Mi padre, un minero de Villabazal
Este es el detallado ejercicio de memoria de Aida Pérez Sancho con su minero preferido: su padre. Unas largas conversaciones grabadas en el corazón y en la mente de nuestra redactora para siempre. Un pasado que aunque no tan lejano ya son páginas de historia(s) para los más jóvenes y recordatorio de sus propias vidas para algunos de nuestros fieles lectores. Nuestra historia colectiva.
VILLABAZAL
Se puede decir que lo primero que vio mi padre, Eugenio, fue su pueblo Villabazal, ya que nació en su casa y no en un hospital. En aquella época muchas mujeres escogían dar a luz a sus hijos en su propia casa. Su niñez está cargada de recuerdos y anécdotas, aunque lo que más recuerda es jugar en la calle con sus amigos. Tiene muy presentes aquellas fiestas de pueblo que se realizaban con la ayuda de todos los vecinos, y que transcurrían en los campos al aire libre. Había casetas de tiro, tómbolas, golosinas y por supuesto no podían

FUEGO Y CHOCOLATE
Mi padre tenía como verbena favorita la del Cristo, celebrada en septiembre, ya que en ella se podía quedar de fiesta más tiempo que en las otras porque era la más grande para ellos y, especialmente, porque se celebraba en el parque: un punto de reunión para todos. Había otra fiesta en especial que también le gusta recordar: la fiesta de San Juan. Esta fiesta tenía como peculiaridad la quema de una hoguera en cada barrio y no una gran hoguera en general como ocurre en otros pueblos. Para preparar estas hogueras los mozos subían al monte a buscar la leña que luego se iba a quemar. La cuestión era que cada barrio deseaba tener la mejor y para ello tenían que reunir la máxima cantidad de leña posible para que la suya fuera la más alta y grande de todas. Y entre tanto esfuerzo y trabajo lo mejor era aquel olor a chocolate caliente que con tanta dedicación hacían las vecinas de su barrio Villabazal. Lo recuerda como algo exquisito y que sólo se podía saborear si se llevaba cada uno su propia taza de casa, que no se le olvidaba a nadie. Sobre todo, porque el acompañamiento de ese delicioso chocolate eran unos estupendos churros. El sabor tan maravilloso de todo ello tenía un secreto, y era el esfuerzo conjunto de todos los vecinos y amigos. Se pedía la colaboración de todos poniendo algo de dinero para comprar la leche y el chocolate a la taza y así realizar la gran chocolatada; se compraba también la harina y el aceite para hacer una buena cantidad de churros, porque no sobraba ni uno. Y entre fiesta y fiesta la gente se iba hermanando.
FIESTA CON DINAMITA

FÚTBOL Y TOUR DE FRANCIA
De niño, los recuerdos más grabados son los que se pasan con los amigos, y en un pueblo podemos decir que las vivencias son muy intensas, y cada día tener una historia diferente y una gran aventura. Mi padre solía jugar todas las tardes con sus amigos. Primero el colegio, comer, más colegio, los deberes rapiditos, el bocadillo de la merienda y a la calle con los amigos. Jugar al fútbol era casi lo que más tiempo les ocupaba. Les gustaba mucho, tanto que crearon un equipo, “equipo de Villabazal”. Para poder hacerse con un equipamiento adecuado para jugar, dedicaban tardes a vender rifas y lo que sacaban lo invertían todo en el

JUEGOS PARA LA HISTORIA
Entonces aparecían de nuevo los juegos de los chicos: uno de sus preferidos era “tres marinos a la mar”, una especie de escondite en el que se tenían que ocultar mientras otro les buscaba al grito de “y otros tres en busca van”. También estaba el juego de “pío campo”, que consistía en que había que hacer dos grupos entre los amigos y uno de ellos tenía que atrapar a los componentes del equipo contrario. Cada vez que lo hacían, el jugador al que

DE CINES Y DE ESCOMBRERAS
Alguno de los lugares de entretenimiento y diversión que tenía el pueblo eran los dos cines llamados “Copeval” y “Río”. Podían disfrutar de cine infantil proyectado los domingos a las tres de la tarde, lo cual era perfecto para ir después de comer. Durante la semana las películas que se podían visualizar estaban destinadas para un público adulto, y mi padre, al igual que sus amigos, no pudieron asistir hasta cumplir los dieciocho años. En sus recuerdos se encuentra una pista de baile muy frecuentada por gente de distintos lugares; aunque él, no pudo disfrutar de ella ya que se cerró antes de su mayoría de edad. Por otra parte sí que pasó grandes ratos con sus amigos en la sala de juegos, donde se gastaban los ahorros a pesar de la prohibición de sus padres; puesto que no creían oportuno que empleasen el dinero en las máquinas recreativas. Hay un recuerdo muy emotivo para él donde se puede ver jugando

