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El Cristo de Turón estaba triste

Fue fiel a su lema, “No solo sirvo a Dios, también a mi gente”, y durante estos poco más de cuatro años, hasta el trágico accidente del 13 de enero, Enrique Álvarez Moro, párroco de Turón, hizo que su labor pastoral conectara con todos los turoneses. Su misión iba más allá de la mera predicación. El artículo homenaje de nuestro colaborador Carlos Vega Zapico habla pues por cada uno de nosotros.

Recuerdos a media tarde

 

Carlos Vega Zapico               

 

El Cristo de Turón estaba triste

 

Dejé pasar varios días. Quizás fueron demasiadas emociones en poco tiempo y consideré mejor reposar y ordenar las ideas de lo ocurrido. A mi mente, acudieron de manera repentina, ideas, conversaciones, lágrimas, imágenes y opiniones que se obstinaban por salir a toda prisa por lo que decidí, comenzar por donde creí debía.

Con fecha de 8 de julio de 2018, el Sr. Arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, procedía a nuevos nombramientos diocesanos. Por lo que a Turón respecta, abandonaba, el destino, D. Bernardo Granda Pérez, al que despedimos y deseamos toda clase de éxitos en su nuevo destino en la parroquia de san Juan Bautista de La Corredoria, en Oviedo, y nombraba como nuevo párroco de la Unidad Pastoral de Turón, que engloba las parroquias de santa Bárbara, en La Cuadriella; San Martín, en La Felguera; Nuestra Señora del Carmen, en San Andrés  y Santa María de Urbiés, a D. Enrique Álvarez Moro. Llegaba directo de Roma tras terminar sus estudios en Patrología, que según me comentó en nuestro primer encuentro, eran algo así como el estudio de los escritos de los antiguos cristianos. Era una persona joven y sabía de él, que había sido despedido de su antiguo destino en Teverga, a donde había sido destinado en 2011, con una iglesia llena a rebosar, ante fuertes aplausos y una espicha que le ofrecieron sus feligreses en el incomparable marco del claustro románico de la Colegiata. Era para los turoneses, sin duda, una buena tarjeta de presentación y con aquellos mimbres no podía fallar la cesta.

Desde su llegada a nuestro Valle, la vida parroquial fue un “sin parar” incluida la “maldita pandemia”. “No solo sirvo a Dios, también a mi gente”, manifestaba Enrique a la prensa cuando los medios de comunicación se hicieron eco de que cocinaba para los más necesitados y les llevaba la comida a casa, lo que supuso un acercamiento a los parroquianos. Luego, fueron surgiendo iniciativas que suponían una verdadera novedad, como la transmisión de la misa a través de internet, el relanzamiento de las Cáritas parroquiales, las visitas a los enfermos… toda una labor pastoral que él, con toda naturalidad, definía como “todo lo que debe hacer un cura”.

Llenó la iglesia de San Martín de música en plena Semana Santa o Navidad. Viajó a Lourdes acompañando a los enfermos, creó el Punto de Apoyo a los Mayores, devolvió la procesión de Santa Bárbara el día de la patrona minera así como la celebración de San Martín, patrono parroquial e incluso puso en marcha la procesión infantil de La Borriquilla llegando a instituir el  Premio Santísimo Cristo de la Paz que trata de reconocer el trabajo de profesionales  que hayan destacado “como instrumento de paz y reconciliación” y que desde ya, animo al nuevo párroco  que pueda llegar, a mantener.

Suelen, en estos momentos de shock, aparecer las bondades de aquello que nos dejan, quizás con mas notoriedad cuando quien abandona este mundo es una persona joven y dedicada al trabajo de una colectividad, en este caso las cuatro parroquias que le fueron encomendadas en su día. Y así, con tan solo 41 años de edad y la cabeza llena de proyectos para “tus parroquias”, te nos fuiste. Si avisar, después de haber despedido a un vecino del Valle y haber entonado, por última vez “Bendita la Reina de nuestras montañas…” con la que siempre dabas por terminado los actos que presidías. Parece ser que ibas a visitar a tus padres y a acompañar en su último viaje a un compañero sacerdote. Pero, la fatalidad hizo que nunca llegases a tu destino.

Todo el Valle de Turón se conmocionó al conocer la noticia de tu fallecimiento. Creyentes y no creyentes, practicantes activos y no practicantes, jóvenes y ya metidos en años, hombres y mujeres. Ahí quedan esos minutos de silencio guardados en las competiciones deportivas celebradas a lo largo del fin de semana en el Valle, como señal de agradecimiento por tu trabajo. En estas horas transcurridas, desde tu partida, sonaba repetitivamente lo de: “Era buen chaval y hacía una buena labor” lo que en este Turón que me precio de conocer, no es fácil de escuchar en muchas ocasiones. Sé que costará no verte rodeado de gente, camino del Hogar de la Tercera Edad, leerte en “Parroquias del Valle de Turón” … pero, nadie mejor que tú sabría interpretar las palabras escritas por tu compañero sacerdote cuando plasmaba “la muerte no es el final” y que magistralmente interpretada por la Banda de Música de Mieres, hizo brotar lagrimas en muchos de los asistentes a la misa presidida por el señor Arzobispo.

La víspera de San Antón, en la que tú habías programado la “Bendición de los animales”, la iglesia parroquial de San Martín, tu iglesia, se llenó como   había visto pocas veces en mi vida, para despedirte. Allí, a los pies del Cristo y al lado de tu querida Santina de Covadonga, numerosos compañeros sacerdotes bajo la presencia del Sr. Arzobispo, acudieron en una tarde lluviosa y fría para despedirte. En el centro, el féretro sobre el que se colocó una casulla blanca, un libro abierto y un sencillo ramo de rosas blancas ante un silencio monástico. No era el momento de “pasar lista”, pero allí estaban los últimos párrocos que te precedieron, el “infallable” Ceferino, el turonés Javier Suárez, el abad de Covadonga y no faltó la representación municipal con la presencia de Alcalde, Vicealcalde y concejala de Bienestar Social. Hermanos de La Salle y hasta algunos representantes de la Facultad de Formación Padre Ossó, entre otros. Ausencias, ¿por qué no decirlo?, de los del “mi turonín del alma” que nunca están donde deberían y luego…. Hubiesen desentonado. En el primero de los bancos, tus padres desconsolados ¡no puede haber consuelo para una madre que pierde un hijo! y los miembros del Consejo Pastoral recibieron palabras de aliento, en estos momentos de intenso dolor, mientras la emoción iba subiendo cada vez que el Coro Minero, tu Coro, participaba activamente en la ceremonia que iniciaron “tus gaiteros” Baquero e Imanol. Comenzaron entonces a aparecer las primeras lágrimas. Sentidas palabras del Arzobispo en su homilía y una fuerte ovación de todos los asistentes cuando el Coro comenzó a interpretar el Himno a la Virgen de Covadonga y tus compañeros procedían a sacar el féretro del templo. Quizás no hubiese sido de tu agrado, pero no puedo dudar que te hubieses sentido orgulloso de todos tus amigos, conocidos y de las gentes del Valle de Turón que, impasibles, permanecieron bajo la lluvia hasta que vieron alejarse de la iglesia de san Martín al coche fúnebre, ante el caos de tráfico organizado.

Enrique, sobran palabras. ¡Que tu recuerdo se perpetúe en la memoria de las gentes de este Valle que, creo, te acogió como a uno de los suyos! ¡Descansa en Paz!

 

© Carlos Vega Zapico, Turón 17 de enero de 2023