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La flor de la esperanza

La magia de lo cotidiano surgió en un andén, como debiera brotar en cada vida porque en esa mañana velada de invierno, una mirada atenta y cariñosa, recogió con mimo cada pétalo zurcido con amor y esperanza. Y así las flores de una turonesa sin nombre, ribeteadas tiernamente por las palabras de Evelia, exhalan el penetrante perfume del corazón.
  “De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas…”
 
San Juan de la Cruz
 

La flor de la esperanza



La mañana era más bien fría, de invierno. Se aproximaba el mediodía y la niebla espesa y gris formaba una nube de humedad cerca del río. Allí, justo al lado, la estación de trenes a la que me dirigía, ofrecía un aspecto triste y bastante desangelado. Al entrar en el andén, sobre aquel fondo desvaído, llamó mi atención el colorido de unas flores, parecían, aFlor ovalada-001.jpg primera vista, camelias de color rojo, blanco, amarillo, granate... Pero no se trataba de unas flores normales, no, eran unas camelias especiales. No crecían en macetas ni en ninguna estrecha franja de jardín. Aquellas flores, ¡oh, sorpresa!, brotaban del regazo de una joven sentada en un banco de la estación de Mieres y que esperaba, como yo, el tren que habría de llevarnos a la capital.

Discretamente me senté a su lado y observé a la ensimismada joven que se dedicaba a una tarea floral que consistía en recortar telas de variadas texturas, fieltros y terciopelos en forma de pétalos de camelias o de rosas. Después, con todo cuidado, iba colocando pétalo sobre pétalo, los unía, puntada tras puntada, hasta formar una flor. Y en aquel improvisado bastidor parecía ir bordando en colores la niebla gris de la mañana, poniendo una nota de alegría en el triste andén de la pequeña estación de ferrocarril.

La joven, concentrada en su trabajo, abstraída, parecía estar tejiendo sueños con sus manos diligentes. Aguardaba la llegada de un tren, pero, tal vez, en lo más recóndito de su corazón lo que de verdad esperaba era ese encuentro con el que sueñan todas las fieles Penélopes del mundo. Finalmente, después de unir los pétalos de cada flor, remataba la última capa con una perla plateada y brillante y como por arte de magia, las flamantes camelias salían volando como palomas escapadas de la chistera de un mago.

Aquel revoloteo floral parecía el milagro de Santa Casilda, la hermosa princesa mora perseguida por socorrer a los cristianos cautivos y que para no ser descubierta, los panes que llevaba escondidos en su vestido, se transforman milagrosamente en flores.
Flor por seis-001.jpg
-Son muy bonitas estas camelias ¿Y qué haces con ellas? Me atreví a preguntarle tímidamente.

-Son prendedores, broches que vendo para ayudarme en mis estudios. Contestó, levantando resueltamente la vista de su labor.

Y pude ver en su mirada un brillo de secreta ilusión, como aquel que se sabe en posesión de un proyecto, de una verdad que habrá de conducirle rectamente hacia un destino trazado por él mismo. Ella daba la impresión de conocer muy bien cuál debería ser el sentido de su vida y el valor que en ella tenía el tiempo. Esperar no significaría un vacío, un tiempo sin sentido entre un antes y un después. Esperar no será un tiempo muerto entre un acontecer pasado y el futuro acontecer. La espera tiene entidad en sí misma, posee una realidad y un absoluto presente. Mientras esperamos, vivimos. Tal vez la vida no sea más que eso…una larga espera.

Así parecía explicarse la joven de las flores.

Ella, sentada en aquel banco de la estación, con sus manos diligentes y actitud emprendedora, daba una sencilla lección de vida: las cosas importantes empiezan siendo así, cercanas y pequeñas. Estos prendedores confeccionados con todo cuidado serán como el ensayo para mayores empresas.

Ahora que ha pasado un tiempo, pienso ¿A dónde habrán ido a parar aquellas flores? ¿Por dónde andarán esas camelias queriendo florecer de nuevo?

Mientras la joven seguía absorta en su trabajo, me atreví a preguntarle de nuevo, ya con bastante curiosidad y con totalFlor sobre punto.jpg delicadeza:

-¿De dónde eres?

Y con gesto decidido y mirada alegre, levantando la cabeza y los ojos de su labor, con voz contundente y casi deletreando respondió:

- Soy de Turón.

Quedé sorprendida, precisamente yo venía del valle turonés. Comprendí lo orgullosa que debió sentirse al contestar tan rotundamente ese: “Soy de Turón”. Reímos con cierta complicidad. Hablaba ya abiertamente… mientras tanto, sus hacendosas manos seguían cosiendo los pétalos, pegando perlas…

Aquellas flores, tan vivas, las ofrecía ya abiertas a la vida, como ella misma, abiertas a la ilusión. Y para mí ya era la bella princesa mora del milagro, la que hacía brotar flores milagrosas de su vestido: camelias, rosas o tréboles… ponían un fondo de cálida luz en la fría estación de trenes y en mi corazón se iban mezclando los vivos colores de aquellas flores con otros más grises de mis recuerdos. Unos recuerdos teñidos por la nostalgia. La nostalgia de otra turonesa que, ya hace tiempo, emprendió su viaje.

Sólo quería, joven de Turón, darte las gracias por tu entusiasta lección, porque tu ánimo nos infunde esperanza en estos tiempos de tanto desaliento.

Desde entonces, de aquella escena de la estación llevo el recuerdo y tu camelia prendidos en mi solapa.

Gracias y un abrazo

 
Evelia

Oviedo, marzo de 2012