LLEGA LA NIEVE Y...EL TREN
El recuerdo de los inviernos no es menos entrañable, ya que cuando se levantaba para ir al colegio y estaba todo cubierto por la nieve era una sorprendente fiesta inesperada. Subía al monte con sus amigos, puesto que ese día se había cerrado el colegio por el clima, lo que significaba para ellos “fiesta”. Todos ellos se juntaban y organizaban grandes peleas y batallas de bolas de nieve, hacían grupos para hacer muñecos de nieve y entre una cosa y otra formaban ángeles de nieve en el suelo. A pesar del frío y la mojadura que cogían eran inmensamente felices, aunque luego había que volver a casa y enfrentarse a la riña que les esperaba porque iban a coger catarro. Sus padres se lo prohibían; pero no pasaba nada, porque si no podía salir se entretenía viendo pasar el tren del carbón desde la ventana de su casa tal y como hacía muchos días mientras comía. Desde esa misma ventana observaba al panadero cómo repartía el pan por el barrio, con el pan recién hecho cargado en los serones que iban encima de dos mulas.

EL ECONOMATO
Cuando mi abuela necesitaba algún comestible con urgencia para cocinar, mi padre iba de una carrera a comprárselo al comercio de ultramarinos. Esta tienda tenía la peculiaridad, al igual que otras muchas, de que no era preciso llevar el dinero ese día, ya que la propietaria apuntaba en una libreta el dinero de lo comprado y ya se saldaría la cuenta en otra ocasión. Tal ocasión solía coincidir con el cobro de la paga a principios de mes. Esta forma de vender permitía a las familias obreras, como vulgarmente se dice, “llegar a fin de mes” y de esta manera se “iba tirando”. Había otra opción que era ir al economato de la minería, donde distribuían todo tipo de productos y, de igual modo, se apuntaban las compras realizadas, que luego la empresa minera descontaba del salario de los trabajadores. El economato tenía productos que la tienda de ultramarinos no podía suministrar, ya que era como un gran supermercado. Allí se encontraban comprando muchas familias de todo el valle. Y más o menos solían coincidir todas ellas los mismos días del mes, puesto que todos cobraban a la vez y todos pasaban por las mismas necesidades. De hecho, este establecimiento era un punto de encuentro y reunión de amigos y vecinos, ya que durante la compra que se realizaba surgían las

En aquellos años en los que mi padre aún era un niño, el hecho de ponerse enfermo, aparte de las molestias provocadas por la dolencia, estaba ligado al problema que existía del desplazamiento, puesto que era necesario ir hasta Mieres para poder ser atendido por un médico. El traslado era difícil porque solo contaban con los autobuses del ayuntamiento y lo de coger un taxi por aquel entonces se puede decir que era casi imposible. También hay que añadir que casi nadie gozaba de vehículo propio.
CARBÓN: COLOR Y DOLOR
Por aquellos años había una abundante población en Turón, gracias a que la minería atraía un gran número de trabajadores y, con ellos, a sus familias que venían al valle en busca de un futuro mejor. El carbón supuso una gran mejora económica para la zona. La cara amarga de la mina y el carbón fue la contaminación. Por ello se perdió el río por el lavado de carbón que se practicaba en sus aguas, que estuvieron teñidas de negro durante muchos años. Estas aguas llegaban limpias al pozo de Santa.Bárbara, pasaban por un túnel y a la salida

Aunque lo peor siempre se lo llevaban los mineros, a los que el polvo negro del carbón les consumía silenciosamente sus vidas. A otros se los llevaba la mina, dejando huérfanos y viudas en el valle. Y codo con codo en el pueblo, vecinos y amigos se apoyaban y seguían con sus vidas.
EL TIEMPO GRABA RECUERDOS
Durante los largos y fríos inviernos, las casas se calentaban gracias a cocinas o calderas de carbón. Un buen recuerdo es el olor de las castañas sobre las chapas de las cocinas. Con la llegada del buen tiempo, mi padre subía con sus amigos al rancho donde ellos mismos buscaban unas buenas cañas de pino, las pelaban y sacaban punta para pinchar en ellas unos chorizos que asaban en unos bidones vacíos utilizados para la basura y en los cuales hacían fuego. Era toda una aventura montañera. Incluso había algún fin de semana que pasaban en tiendas de campaña. Pero eso era ya en la adolescencia donde mi padre y sus

Ahora sigue labrando recuerdos como cabeza de familia en el Valle de Turón y como minero.
© Aida Pérez Sancho