañó, al cerrar con desgarro sus maletas etiquetadas “EMIGRACIÓN”. Hoy desde su casa de la Rebaldana ha vuelto a reescribir una historia que él ha titulado: UN HOMBRE CON SUERTE. 

 

MONTES Y NIEVE

Seguramente mis recuerdos más lejanos sean aquellas calamidades que pasábamos, cenas y desayunos que no pudimos  tener,  y esas enormes nevadas que caían cuando íbamos al colegio La Salle, a veces hasta con treinta o cuarenta centímetros. Yo que vivía en el barrio de Santo Tomás hice el recorrido muchas veces. Con el paso del tiempo, tengo el sentimiento que éramos más duros. Pero lo que recuerdo con mucha alegría eran los paseos que dábamos por el monte, sobre todo durante las vacaciones. Unas veces solo, otras con algunos amigos, intentábamos montar a caballo. Cogíamos alguno monte arriba, montábamos a pelo y caíamos. Era la diversión más natural, al cine fui poco porque no había dinero. Siempre tuve una afición particular por la naturaleza. Aquel monte por encima de Repipe, Cabojal y Villabazal, eso era lo mío. Aún hoy cuando paso por allí, una castañar vieja, que sigue en pie, me trae buenos momentos a la memoria.  Cada árbol cada sendero tiene una historia para mí y lo llevo bien grabado.

 

EL VALOR DE UNA MADRE

Como no podía ser de otra manera, yo también soy un turonés con raíces fuera del valle. Mi madre, cuyo valor sigue sorprendiéndome después de tantos años,  vino sola a Turón. Llegó aquí con tres hijos, dos niños y una niña pequeña que murió en Asturias. Ella no solía hablar mucho de esa época. Hace años intenté saber de dónde venía por el cura de Figaredo que fue el casó a mis padres. Siempre creí que el apellido de mi madre, Adoración Amat,  era catalán o valenciano pero en realidad es andaluz. Hace unos años, durante  uno de esos viajes del IMSERSO por Almería quise saber exactamente de dónde era. Dentro de mis viejos recuerdos, pensaba saber el nombre del pueblo de nacimiento de mi madre: Alhama de Almería. Fuimos hasta allá, intentando  recuperar algo de mi historia. Después de unos trámites y con la ayuda de los empleados encontramos el verdadero lugar: Alicún a unos kilómetros de allí. Llegamos a la hora del cierre del ayuntamiento pero al contar el porqué de mi búsqueda, nos abrieron la puerta. Buscaron en las partidas de nacimiento y encontramos, no sin emoción, la de mi madre y de mis tíos y tías. El alcalde nos acompañó al cementerio repleto de Amat, entre ellos mi abuelo que creo que se llamaba Rafael. En esa conversación importante, intentando  recuperar eslabones de mi historia, le comenté al alcalde la descripción que siempre había hecho mi madre de su casa: una casa a la que le habían quitado una esquina para que pudiera entrar el autobús por la carretera del pueblo. Allí estaba la casa, en el número 4. ¡Cuánta emoción! ¡Cuánto pensé en mi madre! Apenas podía imaginar esa aventura suya, casi imposible, que un día decidió emprender. No quise entrar en ella porque seguramente había sido totalmente renovada por dentro después de más de un siglo, guardando de esa manera el recuerdo de la imagen que siempre me describió mi madre.

Durante aquella visita pensé mucho en mi madre, en aquel pueblo perdido ¿Cómo y porqué decidió salir mi madre de allí, sin saber leer ni escribir, con dos niños y una hija pequeña?¿Cómo llegó hasta la estación y de allí hasta Asturias, un mundo desconocido para ella? ¿Cómo llegó a Turón donde encontró trabajo  en los lavaderos de la Cuadriella? Nunca tendré las respuestas, se llevó con ella su secreto. Hoy me queda toda la admiración del mundo hacia esa mujer con tanto valor. ¡Cuánto me hubiera gustado saber algo de su mundo secreto, de su pasado!

