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La Iglesia católica y los masones republicanos

Hace unos meses, en Gijón, el XIV Congreso o simposio Internacional de Historia de la Masonería Española, enmarcado en la conmemoración del bicentenario del Congreso de Viena, profundizó en el estudio de las masonerías locales, regionales y nacionales. Ernesto Burgos expuso, como experto del tema, las particularidades del histórico Triángulo Costa de Turón. Primera de las tres entregas.

El Triángulo Costa nº 5 (1928):

masones y socialistas en la cuenca minera asturiana

 

 

Ernesto Burgos Fernández

 

 

Introducción

 

El concejo de Mieres, dentro del valle minero del Caudal en la Montaña Central asturiana es un paradigma de los procesos de industrialización, que  siempre han llegado acompañados por las reivindicaciones del movimiento obrero, porque la transformación de las tradicionales sociedades campesinas en poblaciones fabriles o mineras implica a la vez un aumento de las contradicciones entre clases sociales, provocando más temprano que tarde el conflicto de los trabajadores con la burguesía empresarial.

Lo que es ahora su principal núcleo urbano fue durante siglos una pequeña aldea vinculada a la vía secundaria del Camino de Santiago que se desvía en León para llegar hasta San Salvador de Oviedo. Aquí vivían unas pocas familias de la agricultura del maíz, hasta que la minería y la siderurgia industrial transformaron a las gentes y a su paisaje de una manera brutal.

El gran cambio se inició en 1840 cuando unos ingenieros se acercaron hasta el valle con el objetivo de estudiar sus posibilidades mineras. En 1844 se fundó la Asturian Mining Company, que dos años más tarde pasó a la Compagnie Minière et Mètallurgique de Asturies, con sede en París, y por fin el 11 de mayo de 1861 a la Société Houillère et Mètallurgique des Asturies. El principal accionista de esta empresa fue, un calvinista que procedía de una familia judía de comerciantes de lana de Mazamet, cerca de Toulouse: Numa Guilhou, figura clave en la historia local desde la fundación en 1870 de su propia empresa, Fábrica de Mieres.

La fundición y las minas de hulla y de mercurio fueron atrayendo a gentes desde otras regiones, que llegaban con el pensamiento de cambiar su mísera vida en el campo por el salario fijo que ofrecía la industria. Este proletariado no tardó en iniciar las primeras protestas relacionadas con la reivindicación de mejoras laborales.

En una fecha tan temprana como 1858, cuando aún faltaban seis años para que se fundase en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), los metalúrgicos de la empresa, que todavía no había adquirido Numa Guilhou, decidieron su primera movilización para solicitar un aumento salarial por medio de un comité de negociación cuyos siete miembros fueron detenidos[1].

Desde este momento ya se repitieron las movilizaciones, con un carácter espontáneo hasta el otoño de 1871, cuando se constituyó en Mieres una de las primeras secciones de la Internacional documentadas en Asturias. Ya no cesaron las huelgas, aumentando en número e importancia en paralelo al despegue demográfico que llevó al concejo a sobrepasar los 18.000  habitantes en los inicios del siglo XX.

Es inútil reseñar el número de conflictos laborales que se vivieron en nuestro territorio hasta la llegada del franquismo; de cualquier forma, en este largo camino destacan cuatro hitos, que han marcado nuestra historia y sobre los que se han escrito centenares de estudios de todo tipo: la “huelgona” de 1906; la huelga revolucionaria de 1917; la Revolución de octubre de 1934 y muy posteriormente las huelgas de 1962.

 

La Iglesia católica y los masones republicanos

 

El objeto de este trabajo se detiene en el final de la guerra civil y hasta ese momento hubo una característica que perduró en el tiempo y que no podemos dejar de lado: la consideración de la Iglesia católica como enemiga de la clase obrera, una consecuencia de la actuación de los sacerdotes y religiosos como agentes de las empresas con poder para decidir sobre admisiones y despidos en función del grado de afinidad de los trabajadores a sus doctrinas.

Un ejemplo ilustrativo es del párroco Francisco Suárez Castiello y Pérez, quien en el último cuarto del siglo XIX, desde la aldea de La Rebollada, controlaba los movimientos de sus vecinos anotando su comportamiento y la asistencia a las misas en el Libro de Matrícula desde su añeja iglesia románica, emplazada sobre los hornos de los Guilhou, con observaciones como esta, escrita en 1887:

“Debido a la Fábrica hay mucha población flotante por lo que la matrícula no puede ser exacta y sólo aproximada. La mayor parte de los que no cumplen lo hacen por impiedad, efecto de la propaganda impía de los periódicos que en la Fábrica se leen”.

