Herramientas Personales

Cambiar a contenido. | Saltar a navegación

Navegación

Navegación
Menu de navigation
Usted está aquí: Inicio / Cultura / Escritura / Ángeles González Fuentes
Acciones de Documento

Ángeles González Fuentes

"Trece de septiembre de 1954, Turón bullía entre voladores, gaita y tambor" ... así empieza la vida para esta artista turonesa que nos invita con su sonrisa a adentrarnos en su mundo de poesía y de convicciones... Geli González Fuentes.
 

Morenina como el pa
 


Trece de septiembre de 1954, Turón bullía entre voladores, gaita y tambor, la alborá despertaba a los que, la noche anterior, habían disfrutado de la fiesta; en cada casa, cada madre, cada abuela se esmeraba en preparar empanada o tortilla o…quién sabe qué manjares, para disfrutar juntos el día de la fiesta. En mi casa, mi madre gritaba.T+¦, yo y +®l..jpg

Entre el bullicio de los que tomaban el vermouth en el Casillín, en el bar Zurrón, en el Toli o en cualquier otro de los innumerables “chigres” del pueblo, entre los críos vestidos de fiesta ya bien temprano, entre los gaiteros y los cabezudos… Ángeles la matrona, corría de los Barracones a Villabazal y de Villabazal a los Barracones, de grito en grito, porque mi madre y la madre de Montse habían decidido que ambas naciéramos a la misma hora, bueno, creo que puedo presumir de ser, más o menos, media hora más joven que la de Villabazal.¡PPSSSSS…BUUUMMM! las diez y media de la mañana. Un “coquín” dijeron algunas vecinas y algunos familiares, “morenina, como el pa”. Porque a mi padre, Juan, siempre le llamaron Moreno, en comparación con su hermano Luis, que parecía de otro país, por lo rubio y blanco que era, algo que a mi padre le producía mucha pena.

Pues sí, nací en los Barracones en una mañana de voladores y de “folixa”. Fui a la escuela a los Cuarteles, una escuela pública que había sido anteriormente un colegio de monjas y que guardaba en su sótano el fantasma de la Hermana “ NO SÉ QUÉ”, muy juguetona ella, con sus ¡UUUUHHHHHHH! … Detrás de las columnas de los servicios, lo que provocaba que algunas aguantaran el “pis” hasta llegar a casa y otras, que no lo conseguían, se hicieran merecedoras para siempre de aquel, “Fulanita la meona”, propiciado por las carcajadas de la “señorita”.
 

La maleta, Julio y la escuela
 

 

Mi primer día de escuela lo recuerdo: muchos nervios, un mandilón maletina2.jpgrosa, creo, con mi nombre bordado sobre el corazón, una maletina de cartón color teja con un asa metálica y un dibujo en el centro, precioso a mi parecer, con una amanita muscaria sobre la que se sentaba una especie de duende con alas de libélula; dentro, la pizarra, un pizarrín de “manteca” y nada más para el primer día, ¡a borrar con “escupita” y un “trapín” las primeras aes! , ¡ah sí! también llevé, mejor dicho, me llevó, la mano de mi amiga Fonsina, sujetándome con la fuerza a la que tenía derecho por ser un poco mayor que yo y haber empezado un poco antes a la escuela; otra mano, la de Julín el de Maruja, que aquel día se quedó en el barrio con su maravilloso triciclo porque no era su turno todavía, me sujetó un buen rato, como si quisiera que me quedara . Llegado este punto, he de decir, antes de continuar, que Julio y yo, como éramos hijos únicos, nos adoptamos como hermanos mutuamente.

En cuanto entré en mi clase, ¡Oh desilusión!, todas ocuparon sus pupitres, tan bonitos, de madera vieja y pulida por muchos bracitos durante muchos años, con unos tinteros blancos de porcelana y… la maestra, con un índice descomunal, señaló a la cinco nuevas y sentenció: estas, “el pelotón de los torpes”, ¡aquí!. “Aquí” era un banco corrido en el que nos apretujamos detrás de la mesa de la señorita….como se llamara, preguntándonos por qué nos llamaba “pelotón” (yo entendí pelota grande, un balón dicho en “fino”) y torpes, si todas nos subíamos a los árboles, saltábamos “les sebes” como “cabritines” si había que robar “manzanes o cereces”…en fin, llegué a la conclusión de que “la señorita” no nos conocía, ni nos conocería jamás.