Por el mismo sacerdote de Figaredo también tuve alguna información sobre mi padre.  Me dio sus  datos de nacimiento. Manuel López Expósito, mi padre tenía su nacimiento relacionado con la catedral de Jaén. No tenía hermanos o por lo menos nunca me habló de ellos. Poco me dijo también de su madre y de su  padre que era guarda de caza de una finca, allí en la provincia. Son pocos recuerdos, me faltan muchas páginas. Pero mi padre tampoco solía hablar de su familia, de su pasado.

Mis padres vinieron de Andalucía para conocerse en el Valle.  Se encontraron aquí en Turón, mi padre trabajando en la mina y mi madre en los lavaderos cuyo jefe era Hilario Montero que vivía en los cuarteles de arriba de Repipe, en los “chalets”.

De los hijos que vinieron con ella, el mayor murió en Oviedo durante la guerra. Tristes recuerdos que prefiero olvidar. El segundo que murió hace unos años en Valencia, estuvo en un campo de concentración durante la guerra…Malos años. Como yo nací en el 31, mis hermanos ya eran más mayores. Pero a pesar de mi corta edad  me acuerdo perfectamente de la muerte de mi hermano durante la entrada de los nacionales en Oviedo. Cuando los acontecimientos de Oviedo, yo estaba en la escuela de Los Valles. La maestra informada del desenlace de la batalla nos mandó volver rápidamente a casa, sin ninguna explicación Aunque tenía cinco años me quedó todo grabado: el miedo que tenían los paisanos cuando venían a buscar a alguien a una casa.

 

ADULTO CON TRECE AÑOS

Fui poco a la escuela de Los Valles porque a los diez años  ya pasé a Los Frailes. Estuve hasta que jubilaron a mi padre que había terminado su vida laboral silicoso y  de ordenanza en el hospitalillo. No podía seguir en el colegio porque tenía que trabajar para traer algo de dinero a una familia numerosa. Del segundo matrimonio de mi madre somos seis, mis cinco hermanas y yo. Mi padre se entrevistó con Don Luis Berthier, subdirector de Hulleras de Turón,   para explicarle que con su jubilación no alcanzaba el dinero para mantener a tanta familia y pedirle si me podían coger a mí. Firmó un descargo de responsabilidad y con trece años empecé a trabajar como “guarda-agujes”, en vía estrecha,  abajo en los lavaderos, hasta que murió mi padre en 1946. Nunca creí que ese trabajo de tan joven constaría en algún sitio hasta que aparecieron en el cómputo de mi jubilación. Después ya me mandaron para el taller de las máquinas que estaba situado entre el puente La Banciella y la ubicación de La Gotera actualmente. De ese trozo minero aún quedan restos de las cuadras. En el depósito de la vía estrecha di con gente muy buena. Me emociono al pensar en ellos porque se portaron muy bien conmigo. Una experiencia humana que me hizo crecer rápidamente. Entraba a las tres de la tarde y terminaba a las tres o cuatro de la mañana cuando salían bien las cosas. Yo tenía trece o catorce años y con esos horarios tan difíciles me quedaba dormido a menudo. Cuando despertaba estaba tapado con chaquetas de los compañeros. Tuve suerte, mucha suerte porque era buena gente. Me acuerdo que cuando llegué allí a trabajar, los maquinistas dijeron a los encendedores: “cuidad bien del nenu”. Además de ser un crío también era más bien pequeñín. Prometieron hacer de mí un hombre. Algunos eran unos borrachines, la mayoría juerguistas, pero todos eran generosos y solidarios. Vaya si me enseñaron a vivir y muy rápidamente. Me mandaron para la vía ancha al cumplir los dieciséis. Pero esas máquinas me parecían rudimentarias y no me encontraba bien allí, aunque reconozco que era una situación envidiable para muchos. A mí lo que realmente me gustaba era la otra mecánica, la de los coches y los camiones… pero sobre todo las bicicletas. Así fue como empecé a alquilar y dar vueltas en bici. Toda una pasión.