Al año siguiente, después de que se hubiese aconsejado a los trabajadores acudir a una charla impartida por el famoso predicador fray Paulino Álvarez, que había visitado la villa, el clérigo manifestaba su esperanza de que las cosas cambiasen en su favor:

“El R. P. Paulino Álvarez O.P. dio misiones en esta para el cumplimiento pascual; siguen los periódicos impíos aunque en menor número”.

Además de estas impresiones, en las casillas de este curioso libro fue consignando junto a los datos habituales sobre bautismos, matrimonios y defunciones otros con el número de familias de su feligresía, especificando también su número de almas (es decir los integrantes que tenía cada una); cuántas de esas almas debían “cumplir” y cuántas eran las que “cumplían”.

Lo más llamativo de su labor de vigilancia eran unas apreciaciones sobre el comportamiento o el pensamiento de algunos individuos que, siguiendo una norma elemental de seguridad, escribía en latín para evitarse problemas en el caso de que viniesen mal dadas. De forma que los nombres iban seguidos de definiciones tan claras como estas: “suspectus de impietate”; “addictus periódico impío”; “perjurus impius” o las más elocuentes “addictus secta impía” y “suspectus de massonis”.

La calificación de “impiedad” señalaba a quienes asistían a las reuniones en las que se hablaba de la Internacional Obrera o leían la prensa anarquista o socialista que circulaba por La Fábrica y efectivamente, el último comentario del libro es de 1897, con una reflexión final del párroco que revela la situación que se vivía ante sus ojos:

“Casi concluyó la propaganda de periódicos impíos pero la mala semilla que sembraron no concluyó ni concluirá tan pronto”.

En cuanto a la “secta impía” no podemos saber si se refería a la masonería o sencillamente a la primera Agrupación Socialista que se constituyó en Mieres el 4 de abril de aquel mismo año[2].

Hay que señalar que algunos de  los marcados como sospechosos de masones no lo eran, pero el cura no erró en su apreciación sobre uno de ellos: Alejandro Fernández Nespral, uno de los capataces más apreciados de las minas de Mieres, que vivía a caballo entre las dos cuencas –Nalón y Caudal- de la Montaña Central asturiana.

Fernández Nespral fue vicepresidente del Comité republicano federal de Mieres y con el simbólico “Paz” perteneció a la logia ovetense Nueva Luz y pasó más tarde a la Juan González Río, los dos talleres que se repartieron junto a Los Caballeros de la Luz al  grupo de francmasones que residían en la villa a finales del siglo XIX.

En Los Caballeros de la Luz también estuvo Demetrio Fernández Nespral “Arístides” y dos hombres que coincidieron en la elección de su nombre simbólico “Galileo”: José Ramón López Vázquez, destacado militante republicano y Nicolás Casas Solís, vocal del Comité de Mieres en 1890 [3].

Otros masones que destacaron en las actividades locales del momento fueron el propietario Braulio Vázquez Prada “Villalar”; los abogados José Sela Castañón “Aristóteles”; Inocencio Sela Sampil “Oviedo”, propietario y hermano del conocido pedagogo Aniceto Sela; el industrial José Álvarez Close “Trafalgar”, quién regentó un conocido almacén y también formaba parte de la directiva de la Junta Directiva del Círculo Republicano de Mieres y José Rodríguez Bernardo “Volney”, maestro de primera enseñanza e integrante de la misma Junta.

Sin agotar la relación, tenemos que añadir también al conocido escritor y folklorista Braulio Vigón “Martínez Marina”, nacido en Mieres, quien sería más tarde secretario de la Juventud Republi­cana gijonesa. A partir de aquí podemos ver la estrecha relación que se vivió en este momento entre republicanos y masones en la Cuenca del Caudal, pero sin que todavía podamos encontrar a ningún socialista entre ellos.

