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Luceros del norte, vistos por ojos del sur

¡ Cuántos ojos extraños miraron el valle atónitos y esperanzados ¡ Miradas anónimas con las que Araceli rinde homenaje a los turoneses de fuera con raíces para siempre en el pueblín.

Luceros del norte, vistos por ojos del sur


Le resultaba curioso que los luceros estuvieran tan cerca, tan bajos, no como en su tierra, donde alzabas la vista y los veías allá en lo alto, a lo lejos. Pero desconocía que lo que estaba viendo no eran luceros, sino las lucecitas de las pequeñas casas que adornaban las laderas de las montañas, esas que protegen nuestro valle con su verde manto, dejándolo caer con dulzura y delicadeza hasta donde convergen.

Mientras me contaban la anécdota intenté imaginarme qué pensaría aquel hombre del sur la primera vez que llegó a Pasisaje nocturno.jpgnuestra tierra, cómo se aparecería ante sus ojos lo que para los nuestros es un paisaje tan cotidiano y común, aunque no por ello dejemos de reconocer su hermosura día a día. Probablemente sintiera cierta desazón al verse rodeado de montañas, y su corazón palpitara temeroso al sentirse inmerso en una naturaleza tan imponente y colosal, ante la que seguramente se vería demasiado pequeño e impotente en caso de tener que emprender la huída.

Yo, sin embargo, cuando cruzo la Meseta me siento completamente desprotegida, tanta llanura y tanta extensión de tierras que a simple vista no van a ninguna parte me producen cierto desasosiego, mientras que aquí, rodeada de mis verdes y hermosas montañas me siento segura, sé que hay algo más allá de donde me encuentro, y ese algo está en ellas, e incluso atravesándolas me encontraré todavía con algo más, al contrario también que cuando contemplo el mar, donde una vez más debo imaginarme otros mundos que se que existen más allá pero de los que me resulta difícil adivinar dónde se encuentran.

Como estrellas.jpgEl lugar en el que nacemos formará parte de nuestro paisaje para siempre, y el mío sería inconcebible si al mirar a mi alrededor no viera las montañas de mi infancia, y si no fueran éstas, otras semejantes, casi hermanas gemelas que habitan en una tierra que sería imposible concebir sin su presencia. Todas juntas, de la mano, como niñas jugando en un corro, mientras que somos nosotros quienes giramos y damos vueltas para no perdernos ni una pizca de su belleza, para contemplarlas desde todos los ángulos, para descubrir una vez más lo privilegiados que somos al poder contar con ellas. Montañas que se tornan del color de la naturaleza, mantos de todas las tonalidades que podamos imaginar, adornados y decorados para que todos quedemos impresionados con su hermosura.

No sé si esta noche me permitirá contemplar los luceros, las luces de la ciudad son sus mayores enemigas, y la metereología tampoco suele ser una gran aliada, pero de ser así me gustaría contemplarlos como aquel andaluz que llegó por primera vez a nuestro valle, cercanos, uno tras otro, salpicando con su luz nuestro paisaje, aun a sabiendas de que tras ellos lo que se esconden son las luces y el calor del hogar, pero consiguiendo con ello ver el universo más cuajado de luceros que nunca, desde un lugar al que seguro que incluso ellos mismos alguna vez bajan para que podamos verlos mejor y a su vez poder apreciar también ellos la tremenda hermosura de nuestra tierra.