 

EMPIEZA LA BICI

Empecé a frecuentar el garaje de Amador en Santa Marina, que más tarde pasaría a la Cuadriella. Con alguna perra que me daba mi madre, aunque no  sobraba el dinero, disfrutaba alquilando las bicis. Era tanta la afición que muchas veces excedía el tiempo de alquiler lo que justificaba las protestas del garajista. Era una pasión que no puedo describir. Llegó el día en que pude desenvolveme un poco económicamente. Empecé a vender algo de chatarra que encontraba y con les perrines que sacaba compré una bici muy sencilla, rudimentaria, de lo más barato que había. En realidad mi idea era ir comprando piezas y armar la bici, pero Amador conociendo mi afición me dejó una que fui pagando y mejorando poco a poco. Me acuerdo de ella, era medio carrera, con un solo cambio, suficiente para satisfacer mi pasión.

Lo que me incitó a carrer fue aquel día en que fui con Óscar Mayaones, hermano de Amador, a ver una carrera en Mieres. Corrían “los Vegas” que llamaban así  porque eran todos de esos barrios de Pola Lena…Vega el Ciego, Vegamuro, La Vega de Villallana … Ante ese espectáculo deportivo que tanto nos gustó, nos animamos uno al otro y decidimos participar nosotros como ciclistas. La primera carrera fue durante las fiestas de San Andrés. Salí vencedor y aún conservo aquella humilde copa con mucho cariño porque fue el principio de todo. Luego corrí en Urbiés y también gané. Así empezó mi modesta vida deportiva.

Aquello del ciclismo marchaba viento en popa. Es verdad que los premios eran muy pequeños pero tampoco valían mucho les coses. Éramos un grupo de amigos, Óscar, un amigo maravilloso que me acompañó desde el principio, luego se juntó Cotillo, Gelín que era de Lago, Manolín Truchina… Hicimos un equipín y ganábamos casi todas las carreras.  Éramos buenos amigos, no nos importaba que ganase uno u otro, repartíamos los premios. Esta filosofía de compañerismo la practiqué años más tarde cuando, ya emigrado a Francia, llevé un club ciclista de Châlons.

 

Tengo el recuerdo de un campeonato comarcal en el que se corría una etapa cada semana. Creo que fue la primera etapa, subida a Collanzo y bajada a Mieres. Cuando Óscar vio que yo había pinchado, bajó de su bicicleta y me la dio diciendo “toma la bici que tú puedes ganar y yo no”. Al final gané y repartimos el premio, como siempre. Otra vez en Oviedo dieron la salida en la calle Santa Susana, por encima del Campo San francisco. Se me deshizo el cambio y le pedí a Cotillo la bicicleta. Me la dio, monté y a cada vuelta que daba y que pasaba delante de él gritaba “Rafa, me cagun…como no ganes te mato”. Gané, repartimos y siguió creciendo nuestra amistad. Son grandes recuerdos, los estoy viviendo de nuevo, no solo por el deporte pero sobre todo por nuestras experiencias de amigos. 

Seguimos madurando como ciclistas y salimos adelante enseguida. Nos mandaron al campeonato de España por Educación y Descanso. Era una carrera contra reloj por equipos en la Casa de Campo. Pero nosotros no teníamos ni idea de cómo se corría ese tipo de competición. Fue un desastre. Luego nos mandaron a la vuelta de Avila y ya nos fue un poco mejor. Allí conocimos a Bahamontes que estaba tan delgau que parecía transparente. Le apodábamos “plexiglás”. Tuvo palabras positivas con nosotros. Al ver que éramos de Asturias, llevábamos  el nombre de Oviedo en la camiseta, dijo: “si yo subiera como vosotros cuantas carreras ganaría”. Cuando vino a Asturias, ya con un equipo importante, aprecié lo que nos había dicho porque el gran escalador de verdad era él. Una de nuestras frustraciones fue cuando quisimos correr el campeonato de España de fondo en carretera por Educación y Descanso que se celebraba en Oviedo. No nos dejaron correr porque no éramos licenciados. Más tarde ya pudimos participar en varias vueltas, Palencia, Levante, Andalucía. Yo pasé al terreno profesional. Era simplemente la cartilla la que decía que eras profesional, nada que ver con el mundo ciclista de hoy. Yo seguía trabajando en la Empresa y corría en un equipo asturiano con otros cinco o seis compañeros. Las competiciones eran más difíciles pero ganaba algo de dinero. Sin embargo las cosas fueron  ralentizando poco a poco, aunque yo me seguía preparando bien. Acudí a Levante para participar en lo que se llama ahora la vuelta al Mediterráneo y como no me dejaron correr, me apunté a una carrera en Castellón. Gané y con el dinero cubrí los gastos  para volver a casa.