 


Un tren de película
 


El turullu marcaba nuestras vidas, la entrada a la escuela y al trabajo, la hora de salir y de comer, la hora de la merienda… Mi mayor ilusión durante mucho tiempo, tres o cuatro meses, era salir corriendo de clase, escuchar el pitido del tren de madera, el tren de mi vida, mi tren y calcular la distancia para salir corriendo y llegar al puente que unía los Cuarteles con los Barracones, al mismo tiempo que la máquina lo envolvía en vapor conmigo dentro, era como el cielo, estar en una nube; después mi madre me reñía porque lo veía desde el muro al que se asomaba para esperarme y consideraba ella que aquello no era bueno para mi salud.

Pero, tanto como el tren me gustaba el cine, y tuve la gran suerte de que mi padre, que trabajó primero en el economato de la Cuadriella y después en las oficinas, también trabajaba en el cine Fideflor primero y después en el Río, y puedo asegurar que eso me marcó la vida, ¿cómo olvidar una tarde de otoño, fresca, húmeda, llevándole la merienda a mi padre, con los bolsillos de un impermeable amarillo llenos de castañas asadas que me calentaban las nieve.jpgmanos y me endulzaban la vida? Y llegar y tener la suerte de que, por haber hecho los deberes, papa me dejara quedarme y ver, por ejemplo “Madre India” o “Sabrina” o “Sopa de Ganso” o…
 

La cápsula de Colacao
 

 

Si, como hacen en las películas americanas, yo hubiera enterrado una “cápsula del tiempo”, que contuviera lo que más me gustó en la primera etapa de mi vida, hasta el fin de la escuela, sería una lata de Colacao y al desenterrarla, encontraríamos dentro :
 

 

Una caja de lápices Alpino.
Un papel secante con un enanito y con el olor de mama, “Maderas de Oriente”.
Un bellísimo caleidoscopio de los que me fabricaba mi padre con espejos rotos y cristalitos viejos y de colores.
Una hoja de cromos de la palma y una mariquita (así llamábamos en Turón a las muñecas recortables)
El olor de la “ Librería Baquero”.
La luz de la ropa del “Danubio Azul”
La primera bola de cristal navideña que me compraron mis padres.
Un puñado de chufas del puestín de Lola.
Un fotograma de “La quimera del oro”.
Y la peinetina de carey de güelita.

 


Sonrisas y lágrimas
 

pandilla.jpg

 

Y la escuela pasó con más pena que gloria y llegó el instituto y la pubertad y los profesores y los amigos y la pandilla y las primeras lecturas y los primeros amores y los primeros “guateques” y las primeras preguntas, y, aunque sin respuestas, conseguíamos ser felices.

 


Nos gustaba la nieve, que transformaba Turón en una especie de “nacimiento” blanco-rosaceo e irisado, el monte, los árboles, teníamos la sombra de una faya en verano para “parlamentar” de nuestras cosas, los animales, los Beatles o los Rolling Stone, el cine o el cine; ellos hablaban de Brigitte Bardot o de Jane Birkin y nosotras de Anthony Perkins o de James Dean.

A veces, el río bajaba limpio porque los padres no iban al trabajo y si tal acontecimiento coincidía con un día de verano, nos bañábamos en la Vegona; otras veces, el “turullu” sonaba a destiempo y las madres se volvían negras como el carbón y mesaban sus cabellos como en una tragedia griega. Sabíamos llorar juntos pero también sabíamos cantar juntos.
 

Turón pa siempre
 

 

Cuando terminé el bachiller elemental tuve que seguir mis estudios en el Instituto Bernaldo de Quirós en Mieres, después, Oviedo, Bilbao, Oviedo…Pero…Siempre “viví” en Turón y Turón siempre vivió en mí, soy una desterrada no culpable que cuando dice “voy a casa” quiere decir que va a Turón, porque, efectivamente, allí siguen los míos, padres, amigos, familia, allí sigue mi casa y allí sigue mi alma y sin que suene trágico, allí me fundiré algún día con el espíritu de La Peñona, sus cuervos y sus “ferres” , sus carballos, fayes, y “borrachinos”,y con el eco que olvidé un día y que me espera.


Geli, Oviedo, junio de 2011