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Mi primera comunión

Dedos de oro y amor desbordante para el recuerdo imborrable de un día de junio. Más allá del vestido la emoción del caríño familiar, por Araceli Zapico.
Mis pinitos en el mundo de la canción, si es que pueden definirse así, teniendo en cuenta que nunca he sido cantante, comenzaron formando parte del coro de la Iglesia de San Martín de Turón, popularmente conocida como la iglesia de La Felguera, donde asistí al catecismo y en la que hice mi Primera Comunión. Don Manuel, el párroco en aquella época, no permitía que las niñas comulgáramos “de largo”, pero a mí nunca me había importado, entre mis pretensiones no se encontraba la de acudir ese día con un vestido largo, como de novia, así que con la llegada del día tan esperado comenzaron los preparativos para conseguir un vestido bonito, corto, por supuesto, pero no por ello menos lucido y elegante. Turoneando 007.jpg

Mi madre siempre ha sido aficionada a la costura, como muchas chicas de la época había ido a clases de Corte y Confección, así que lo teníamos fácil, solamente había que elegir el modelo y el género adecuado, y con hilo, aguja, y la destreza suficiente para pisar el pedal de esa máquina de coser que a mí siempre se me resistió, confeccionar mi vestido de Primera Comunión.

Era precioso, todavía lo es, mi madre lo conserva como oro en paño guardado en un armario, quizás con la esperanza en algún tiempo de que mi descendencia llegara a utilizarlo, ahora ya por puro valor sentimental, ante la falta de alguna nieta rechoncha para llevarlo. Su género, en un bonito y elegante tono rosa, está formado por pequeñas flores unidas entre sí, consiguiendo un precioso calado, que junto con el forro interior, de raso, en el mismo tono, consiguieron un efecto maravilloso. Al vestido mi madre le añadió un cinturón en azul marino, hecho por ella, por supuesto, con una flor en la parte delantera, y un prendedor para el pelo, el cual conservo todavía en una pequeña caja, forrado en la misma tela y también con una pequeña flor. El conjunto lo remataba una chaqueta cortita también en azul, me imagino que tejida por mi tía Fina, puesto que ella era la de mayor destreza con las agujas de punto, y unos calcetines y unos zapatos también del mismo color.

Y así, con un modelo de lo más poco convencional, ya solamente por el mero hecho de no ser blanco o beige, llegué al campo de la Iglesia de San Martín, en Turón, un día de junio, de la mano de mis padres, y siguiéndonos, mis abuelos, Claudio y Araceli. Para ella sería su última fiesta, mi abuela decidió que viendo comulgar a la más pequeña de sus nietas ya podría irse tranquila. Mi opinión no habría conseguido cambiar las cosas, lo sé, pero mi abuela, al igual Subiendo a la iglesia.jpgque yo, sabe que se fue demasiado pronto, mi vida todavía no había sido suficiente para disfrutarla, aunque su nombre, Araceli, la ha convertido en mi sombra, y sus facciones, en una clara herencia genética.

El día de mi Primera Comunión fue espléndido, soleado y feliz, rodeada de quienes y a quienes más quería, entorno a una mesa y con una comida familiar en nuestra casa, alejados de las pomposas celebraciones actuales, pero con lo fundamental para conseguir el sueño de recodarlo como uno de los días más felices de mi vida.

Sé que había empezado hablando de mis pinitos en el mundo de la canción, pero ya sabéis, los recuerdos son como las cerezas, tiras de una y allá van el resto, una detrás de otra, así que la música me temo que tendrá que esperar hasta otro día.