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¡Semana Santa?

La distancia geográfica por tierras castellanas no logra apartar a Carlos Vega de esa proximidad turonesa que le ocupa y le preocupa. Fechas que recordará por los amigos que se han ido a morar para siempre en el mundo de los mejores recuerdos. Pero su viaje mental peregrina con nosotros por esas fiestas tan señaladas mezcla de religiosidad, cada vez menos, y de encuentros festivos familiares. Cofrades, cánticos, procesiones pero también palmas y pegaratas. Siempre es bueno tener a un amigo-guía tan turonista para llevarnos de la mano por unas vivencias que fueron y siempre serán nuestras.

Recuerdos a media tarde

 

Carlos Vega Zapico

 

¡Semana Santa?

 

Está visto que una vez más volvió a cumplirse el refrán: “El hombre propone y Dios dispone”. Tenía pensado dedicar los días de Semana Santa de este año, dadas las circunstancias sanitarias en que nos encontramos -cada vez menos Semana y menos Santa- a terminar varios trabajillos que seguían a medias desde hacía tiempo, y, en estas, que ¡zás!, debo desplazarme a tierras burgalesas. Allí, recibo el Sábado de Pasión la triste noticia del fallecimiento de Juan José Fernández González, “Picaré”, buen amigo -con todo el significado de esta palabra- y mejor persona. Esperaba la noticia desde hacía algún tiempo, pero, cuando llega, no deja de tocar esa fibra humana que se acrecienta con el trato diario hasta el punto de hacerte derramar alguna lágrima de impotencia. ¡Cuántas charlas de café mañanero quedaron interrumpidas! Él, era quien primero leía mis colaboraciones y me daba su personal parecer, por ello a él quiero dedicarle estas líneas, convencido que allá donde se encuentre le hubiese gustado haber recibido ya no pudo.

Por motivos lógicos de movilidad y evitando aglomeraciones por este tiempo de pandemia y mascarilla en que vivimos, la vieja Castilla celebra su sobria y tradicional Semana Santa de manera diferente, en la que uno puede contemplar esas maravillosas y artísticas tallas depositadas en museos e iglesias y que las distintas hermandades han querido engalanar para estos días, aunque los pasos no pudieran salir y recorrer las calles. He presenciado algunos actos religiosos observando la devoción de los cofrades y he vuelto a escuchar algunos cantos que hacía años no oía. Aquel “Perdona a tu pueblo Señor” o “La Salve”, me hicieron retroceder en el tiempo.

Todo esto, el ambiente, el silencio, la música de tambores y trompetas… me trajo el recuerdo de aquellas Semanas Santas que se celebraban en Turón cuando éramos güajes, aunque, lógicamente de eso ya hace bastantes décadas. Con las vacaciones escolares, llegaba el Domingo de Ramos y ya se sabe: “el que no estrena el día de ramos, no tiene ni pies ni manos”, así que todos engalanados y palma en mano acudíamos a la iglesia de San Martín a la bendición de “las palmas” con las que luego se procesionaba para más tarde entrégasela a los padrinos a cambio de aquella esperada “pegarata” que ya teníamos en mente después de haber visto, desde días antes, los escaparates de la Confitería Castañón, en Vistalegre, donde Berto “el confiteru”, hacía nuestras delicias hacia lo dulce y Tino en su Confietría La Gloria, en La Veguina, se esmeraba al máximo en la preparación de aquellas tartas que tanto nos gustaban, tanto de hojaldre como de almendra. Siempre adornadas de merengue y en las que nunca faltaban aquellas pequeñas figuras de chocolate junto a las palmeras de pluma y los pequeños polluelos de color amarillo y patas rojas. Ahora, le ha tocado el turno a Julio -alumno aventajado de la pastelería turonesa- con esas delicias de figuras de chocolate da pena comerse y esas tartas de variedad y sabor insuperable. Me parece estar viendo a Luisa y a su hija Mari Luz, tarde tras tarde sentadas en una pequeña silla de mimbre, a la pueta de su comercio de Vistalegre, tejiendo, con verdadera destreza y rapidez, aquellas artísticas filigranas en las palmas que luego exponían, colgándolas en la pared para ser adquiridas, en una tradición que desgraciadamente se ha perdido.

A partir de la celebración dominical, en las iglesias se cubrían todos los santos con unos grandes velos de color morado y quedaban suspendidos todos los oficios religiosos que no fuera el Vía Crucis con sus quince estaciones en torno a sus correspondientes representaciones que recordaban los pasos de Jesús hacia el Calvario. Desde aquella 1ª Estación: “Jesús es condenado a muerte” a la 15ª “Jesús resucita”, era todo un ritual de cara a las artísticas estaciones que colgaban de las paredes de las iglesias. Hace algunos años, el amigo Varela pintó los pasos de La Pasión con el ánimo de que ésta se representase y procesionase a lo largo de La Veguina como aún se celebra en muchos pueblos.

Llegaba después uno de los tres jueves “que relucen más que el sol”, una de esas jornadas de gran importancia en el año litúrgico dado que se celebra la “Institución de la Eucaristía” y era ese día cuando carraca en mano se procedía a “matar judíos” y que para nosotros, lógicamente, tenía un sentido mucho más folclórico que antisemita. Ese día tenía lugar la visita a las siete iglesias que más tarde me enteré simbolizaba el acompañamiento de los fieles a Jesús en cada uno de los recorridos desde la noche en que fue apresado hasta su crucifixión.