 

LOS ULTIMOS PEDALEOS

Aún intervine en la vuelta Asturias, que corrí tres veces. Pero con la falta de higiene de aquella época, sin aseos y con la ropa rudimentaria llena de sudor, que volvíamos a poner,   me surgieron unos problemas. A falta de dos etapas, tuve que retirarme. Me desilusioné mucho y para colofón desastroso vino  la carrera de Ujo que fue como el final de un sueño. Yo ya tenía 25 años.  Había que subir a Pajares, por Reicastro y Pola de Lena. Como pagaban bastante bien decidí participar en ella. Al llegar a la meta caí, terminé tercero,  con una brecha en la frente y ensangrentado.  Allí estaba Jacinto Jiménez, jefe del economato de la Rebaldana donde yo vivía, que había venido a verme. Con esa sabiduría popular que tenían los antiguos me dijo: “estás casado, déjate de correr que te va a pasar algo y ya tienes un críu”. Aunque ya bastante desanimado, todavía intenté participar en una competición en Tineo, aprovechando  la estancia veraniega de la familia en San Juan de la Arena. Tampoco pude terminarla. Aquel año, a pesar de mi buena preparación, me salió todo mal. Volví a San Juan y sin dar explicaciones a mi esposa Pili le dije: Ya no corro más.  Estuve como cuatro o cinco años sin montar en bici. En 1964 nos marchamos para Francia, me volví a animar con la bici y así sigo.

 

DEL PLURIEMPLEO  A LA EMIGRACION

Yo estaba en el Pozu de Santa Bárbara. Esta casa,  con vistas a la explotación, era y sigue siendo la casa familiar. Los padres de Pili fueron mis segundos padres y cuando nos casamos vinimos a vivir aquí en La Rebaldana. Fueron mis segundos padres. Tuve suerte con ellos, mucha suerte. Nuestra vida está muy ligada a este lugar, por la familia, el trabajo, los recuerdos…grandes momentos de felicidad.

En esos primeros años de los sesenta, yo andaba con un camión que compré  con otro socio. Nos dedicábamos principalmente al transporte de mercancía. Lo que no había recorrido en bicicleta lo completé con el camión por todos los rincones de España. ¡Lo que me faltaba! Pero el proyecto no funcionó y como había pedido excedencia en la Empresa volví a ella.Vine a trabajar para el Pozu con la antigüedad que había acumulado en la vía ancha y coincidí con la llegada de los tractores eléctricos. Me metí en ellos y los estrené. Estuve trabajando poco más de año y medio y como no ganaba bastante para mantener dignamente a la familia, ya teníamos a Falín y a Marta, empecé a llevar el autobús de la RENFE que recogía a la gente en la estación de Mieres. Era un horario agotador porque entraba en Hulleras a las 10 de la noche para salir a las 6 de la mañana y de allí rápidamente a recoger a los viajeros del “express”. Un desastre de ritmo. Bajaba en moto o en el autobús y allí en Mieres recogía el vehículo de RENFE, iba a la estación y traía a la gente al valle. Y así unas cuantas idas y vueltas hasta las 2 de la tarde. El autobús siempre estaba lleno, no había paradas, la gente subía y bajaba en cualquier sitio. Yo terminaba agotado.

