La Navidad del guaje
Un "guaje sin picardía", Carlos Vega, echando la vista atrás con acierto, recuerda y conecta con las tradiciones navideñas vividas por nuestra gente, entre olores, sabores y la picaresca de los "críos". ¡ Nada tan fuerte como esos recuerdos de juventud !
Entre Polio y Cutrifera
Carlos Vega Zapico
¡ Feliz Navidad y próspero Año Nuevo ¡
Así, de manera tan rutinaria comenzaban los saludos y las despedidas en aquellos ya lejanos años infantiles. Para los guajes de la época, comenzaban las Navidades con la llegada de las vacaciones trimestrales. El Hermano Director del “colegio los frailes” era el encargado de ir pasando por las clases para entregar, en mano, las notas y tras “romper la

Cantando la lotería
Como no había televisión -llegaría más tarde- recuerdo escuchar “por la radio” aquellos larguísimos sorteos de la Lotería Nacional a la vez que íbamos apuntando, a lápiz, los números que resultaban premiados. Eran tiempos de “puertas abiertas” y en cualquier momento entraba, en casa, la vecina que recién llegada del “conomato” quería saber si la suerte le había favorecido y, como esto no solía suceder, una y otra vez se recurría a la frase de : “Bueno, por lo menos haiga salud”. Era el consuelo que quedaba cada año después de ver que los números adquiridos no figuraban en aquel interminable listado, que la misma tarde del sorteo solía traer el periódico de turno y que se revisaba una y otra vez para que no hubiese la más mínima duda de que la papeleta comprada no tenía ningún tipo de premio.

La perrona del monaguillo
Nunca en aquellas lejanas Navidades faltaban las visitas a dos Belenes tradicionales, el que se hacía en el Frente de Juventudes -hoy Casa de la Juventud- y el del Colegio la Salle. El primero consistía en una serie independiente de escenas del tradicional Belén y solía instalarse en la sala de entrada. El segundo, ocupaba toda una clase y aún recuerdo un año en que se colocó en él un mecanismo mediante el cual un “monaguillo” depositaba ante el portal las monedas de previamente se colocaban entre sus manos. Muches perrones eché pa ver aquel muñecu repetir el camín de ida y vuelta. Si éste se ponía en casa, recuerdo ir al monte con una caja de zapatos que bajábamos llena de musgo. Luego mi madre protestaba porque ponía toda la casa ”perdida”. El enfado le pasaba pronto y al año siguiente repetíamos la operación.
Les casadielles
Uno de los ritos que nunca faltaba, en casa, era la elaboración de “les casadielles”. Siempre se hacían en familia. Primero, un día, cascábamos les nueces y buenos manotazos me dama mi madre por intentar comer los trozos más grandes. Ya en una fuente, mi padre, sujetaba a la blanca mesa de mármol aquel pequeño molinillo manual que servía para triturar el fruto obtenido. Había que apretar con la tapadera de madera mientras incansablemente dabas, sin parar, al rabil para que la nuez desmenuzada fuese cayendo poco a poco al recipiente que colocábamos en la parte inferior. Luego, llegaba uno de los momentos más inolvidables de aquellas fechas cuando el engrudo se mezclaba con azúcar y regaba con “una copina de anís dulce” para acto seguido proceder a mezclarlo todo. Pasábamos el dedo por la mesa una y otra vez ante las regañinas maternas y aprovechábamos el más mínimo descuido para “pellizcar” un poco de la sabrosa mezcla. Había que dejarlo reposar un día y ¡oh, casualidad!, siempre faltaba algo por haber metido la mano en el larguero, lo que hacía exclamar a mi madre. “Es el último año, que las hago, trabajo, trabajo y no se ve nada”. Luego, al día siguiente venía

El aguinaldo
Eran años de no mucha abundancia por lo que los guajes nos las ingeniábamos a la hora de pedir por las casas del vecindario el “aguinaldo”. La verdad es que todos colaboraban. Aquí unas galletas, allí un poco de chocolate, más allá unos caramelos o alguna “pesetuca” con la que después comprábamos algo. El caso era disfrazarse y cantar algunos villancicos que animaban la tarde/noche en aquel iluminado Vistalegre. Uno de los arcos estaba colgado en la misma ventana de mi habitación y ciertamente dificultaba el sueño. Lo curioso es que cuando los quitaban, pasadas las fechas navideñas, se echaban en falta las luces de colores que no volvían a ponerse hasta El Cristo.

“Inocente que te cayó la frente”
Otro de los momentos estelares del período vacacional era el del día 28, “Los Inocentes”. Recuerdo haber clavado con una punta fina aquellas monedas de “dos reales” que obligaban al incauto a doblarse con el fin de cogerla y levantarse con el consabido disimulo mientras la chiquillería gritaba. “Inocente que te cayó la frente” ante el ligero sonrojo de los despistados que no siempre aceptaban de buen grado la broma infantil. Siempre quedaba el recurso de la palmada en la espalda en la que tratábamos de dejar un monigote de papel. Con la misma ansiedad esperábamos, cada año, aquella tarjeta que el cartero dejaba en cada casa con un claro mensaje “El cartero le Felicita las Fiestas”. Era señal de que esperaba el correspondiente aguinaldo.
Bailando espero...

Cerraba las Fiestas de Navidad la llegada de los Reyes, pero, de eso ya escribí en ocasión anterior
Que el año que acaba de comenzar os sea favorable a todos.
Turón, enero de 2013