Una característica común fue su beligerancia contra esta actitud represiva de la Iglesia Católica: siguiendo la norma de la época,  asumieron como un deber ético y moral explicar a sus vecinos las razones de su laicismo, haciendo casi lo mismo que los misioneros de la religión para defender su credo, aunque el objeto de sus críticas no fue ni el contenido ni la filosofía de estas creencias, sino el comportamiento del clero que las representaba.

A Mieres llegaba el semanario de difusión nacional Las dominicales del librepensamiento, donde se expresaba un sector del republicanismo español atacando a la jerarquía católica y al dogmatismo mientras manifestaba su  respeto por todo el campo del pensamiento que abarca desde el ateísmo al espiritismo.

El periódico, que  acompañaba siempre su cabecera con seis sentencias atribuidas a Moisés, Sócrates, Maní, Zoroastro,  Buda, Mahoma y Jesucristo, empezó su andadura en Madrid en febrero de 1883 y salió semanalmente hasta  julio de 1900 impulsado por Ramón Chíes  y Fernando Lozano Montes, quien firmaba con el expresivo seudónimo de  “Demófilo”.

En sus páginas colaboraron ilustres librepensadores como la masona asturiana Rosario Acuña, pero también simples ciudadanos anónimos que informaban sobre actividades antirreligiosas o denunciaban la persecución a la que se veían sometidos en las zonas más tradicionales del país quienes se hacían notar por mantener esta postura.

El 29 de mayo de 1884, se publicó en Las dominicales del librepensamiento una carta fechada en Mieres, que no tardó en levantar la curiosidad de los vecinos. Estaba firmada por el “hermano Nataniel, grado 9º”. Este era su texto:

“Mis muy caros amigos: aunque tengo el sentimiento de no conoceros personalmente, os doy el dulce y simpático nombre de amigos porque a la conformidad de nuestras creencias político religiosas, que tiempo andando dominarán el mundo, se añade que el ilustrado Demófilo escribe como si fuera mi hermano en Masonería, y usted querido Chíes, siéndolo ya de corazón, promete, cumpliendo el formalismo de los ritos  externos, que así lo exigen, ingresar como aprendiz en el sacrosanto Tabernáculo de la Humanidad.

Es indudable que cuantos hemos tenido la gratísima satisfacción de haber transpuesto los umbrales de una Logia, vendados los ojos, para abrirlos allí a la luz, profesamos las nobles, benéficas y generosas ideas del librepensamiento. Es asimismo innegable que todos, absolutamente todos, los librepensadores, tienen sus creencias similares a las de los masones, hasta el punto que  me atrevo a asegurar, si temor a que  me desmienta, que no hay un solo masón que deje de ser librepensador, como tampoco hay ningún librepensador, que en condiciones para ello y excitado a serlo por algún hermano, dejase  de entrar en esta universal asociación, que contando millones de prosélitos se extiende en mil diversas ramificaciones por los más apartados confines del globo. Sí: somos como las arenas del mar innumerables e indestructibles.

Nuestros enemigos nos ultrajan y nos vilipendian, nosotros  les compadecemos y lloramos con lágrimas de sangre su ceguedad y su locura; ellos nos maldicen y con sus, para nosotros, vanas y ridículas excomuniones, pretenden arrojar sobre nuestras cabezas, no solo las iras del cielo, sino también las de las potestades de la tierra; y nosotros en justa reciprocidad les bendecimos, les deseamos que abran los ojos a la luz y que salgan de ese tenebroso y laberíntico caos que les ofusca y anonada.

Y nosotros, al obrar de este modo, seguimos las huellas de uno de los más ilustres apóstoles que enaltecieron el mundo masónico, seguimos sus doctrinas, practicamos sus máximas y sus principios: las huellas y los principios, las máximas y doctrinas de Jesucristo. Os saluda y os da el cariñoso y fraternal abrazo vuestro amigo y h:. Nataniel, gr:. 9º”[4].

Enseguida corrieron todo tipo de especulaciones sobre su autor. Por su estilo y la riqueza de su vocabulario no cabía duda de que se trataba de alguien que tenía una buena formación cultural, y se pensó que debía pertenecer al grupo de empleados  y capataces de la Fábrica  cuya vinculación a la fraternidad era notoria…pero el hermano  “Nataniel” no se encontraba en este grupo.