Un domingo,  volviendo con Pili y los chiquillos del cine, nos apeamos del autobús en la parada de La Rebaldana. Hicimos, como siempre, el tramo a pie hasta casa y a la altura de la ventiladora me dio un mareo. Un susto para los cuatro y una señal de alarma para mí. Trabajaba demasiado y a pesar de ello no teníamos la seguridad económica suficiente. Tuvimos suerte de tener a los abuelos, los padres de Pili, que eran los que nos echaban una mano. Nunca les agradeceré lo que hicieron por nosotros.

La hermana de mi mujer estaba en Francia. Se había marchado con los niños de la guerra civil, había sido adoptada por un matrimonio francés y tenía la vida hecha allí. En una conversación con ella nos animó a que diéramos el paso e intentásemos mejorar nuestra vida cerca de ellos, en Châlons sur Marne. Como siempre tuvimos suerte, una suerte extraordinaria. Nos abrieron la puerta y así empezó nuestra etapa francesa.

Nadie nos regaló nada. Hubo que trabajar lo suyo. Falín se quedó con los abuelos y llevamos a Marta con nosotros para no dejarles tanta carga. El padre adoptivo de mi cuñada  me llevó a un amigo constructor y allí  empecé mi vida laboral francesa. El empresario era un hombre que me adoraba. Fue otro padre para mí. Tuve mucha suerte con la gente, mucha suerte. Trabajar, trabajé más que un tontu, día y noche pero la suerte nos acompañó. Sin embargo nunca escatimamos en sacrificios. Pili empezó trabajando en la limpieza hasta que un día una señora le dijo que tenía unas manos para un trabajo más gratificante: la costura. Empezó a coser  y trabajaba muchísimo. Cuando yo llegaba de trabajar, a veces a las cuatro de la mañana, solía encontrarla medio dormida junto a la máquina de coser. Otra de esas alarmas que tomamos muy en serio. Redujo el ritmo, tuvo suficiente trabajo y pudo dedicarse con más tranquilidad a las cosas domésticas y a los tres hijos que teníamos en ese momento. Así fue como organizamos nuestra vida y sin ninguna enfermedad, pudimos sacar adelante unos hijos con los que tuvimos mucha suerte. Un regalo del cielo. Una unidad completa entre Falín, Marta y Nandín. Mi sueldo de la fábrica cubría los gastos de los estudios en París. Pero ellos respondieron y orgullosos que estamos del esfuerzo que hicieron.

 

VUELVE LA BICI

Falín ya tenía 18 o 19 años cuando fue para Francia y llevó la bicicleta de carrera que tenía yo en España. Empezó a salir con grupos de chavales y entró en la Pédale Châlonnaise, una asociación de ciclismo local. Enseguida lo metieron a correr porque parecía tener talento para ello. Pero aleccionado por mi propia experiencia le hice ver que lo primero en la vida eran los estudios y la bicicleta para el tiempo de ocio. No quería que le ocurriera lo mismo que a mí. Corres, ganas y Falo por aquí, Falo por allí…lazos,  copas, coronas… Dejas de ganar y ya nadie te conoce. Es la triste realidad.

En la Pédale me metí para seguir las actividades de Falín y terminé acompañando y ocupándome de los jóvenes. Dejé clara mi filosofía. No quería que los chavales se tomaran en serio lo que tenía que ser un pasatiempo para ellos. El posible futuro corredor profesional se detecta enseguida. Les enseñé a ganar carreras, a divertirse fomentando la amistad y sobre todo a tomar los estudios como gran prioridad de sus vidas.

NUESTRO PEQUEÑO MUNDO

Mientras duraron los estudios de los hijos no había ni domingos, ni fiestas y los contactos con la tierrina fueron más bien escasos. Después ya empezamos a venir a visitar a la familia y a pasar las vacaciones por aquí. Me acuerdo de esos tutes de carretera. Llegaba del trabajo, me duchaba, cargábamos el coche y al otro día estábamos aquí en Turón. Tenía un 403 de siete caballos. Veníamos cargaditos y las carreteras no eran las de hoy. Una verdadera expedición. Pero el llegar a la casa familiar de La Rebaldana era una gran satisfacción, como la recompensa a la larga actividad laboral. ¡Qué tiempos!

