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Las fiestas del Cristo

Como un tiovivo palabrado dando vueltas y vueltas, desde el vértigo de los años y de la memoria, Araceli reivindica la mejor fiesta para el centro de nuestro mundo: Turón.

Las Fiestas del Cristo, la cita más esperada
 



El pistoletazo de salida llegaba cuando Miguel pedía a mi madre las llaves del portal para almacenar la mercancía extra para las fiestas, mientras que los camiones que la transportaban llenaban La Veguina con sus ruidos y su ir y venir. Llevábamos todo el año esperando las Fiestas del Cristo de la Paz, esos días en los que todo Turón era una fiesta y la fiesta tenía un único nombre, Turón.
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La Veguina se engalanaba con sus luces y todos nos preparábamos para vivir unos días especiales y diferentes, unos días en los que nuestro querido Turón se volvía a asemejar a aquel lugar en el que antaño, y según nos contaban, eran muchas las personas que acudían para disfrutar de nuestras fiestas.

Formando parte de la Comisión pude disfrutar del Turón más festivo, metida de lleno como estaba tanto en la preparación de las fiestas como en disfrutarlas, tarea a veces complicada sobre todo cuando se trataba de intentar compaginar las noches de verbena con las mañanas acompañando a los gaiteros por los diferentes barrios de nuestro pueblo. Pero éramos jóvenes, y ya se sabe, la juventud todo lo puede y puede con todo, así que aunque al final de aquellos días una sintiera como que le había pasado por encima una apisonadora, el balance era completamente positivo y todo, absolutamente todo, había merecido la pena.

Nuestro trabajo comenzaba de la manera más dura, pidiendo donativos después de tocar puerta tras puerta y, según me cuentan, al igual que hoy, encontrarnos de todo y con todos, con quienes nos atendían amablemente y colaboraban como buenamente podían y con quienes nos daban con la puerta en las narices, aunque luego fueran los primeros en lucir sus mejores galas para disfrutar de la verbena. Me imagino que hay cosas que no cambiarán nunca, CARTEL 2011.jpgaunque pasan los años y sigo sin entender cómo se quieren conservar las Fiestas del Cristo sin colaborar para que se lleven a cabo, y lo que todavía es peor, cómo se tiene el atrevimiento de criticar a diestro y siniestro a quienes año tras año y de una forma totalmente desinteresada se empeñan en que su pueblo y tradiciones sigan adelante.

Pero bueno, tras este momento de pequeña reivindicación, mis recuerdos vuelven al parque, a los juegos infantiles, a las verbenas con el grupo Dominó, difícil de contratar por la coincidencia con el Cristo de Candás, pero de los que también pudimos disfrutar, a aquel día de la comida de los vecinos de Oleiros, multitudinaria y entrañable, con un calor de justicia, al desfilar de las carrozas por una Veguina rebosante de gente que se agolpaba en sus aceras para vivirlas en primera fila y a los balcones de mi casa, esos días más solicitados que nunca, al bar de la fiesta, al Cotillón en el salón de la piscina, a aquellas idas y venidas a Figaredo, Ujo, Santullano, para pegar carteles, al día del bollu, colofón de unas jornadas que nos resistíamos a que llegaran a su fin…

El último año que acudí a las Fiestas del Cristo comprobé con tristeza que era cierto aquello de que “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, pero esa última cita no podrá jamás enturbiar los gratos recuerdos que guardo de todas ellas, porque incluso en esa última Nuestro Cristo de la Paz me hizo el mayor de los regalos, el reencuentro con Carlos, el amigo de siempre y con quien hoy comparto mi vida.

Aquel año juntos volvimos a recorrer La Veguina de abajo arriba y de arriba abajo, y como siempre en “El Mesón” de Miguel disfrutamos del placer de la amistad y de la fiesta, esa a la que acudí puntual durante tantos años, la que esperé ansiosa, en la que dejé un trocito de mí, el mismo que permanece en Turón, ahora más vivo que nunca a través de estas letras.