Se trataba de Juan Molleda Vázquez, un vecino apreciado que pertenecía a una familia conocida sobre todo porque su hermano Manuel había sido el veterinario municipal de la villa y autor de la novela El hijo del infortunio o historia de un desgraciado, publicada en Oviedo en 1882. Efectivamente tenía entonces el grado 9º y se desplazaba hasta la  logia ovetense Nueva Luz para celebrar las tenidas con sus hermanos del Caudal, luego, tras un breve paso por la Caballeros de la Luz, acabó como la mayor parte de sus compañeros integrándose en la Juan González Río.                

Otro periódico anticlerical que contó con uno o varios informadores en la Cuenca del Caudal fue El Motín. En sus páginas se denunciaban los abusos de los curas, entre ellos nuestro conocido párroco de La Rebollada acusado en julio de 1882 de haber comprado una novilla en 260 reales para rifarla obteniendo unos 2000, dando el premio a un compañero del seminario, por lo que el anónimo informante se preguntaba con ironía si a continuación estaba preparando el sorteo de un mantón de Manila para su ama[5].

Más adelante, también publicó el mismo diario una nota de la que podemos deducir que no todos los masones mierenses actuaban de la misma forma. Se daba cuenta de que un año atrás, otro cura mierense –el de Seana-  había casado a dos de sus feligreses llamados Manuel González y Balbina Espinosa, pero cuando habían pasado seis meses, se enteró de que los dos eran primos en tercer grado y les exigió ocho duros con la amenaza de “descasarlos” si no se los entregaban y para convencerlos llegó a enviar a su casa a su propia ama.

Lógicamente, los esposos se negaron al chantaje y entonces el clérigo pasó a la acción, contando su parentesco desde el púlpito a toda la comunidad y denunciándolos al juzgado. El corresponsal de El Motín escribió entonces que el secretario “un tal Robles, le dijo, porque el cura no acudió, que si aquel mismo día no se separaba de su mujer, al siguiente mandaría una pareja de civiles para que llevaran a la cárcel a los dos -y terminaba preguntándose- ¿Si será animal el tal secretario, a pesar de que quiere pasar en Mieres por republicano y masón?” [6].

No podemos conocer la verdad de este relato, pero sí afirmar que quien ejercía en ese año como secretario del juzgado de Mieres era José Álvarez Robles, del que nos consta su membresía masónica en la logia Nueva Luz, con el curioso nombre simbólico de “Cazalla” y añadir de paso que también era masón su suplente Carlos Álvarez Cienfuegos “Rochefort”.

Precisamente aquel mismo año, el día 22 de junio de 1897, tuvo lugar en la villa una jornada de violencia en plenas fiestas patronales contra los arbitrios de consumo, conocido como la “Sanjuanada”, que se cerró con consecuencias  trágicas.

Los amotinados exigían el cese de los abusos que repetían algunos comerciantes sobre los productos de primera necesidad y a la vez protestaban contra la subida en el remate de la tasa de consumos. Tras la intervención de dos compañías de infantería del Regimiento del Príncipe llegadas desde Oviedo los enfrentamientos se cerraron con cuatro muertos por bala y al menos diez heridos graves.

Un mes más tarde, el 25 de julio se celebró el primer mitin socialista en el barrio de Oñón, al que acudieron militantes de las Agrupaciones de Oviedo y Gijón. Lo presidió Domingo Pérez e intervinieron Elías Rodríguez, de Mieres; Aurelio F. Uría y Manuel Vigil, de Gijón y Eduardo Varela de Oviedo[7].

El 12 de septiembre de 1899 Mieres fue el escenario de un acto que también debemos reseñar para conocer las circunstancias del momento: Belén Sárraga intervino en un mitin multitudinario. La oradora, llegaba de visitar Santander y Gijón precedida por su fama de buena oradora y el fuego de unos discursos en los que arremetía sin piedad contra los privilegios de la Iglesia y era un verdadero fenómeno social. Representaba todo aquello que los católicos condenaban: era mujer activa, militante del  Partido Republicano Federal, librepensadora, atea militante, espiritista y masona[8].

Se había iniciado a finales de 1896 en la logia Severidad de Valencia, dependiente del Gran Oriente Ibérico; pocos meses más tarde ya era Sublime Maestra, según el Rito Nacional Español[9], iniciando una carrera hiramita que culminó en 1916 alcanzando el grado 33º dentro de la Federación Argentina de El Derecho Humano, aunque por su carácter libertario acabó siendo irradiada.