Pero el estar lejos físicamente nunca me impidió llevar a la tierrina muy dentro y muy cercana. Además en este pequeño mundo terminas encontrando paisanos por todas partes, en situaciones peculiares. Me acuerdo de una etapa de la París- Niza que pasó por Châlons. Acudí a ver la llegada con otro amigo español porque corría el equipo de la Central Lechera. Allí encontramos a Cima que era de Viella de Lugones, lugar que yo conocía por haber corrido allí. Me preguntó de dónde era y cuando le dije que era de Turón se exclamó: ¡Eres Falo!. Me sorprendió porque cuando yo corría por su tierra él era seguramente un niño. Pero tenía información mía por el doctor Ernesto Mortera, hijo de Doña Elisa que daba las clases en Los Cuarteles. Me dijo que le había hablado mucho de mí  diciéndole que tenía que copiar mi modelo para ganar carreras. Hoy ese Cima escribe en las páginas deportivas de la Nueva España. Pili y yo tenemos muchas anécdotas de asturianos, y de paisanos que encontramos en sitios inesperados. Lo cierto es que nunca estuvimos ausentes mentalmente del pueblín.

 

UN HOMBRE CON SUERTE Y RABIA

Cuando miro hacia atrás, en el fondo me considero un hombre con mucha suerte. Currar, curré lo mío pero siempre me encontré con gente que me apreció, me ayudó y me empujó. Tuve mucha suerte. Llevo jubilado desde el 86, cuando me llegó  la reconversión con 56 años. Lo que se pierde en solvencia económica se gana en calidad de vida. Y hoy seguimos disfrutando, alternando entre las Landes del sur francés, Gijón y la casina de la Rebaldana que es una verdadera atalaya para observar el pozu Santa Bárbara y esta parte del valle.

Desde esta situación próxima y privilegiada pude ver el declive del pozu. Soy de los pocos testigos que presenciaron su entierro definitivo. Cuando cortaron los cables de la jaula estábamos arreglando el tejado de la casa con mis amigos Jorge de Repedroso  y Ramón el Mayorazu de Espinos. Puestos en los andamios Jorge nos dijo: “parad un momentoT que esto va a pasar a la historia”. Lo recuerdo perfectamente. ¡Claro que era un momento de historia para nuestro valle y su larga aventura minera! Había voces y gestos fuertes entre los que allí estaban, en la esplanada del pozu: un obrero con un soplete y uno que daba órdenes. Había reticencias por parte del que tenía que ejecutar la mala faena. No hubo el ruido del demonio, que comenta la gente, sino más bien un largo psssssssssssss de algo que se desliza con rapidez y al final una parada en el agua del fondo. Una jaula detrás de otra. Se acababa Santa Bárbara.

Sentí pena pero sobre todo mucha rabia.   La historia del pozu, con su aportación al valle y sus grandes conflictos se la tragaba la tierra. Otro día que quedó marcado para siempre en mi mente. Es verdad que el declive ya estaba en marcha y que muchos de los que trabajaban aquí vivían fuera, pero una actividad industrial siempre deja algo en el valle. Había terminado todo. El valle quedó sin vida y se cerró un mundo. Al garete con las esperanzas que había, con el travesal hecho hasta Fortuna, embovedado con hierro y cemento. Cortaron los cables como se apaga la luz y se cierran las puertas.¡Se acabó!

El valle es hoy más verde, hasta cierto punto, da gloria  verle …pero se quedó sin vida. Y aunque la vegetación ha recuperado lo suyo tengo la impresión que hasta los pájaros están más tristes.  Igual es pura imaginación pero aquí en mi observatorio ya no canta el tordu en la espinera de mi suegro. Pili y yo seguiremos fieles a nuestras raíces mientras podamos disfrutar de ellas. Más que una casa estas paredes fueron el cimiento de lo que es nuestra vida.

 

Entrevista realiza por Jorge Varela para www.elvalledeturon.net, Turón, septiembre 2014

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