El día de Viernes Santo era una festividad especial. Comercios, bares y toda actividad laboral permanecían inactivos a lo largo de todo el día. Las banderas a media asta, en señal de duelo y hasta la Guardia Civil con uniforme de gala. Era día de ayuno y abstinencia aún para quienes, hasta el año 1966, obtenían cada año la Bula de la Santa Cruzada que permitía librarse de los rigores del ayuno, que recordaba los días pasados por Jesús en el desierto, a cambio de una limosna. A media tarde, las mujeres acompañaban en procesión la imagen de “La Dolorosa” hasta la entrada del barrio de San Francisco mientras los hombres hacían lo propio con el Cristo desde la iglesia de la Cuadriella mientras unas y otros cantaban el “Santa María” a respuesta del “Dios te salve”. Desde el Puente Nuevo, uno tras otro, por diferente calle se dirigían a “la cera l´ante” donde se producía el encuentro entre Madre e Hijo. Desde el balcón de casa de Teresa se predicaba una charla religiosa y seguidamente, el gentío acompañaba a las dos imágenes hasta la iglesia de San Martín.

El Sábado Santo o de Gloria como también se decía, era un día de luto puesto que se trataba de un día de silencio, un tanto atípico. Posiblemente fuese el único día del año en que los sagrarios de todas las iglesias estaban vacíos puesto que las hostias consagradas se habían trasladado a otro altar de la iglesia, debidamente adornado y al que se le daba el nombre de “monumento”. Por otra parte, servía de preparación para el día siguiente en que comienza la Pascua y el Domingo de Resurrección.

El domingo, además de ser festivo por naturaleza era nada menos que Pascua de Resurrección o Pascua Florida, sin duda la fiesta central de todos los cristianos, que en aquellos tiempos creo que todos lo éramos o así lo parecía. Marcaba el final de la Semana Santa y era a su vez el inicio de un tiempo de cincuenta días que conocíamos como Tiempo Pascual. Se retira el luto y se pone fin a los días de celebración en  interiores que dan paso a la alegría de la Resurrección. Era el gran día en que se recibía, de manera oficial, la tan esperada “pegarata”, aunque en algunos casos ese día ya no quedase nada por haberse adelantado su entrega a lo largo de la semana. Cosas que suelen pasar en estos casos.

El lunes, era día festivo en Inverniego, se celebraba y por todo lo alto “La Soledad”. Misa, procesión y hasta el insustituible partido de fútbol. Por la tarde no había “prau” en que no hubiese gente merendando empanada y pegarata y bajo el hórreo, frente a la capilla, servía un sencillo “picú” y cuatro discos para bailar con aquel o aquella por el que “refrescabas”. La fiesta se perdió y pasados los años se recuperó, al menos el acto religioso, convirtiéndose en jornada de reencuentro de aquellos vecinos de la zona que se vieron obligados a marchar y ante la menor escusa vuelven a su lugar de origen.

Pasadas las celebraciones religiosas llegaba, de nuevo, la rutina pues se cumplía escrupulosamente con aquello de “Pascua, pascuina y pascuela”. Volvíamos al cole y a la vida cotidiana.

Ahora, “los tiempos han cambiado que es una barbaridad” que decía Don Hilarión en la conocida zarzuela “La verbena de la Paloma”, y no le faltaba razón, puesto que los días festivos que sirven para que los cristianos conmemoren la pasión y muerte de Jesús se han convertido en auténticos “puentes colgantes” a medio camino entre las pasadas vacaciones navideñas y las próximas en llegar de verano. Ya no vemos por le televisión, como única manera de distracción a “Marcelino pan y vino” ni contemplamos “Los diez mandamientos” puesto que los cines no tenían programación lo que hacía que los güajes subiésemos hasta la “mina Celesto” como única salida de diversión festiva. Por otra parte, no sería justo juzgar una época con la realidad de los años transcurridos y hasta resultaría estúpido enjuiciar el pasado con los ojos del presente.

Como son estos días de “perdón de nuestros pecados”, ruego se me perdonen los míos si alguno de los recuerdos, no pertenecen a los días señalados como tal. La distancia en el tiempo va haciendo mella en nuestras mentes y aunque nos cueste creerlo olvidar o que nos olviden, sea el caso que sea siempre es un buen momento de reflexión y nuevo comienzo. De todas formas ¡Felices Pascuas!” a todos cuantos les sirvan estas líneas para recordar tiempos pasados de los que nunca tenemos, por qué arrepentirnos.

© Carlos Vega Zapico,  Turón,  abril 2021


 

Nota aclaratoria que no parecería necesaria: las imágenes que acompañan el trabajo no son, lógicamente, de Turón. Podría omitirlas, pero considero que el localismo debe estar en plano más amplio que al “reino de taifas”. Hay otros pueblos, otras gentes, tras tradiciones que también coexisten con las nuestras. Las fotos pertenecen a la presente edición de la Semana Santa de la burgalesa Aranda de Duero. También allí hay amigos turoneses con los que me encontré y a los que agradezco siempre me tengan su puerta de la amistad abierta.