 Los republicanos siempre mantuvieron, a pesar de las diferencias ideológicas, la proximidad a los socialistas, sobre todo en su combate contra la Iglesia católica, cuyo poder se acrecentó tras la llegada al sur del Concejo de los hombres de Claudio López Brú, el segundo marqués de Comillas, un ultracatólico que se hizo con las minas de carbón de aquella zona creando ex novo el poblado de Bustiello, que se convirtió en u referente nacional del paternalismo empresarial.

Bajo su protección y también porque los Guilhou, una vez muerto Numa, se habían transformado en fervientes católicos, llegaron a la villa las órdenes religiosas para encargarse de la educación de los hijos de los obreros.

Cuando se promulgó en Francia la ley laica del gobierno de Émile Combes[10] prohibiendo a las numerosas congregaciones que siempre habían controlado las escuelas galas seguir impartiendo sus preceptos, llegaron a La Felguera las Hermanas Dominicas y los Hermanos de la Doctrina Cristiana.

El reglamento de Duro y Cía. estipulaba desde 1869 el rezo obligatorio al término de las clases de la mañana y de la tarde, y del rosario, diario para las niñas y semanal para los niños y fue la misma empresa quien subvencionó a medias con el Ayuntamiento de Langreo en 1897 la apertura en aquella localidad del primer colegio regido por las monjas.

 Al año siguiente Fábrica de Mieres también sustituyó a sus maestras laicas creando además una Escuela del Hogar para que las niñas aprendiesen las labores “propias de su sexo” y dos años más tarde el marqués de Comillas hizo lo mismo en sus centros e incluso abrió unas Escuelas Dominicales en Ujo, Caborana y Bustiello –ésta atendida por las Hijas de La Caridad, que también se ocupaban del Hospital de su empresa-  para que las niñas se alejasen de las distracciones peligrosas los días de fiesta.

El paradigma de la enseñanza religiosa fue este poblado de Bustiello. Allí estaba el corazón ideológico de la Sociedad Hullera Española, la empresa del marqués. Desde 1900 el currículo de su escuela se componía de Lectura, Escritura, Gramática, Aritmética, Geometría, Geografía, Historia de España y dos asignaturas religiosas.

En 1904 la dirección de la Fábrica de Mieres trajo también a los Hermanos de la Doctrina Cristiana a este valle. Desde entonces estos frailes fueron los responsables de la educación de varias generaciones de niños en la cuenca del Caudal.

(seguirá en partes II y III)

© Ernesto Burgos , para EVDT, febrero 2016

 

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[1] La Discusión, 21 de octubre 1858

[2] La primera noticia sobre la constitución de la Agrupación Socialista de Mieres la recogió La Aurora Social el 4 de abril de 1897 y en la reseña se daba cuenta de la composición del Comité Local, que estaba presidido por Domingo Pérez, con Bautista García como Vicepresidente. 

[3] Se trata, en todos los casos, de republicanos citados por SÁNCHEZ COLLANTES, Sergio (2012): Democracia, republicanismo y librepensamiento en Mieres: de los orígenes a la primera década del siglo XX, en Boletín de la Fundación Emilio Barbón, año 5, nº 5.

[4] En el mismo número de Las Dominicales… se repite el nombre simbólico del h:. Nataniel aportando una peseta y cincuenta céntimos dentro de una relación de donantes que ayudaban a pagar una de las numerosas multas que solían recaer sobre la publicación.

[5] El Motín, 16 de julio 1882.

[6] El Motín, 8 de abril 1897.

[7] También fue Elías Rodríguez, secretario de la organización local quien firmó la petición pertinente para que se pudiese publicar en octubre el periódico quincenal La Verdad Suprema, una publicación socialista, que fue sustituida a partir del 6 de enero de 1898 por el semanario La voz de Mieres.

[8] Los detalles de la visita los publicó en El Noroeste José Rodríguez Bernardo, quien  formaba parte -como ya hemos visto- también era masón y formaba parte en aquel momento de la Junta Directiva del Círculo Republicano de Mieres.

[9] Rito Nacional Español fue el nombre que se dio al Rito Antiguo y Primitivo de Menfis-Mizraim para evitar la represión a la Masonería que trajo la guerra de Cuba.

[10] Émile Combes ingresó en la Masonería en 1869; el Parlamento francés aprobó su famosa Ley el 7 de julio de 1904.