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El acebo, un símbolo de la Navidad

No cabe duda, los científicos dan fe de ello, las plantas tienen su propio lenguaje. No se trata de sentir o de tener sentimientos como nosotros, pero sí son receptivas a las señales ambientales y tejen una necesaria conexión entre ellas. La simbología, desde los tiempos más remotos, es nuestro modo de comunicación mudo, pero profundamente significativo, con ese mundo vegetal, quitamiedos y protector al mismo tiempo. El acebo, con sus bordes espinosos y la permanente brillantez de su verdor, sigue coronando nuestras fiestas navideñas como coronaba los recién casados de la antigua Roma, prometiendo buena suerte, proporcionando protección y sugiriendo inmortalidad. Crece salvaje en medio de la maleza y cuando los días se acortan impone su follaje esperanzador en el ocaso letárgico de madre Naturaleza. “ ¡ Holly !” que así se llama en inglés, sagrado pues, venerado y poderoso, la mismísima madera de la varita de Harry Potter. Por algo será. La evocación que nos hace Evelia borda lo esencial, sin ocultar estos tiempos dificultosos y unos festejos entorpecidos. Solidarias fueran todas las Navidades.

EL  ACEBO

Un símbolo de la Navidad.

 

 

El acebo (ilex aquifolium) vuelve en esta fecha invernal a deleitarnos con el esplendor de siempre, la frescura y el brillo de sus colores, como si no hubiese pasado nada. Su sola  atractiva presencia  pone una sonrisa en nuestro rostro al advertirnos de que ya es tiempo de Navidad. Vuelve cada invierno, como también  vuelven cada primavera, las poéticas golondrinas a colgar sus nidos.

Es la sucesión de las estaciones que, año tras año, repiten los mismos rituales, la misma poesía. Proclaman el incesante fluir de la Naturaleza como el eterno retorno de todas las cosas, dándonos a entender que, a pesar de todo, la vida sigue.

Cuando en invierno la mayor parte de las especies vegetales mantienen una baja intensidad en su coloración, el acebo destaca por su frescura, colorido y valor ornamental. Sus hojas perennes y lustrosas, de un verde intenso,  están rematadas por fuertes espinas. Los frutos son unas bayas de color rojo, muy vivo y brillante. Una golosina para los pajaritos, pero veneno para las personas.

Crece el acebo por el paisaje asturiano, busca la humedad y temperatura del sotobosque. Aguanta bien los embates climáticos y mientras a su alrededor se aletargan los demás vegetales,  este arbusto silvestre crece lucido y fresco, haciendo gala de una gran fortaleza. Su madera es muy dura y pesada; las hojas con agresivas espinas lo defienden de depredadores…Puede durar hasta trescientos años.

Es, pues, el  ilex aquifolium, un superviviente.

Su entereza es todo un símbolo de fortaleza ante circunstancias adversas. Y como de la Naturaleza siempre aprendemos alguna lección, tomamos nota de su capacidad de resistencia pues nosotros también la necesitaremos en estos momentos para afrontar la devastadora pandemia planetaria que padecemos.  Juntos resistiremos.

Y es que en los seres del reino vegetal, árboles y demás plantas, nos apoyamos para recorrer el mismo camino. De ellos nos beneficiamos, no solo materialmente, pues comemos sus frutos y utilizamos su madera, sino que nos proporcionan otros bienes de carácter espiritual y simbólico. Estos valores intangibles se encuentran en las culturas de todos los pueblos desde tiempos inmemoriales y se conservan hasta nuestros días.

El acebo fue un árbol sagrado para los Antiguos Celtas  que lo tenían presente en las celebraciones del Solsticio de Invierno. En la cultura romana era la planta del dios Saturno, cuya festividad del Sol Invictus tenía lugar  el 25 de diciembre. Posteriormente, los cristianos lo adaptaron para los ritos de la Navidad.

Avalado por esta larga tradición,  entra a formar parte de  nuestra cultura de rituales y adornos navideños. Las ramas frescas se cuelgan en puertas, ventanas, jarrones, velas… Y aunque es primordial su estética, no se olvida la tradición que las acompaña y que las dota de un poder y  una magia especiales. Las bolitas rojas, como estrellitas de colores ponen un rayito de luz en un tiempo gris melancolía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Después pueden venir otros:

 Pedimos  que podamos retomar muy pronto las cosas sencillas que esta pandemia nos obligó a suprimir o a cambiar. Que apreciemos más los beneficios que nos proporciona la Naturaleza en la que nos  hemos encontramos más seguros. Porque como dice  Joaquín Araujo: “Somos los que somos porque en otro tiempo fuimos bosque”.

También podemos encender las velas de incienso con aroma a hojas silvestres en el santuario medieval de la Virgen del Acebo en Cangas de Narcea. Toda ayuda será necesaria para derrotar a este extraño y feroz  virus que nos ataca sin piedad a los más débiles. Esta Virgen es muy milagrosa según la tradición. Y la Ciencia también necesita milagros.

Cuando tantos miles de personas sufren la enfermedad o ya están ausentes, no se puede desear,  en general, sin más, una FELIZ NAVIDAD.

Mejor una:

Y en el auge de esta pandemia planetaria que asola a la humanidad, unas palabras  de Ernesto Sábato  interpretamos que pueden darnos algún motivo para la esperanza.

 “El hombre se inclina más por la esperanza que por la desesperación. De otro modo nos habríamos dejado morir hace tiempo (…) Nada nos arredra y seguimos esperando después de todo y a pesar de todo. Como si estuviéramos sostenidos  por una absurda metafísica de la esperanza”.

 

 

Evelia Gómez

Diciembre 2020