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El reguero del abedul

Evelia Gómez empieza su reseña recordando lo esencial: “Cuando algo importante desaparece de nuestra vida, sentimos la necesidad de escribir sobre esa circunstancia con la ilusión de poder revivir aquello que hemos perdido”. Y eso es lo que ha querido narrar César Rodríguez con acierto. Solo queda animaros a comprar el libro y leer esa historia que es también la nuestra.

                                                                   

 

 

 

 

 

 

EL REGUERO DEL ABEDUL

 

Cuando algo importante desaparece de nuestra vida, sentimos la necesidad de escribir sobre esa circunstancia con la ilusión de poder revivir aquello que hemos perdido.

Se acaba la minería del carbón y César Rodríguez Gutiérrez escribe “El Reguero del  Abedul, su primera novela que nos sumerge, por la magia de la palabra, en historia de la  minera asturiana, más concretamente, la del Valle de Turón,  durante la primera mitad del siglo XX. Un tiempo, no muy lejano, de auge y decadencia de la actividad minera. Un tiempo del que todos nos sentimos herederos.   

Narrada en primera persona, es la voz del protagonista, Lorenzo, el minero de Turón, quien relata los aconteceres y vidas de las gentes de entonces. Esta forma autobiográfica nos implica más vivamente en la novela. De su mano recorremos  lugares del valle turonés: La Güeria de Urbiés, San Andrés, La Veguina, La Felguera, La Rebaldana, La Cuadriella, También, Figaredo, Mieres… No faltan las descripciones de los bosques de castaños, hayas y abedules, caminos y regueros… Pozos y castilletes, erguidos como faros, que  todavía iluminan un pasado de esplendor de una época.

Esta  literatura de proximidad es  un privilegio que gozamos los lectores que procedemos de estas cuencas. Y los que no las conozcan, siempre podrán hacer una interesante ruta literaria.

La novela no es extensa. Consta de 33 breves capítulos encabezados con el nombre de un lugar y una fecha. En todo momento sabemos dónde estamos, no importa que se rompa la línea temporal y vaya hacia atrás o hacia delante. El narrador es ameno, leemos o mejor le escuchamos. Mantiene nuestro interés desde el comienzo hasta el final.

Ya en los capítulos primero y segundo -Turón, 1937 - arranca la historia que empieza a interesarnos vivamente. Un cabo de la Guardia Civil, Manuel Lebrato, extremeño, pregunta por Lorenzo González. Es tiempo de detenciones, en plena guerra civil. Pero algo ocurre.  Se reconocen. ¿Dónde se conocieron? ¿Qué les ocurrió?

Un salto atrás en el tiempo, 1924 en África. Allí conviven durante tres años de guerra  en las trincheras, en los campamentos. Lorenzo es generoso, compasivo, más culto, más líder. Pertenece a esa saga de los buenos mineros, comprometidos y solidarios con los compañeros. Está en la misma línea de Etienne, en Germinal (Zola) o de Landa , en Los hombres crecen bajo la tierra ( Ydígoras).

El compañero del turonés es Manuel Lebrato,  un campesino extremeño apocado, enfermo y analfabeto. Lorenzo siente compasión y lo apoya, le cura, le enseña a leer, le salva.  Eso nunca se olvida. Pasan unos años y sus vidas siguen por distintos derroteros. La guerra civil los sitúa en posiciones antagónicas.

Ahora el escenario de sus encuentros ya es Turón, donde Lorenzo vive y trabaja en el Grupo Fortuna. Se describen los conflictos: revolución, huelgas, represión, emigración, la familia, las fiestas…Cuadros costumbristas que dan fe de la intrahistoria del valle.

En el último tercio de la novela, el suceso ocurrido a dos hermanas de Urbiés ocupa y centra el argumento hasta el final. La investigación llevada a cabo por Manuel Lebrato, en esos hechos, así como el propio interés de Lorenzo González será ocasión de encuentros entre los dos amigos. Ambos deben lidiar desde  posturas antagónicas. El desenlace será una situación comprometida donde se pone a prueba la gratitud.

Se puede decir que esta obra que tenemos entre manos no es propiamente una novela de la minería, aunque sí hay mineros. Tampoco podemos decir que sea una historia de las guerras vividas en el valle, aunque también las hay. Tal vez sería apropiado, así queremos verla, como una novela de la amistad.  De la misma manera que Zola pudo decir de su Germinal que no era una novela de revolución, sino de piedad.

César Rodríguez  Gutiérrez  es  catedrático de Fundamentos del Análisis Económico de la Universidad de Oviedo. La mente matemática de un economista a la que los profanos creemos estructurada para los números, demuestra que también es apropiada, es más, tal vez sea la más apropiada, para la  creación artística, para construir ordenadas historias de una importante carga emocional. Puede valer como ejemplo la visión que tenía el padre de los economistas, Adam Smith, que también se interesó por la literatura y las relaciones humanas. Su visión es positiva, dice que en medio del mal y la crueldad  “los sentimientos morales terminan siempre por prevalecer sobre las crueldades y los horrores que en toda sociedad se cometen”.

Por eso el autor propone que “Esta novela no sea un relato triste pues el reguero del Abedul es ante todo cantarín, fuerte, fresco y jovial, como su valle, como su gente”.

 

                                 © Evelia Gómez,  Mayo  2020